El Capricho

10:00 Fran Ibáñez Gea 0 Comments


La capital de España tiene un gran legado en jardines y lugares donde poder disfrutar de un entorno natural. Huir de las aglomeraciones, el ruido del tránsito y el tráfico es posible gracias a estos enclaves que fueron fuente de inspiración para artistas y orgullo del descanso de la alta cuna. La huella que dejó la Familia Real y la aristocracia madrileña hoy puede ser visitada y contemplada. 

Así pues, lugares tan memorables como los Jardines del Palacio Real de Aranjuez, El Real Sitio de la Granja de San Ildefonso o el Parque del Retiro están abiertos al público y forman una parte importante del ritmo de vida de nuestra sociedad. Y siguiendo esta línea, el parque del Capricho es otro de los más representativos de la villa de Madrid. La duquesa de Osuna, quien fuera amiga de Francisco de Goya y una mujer con una estrecha relación en causas benéficas, mandó hacer este lugar en el siglo XVIII. 

Su palacete y sus estatuas, tan deseadas para ocio y descanso en aquella época fueron abandonadas paulatinamente y puestas al amparo del tiempo, el cual destruyó buena parte del patrimonio que se encontraba en la finca. El desinterés de los siguientes dueños, el expolio y vandalismo, dejaron en evidencia el desapego a un lugar por el que habían paseado los grandes de España y los grandes maestros de la pintura. En los años ochenta el ayuntamiento de Madrid se pone manos a la obra en rescatar dicho lugar y en hacerlo visitable para disfrute del público. Un legado que causa sensación al devolver a los que se acercan a él a una época pasada que comulga con un discreto lujo y una gran admiración hacia el entorno. 



 El Parque del Capricho en Madrid puede ser visitado los fines de semana

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El rapto de la luz

12:52 Fran Ibáñez Gea 0 Comments






Los apuros económicos, circunstancia que atañe a los familiares de Joaquín Sorolla, han incitado a poner a la venta uno de los grandes lienzos del pintor, Fin de Jornada, que ha sido denegada por el cauteloso ministerio de Cultura. Los cuadros protegidos forman parte de la herencia artística. Es este patrimonio la verdadera patria que hoy nos identifica y nos singulariza.

No es la primera vez que algo así ocurre, a pesar de que tener conciencia del valor que estas joyas tienen es relativamente reciente. La reina Isabel II tuvo que comprar el resto de obras que conformaban la colección real a su hermana Luisa Fernanda y a su madre, la regente María Cristina de Borbón, porque la división quedaba estipulada en el testamento de Fernando VII. La intención era clara: blindar uno de los mayores tesoros que quedaría custodiado por siempre en el recién inaugurado Museo del Prado. El barón Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, con una azarosa vida sentimental salpicada de un quinteto de esposas y los consiguientes vástagos, su gran colección de arte podría correr grave peligro al ser repartida en herencia, de tal manera que en discretas negociaciones el gobierno compró dicho tesoro para salvaguardia de que quedara íntegra y a disposición de los españoles. El príncipe Adán Carlos Czartoryski de Polonia, vendió al Estado polaco todas las obras que había atesorado su familia durante siglos, en la cual se encontraba la fabulosa Dama del Armiño de Da Vinci, una silla de Shakespeare o las cenizas del Cid y doña Jimena, para disfrute final de sus conciudadanos. Después de los resquebrajos nazis y el dominio comunista, cuyas garras siempre pusieron la diana en el arte, el trato sentenciaba un pacto de paz y descanso, tanto para sus dueños como para las obras. Ejemplos, a la vista cabe, de grandes figuras cuyo interés ponía por encima de todo proteger el arte que en sus manos había confiado la historia.

Ese espíritu noble de compromiso que se exige a todos aquellos que juegan una pieza clave en la conservación del patrimonio no corre siempre la misma fortuna. Cuando el general Franco murió, a su hija la ‘interceptaron’ rumbo a Suiza con medallas, divisas en oro y brillantes para encargar un reloj en el que engarzar las insignias. En la aduana se quedaron. El ducado de Alba, con eterna e inestimable fidelidad al arte por Jacobo y su hija Cayetana, reconstruyeron el palacio de Liria y protegieron el tesoro que en el título se custodia, incluso donaron recientemente la Virgen de la Granada de Fra Angelico al Museo del Prado. Lo que no excusa, que ante la falta de liquidez, quisieran poner a la venta unas cartas de Cristóbal Colón con camino extranjero que el gobierno denegó. La propia Tita Cervera coquetea con la venta de un Gauguin, de su colección que hoy convive en el Museo Thyssen por motivos de solvencia. No es raro ver en casas de subasta de la capital pinturas de renombre. En las listas de precios cabe Julio Romero de Torres, cartas de Neruda (que adquirió el gobierno en Durán) o algún retrato del propio Joaquín Sorolla y Bastida. 

Hay cuadros y cuadros. La cuidadosa protección que se vierte sobre ‘Fin de Jornada’ comulga con el interés de pertenencia al desarrollo cultural del país. Un sonrojo fauvista, la impresión que suscita cada pincelada, la saturación que aviva el atardecer del levante. Vestir con escamas de oro la espuma del mar. Sorolla es un gran pintor, y como tal, cada una de sus obras destacadas son un monumento que España requiere para reconocerse. Nadie debe raptar la luz que el valenciano selló en su obra. Si el compromiso de custodia es roto por sus descendientes, el país tiene la obligación de asumir esta labor, tan fundamental y necesaria para defensa de la ovacionada y magistral cultura española.  

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La censura de hoy

13:13 Fran Ibáñez Gea 0 Comments






La comunicación es obra fundamental del avance. Compartir ideas, desarrollarlas, aniquilarlas o bendecirlas. En un espectro democrático, la palabra tiene un papel fundamental de expresión. Con ella, se es el peón que trabaja para conseguir adecentar y dignificar la integridad de un hogar común. La comunicación es esencial para el entendimiento. Y su muerte la asesta la censura.

Siempre ha estado la espada de Damocles pendiendo sobre la libertad. Siempre ha sido injuriada, vilipendiada, ultrajada, maniatada. La libertad ha sido enemiga del poder, ha sido la herramienta que avivaba la verdad, que atacaba la injusticia. ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice, nunca se ha de decir lo que se siente? Se preguntaba Quevedo. La inquisición y el franquismo son parte de la carrera de obstáculos, que hoy lidera ‘lo políticamente correcto’. Esa es la mayor farsa y la más despiadada de las mentiras que hoy nos vencen. Es un fuego abierto a todo lo que asalte el buenismo. Embarga la palabra per sé, la camufla, la maquilla y la ensordece. La misma potestad tengo para cagarme en dios como en rezarle un Padre Nuestro. Sin titubeos, sin asombro. El primero retumba por blasfemo, el segundo por beato, y así tintinea el sonajero de la censura. Todo está mal. La herencia del no-señalamiento. De guardar un silencio sucio, que borbotea cotilleos, que tiñe la paz con la discordia del cuchicheo. Eso produce lo políticamente correcto, el órdago de no poder expresarse, de no ser claros. De estar enfermos. Una sociedad que se envalentona a las espaldas, por miedos y prejuicios. Enfrentarlos entre sí, volcando en personales todas las banalidades.

La libertad de expresión se ha empobrecido. La han dilapidado, porque han amortajado a la madre de las libertades, la de pensamiento. La han sepultado con siete candados. La televisión, los medios, las noticias producen y bombardean con inmediatez. No hay momento para pararse a pensar, sólo para ser influenciados por opiniones ajenas. Comenta, comenta y comenta. Opina, opina y opina. Sólo pretenden ver si ya han calado en ti, si ya les estás haciendo caso. Te vigilan. Te persiguen. Ahí quieren tenerte. Malitos de los nervios todos, nos conformamos con llegar a casa, quitarnos los zapatos y tumbarnos al sofá. El resto de las aspiraciones ya llegarán, si crecen. Pagar recibos, lavar el coche, sacar a cagar al perro. La mediocridad es una losa que entierra en vida al que lo permite. Arrastra y ahoga en una rutina vacía de repetir y repetir, lo que opinan los tertulianos comprados, los muertos que resaltan a las tres de la tarde. Para el que coge el mando y pone la misma cadena el mundo tiene más pena que el que sale al parque, se sienta en un banco a comer pipas y mira a las palomas, cómo, inocentes y párvulas, se desentienden de todo, a veces confiadas y atrevidas, con tal de picar cualquier cosa que las sacie. ¡Pan y libertad! Pedían los gitanos, raza noble y sabia donde las haya.

Desaprender y deconstruirse son los primeros pasos para salir de la alienación. Para desmentir la comodidad de un sofá roído al que estamos acostumbrados. Para permitirse probar otros y saber que todas las experiencias condicionan las siguientes. Que pensar libremente exige su expresión para delimitar ideas, para darles forma. El mundo no es gris. No es un nicho, ni una cloaca de ratas corriendo hacia el mismo sitio, aunque en eso lo hayamos convertido. Escapad. Quitaos la aguja sin jeringa de lo ‘políticamente correcto’ que os desangra poco a poco y os adormece. Vulnerables. Pálidos. Esa es la consecuencia. Porque con la voz se podrá hacer ruido, pero sólo sabiendo hablar es como se tiene la palabra.  


Vergüenza es robar y que te pillen

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Guadalajara

18:47 Fran Ibáñez Gea 0 Comments




Descubriendo Castilla, se presenta en el camino la plácida Guadalajara. Una ciudad que hace vereda al Henares. Una brecha que arbitra el poder que engalanó este lugar bajo el apellido Mendoza. El Palacio del Infantado, uno de los monumentos más característicos de la región, es la joya por excelencia de la ciudad y un reconocido símbolo de la historia reciente. En él se alberga el museo de la ciudad. Establecido con un fin claramente didáctico, procura mostrar por medio de piezas de diverso índole el desarrollo sociocultural de la ciudad. Es probable que lo más destacado sea su archivo pictórico en el que se encuentran un par de óleos de Carreño de Miranda, Alonso Cano y José de Ribera. Los frescos en el techo de algunas de las salas son testigo de la grandeza que un día merodeó por los aposentos. En cuanto a arquitectura, la fachada principal con la balconada en la parte superior de un riquísimo gótico tardío es una de las imágenes más reconocibles, como también lo es su patio de los leones, que comulgan con otras figuras de animales y mitológicas entre escudos que sellan las familias gobernadoras del palacio. 

Un paseo agradable entre el Infantado y la Concatedral se hace a través de iglesias y antiguos palacios dedicados a prestar hoy en día algún servicio a los alcarreños. Otra de las gracias destacadas de las que disfruta Guadalajara es el panteón de la Duquesa de Sevillano, María Diega Desmaissières y Sevillano. En un estilo neobizantino combinado con un neorrománico lombardo, el eclecticismo brota para crear semejante tributo a los familiares de la duquesa. 

Especial mención quisiera hacer a todo el personal prestado al turismo de la ciudad que con absoluta amabilidad y profesionalidad resuelven cualquier duda y guían de la mejor manera a los visitantes. 

Guadalajara quizás no sea el lugar más destacado dentro de los puntos de referencia de nuestra geografía. La belleza es atractiva tanto por su exceso como por su defecto. Todo tiene su público. Aquí hordas del imserso pastan abierta y machaconamente. Sería bueno que otro tipo de visitantes, con otras inquietudes y otras vibraciones pasaran por aquí. Toda la juventud que ambienta Alcalá de Henares no se filtra a la vecina Guadalajara. 







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Cuenca

11:52 Fran Ibáñez Gea 0 Comments





Cuenca es una ciudad en el corazón de Castilla revestida de vetusta hermosura. El casco histórico, patrimonio de la humanidad, es testimonio de la eternidad que emanan los pueblos escapados del tiempo y presentes en el presente sin cicatriz que los doblegue. Es un capricho que escapa a los siglos y luce con jovialidad los siglos que la conforman. 

La maravilla reside en las casas colgadas, de emblemático perfil, superlativo icono de la ciudad cuya fachada imperturbable sigue pareciendo querer poner los trapos a tender de sus habitantes barrocos. Una mirada que recoge el Júcar en su brisa y su frescura. En el interior reside actualmente el museo de arte abstracto español de la Fundación Juan March. Un lugar mimado que acoge un buen repertorio y selección de los artistas y las artistas más destacados del movimiento: Feito, Muñoz, Canogas, Guinovart, Millares, Tápies, Sevilla, Guerrero, Zóber, Palazuelo, Chillida, Oteiza, Rivera.

Impacta esta combinación que subraya el arte y que reflejan perfectamente la cara de este país: una armadura vieja con un corazón nuevo. Una esencia que apuesta por el caminar, que confía en su tierra, en sus raíces, y que brilla por tener los ojos fijos en el cielo. La España más universal se monumentaliza en las casas colgadas de Cuenca. 

Subir a la calle del Trabuco, cruzar la muralla y llegar a pie de barranco, a tomar el sol, a ver cómo la ciudad se derrama en la tarde. Nadie arranca su paz.








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La ignorancia atrevida

8:51 Fran Ibáñez Gea 0 Comments






Fue en Cuenca. Una ciudad que va despertando su belleza al visitante por cada paso que se aproxima a ella. Subida a los cielos, el desfiladero por donde trasciende el Júcar lame la hendidura que el tiempo ha minado. En las casas colgadas, icono y referencia conquense, se encuentra el museo de arte abstracto de la Fundación Juan March. Es parte de los motivos por los que es interesante visitar Cuenca.

Sabiendo que el resto del equipo prefería seguir visitando los aledaños a la catedral con una cervecita al sol, les pedí media hora mientras veía dicho museo. Uno de ellos se quiso sumar a la experiencia. No era alguien que conociera el arte y mucho menos el abstracto español. Era alguien que había pasado por el colegio de puntillas. Pero su interés ya le dio la predisposición para intentar disfrutarlo y conocerlo. Este punto es fundamental. En el interior estaban la gran mayoría de pintores abstractos españoles de la segunda mitad del siglo XX. Cuadros de Feito, Lucio Muñoz, Canogar, Palazuelo, Guinovart, Mompó, José Guerrero, Saura, Millares, Tàpies, Soledad Sevilla y Zóbel entre otros, con algunas esculturas muy interesantes de Chillida y Oteiza, además de la obra a caballo de Rivera. La abstracción estaba muy bien representada sin lugar a dudas y había obras de gran valor, sobre todo de los primeros años de estos pintores en los que no existía un comercialismo agresivo y se producía en serie. Digamos que las obras tenían más alma propia que de artista. Se arriesgaba más en el estilo. La posguerra, el hambre y la represión del régimen fueron cuna de la inspiración a todos ellos.

Seguimos nuestro paseo por el museo. En sí el espacio es una delicia por cómo se ha adaptado una casa del siglo xiv a una aparente y muy conseguida galería moderna de arte. A él le entusiasmó Zóbel, y reconocía su estilo, por el gusto que le despertaba más que por leer el cartelón con su nombre. A mí me llamó la atención lo que encontré de Manolo Millares y de Saura. De ahí que nos parásemos a contemplar de éste último su Brigitte Bardot. Siendo honestos íbamos como guiris. Con la mochila, las cámaras, la chaqueta atada a la cintura. Un par de señores (señorones), ante nuestros comentarios sobre el cuadro, más diálogo en la expresión que opinión, quisieron formar parte. ‘¿Qué se supone que se ve ahí?’ irrumpió uno de ellos. ‘Brigitte Bardot se llama la obra’ contesté. ‘A mí me gusta ver a las mujeres con sus formas y ahí no se ve na, aquí hay guarrerías con cuatro brochazos’ sentenció. ‘Caballero, está usted en un museo de arte abstracto. No pretenderá que sea el Prado’ contextualicé sus expectativas. ‘Para pintores modernos yo me quito el sombrero ante Antonio López, ese sí que es un genio. Toda su obra me encanta. Aquí no se ve na ¿Me tengo que creer que eso es una mujer?’ insistió. ‘Permítame usted que le diga, con el debido respeto, que Antonio López es un cateto. Se dedica a pintar una fotografía en veinte años (refiriéndome al Retrato de la familia real. Velázquez pintó las Meninas en cinco y Goya la familia de Carlos IV en uno). Técnica tendrá, pero al arte no aporta nada’ aunque la comparación Saura-López no es la más correcta. ‘Pues yo me quito el sombrero. Al lado de esto, que son cuatro brochazos’ exhortó. ‘Entenderá usted que el que tiene el ojo educado a Murillo, no se lo tiene al arte abstracto’ y abandoné con una sonrisa la partida.

Aquellos señores, en su ignorancia y sin haber sido invitados a estar allí, iban atropellando con sus opiniones el espacio. Eran unos entendidos para ellos mismos que se resguardaban en frases de barra de bar para salir al paso entre los suyos. En cambio, me choca que alguien que desconozca obras y autores, como mi compañero, no tenga esa ponzoñosa intención de embarrar el trabajo de otros, sino de ilusionarse y admirar. A la salida compró una postal de la Brigitte Bardot de Saura. En aquel rato creo que hicimos escuela.



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La cárcel del estilo

8:55 Fran Ibáñez Gea 0 Comments




Asociamos lo temporal con lo sempiterno. Preferimos que haya una estabilidad perpetua de lo que ya conocemos. Cambiar de idea parece una infidelidad a los principios, o desarrollar y mutar a otro estilo es pérdida de identidad. La etapa azul de Picasso, para el que lo tenga en el concepto del Guernika, es difícil de prever. Los primeros años de Balthus nada tienen que ver con los de después. E incluso Dalí en sus inicios tenía más instinto de Julio Romero de Torres que del surrealismo. En el caso de Tápies, mejor estarse quietos. Y es así cómo nos casamos hasta la muerte con algo que para bien o para mal surge y se trabaja. El reconocimiento es un garrote vil que aprieta y más aprieta cuanto más uno se mueva. Como si los procesos evolutivos no tuvieran cabida en esta gesta de perdurar en el mismo punto eternamente. Si Federico García Lorca se hubiera quedado en sus primeros poemas, en las canciones gallegas y en las descripciones de paisajes, la única famosa casa de Alba sería un ducado. No damos crédito a que se bifurquen los caminos, a que se disparen las oportunidades. Todo centrado, todo quieto. La pala de un fosor prensa la tierra mullida de nuestros logros, para que no sigan su camino. El reconocimiento es estático.

Ahora que hay alas, ahora que se puede volar. Ahora, que la libertad escudriñada parece ser respetada, es cuando se hacen los caminos del andar. Ante la protesta no tan recóndita de los mismos perros que ladraron al Quijote cuando se lanzó a hacer paz en las Castillas. La laboriosa hazaña que supone enderezar un estilo, conseguir el aplauso ajeno y perfeccionar la técnica con la que uno por algún momento, y bajo alguna intuición, está convencido, tanto oro y tanta mirra, se vuelve un agujero de difícil salida. Sólo queda, como muchos hicieron, abandonarlo todo, olvidarse de uno mismo y seguir con la esperanza. La libertad y el cambio han sido asestados en constantes dagas por los impertérritos.

Allá en el Alcázar, si acaso en su imaginería brotara la imaginación y dejara al tieso del rey, luego pachón, y al jaquetón del conde-duque aparcados en el lienzo; si por un momento don Diego hubiera esquivado la realidad y buscara tocar en hueso su grandeza, por sí plena e incuestionable, lo habrían sentado a la postre de la Trinidad coronada que le brotaba el alma. El arte es un río digno de mitología, en cuyas aguas todos se reflejan. Si después de Italia, el asombro que llamó a Vulcano a parar la Fragua pudiera haberse sentido con algo distinto, con algo ajeno a todo esto, hasta los borrachos, consternados, habrían valido de testigos a ese cambio. El pintor sufrió, en su gallarda vagueza, la cárcel del estilo. De pactar, como en las Lanzas, una luz buscada por los siglos de los siglos, que la misma baña a las Meninas como a las hilanderas. En cambio, es la humanidad y humildad del sevillano el que con sus pinceles inspirados a bien inmortaliza a la corte y sus vasallos. Si hubiera ido más allá de la Venús. Si hubiera superado el trazado desde Caravaggio. Si hubiera apeado lo oficial de lo íntimo, a lo Goya en sus abstracciones y sus negruras, otro gallo cantaría. Salvador Dalí, ante la pregunta de qué salvaría del Museo del Prado si éste estuviera en llamas, respondió: Dalí se llevaría nada menos que el aire, y específicamente el aire contenido en las Meninas de Velázquez, que es el aire de mejor calidad que existe. Exactamente, un tiro al blanco sin mayor dilación ni titubeo. La palidez de la infanta Margarita, ni el búcaro ofrecido tan siquiera, serían provistos de alguna forma o color si no fuese por los ventanales entreabiertos que hacían un ademán sutil a la luz de la tarde reflectada en la plaza de Oriente. Hay frustración y pesadumbre en sus caras. Sólo ríen los irreverentes. Si en alguno viera su reflejo, sería en su Cristo, cuyas manos guardan la misma pose con la que se coge un pincel.


Todo aquel tiempo es responsable de los brochazos que diera Diego Rodríguez de Silva y Velázquez. El censurarlo y el moldearlo. El reducirlo. Alguien tan grande como él podría haber hecho mucho más de lo que en un lienzo cabe. Con la venia de Murillo o Valdés Leal, el barroco tendría su nombre. Aún así, fue cuna del futuro que le siguió, pues trajo la luz, y con ella la vida.

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