Apropiación cultural

11:45 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



Las millones de personas que conforman y han conformado este mundo no se han segregado entre fronteras. Los países no pueden poner límites a quien tiene pies. Hay algo superior a la nación, que a su vez es una justificación de esa nacionalidad. La cultura es la madre de la hermandad. Es un legado plástico e inmaterial que reconoce a un grupo por su riqueza, por su diferencia, por su visión del mundo que les rodea. Por un todo compartido que genera un producto. Distintas culturas pueden cohabitar en la misma ciudad. En el mismo barrio de hecho. Y ninguna tiene potestad para sobreponerse a las otras. Todas tienen la misma dignidad. 

En cambio la historia ha demostrado que el ser humano olvidó durante siglos el principio de igualdad en su especie. Hubo jerarquías. Hubo opresores y oprimidos. Existió para vanagloria de unos, el vilipendio de otros. Aun así las culturas siguieron existiendo y manteniéndose, acompañando a sus creadores al estrato social al que se les encasillara. Porque la cultura es hacedora, ella inspira a sus miembros. Es la esencia común de un colectivo que se ha refugiado en su identidad. Durante décadas, los afroamericanos esclavizados desarrollaron técnicas de supervivencia que engalanaron. La cultura los protegió del infierno que vivían. Sacralizaron su salvación. Alisaban su pelo para evitar el estigma. El patchwork es suyo: en todo Estados Unidos había una ruta de las colchas en las que los refugiados escapados del sur eran indicados por los dibujos de las colchas, según las poblaciones a las que llegaban, por el camino más conveniente para llegar hasta Canadá y poder ser libres. La confección de colchas con diseños que señalizaban discretamente las condiciones de la zona es sin duda uno de los legados culturales afroamericanos más extendido y más ignorado. El blues es negro. El AAVE (AfroAmerican Vernacular English) es otra respuesta a ser arrancados por generaciones de su África natal. Abandonados de sus raíces tuvieron que crear una nueva identidad que dio fruto a la sociedad afroamericana. Los rasgos occidentales que tomaron no fue por adopción sino por imposición. 


Otra población marginada, la gitana, desarrolló en España una cultura riquísima de gran magnitud y repercusión, habiendo aportado con su música y carisma rasgos a la imagen cultural del país. Nada tiene que ver la cultura vasca, catalana o gallega con la gitana. Sí la andaluza, que ha convivido estrechamente con ella. La población gitana fue perseguida y abocada a un estrato social inferior al de los demás. Pensaban que los dejaban fuera del progreso, pero ellos no están más atrasados que el resto. No es hasta la democracia, a finales de los años setenta, cuando existe un aperturismo fraternal entre todos los colectivos, porque nace un sentimiento de unidad para disfrutar de un proyecto común nuevo. El flamenco en la España de la posguerra era un género popular pero sin lustre. Es Paco de Lucía, que en la más alta gloria esté, el primero que sube al Teatro Real su música. Es en el nombre de Camarón la cátedra que Jerez de la Frontera abre al flamenco. El tiempo ha curado heridas y ha convertido el género en algo ilustre. Lo ha academizado. Ha dejado de ser un flamenco de cuarto a un arte patrimonio inmaterial de la humanidad. Sin duda el buque insignia del gitanerío. Ante eso, no quita valor la marginalidad que sufren, tachados de trapaceros e incluso delincuentes. Con una cultura y una liturgia propia, los gitanos, con un orgullo barroco hermetizan sus ritos y sus leyes. 

Rosalía, una cantante millenial española (catalana y paya) fue tachada de apropiación cultural por su single Malamente. En él expone el habla andaluza y acoge rasgos del folclore español. Bajo este tema no es aconsejable ser chovinista. Apropiarse culturalmente o ser tachado de apropiación cultural de algo debe tener un sentido irrespetuoso, un ultraje a una identidad. Si en cambio, se es cuidadoso el trato que se haga con una cultura a la que no se pertenece, sino que se aporta y luce, tachar de apropiación no tiene sentido. A mí no me importa que en China coman tortilla de patatas con palillos. No me ofende. Como tampoco es ofensa que alguien que respete y quiera mi cultura haga uso de ella. Los puristas de la cultura son claros enemigos de la globalización. Rosalía, ha buscado en la canción popular su inspiración y la ha llevado con su amarga dulzura a su terreno (La hija de Juan Simón, Que nadie vaya a llorar, Aunque es de noche) Ni la pluma es potestad del homosexual ni el violonchelo es un instrumento de propiedad occidental. Hoy día se puede comparar a Rostropovich y a Du Pré con Yo-Yo Ma (quien en realidad es franco-estadounidense) No me importa que haya escuelas de flamenco en Japón. No me extrañaría que hubiese profesores de origen oriental en nuestros conservatorios enseñando a Enrique Morente, a Moraito Chico o a La Paquera de Jerez.

Sí es cierto que el que busca la autenticidad de esa cultura viaja al origen. Un tailandés en Malasaña tiene, aunque el reclamo sea exótico, probablemente una carta gastronómica occidentalizada. El té que sea de las Indias y el café de Colombia. Habrá muchos acentos en la Commonwealth pero todos estudian el del mismo Londres. Existirán muchos chocolates pero ninguno como el belga, al igual que muchos relojes, pero si viene de Suiza mejor. Habrá una imagen de la Macarena en Miami, República Dominicana o Filipinas, pero ninguna como la de San Gil en Sevilla. ¿Cómo va a ser lo mismo entender a Cervantes sin haber pasado por la extensa y ancha Castilla, o a Lorca sin haber pisado antes Granada? Y ya si es en otro idioma que no sea el español apaga y vámonos. Es el valor que pierde la copia del original. Quien no conoce a Dios a cualquier santo le reza.

¿Qué es apropiación cultural? Mis abuelos no celebraban Halloween ni pensaban en San Patricio. Está claro que un grupo social que no ha sido estigmatizado ni repudiado, como la sociedad blanca americana, ve el contagio cultural como una conquista celebrada. Actitud muy lejana de aquellos que tienen hacia su identidad propia un sentido de protección, de conservación y de reafirmación. Además una alta sensibilidad con este tema, recelosos con razón de regentar el regalo que su pueblo les ha legado: su identidad.  Alguien que ha sido señalado por el resto como vago, perezoso, analfabeto o cateto como ha sido la gente andaluza por su habla y sus costumbres, es legítimo, cansados de tanta burla, que pongan el grito en el cielo cuando alguien ajeno lo imita sin serlo. Bien es cierto, que si esta aduana fuese severa no tendríamos a Miguel Poveda (catalán y payo también) como uno de los garantes del flamenco en España. 




Fran Ibáñez Gea


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Puta

10:04 Fran Ibáñez Gea 0 Comments





Que la administración Sánchez consulte y pida consejo a la RAE para que se haga una revisión en el texto constitucional con la intención de actualizarlo a un lenguaje inclusivo es una gesta perdida por párvula inocencia. La Real Academia de la Lengua Española es una institución que ha tenido una alta e intacta honorabilidad, aunque los tiempos presentes no le traigan ninguna ventaja. Es su hermetismo, aun siendo notaria del lenguaje popular, el que la encierra y aísla de la realidad, de las necesidades y reivindicaciones que la calle exige.

Con el pueblo gitano no se ha molestado en revisar las acepciones arcaicas que son testimonio del vilipendio alimentando el racismo y los viejos prejuicios padecidos. Por su parte, otro revuelo causó cuando introdujo en sus páginas las acepciones de almóndiga y toballa, con un fin didáctico que no llegó a ser bien entendido. Pero eso son pelillos a la mar si con alguien tiene cuentas pendientes. El lenguaje se ha cebado con las mujeres porque la sociedad así ha permitido y querido. Haberle negado la entrada a Gertrudis Gómez de Avellaneda, a María Moliner o a Emilia Pardo Bazán ya deja a la Real Academia en mal lugar. En peor sitio si desde 2017, de cuarenta y cinco miembros sólo ocho son mujeres. Y una daga ahonda bajo su consentimiento velando porque así siga siendo que el lenguaje continúe denigrando y dando carrete al machismo en cualesquiera que sean las formas en las que se manifieste ese mal a extirpar.

La lengua es una pistola que en malas manos puede causar una catástrofe. La lengua no es inocente, porque la comunidad que la ha ido elaborando ha ido inculcando también en ella sus miedos, sus rechazos, sus formas de actuar y su manera de jerarquizar la sociedad. Han verbalizado sus temores. Es conducta por costumbre encasillar y situar dentro de un contexto cerrado todo lo que nos rodea, para que no quepa nada ajeno a nuestro entendimiento. De ahí nacen frases como 'O todos moros o todos cristianos' que explican el principio de igualdad entre la comunidad. ‘O follamos todos o la puta al río’. Es un ‘Fuentevejuna, todos a una’ más práctico: o todos somos iguales o todos somos iguales de desgraciados, pero no habrá unos mejores que otros, y en todo caso todos peores. La frase referida es interesante por la aparición de la palabra puta, palabra que designa de buena manera el trato que la mujer ha recibido a lo largo de la historia.

Del griego, butza, venía a significar ‘divertida y virtuosa’. Cuando llegó a Roma ya se denigró su significado, derivando el verbo latinizado puto, putare, putatvi, putatum en la palabra putta o putto, como muchacha o muchacho, como así lo cita Virgilio (me perdiit iste putus. Me ha perdido este muchacho), con un ligero sentido sexualizado. De la misma manera los putti, en arte, venían a nombrar a los angelitos que fluían en un cuadro con cierta tendencia erótica o que enmarcan el amor divino a una escena religiosa. Hay que llegar al siglo XVII cuando Covarrubias ya relaciona puta con putida, podrida. Habiendo seguido el camino negativo de mujer virtuosa o divertida, a mujer pobre y podrida que se presta al sexo por dinero. Un recorrido que no es ajeno a la realidad, pues si en la Grecia Clásica la mujer tenía un estatus social ajeno a sellos religiosos y a jerarquías cerradas, es al cruce de la edad media, cuando el mercantilismo y el capitalismo se han asentado, junto con la moral religiosa de patriarcado la situación llega a unos términos de sometimiento incomparables. Puta es una palabra con una fuerza y atracción fonética que si no tuviera el significado que los hombres le han dado sería una de las más destacadas de la época de Lope de Vega.

Con todo ello, se estaba gestando hasta dar a luz un lugar en el que despreciar a las mujeres que no se sometieran a las reglas impuestas. Las que no eran putas eran brujas. Así cayó Hipatia de Alejandría, Cleopatra, la Reina de Saba o la mismísima María Magdalena, considerada una de los apóstoles de Jesús durante los primeros años del cristianismo a prostituta por el papa Gregorio Magno. Cualquier mujer que pudiera ostentar algún tipo de poder o levantara celo entre los jerarcas era tachada con esta palabra. Hoy día precisamente es un insulto ágil, vuela con facilidad hacia cualquiera por inocuo que sea el motivo. 

No sirve que Arturo Pérez Reverte enarbole ninguna bandera de la indignidad a favor del machismo. Ni haga galantería de regente de unas normas que estorban. Dándose golpes de pecho y hablando de honores por mover una coma. El género neutro no ataca a ninguna gramática. No merece cruzadas desde viejos pupitres ¿A qué ofende? ¿al genitivo, al dativo o al vocativo, que ya ni existen? La lengua se hace y se deshace. La lengua se cuida o se descuida ¿Dónde está el llanto a portavoza, a miembra? ¿Dónde está la pena, la osadía, la tragedia?  La lengua es nuestro retrato como civilización. Ahí está, testigo de nuestros desmadres y excesos. Habrá que esperar a que al igual que San Pablo, se caigan del caballo para salir del error. Por eso y por tanto, no esperen de la RAE más que senectud. Pues a la vista está que vigilan y conservan lo que les interesa.



Fran Ibáñez Gea 

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España espanta

18:34 Fran Ibáñez Gea 1 Comments




España es un país que no se descalza ante sus males. Otto von Bismark, el canciller que unificó Alemania, afirmó que somos un país al que temerle, en el momento que dejemos de pelearnos entre nosotros mismos. Nuestra historia la componen volúmenes mastodónticos en el que cada efeméride la cosen largos capítulos quijotescos. Pero parece que a los españoles España espanta. Es una daga frustrada que araña en el desconsuelo y confirma lo que Ana Belén cantaba: camisa blanca de mi esperanza, a veces madre, siempre madrastra. Identificamos el rechazo con la sabiduría, como si el que contraría al resto tiene siempre razón sine quanon de ser más distinguido en la verdad. Al final todos han terminado por rechazarlo todo pensando que iban a ser más listos que ninguno, y en cambio son tan tontos como nadie. De esto probablemente tengan culpa los del noventayocho, que tocaron las campanas para dar cuenta de que el barco se hundía mientras todos bailaban. Tildó con acierto Valle Inclán aquello del esperpento. Y a raíz nadie quiso que le pillase desprevenido. Todos se convirtieron en catedráticos del critiqueo, o cuñadismo, que lo llamaríamos hoy día. 


El siglo XX es una viva imagen de toda la vida de nuestro país. En él hay reinados de viejo abolengo, de los de pompa palatina y trompetín; hay derrocamiento de líderes, pronunciamientos, una corona vacante, enfrentamientos fratricidas, invasiones, holocausto, cambios políticos y sociales, territorios coloniales, antiguo régimen, comunistas, toque de queda, misa de doce, disparos en el techo del congreso, Freddie Mercury en Barcelona y Rocío Jurado en Sevilla, la bandera arcoíris en las calles. Los grises detrás. Carrillo y Fraga juntos. Y todo ello mientras Jordi Hurtado presentaba Saber y Ganar y Jesús Quintero entrevistaba a Lola Flores en el Loco de la Colina. Esa es, ni más ni menos, que la España del siglo XX. Del Por la Gracia de Dios al No Pasarán y al Una, Grande y Libre. Del Sin Ira Libertad al No a la Guerra y al Welcome Refugees y Hermana yo sí te creo. El balance ha sido positivo. En el pueblo español siempre ha habido una luz que ha despertado la cordura.


La cinematografía hispana es algo que se rechaza con crudeza. Ver la realidad representada resulta una broma pesada. Marisa Paredes se apenaba por cómo los españoles responden ante la cartelera española: ¿Una película española? ¡Qué horror! ¡Ni verla! Bien es cierto que durante el siglo pasado el cine gozó de gran popularidad debido a la presencia de fantásticos directores como Buñuel, García Berlanga, Amenábar, Bayona, Trueba, Sáenz de Heredia o Almodóvar entre muchos otros. A lo que se sumó el protagonismo de icónicas figuras que no podían faltar como Sara Montiel, Concha Velasco, Carmen Sevilla, Paco Rabal, José Luís López Vázquez, Fernando Fernán Gómez, Pajares y Esteso, Gracita Morales, Paco Martínez Soria o Alfredo Landa. Una lista interminable de figuras y caras entrañablemente conocidas que daban color a una España triste y gris. Una generación de artistas relevados por jóvenes transgresores. 

Pepi Lucy Bom y otras chicas del montón es una de las cinematografías más destacadas dentro de la movida en la que se trata todo tipo de temas, hasta entonces considerados tabú o underground, y se ponen en primera fila (desde luego la lluvia dorada de una Alaska adolescente hacia Carmen Maura no estaba hecha pero sí pensada para todos los públicos). Las chicas Almodóvar no son actrices cualquiera. Convierten la actuación en un arte plástico más rompedor con la estética de la posguerra. Aun así Almodóvar para el público puritano que había quedado conforme con el régimen, sus películas eran una guarrería, como era todo aquello que se saliese del tiesto. Otra España que espanta. Drogas, sida y libertad sexual resultó un cóctel molotov contra el público 'de orden y de bien' que se guarecía en tradicionalismos, y sirvió para hilvanar barricadas entre los que se sumaban a los nuevos tiempos y los que conservaban los resquicios de lo que quedaba. Presumir el progreso no era un asunto de fácil buen ver. Hoy día Pedro Almodóvar o Alejandro Almenábar son directores de culto con una trayectoria y una estatuilla dorada que los avala. 

Todo esto más la sátira de Torrente mal entendida hizo perder parroquianos que no se identificaban con un cine que habían conocido de la mano de Antonio Molina, Juanita Reina o Pepe Sacristán. Imagen que se renovaría con comedias que tiraban de estereotipos peninsulares como reclamo en su cartelera. Algo bastante masticado que sorprendentemente parece no haber perdido sabor. Fernando Trueba, en la continuación del exitazo La niña de tus ojos se le ocurrió decir que no se sentía español ni por un momento y el público le hizo boicot, declarándole el vacío en las salas. Una actitud muy familiar como infantil. Un amor propio párvulo: en esta relación de amor-odio España se mete con España y nadie más. 



A pesar de todo, es la bandera de España y todo lo que la viste lo que crea crispación en la opinión pública. El mal matrimonio que mucha gente ha creado entre los símbolos patrios y el ala conservadora del parlamento no es una casualidad. De la calle Génova cuelga una larga bandera nacional que hace telón a las siglas del Partido Popular. Se ha vuelto una incondicional decoración en todos sus mítines. Se han apropiado del sentimiento español. Es un casamiento bajo ningún consentimiento. Todos hemos tenido malas juntas alguna vez. Encasillan la verdad de este país en una tauromaquia de garrafón, en pulseritas en una mano que sujete un fino de Jerez en feria y en salir de misa un domingo mientras se hacen los suecos cuando hay gente pidiendo limosna a sus pies. Y es que en el momento que alguien dice 'esto con Franco no pasaba' o 'si Franco levantara la cabeza' se retratan como tales: fachas nostálgicos. 

Muchos no conocieron ni vivieron la dictadura. Tampoco se creen el mito que la izquierda, hija de la república (en una bruma el barco velero cargado de sueños que cruza la bahía), creó una vez muerto el perro. Avivaron la rabia. Aquella contracultura no fue más que una deuda que resolver desde el final de la guerra. La distorsión que se infundió devolvió la moral hispana a unos niveles de antiguo régimen. El pensamiento crítico se dinamitó. La dictadura se ocupó de ser un padre severo que culpó de sus males a los hijos rebeldes y amamantó hasta la inutilidad a los hijos mansos. La soberanía de cuarteles y sacristías insultaba a los que salieron el 14 de abril a la puerta del Sol a ondear la tricolor, a pedir pan y libertad.

La Transición, uno de los hitos de antier, es revisada hoy con escepticismo y severa crítica. ¡Ínfulas Sancho! que diría el hidalgo. Con el 23F se especula. Lo hace la España que ahora espanta, que ahora asusta. Este país se ha convertido en una obra de arte moderna. Causa sensaciones pero pocos la entienden. Quien no se la explica replica lo que digan otros. Pero la majestad de sus pinceladas son imborrables. Son de acero. Cataluña vuelve a sacar del baúl las fronteras. A España precisamente, que tenía ciudadanos desde Manila a Buenos Aires ¿Habrá algo más internacional que el español y su gente? ¿Habrá algo más plural, que lo mismo está la Alhambra que una catedral? España espanta.

A España nadie la odia. No se engañen ¿Quién anhela su pobreza, los que piden trabajar o los que quieren seguir malviviendo? No hay más ciego que el que no quiere ver. Pero España no encuentra más que fuerza en su flaqueza. Es una completa inspiración que tiene embobada a su gente. Anestesiada de sus dolores, de sus quejidos. Si el español no se alza es porque está dormido en el Edén de Andalucía. Porque tiene donde remendar sus males. Toda España es arte. No hay lugar donde no esté presente. Ante eso no cabe duda, nadie se extraña. Ahí España no espanta. Menos mal. El mediterráneo es una fragua donde forjar descanso. Por donde escurrir rencores y abrir ventanas. No hace faltan las complicaciones. Nuestros mayores de hoy recuerdan la tristeza en una España feliz, en la que los niños llevaban en la mano una onza de chocolate metida en pan. Donde la guardia civil se avistaba en la bodega y el seat seiscientos podía llevar el doble de pasajeros. En la televisión había una cadena que emitía hasta las nueve. Se fumaba en los hospitales. Siempre ganaba el Real Madrid ¿Qué más hacía falta? ¿Para qué se quería más? Ese fue el gran problema. No darse cuenta del pozo en el que habían caído y ser capaces de seguir sonriendo. Qué linda ingenuidad. La vida seguía, como si no fuera con ellos. Muchos pobres habían sido siempre, daba igual quién les pusiera ahora el collar. Así les sorprendió la democracia ¿votar? qué más da. De España espanta la cárcel que llevan. Buen notario fue Federico (García Lorca), que retrató en melodía el drama que emanaba, y aún no ha habido aire suficiente que se lleve aquel tiempo que hoy todavía nos aguarda.

Camufló el machismo en una autoridad inmaterial, en la jaula mencionada. Todos eran presos. Bernarda Alba, Doña Rosita, el Novio y la Novia, Yerma. Un destino bajo el yugo del qué dirán. De una moral ronca y despiadada que destroza, degüella y aniquila al que no pasa por el confesionario. España espanta. Hicieron de Dios un tirano. Convirtieron los templos en aquelarres. Se apoderaron de la fe. Trapichearon con la santa cruz. Ni a Cristo dejaron tranquilo. Pretenderán que hoy las iglesias se llenen de creyentes ¡Si espantaron a todos! Ya sólo pueblan con graves lagunas beatas parroquianas. Van por dura costumbre con traje de domingo a la misa de doce. Acuden a su cita con el altar para encontrarse con sus amigas. Para luego charlar, un motivo para evadirse de su abandono. Enristran sus collares y las faldas de modista. Ellas custodian y regentan la vieja España.


¿España espanta? Para nada. Mi España salió a las calles el 8 de marzo para reivindicar que éste era un país feminista. Que no quieren ni una manada más suelta. Salió a celebrar con orgullo la diversidad sexual. Tiene una cultura inabarcable que suma tesoros a la lista de Patrimonio de la Humanidad. Mi España tiene un corazón fuerte, comprometido. Le duelen las muertes en el mediterráneo. Llora cuando sus hijos se marchan. Acampó en la Puerta del Sol para solucionar la crisis. Su solidaridad, su valentía, su tenacidad. A España hay que levantarla sin complejos, y no con un ¡arriba! sino con un profundo ¡viva! que es lo que sabe hacer, vivir, a pesar de sus pesares. 


Fran Ibáñez Gea

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