El yugo, las flechas y la memoria

19:45 Fran Ibáñez Gea 1 Comments


 

El ayuntamiento de Cádiz retiró una placa que había en la calle Isabel la católica, indicando ser la casa natal del poeta José María Pemán. Se sugería que fuera quitada dentro de las actuaciones por la memoria democrática en cuanto a la vinculación -evidente- que el escritor tuvo con el régimen de Franco. Pemán, que lo único útil que hizo en su vida fue piropear a Lola Flores diciéndole aquello de "torbellino de colores" hoy está en entredicho. También recibió, junto a familiares y autoridades, los restos mortales que venían de Argentina de Manuel de Falla. A lo cual tampoco sé cómo el compositor le sabría aquel flaco favor. En un pronto en el que Pemán se propuso "franquificar" a Falla, manquepierda. El caso es que fueron a parar a la cripta de la catedral, en el día conocido como el que todo Cádiz salió a despedirlo. Por lo demás, nada que añadir. Dentro de las plumas que comulgaban con el régimen había otros más notables como Eduardo Marquina, Juan Ignacio Luca de Tena, López Rubio o el propio Enrique Jardiel Poncela. Es decir, hubo literatos afines a los que los nuevos tiempos no le fueron tempestuosos. 

Y por razones obvias no corrieron la misma suerte que otros más sublimes escritores a los que el franquismo asestó un golpe mortal: el fusilamiento de García Lorca, la muerte en el penal de Miguel Hernández, el acuartelamiento domiciliario de Unamuno o el exilio en la más vil miseria de Antonio Machado. En cualquier caso, y valor literario aparte, la placa estaba colocada porque allí nació. No porque fuera un cabroncete llamando a la aniquilación y exterminio de quien se opusiera al golpe de Estado. Al fin y al cabo ¿Qué palabras gruesas no iban a caber en aquel momento de la trifulca? Eso sí, ante aquella vocalía, Queipo de Llano era un petisuí. Pero la guerra era un sálvase quien pueda, y desangrar, arruinar, arrancar, humillar y atemorizar no se hacía con polvos de talco. Se envalentonó. Se puso malo de los nervios. Volvemos a que la placa se puso porque nació allí. Y por ser (un mal logrado) escritor. Escritorcillo.(*)

Uno de los más honrosos logros que puede marcarse la democracia es precisamente la ley de "Memoria democrática". Esto es, un pulimiento de todos aquellos elementos que hayan quedado como un poso residual en la vía pública y que lejos de engalanar o ennoblecer, vulnera la decencia y dignidad, enquistándose a ciertos pensamientos y sentimientos muy contrarios a los valores democráticos. Lo que las espinacas fueron a Popeye, la ley de Memoria democrática es a la propia democracia. Pues como herramienta, articula y legitima el poder barrer del confín todo aquel debate que se escuda en la libertad de expresión y no deja de perdurar como un fantasma angosto y maltrecho. Todo tiene su tiempo y este tiempo ya tiene bastante con lo suyo. 

Hay quien se pregunta por la utilidad de esta cruzada contra el pasado. Claro está, el franquismo no dejó los deberes hechos. Para el año de 1976, la mitad de las plazas de este país seguían llamándose Generalísimo Franco. Y las calles principales, Jose Antonio Primo de Rivera. Al igual que su nombre quedaba reflejado en las fachadas de las catedrales de España. También en la estación de metro de Gran Vía (antigua Jose Antonio) o en la de Príncipe de Vergara (ex General Mola). Los hospitales llevaban nombres de falangistas: sin ir más lejos, Ruiz de Alda (el actual hospital Virgen de las Nieves de Granada) no fue precisamente compañero de pupitre de Ramón y Cajal o Gregorio Marañón. Y así con una marabunta de placas plantadas durante cuarenta años para gloria del régimen franquista. 

La Plaza de los Corregidores de Guadix hacia 1911 - Plaza de Onésimo Redondo en la década de 1960

En Guadix, la Plaza de los Corregidores fue destrozada durante la guerra civil. No quedó piedra sobre piedra. El recinto sufrió una suerte de Guernika. Era llamada así por el famoso balcón de los Corregidores de la época de Felipe III. Cuatrocientos años en su haber. Cuando regiones devastadas mete mano, una década de escombros mediante, decide actualizarla a la arquitectura del régimen: acuartelarla en arcos chatos y trasladar una imitación de la archifamosa balconada al otro frente de su ubicación. Entonces llamaron a la Plaza de Onésimo Redondo, que era de Valladolid y naturalmente fundador de un brazo de las JONS. Por Guadix nunca pasó, que se recuerde. Como guinda incluyeron en el lugar donde debió ponerse la soberbia y majestuosa balconada, por seguir el volunto de la costumbre, un escudo de Franco. Llegamos a la democracia y con la Constitución firmada se le puso dicho nombre, salvo que siempre se le ha llamado de las Palomas. Porque donde hay bares hay palomas. Personalmente fui uno de los que se levantó por la causa, frente a la opinión popular de "ha estado toda la vida ahí, mejor dejarlo" o "eso es parte de la historia, no la podemos cambiar". Mi intención, humilde ante todo, era que se retirara el susodicho escudo y se pudiera exhibir en un museo municipal como señal intrínseca de esa historia inamovible, pero desplazable. Cuando fermentó la masa, pareció que se pusieron de acuerdo en quitarlo. El operario municipal pensando que lo bueno si breve dos veces bueno, asestó machetazo limpio contra el pollo e hizo piscos la heráldica pretérita. En el desvestido lugar pusieron un reloj, que a veces va bien. Ese fue el último elemento que nos quedaba por "descoleccionar". 

Ahora bien, recientemente estaba el consistorio accitano huroneando el cómo poder crear una bandera que le faltaba a la milenaria ciudad. Asesorados por técnicos e ilustrados, se acuerda que la bandera ha de dividirse en dos partes iguales: la derecha un paño blanco y la izquierda un paño burdeos con un escudo de las insignias de los reyes católicos, el yugo y las flechas, recogidos por una corona de laurel de "y tiro porque me toca". Evidentemente, cuando Ysabel y Fernando llegan a Guadix, en los avatares de la reconquista, le dan el título de fuero y ceden sus símbolos a la ciudad. Así sigue en sucesivos escudos de todos los siglos recolectados hasta el convulso XX. Nuestro paisano Juan Aparicio López, que como todos los provincianos quiere que su pueblo esté por encima de los demás, fue el que llevó la idea del yugo y las flechas (que estaba hasta la saciedad de ver en Guadix) a la Falange Española, que los adoptó enseguida, al igual que hizo Franco. 

La nueva bandera de Guadix 

El debate se siembra cuando el ayuntamiento ha hecho una bandera (ante una opaca participación ciudadana) con unos símbolos que pertenecían a los Reyes Católicos, que nos los regalaron -Santa Rita Rita, lo que se da no se quita, y no estaban para derrochar originalidad pudiendo reciclar la vetusta heráldica- y que a posteriori se adueñó Franco, que pasaba por allí e hizo el mejor marketing del yugo y las flechas en toda la historia, con pollito de sanjuanito incluido. Es buena señal de que las alarmas se activen a las más mínima cuando se generan este tipo de insinuaciones, que pocas veces están tan notariadas y justificadas. La Memoria Democrática debe ser altamente rigurosa, no pedalear entre partidos. Tajante y bien informada. Porque su única función es preservar y fomentar la igualdad, la fraternidad y la libertad. El respeto y la tolerancia, como pilares fundacionales de nuestra cultura, o por lo menos de esta sociedad que vivimos. 

Nada ha sido en vano. Se han cambiado nombres a las calles, retirado estatuas y galones, desinfectado la vía pública de fascismo, y sin embargo lo más importante y decisivo que ha podido apoyar esta ley ha sido el arduo trabajo por vaciar las cunetas de muertos y hacer que las fosas de los fusilados dejen de ser anónimas. Mientras haya fundaciones que enaltezcan la figura de dictadores, partidos que degraden a los españoles por su condición en diversidad o personas que idolatren públicamente a nazis y fascistas, queda todavía un camino tedioso por esclarecer. Porque la memoria se acompaña de la conciencia, y ser conscientes de quienes somos nos hará aprender quiénes fuimos. 




(*) José María Pemán fue un distinguido personaje de la derecha. Su producción literaria tenía mucho que ver con esta condición, ya que el régimen abalsamó y procuró sus publicaciones. En otro contexto difícilmente hubiera tenido la producción que hoy le consta. Mientras que a Jacinto Benavente (a pesar de ser premio nobel de literatura) la censura le borró el nombre en sus estrenos e incluso de García Lorca no se pudo publicar hasta una vez muerto los Sonetos del Amor Oscuro, a otros relamidos como Pemán la suerte sopló a su favor. Quizás Pemán haya sido quien fue por haber vivido bien el franquismo, sin embargo ya despuntaba tibiamente antes de que el golpe de Estado de 1936 se diera. 

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Pongamos por caso: el certamen de cante jondo

21:51 Fran Ibáñez Gea 0 Comments


 La reina Victoria puso en su testamento que el día de su funeral quería que hubiera más blanco que negro. Ese día nevó. Una bonita casualidad que podría quedarse ahí, sin pensar que las probabilidades de que pasara un 22 de enero en Londres eran abundantes. Cuando explico la guerra civil española, empiezo preguntando ¿Qué hacéis vosotros un 18 de julio?: "Pues en la playa; sin clase." Efectivamente, así fue. Acababan de ser los Sanfermines y la sociedad más pudiente se había asentado en el destino de veraneo. Esto no lo digo yo, lo dijo en una entrevista Aline Griffith, condesa viuda de Romanones y espía estadounidense. El inconveniente de tanta cercanía es que cuando les vuelvo a preguntar sobre cómo empezó la guerra civil me contestan: "Pues estaban de vacaciones..." naturalmente. Saber que la salida de Alfonso XIII tras la proclamación de la II República se negoció en el domicilio de Gregorio Marañón o que Evita Perón ridiculizó y ninguneó a Franco durante la agasajada visita pueden ser datos fuera de expediente, que sin embargo dan color y volumen, incluso olor y proximidad, esquivando las columnas de años que nos distancian. 

Cuanto más pasa el tiempo, más se codifica la historia, y como en un destilador maltrecho se condensan unas gotas turbias de un mar repleto de variopintas percepciones. Eso es lo que llega. El sigilo de algunos escuetos hechos, más leales que fiables, o no, enmarcados con alfileres entre anuarios. Continuamente cae el repique de la revisión. Maltratamos el pasado esbozándolo en un simplón renglón bajo la luz de la moral. Y es que para entender hay que aprender a mirar, como el que se sienta en la última grada de un anfiteatro, y pasar revista a la literatura, al arte y a las crónicas del día que queramos. Los detalles son cosa imprescindible. Los detalles son precisamente los grandes ocultos y olvidados. No entrar en detalles es como ponerse una camisa a ciegas sin saber la talla ni la botonadura: un despojo. 

Para entrar en materia dispondremos de uno de los eventos sociales más importantes del siglo pasado en España. Pongamos por caso: Granada en 1922. Hace cien años, casi. Por estas fechas el Centro Literario, Artístico y Científico estaba confeccionando los remiendos para que fuera posible hacer en la ciudad un acopio de los más grandes flamencos. Un derroche sin precedente que viera la luz para las fiestas del Corpus Christi en el patio de los Aljibes de la Alhambra. Manuel de Falla capitaneó la empresa. Federico García Lorca, su mano derecha. Una carta fue mandada al ayuntamiento para cubrir gastos, firmada por lo más granado de la música, pintura y literatura. Cuando al nombre del Primer Concurso de Cante Jondo de Granada tomó cuerpo se echaron las amarras. Manuel Torre y D. Antonio Chacón, veteranos del ámbito, perfilaron la lista de invitados. No hubo quien quisiera perderse semejante nacimiento. 

Los días para el certamen estaban previstos para el 13 y 14 de junio. No cabía un alfiler. Los telones de Ignacio Zuloaga abrazaban los cantes y toques. Presentes Joaquín Turina, Edgar Neville, los duques de Alba, Ramón Pérez de Ayala, Santiago Rusiñol... se le ocurrió a Ramón Gómez de la Serna dar una conferencia interminable, por la guasa de los aplausos de los asistentes que no lo dejaban continuar (comentaría Isabel García Lorca). De allí salió encumbrado Manolito Caracol, con doce años. Se escuchó a Tomás Pavón, Pepe Cepero y a la espectacular Niña de los Peines. Esta es la versión oficial. 

El valenciano Federico García Sanchís que también estuvo allí, comentaba en un artículo en Nuevo Mundo de 23 junio: "la lluvia, descargando de pronto sobre la fiesta, obligó a la multitud a dispersarse, con que la inacabable fila de coches que aguardaban se desgranó, y de ahí  el resonar de las bocinas como trompas de caza. Y de este modo acababa el famosísimo Concurso". Apostillaba que para mayor inri, ese 13 era martes, seguramente para encanto de Lorca, donde además alumbraba la luna llena al son del embrujo prescrito, que a la estampida como autos-locos cuesta abajo de Gomérez, quedó el arrullo de las fuentes y brisa de junio que despierta el bosque de la Alhambra. Para impresión de Sanchís, añade que no quitó aquel espectáculo de ser algo así como una representación de faraones en teatrito cuando vienen turistas al Palace. "Semeja el cante jondo a un asilo de ancianos desvalidos y de huérfanos", por aquello de que titanes del arte y los volantes alternaban con caras frescas como la del propio Caracol o un jovencísimo Miguelito de Molina, que despuntaría años después con coplas a la altura de la Bien Pagá, Triniá u Ojos Verdes. 



"Enorme el éxito de taquilla. Ni una localidad desocupada. Y era un público disciplinado y culto, y en el que dominaban las mujeres, muchas vistiendo trajes de 1830, y otras con pañolones antiguos, y todas con esa gallardía que es el privilegio de las granadinas." Sentenciaba el corresponsal, quien tuvo el privilegio de poder contar en primera persona la apoteosis que sembró la flamencura más exquisita de España. Es de esta forma, incluyendo perspectivas, la forma fiel de imbuirnos en un episodio pasado. Descodificar, sin pretensión ni prejuicio. Abordar contextos y pensar que dos años antes a este hito, Manuel de Falla había estrenado en París Noches en los Jardines de España, tras ver la luz en Londres su Sombrero de Tres Picos; o un Lorca aún en la Residencia de Estudiantes (quedaba por fraguarse la generación del 27) que había compuesto en su haber por entonces El Maleficio de la Mariposa (1920) o los Poemas del Cante Jondo (1921). 

Creemos que la historia es una losa fría y abandonada. Una sepultura donde conversan los muertos y además, un extenso apartado donde yace todo aquello que nos hizo posible. 

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