Los Aullidos

23:08 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

   

 
Al infinito recuerdo y admiración de Verónica Forqué, q.e.g.e.


    No es fácil. Nos acorralan tiempos de aires mustios. Vagan lívidas las tormentas que ante el sigilo de la inadvertencia estallan centellas. No es fácil, repito, el asumir una batalla contra algo que se ha filtrado en nosotros y supura; de un escozor que avanza hasta la raíz del alma para convertirla en penumbra. Habitamos un mundo contaminado que ha picado nuestra mente, quebrándola y retando la balanza de paz que nos compensa. Ansiedad, depresión, angustia. Un riel de hostiles que nos perturban. Que pensamos ajenos y exóticos, pero que moran cerca. Nos hemos aislado de sentir. Hemos advertido una carga pesada y silenciosa; una flecha atravesada en el costado que nos atraganta los suspiros. 

    Una de las damas de nuestras tablas, cosecha de laureles sus sienes porta, ha decidido despegar de este mundo hostil, enjuto y chulesco para efervescer a otra dimensión más amable. Arropada por estrellas. Se acabaron los aullidos, los llantos y los temores. Se disiparon los crujidos, exabruptos y litigios. Qué rostro vieras aquella mañana en el espejo para no reconocerte, para no amarte y preferir huir del garfio que te acongojaba y malhería. Usar una puerta sin retorno, en el que privar tu coqueta y tierna sonrisa a estos toscos hostiles que te envistieron. Has recibido mucho, querida Verónica. Luz cristalina. En estos últimos meses tus peripecias y aleteos no conseguían despertarnos la llama del auxilio que a gritos vociferabas. Has pagado una factura infinita. 

Hoy el cine se queda un poco más huérfano. La muerte ha desgarrado una parte de nosotros y la ha enterrado contigo. Sentimos tu pérdida como un fracaso, profundo. Por no haber sabido oír los aullidos que sentías, la voz que palidecía en ti hasta ahogarte. Por no ver la cuerda que poco a poco se alargaba y pendía. Porque no eres sólo tú. Sólo nos queda deshacernos contigo. Desaprender esta amargura cotidiana. Qué temor no habrás sentido y en qué neblina, en qué nebulosa tu mente habrá decidido migrar para no sentir más dolor, más angustia; más pesar. No supimos hacerlo mejor. Perdónanos, por ti y por todas las personas que aún siguen en este mundo luchando los naufragios y heridas que te perseguían, para que podamos abrir los ojos y ayudarles creando un mundo más amable, más cálido. Con la esperanza de que en otra vida podamos tropezarnos y volver a reír como tantas veces nos has dejado reír contigo. Silenciar tu voz, omitir tu sonrisa, cerrar tus ojos destellantes ha sido un pecado inconfesable. Una omisión de incógnita vileza que ha matado a un ruiseñor. Nos regalaste tu alegría cuando en ti ocultabas una feroz tormenta. 

Su repentina partida pone en relieve uno de los terribles asaltos que castigan nuestros días. Una desolación trágica que siega la vida de muchas personas en nuestro país, sin mayor advertencia que los seres queridos que las pierden. Síntomas que han aflorado teniendo como denominador común el covid: fallecimientos apresurados, aislamiento y neurosis, dictadura escrupulosa, agresivo partidismo sobre las vacunas y las crisis de moral que han provocado. Enrocados en nuestros bastiones, a cuenta de la pandemia, nos hemos privado de auxilio; hemos camuflado las enfermedades del alma y de la mente en este ambiente demacrado. La factura es inmensa. Seamos refugio. Ejerzamos la empatía como bandera. Sin heroicismos ni paternalismos. Aprendamos a identificar señales; acudamos a los especialistas. Pidamos ser luz y tener fuerzas para tender una mano a todas las Verónicas Forqué que, más allá de lo que quieran demostrar, necesiten un hombro amigo en el que apoyarse para seguir caminando. Víctimas cabizbajas que sollozan silencios y no encuentran un punto en el que levantar la mirada. Lo habrá. Hallarán la manera. No somos ningún ejemplo de cordura ni saber hacer, pero si fuera necesario ser algo mejores, practicaremos con tesón, así sea para demostrar que de alguna manera podemos ofrecer solidaridad y sentir admiración hacia el prójimo. 


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El piano de Falla

9:54 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 

La relación que existe entre Guadix y el compositor Manuel de Falla es estrecha. Sirva de celestina en este encuentro la pluma de Pedro Antonio de Alarcón, quien por medio de su Sombrero de Tres Picos (1874) el gaditano lleva la obra a las tablas londinenses en el verano de 1919 como ballet. El éxito fue sonado en ambas partes del Atlántico, pues no podría ser de otra manera, habiendo formado equipo Falla con el coreógrafo pupilo del Bolshói, Myasin, la dirección orquestal de Ansermet y decorados de Picasso. El eco de los aplausos llegó a la hoya accitana, nombrando al maestro hijo adoptivo de la ciudad en 1927. 

En uno de sus viajes por la zona, D. Manuel es acompañado de algunos amigos, entre ellos el poeta Federico García Lorca. El realizado en 1928 a Guadix y Purullena estaba motivado por la noticia llegada al músico de que en los sótanos de la catedral había un instrumento único en muy deterioradas condiciones. Efectivamente, la pieza en cuestión era uno de los primeros clavicémbalos (clavecín o esquineta) construidos en España. Juan Aparicio (Gaceta literaria, 15 de febrero de 1928) parece recoger unas líneas sobre las impresiones de Federico sobre la pieza, añadiendo que era rosa y oro rococó. Por otra parte se sabría su precio de compra por la diócesis, de doscientos ducados, y que ante semejante valor, debiera estar custodiado por el deanato catedralicio. 

En una inscripción se perfila la identidad del instrumento: Franciscus Perez Mirabel. Civitates hispalense. 1737. En el taller sevillano de Mirabel se construyeron los primeros clavicémbalos, ganando popularidad en toda Europa. Así mismo, este instrumento sirvió para relevar al arpa barroca en la catedral accitana bajo las órdenes del maestro de capilla D. Pedro de Arteaga y Valdés, entre otras incorporaciones e innovaciones musicales. El propio Falla había compuesto años antes un concierto para Clave y conjunto de cámara, lo que este hito lo entusiasmaría mucho más. 

Teniendo en cuenta esas notas de pasado, volvemos al presente. El paradero del instrumento era una incógnita, pues no ha habido ninguna reseña a posteriori desde la visita del compositor sobre cuál era el estado o situación del mismo. La realidad es que en los sótanos de la catedral ya no está, ni en ninguna de sus dependencias. Presumiblemente la guerra podría haberlo devorado y haber convertido su madera desgastada y teclas en fogata, como tanto patrimonio maltratado y ultrajado en los estragos de la contienda. Sin embargo, la puesta en valor de Falla rescató del olvido esta joya y por alguna circunstancia se entendió que su lugar no era ese. En 2018, la orden de religiosas de clausura concepcionistas de la ciudad deciden cerrar el convento, con lo que conllevaría la migración de las hermanas y también de todos los bienes artísticos en su interior. El edificio de cuatro siglos y medio atesoraba bastantes obras de arte. Y entre ellas se encontraba el "piano de Falla".  En algún momento, o bien para protección del mismo durante la guerra o por desuso durante la posguerra, se depositó en el vecino convento. Ante el interés de éstas de trasladar el clavicémbalo fuera de la ciudad una vez que echaran el cerrojazo, se les pidió que lo devolvieran a la catedral, ya que son los canónigos los legítimos dueños de éste y quiénes pueden ponerlo en valor para disfrute de los accitanos y accitanas en las dependencias museísticas.

Las monjas desatendieron las peticiones, pusieron en venta el convento y junto con el resto de lienzos, imágenes y mobiliario hicieron mudanza, dejando Guadix huérfana de parte de su historia. Se abre así una brecha de final impreciso, pues queda al amparo de las religiosas concepcionistas reparar el agravio cometido contra el patrimonio de la ciudad. Esperamos poder verlo pronto y tener la oportunidad de entusiasmarnos con los mismos ojos de descubrimiento que Falla y Lorca pusieron en él. 


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La desmadrilización del arte (II)

12:04 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 

No sólo el patrimonio arqueológico de nuestros museos necesitaría pasar por una fiscalización de legitimidad, sino que dentro de este terremoto ha sido el arte y las pinacotecas las que se han atrevido a romper lanzas contra la quietud y reclamar a los museos nacionales obras, que bajo alguna consideración y buena voluntad, podrían tener mayor representatividad contextual en otros lugares. 

El caso más llamativo ha sido el sugerido por Málaga de proponer que "El fusilamiento de Torrijos" (1888) pueda viajar del Museo del Prado hasta el Museo malacitano sito en el Palacio de la Aduana. El peso de esta sugerencia recae en que este hecho tuvo lugar en la playa del Perchel, y que la memoria del general Torrijos está íntimamente ligada a la ciudad. Es posible que la lucha de Torrijos por la libertad signifique para Málaga lo mismo que la Constitución de 1812 y las Cortes para Cádiz. Un símbolo de la libertad contra la depredación y corrupción política. No obstante, si se creara un precedente de este tipo, habría que hacer una remodelación masiva de todos los cuadros, guiados bajo el criterio del lugar que representen. Así Granada se llenaría de un historial de Alhambras, Sevilla de Giraldas y Córdoba de Mezquitas pintadas. 

A pesar de ello, lejos de esta idea, el cuadro que encargó hacer el gobierno a Antonio Gisbert para el Museo del Prado, no tiene ningún nexo con esta reclamación. Por el mismo motivo que Málaga hoy puede hacer dicha petición, Sagasta ya entonces dispuso sufragar con el erario público esta obra para que fuese un referente a las siguientes generaciones y jamás olvidar en recuerdo perpetuo la dignidad y sacrificio de los caídos por la libertad, quedando a la altura referencial de los "Fusilamientos del 3 de mayo" (1814) de Goya. 

En cambio, es notoria la política que el Prado ha tenido y fomentado bajo su "Prado disperso" en el que a lo largo de su historia ha cedido a instituciones provinciales y académicas la custodia de algunas de sus obras. Sirva de ejemplo, con motivo del doscientos aniversario de la pinacoteca, la Universidad de Granada hizo una exposición sobre los lienzos que el museo nacional tiene en cesión en las dependencias universitarias. Por tanto, el Museo del Prado va más allá de sus propios muros y comparte este despliegue artístico a lo ancho y largo del territorio nacional. Una medida sensata para paliar el almacenamiento congestionado que sufre y dar visibilidad a su contenido.

Sí sería fortuita la cesión del "San Francisco arrodillado en penitencia" (1664) de la accitana Mariana de la Cueva y Barradas, actualmente en los depósitos del Prado. Gracias a investigaciones y hallazgos, principalmente resueltos por Carmen Hernández Montalbán, se dató la autenticidad y origen natal de la pintora. Para el Museo del Prado esto no representa gran descubrimiento en comparación con las obras maestras de Velázquez, Murillo o Tiziano que atesora. Su calidad no deja de ser humilde, como copia de un modelo de El Greco, a expensas de que recaiga en una mujer la autoría. Una reducida lista donde cada vez van saliendo a la luz más nombres y uniéndose al club de otras grandes artistas como Lavinia Fontana, Sofonisba Anguissola o Artemisia Gentileschi. Sin embargo, para Guadix sería un privilegio poder contar con esta pieza en el futuro museo de la ciudad, fomentando el papel que representó Mariana de la Cueva y Barradas en la pintura granadina del siglo XVII y aumentando la expresión pictórica al ya vasto patrimonio accitano. 

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La desmadrilización del arte (I)

18:28 Fran Ibáñez Gea 1 Comments


 La Dama de Elche ha tambaleado el tablero político sobre su localización. La íbera señora, con casa en el Museo Arqueológico Nacional, ha sido reclamada por su ciudad natal, siendo una histórica demanda que levanta un polvorín sobre otras piezas y los enclaves en los que hoy se hallan. El caso ilicitano tiene un comportamiento propio con un final extraordinario: es hallada en trabajos agrarios, a lo que por su morfología y detalle es motivo de júbilo para los paisanos. Un francés, el arqueólogo Pierre Paris, la compra a quien la encontró y se la lleva al Louvre. Con la Segunda Guerra Mundial a cuestas, Franco maniobra con Francia su rescate y recuperación (junto con la Inmaculada de los Venerables de Murillo y el tesoro visigodo de Guarrazar), siendo devuelta al Museo del Prado. Desde que volvió, ha estado en dos ocasiones visitando su pueblo (1965 y 2006), siendo para el resto del país un referente preciado y orgullo patrio. 

Vecina y hermana suya en el MAN es la Dama de Baza. La bastetana señora fue encontrada y llevada a Madrid para exposición museística y conservación arqueológica. Entonces, el protocolo a seguir pareció ser que todo aquello encontrado se custodiara en la capital de España, albergando los museos nacionales piezas que si bien han encajado en un contexto general, se les ha arrebatado el contexto local del que partieron. Sin desmerecer la gran labor que el MAN ha llevado a cabo en cuanto a restauración y preservación de su contenido es posible que hayamos llegado a un momento óptimo de la historia en el que abrir el debate sobre la legitimidad de la localización de las obras. No era factible mantenerlas en los pequeños núcleos de procedencia pues no existían recursos que blindaran la seguridad e integridad de éstas. Además de no poder ser vistas, en aquellos años, con el mismo flujo de usuarios que en Madrid. Por lo cual ya son varios los motivos que refuerzan su ubicación en un Museo Nacional: conservación y visibilidad. Cincuenta años hace que sacaron a la Dama de Baza del cerro y las cosas han cambiado vertiginosamente: tanto Baza como Elche tienen instalaciones museísticas preparadas para albergar semejantes piezas y los medios de transporte permiten que gente de todo el mundo pueda llegar hasta dichas localidades, atraídos por su cultura e insignes Damas, y así poder favorecer a comarcas de la España vacía. 

Guadix, a día de hoy, desafortunadamente no cuenta con un museo, ni instalaciones capaces de albergar semejante responsabilidad. De ahí que el Pedestal de Isis (Museo Arqueológico de Sevilla) o la Venus de Paulenca (Museo Arqueológico de Granada) no pueden ser disfrutadas entre los vecinos ni sirven de reclamo a potenciar el ya consolidado patrimonio accitano. En cambio, en unas excavaciones apareció una cabeza de Trajano de alta calidad que fue reclamada por la administración. Gracias a la reiterada negativa del alcalde de entonces de que fuera expoliada, la cabeza aún sigue en dependencias municipales, bajo el pendón de la ciudad en el salón de plenos. Recientemente surgió una amarga incertidumbre debido a que eran muchas las nuevas piezas que se están catalogando del Teatro Romano y su posible partida creó un preocupante malestar. Sin embargo, se zanjó un compromiso por parte del consistorio y del estudio arqueológico en que el material extraído se quedará en la ciudad. Un alivio pues habiendo contenido es más fácil proveer el continente. 

Piezas tan icónicas como las citadas exigen de un estudio exhaustivo. No es cuestión de desahuciar el MAN, por el cual podemos maravillarnos de un simple vistazo por acotar en un mismo recinto a la Dama de Elche, de Baza, Oferente del Cerro de los Santos, la leona de Baena, el oso de Porcuna o el toro de Osuna. Es entonces cuando habría de permitirse dobles custodias o préstamos temporales a las ciudades de origen, como si de patentes de corso se trataran, para hacer justicia a reclamaciones legítimas de bienes arqueológicos ¿Podríamos imaginar a la Alhambra sin los leones en su patio? Si queremos fortalecer y vitalizar la España vacía, la primera medida es desmadrilizar el país y devolver por contexto y sentido cada cosa a su lugar, y el arte puede ser uno de los primeros en mostrar que es posible. 


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La rutina pone el nivel

20:54 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



A las personas de mi entorno que nacieron en los 1990s les plantee que me confesaran cuál sería su rutina perfecta sin que su trabajo o la ciudad en la que vivieran les condicionaran. Estos requisitos eran esenciales para evadirse de los límites y carencias, aparentemente objetivos, que les presenta vivir a algunos en un pueblo. Al principio no eran capaces de levantar el vuelo de la imaginación y reproducían sus quehaceres, asumiendo que sus gustos o actividades diarias no podrían ser otras diferentes a las que ya practicaban. Entonces les propuse como ejemplo levantarse "a las seis de la mañana, hacer yoga, pasear a sus tucanes y desayunar tortilla de manzana". Dicho eso, la maquinaria creativa de cada cual empezó a brotar y las respuestas eran más asombrosas. Nacía de cada uno la proyección de lo que sentían o percibían como una buena vida, que a la vez, y esto es lo importante, creaban nuevas oportunidades sin quererlo en los lugares donde vivían. De la encuesta deduje que la mayoría retrasaría su horario de entrar al trabajo. Sobresale como elemento principal la estética urbana y doméstica: les gustaría poder pasear o convivir en zonas armoniosas e inspiradoras, ya que vivimos en una era digital en la que lo potencialmente fotografiable es un factor fundamental. Además, de la encuesta se bifurcan dos grupos bastantes sólidos: los compradores, que valoran el consumo material como una recompensa; y los creadores, que optan por llevar a cabo tratamientos de belleza, paseos, deporte, acudir a conciertos, etc: "Abro una botella de vino y me meto en mi bañera de patas lacadas en oro mientras me bebo una copa. Me exfolio el cuerpo y me pongo crema al salir y una mascarilla en la cara. Pido algo para cenar mientras veo una serie y hago mi rutina facial de noche. Y a dormir."

Otra particularidad que se desprende de este pequeño sondeo es que se asume la rutina en solitario. Todas las acciones que van emanando se pueden realizar sin necesidad de compañía, lo cual ya desvela una de las conductas predominantes. Muy potenciada durante el confinamiento, se aprendió la lección de que depender de otros para realizar hobbies significaría estar paralizado al amparo de terceros. De ahí que las rutinas confeccionadas tengan un marcado carácter de independencia social. De igual manera, el contacto con otros está mucho más restringido, suponemos que por la situación sanitaria. 

 Al vivir en Madrid (3,2 millones de habitantes) y en Guadix (18.718 habitantes; 42.791 contando su comarca) quise averiguar por qué la calidad de vida y oportunidades de la capital no pueden filtrarse a poblaciones más reducidas, y así dar con la solución para la España vaciada. Una odisea apreciable. En cambio, el acceso a los medios o a los canales de compra online ya reducen tangencialmente esa brecha, como así también plataformas digitales de filmografía que solventen el sustrato de entretenimiento. Pero hay un punto fundamental que asesta un golpe de realidad: la creatividad. Madrid se levanta de imaginación, creación, mutación, cambio constante; frente a Guadix que se adormece y anquilosa. Pero ¿es esto cierto? La realidad prejuiciosa, tradicional, vaga y áspera ha ido desvistiéndose sutilmente, ante residuos considerables. "En Guadix hay mucha gente, pero es como si no hubiera nadie", le dije una vez a un amigo que me preguntó "¿Dónde está la gente aquí?". Quedan muchas lagunas por cubrir. Muchos exotismos por entrar. Muchos prejuicios por borrar. 

La metáfora del miedo es la misma que la de la inacción y pesadumbre que ambienta la España vaciada. Cuando el elefante es pequeño, en el circo o en el zoo, se le pone una cadenita para reducir sus movimientos y así aprender que con ella puesta le es imposible escaparse. Cuando el elefante es grande le ponen la misma cadenita, pues la tiene asociada a la inmovilidad. Por tanto, aunque esté en sus capacidades irse, no lo hace. En la España vaciada ocurre lo mismo. Pocas mentes se han atrevido a pensar en grande por temor. Lejos de esto, a los amigos que viven en Madrid les hice la misma encuesta y sus respuestas contrastaban en cuanto a los anhelos y deseos de quienes vivían en el pueblo: "levantarme a las nueve de la mañana, hacer un desayuno, después estar en casa tranquilamente haciendo cosas: escuchando música, limpiando. Y sobre las once y media, doce, gimnasio (...) salir a dar un paseo sobre las cinco." Es decir, quienes tienen todas las opciones de llevar una rutina de capital, con un amplio abanico de entretenimiento y una oferta cultural de vértigo, opta por una rutina perfectamente realizable en una localidad pequeña. ¿Por qué vivir entonces en una ciudad sobrepoblada, contaminada y con una calidad de vida prohibitiva?

Las infinitas posibilidades que tenemos son despreciadas por el recelo que aún guardamos. Necesitamos desaprender para educar nuestros gustos, aficiones y consuelos. Si bien es cierto que la centralización nos obliga a atender los sucesos y movimientos de las grandes ciudades, el interés que existe en ellas no deja de ser gracias a la creatividad, esfuerzo o aspiración de gente anónima con cualquier gentilicio, que decidieron migrar a la capital para barrerse de la piel todo lo que les lastraba y empezar a ser ellos mismos. Todo está por hacer. 

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Suspiros y pinceladas de patrocinio accitano

11:25 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 


Salí de metro a la Puerta del Sol. La media tarde solía estar concurrida e iluminada por los adornos de navidad y las grandes fachadas que dan a la plaza. Madrid se caracteriza por la parsimonia de sus turistas y la agilidad de sus paisanos. Son dos ritmos de ciudad que la hacen latir dos veces. Las colas en Doña Manolita eran infinitas en las vísperas al Gordo, así que se multiplicaban los puestos ambulantes. Una carrera de obstáculos para llegar a cualquier sitio. El mío estaba a escasos metros calle arriba. El Four Seasons acababa de empezar la remodelación y el tramo de la calle Alcalá con Sevilla estaba en ascuas. La puntualidad era un reto. Finalmente llegué a tiempo a la Real Academia de Bellas Artes, la cual ofrecía con buena frecuencia conciertos en su auditorio. Felipe V presidía en la pared entre los bustos de los Carlos. El programa en cuestión era el Concerto Grosso Op 6 nº8 -el conocido "de Navidad"-, de Corelli

Era la segunda vez, en mucho tiempo, que lo volvía a oír en directo. La primera fue interpretándolo junto con la orquesta del conservatorio Carlos Ros en el Mira de Amescua. Mi mirada clavada en los violonchelos. Mi mano derecha bailoteando. Tenía grabada en su memoria táctil cada nota que sonaba, y como reminiscencias, en pequeños espasmos quería seguir la música como hacía años.

Entre los sentidos suspiros que aquí anoto, arrojo el que me despertó Dori Hdez Montalbán. Para el día de la mujer habíamos decidido preparar una actividad en el Hospital Real de la Caridad, para presentarlo como un espacio con presencia de mujer y así homenajear a sus enfermeras, nodrizas, cuidadoras, religiosas y matronas que habían sido los pies y las manos del buenhacer en tan centenario lugar. Su hermana Carmen y el resto de componentes de la Oruga Azul se encargaron de teatralizar la visita, la cual finalizaba con una actuación de Dori, ataviada de milseicientos. La expectación corría entre los asistentes. En el ocaso de aquel marzo procedió: ...¡Ay, qué vida tan amarga do no se goza el Señor! Porque si es dulce el amor, no lo es la esperanza larga. Quíteme Dios esta carga, más pesada que el acero, que muero porque no muero... El aplauso fue infinito. La lívida luz convirtió el patio jesuita en una plazuela donde la propia Santa Teresa era a nosotros a quien nos regalaba su éxtasis. 

En cuanto a las pinceladas, sin motivo de duda, referencio la experiencia habida en los encuentros -porque decir curso escudriña en academicismos- de acuarela en la Casa-Palacio de D. Julio Visconti. La primera vez que tuve constancia del pintor fue una década antes, cuando ambos éramos parroquianos del bar de Juan -ahora Palenga- en la Plaza de las Palomas. Siempre en la buena compañía de su versada corte. En aquel entonces se estaba fraguando la Fundación, que hoy para nosotros podría ser lo que la India fue a la Corona Inglesa. El relevo en la maestría se lo tomó su discípulo José Antonio García Amezcua. Durante el verano, las puertas del palacio de Visconti se abrían a los acuarelistas neófitos. Unas puertas, que una vez cruzadas, la ciudad quedaba atrás y se abría un rincón evasor donde los gatos pululaban bajo contables pilistras, arados y trillos quietos. Un quinario de arte y percepción. D. Julio hoy, con su centenario cumplido en la tierra, seguirá cumpliendo los años de descanso que le merece el cielo, con la entera satisfacción de que su legado, cuidado e inmaculado, discurrirá entre el cariño y admiración de las futuras generaciones. 

Cerrando filas no puede quedar en el tintero una de las casualidades que me acercaron a lo que hoy más aprecio, que es el arte. La madre Gema, religiosa de la Divina Infantita, era en sí una institución. Alguacilesa catedralicia o abadesa de llaves, era por todos reconocida en su hábito y antaña faz. De fino tallo desafiaba la pesadez del tiempo, esquivando las indolencias fue, con certeza, de poco plato y mucha suela de zapato. Un día me acogió como su secretario para traspasar el papeleo, en la bisagra entre la máquina de escribir y el teclado del ordenador. En estas que apareció con unos documentos que ella había hecho de oídas tras haber estado en una visita explicada en el museo, reciente entonces, de la catedral. "Pero para que quede más claro, un día podemos ir y lo vemos juntos". Así lo hicimos. Ella no era una persona de concurrencia social. El resto de sus hermanas eran también religiosas de la misma congregación. Las vacaciones de estío la pasaba en la casa familiar -vacía- en Padul, y salvo los saludos por la calle de viejos alumnos y conocidos, jamás la pude ver tomar un café en una terraza. Ella aprendió a vivir y se acogió al modo preconciliar. 

En la sala de arriba, frente a un cuadro de la Inmaculada me dijo: ¿Ves el espejo? Representa la virginidad de María; la luz pasa por el cristal sin romperlo ni mancharlo, así fue cómo la virgen tuvo a su hijo. Y hasta la fecha, siempre que he tenido que descubrir el museo de la catedral de Guadix a alguien, repito sus mismas palabras, en honor a su recuerdo. Así, desde el Beaux Arts de Bruselas, la National Gallery, el Louvre o en el Prado, si los querubines portan un espejo acompañando a la Inmaculada Concepción, discúlpenme, pero la luz que pasa por el cristal no es la virginidad, es la querida madre Gema que se pasa a saludar. 


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Noviembre nuestro

11:05 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

Fotografía: El Costal Accitano 

 El temprano atardecer del otoño despierta de arrebol y viste el azul intenso del cielo en este tiempo en nubes malva esclarecidas por gualda que en pinceladas suaves algodonea y lividea la luz hasta que llega la penumbra del ocaso. Entonces, con la silueta del horizonte aún encendida, las farolas serpentean de naranja la matriz urbana. A esta sinfonía siempre acompaña el olor "a pueblo", el de las chimeneas y lumbres que ahuyentan el helor de las casas. Este podría ser el retrato de un noviembre nuestro. 

En los bosques de Guadix aún quedan otros espectáculos por vivir. Ya sea en el Camarate, en su bien nombrado bosque encantado, o en el castañar de la Rosandrá, nace una segunda primavera que prende de color los suspiros del buen tiempo. Adentrarse en estos rincones salvajes del entorno es abrir una puerta hacia lo desconocido. Metamorfosea por constancia cada ápice del paisaje, presentando en cada encuentro un rostro desigual. Entonces, se llena de sus gentes, que encaminados a disfrutar de sus raíces, admiran el cobijo de sus ancestros y son junto a los árboles, unos habitantes más en esta orquesta. 

Días antes de los Santos, las calles se llenan de paseantes con flores que van y vienen. Las cementerios empiezan a brotar entre las lápidas claveles, tagetes y gladiolos. Crisantemos de todos los colores se depositan en las tumbas. Es tiempo de blanquear a los difuntos. Renovarles el apresto. Algunas son centenarias, de costumbre heredada. Otras son dolorosas y muy sentidas pérdidas por las que aún, en el silencio del alma, la pena emana y riega con dulzura las flores colocadas. Noviembre empieza sus días con profundo honor y recuerdo. Un llanto inmarcesible que cala, encendiendo vivencias, rescatando pasajes de nuestra vida con aquellos con quien pudimos compartirla y a la que homenajeamos en su sepulcral retiro. 

Este año, después del pasado de ausencia por la pandemia, llega la esperada bajada de la virgen de las Angustias a la catedral para solemnidad de su setena. El alba es quizás la más cierta luz en Guadix. De la noche se va desvelando entre los altos miradores y campanarios los primeros destellos. Aún frágil, calma las calles mansamente. Los barrancos que abovedan y sitian la ciudad empiezan a esculpirse con su vetusta enjutez. Es entonces cuando el primer domingo de noviembre redoblan las campanas anunciando a la virgen en su carrera. Silencio en lo demás. Sigue el repique de nuevo. Avanza por la Gloria, envistiendo Santiago por la Zeta. Con una petalá en Peñaflor la celebran. No hay música, no hay banda. No hay protocolo ni ristras de mantillas enlutadas. 

Por Tena Sicilia, en el cruce de Tárrago-Mateos, la calle estaba quieta. El frío enmudecía. Al llegar a la acera del Dólar, todo se transformó, descendiendo por calle Ancha un torrente, dócil marabunta, como mar de pueblo imbuía. La imagen en volandas, Guadix horquillero de su madre era, que sin pereza ni lamento aguardaba paciente la madrugada para que la Señora y su Hijo, lleguen arropados bajo un cielo descubierto. Despierto en los primeros destellos y ver a la luna recién nacida, asomarse desde su cuna, y rezarle a él un Padrenuestro y a ella un Ave María. La virgen derramaba su gracia con dolor a manos-llenas, bendiciendo cada paso dado de sus romeros junto a ella. 

Así es un noviembre nuestro. Atardeceres tempranos, lumbres en guardia y una primavera que se incendia. No es casualidad que esta sea una tierra de alfareros. Donde pareciera esculpirse durante este tiempo como aquella santa ciudad de Belén, entre las almenas de su alcazaba y las luces de sus cuevas. San Torcuato obró en poner aquí la primera cruz de España, para que entre ángeles Dios pudiera bajar del cielo y sentirse como en el día de su nacimiento: en su casa. 

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El relevo de las prioridades

22:25 Fran Ibáñez Gea 1 Comments

 


Hay tres servicios que el privilegiado primer mundo entiende como esenciales. Empezaría la lista el agua corriente, seguida de la luz y, pero no menos importante, el internet. Bajo esa tríada hemos apuntalado nuestra comodidad y bienestar, dando por hecho que estas facilidades, por necesarias, son básicas. No cabe en la memoria recuerdo alguno de aquel tiempo en el que ninguno de los tres existían o eran sinónimo de ostentoso capricho. El hecho de poder encender una lámpara, abrir el grifo o tener wifi nos es tan simplón que ni segundos de reflexión despierta el tener la fortuna de hacerlo. 

No creo que sea necesario extrapolar nuestra empatía saltando hasta una aldea tribal de África en la que ha de ir la mujer enferma y madre de once hijos a recoger agua del arroyo que pasa a dos kilómetros de su chabola, en el cual mean y beben las cabras del vecino. La luz puede llegarse por un candil y el internet es una broma que alguna vez se ha mencionado pero que no se sabe ni cómo se escribe. No, no hace falta llegar a ese punto para alegrarnos de haber nacido en este lado del mundo. Sería tan sencillo como levantarse una mañana y que hayan cortado el agua por obras en la calle además de que se haya ido la luz, internet en consecuencia, por la misma razón. Añadamos el gas natural en esta carencia diablesca. Lo natural sería irse a regañadientes a trabajar y volver a media tarde con todo arreglado. 

Ahora pongamos por caso que esa obra se prolonga y que vivimos ese tiempo sin luz, agua e internet. Depende del mes, puede sobrellevarse de forma más ventajosa que desafortunada. Si pilla en mayo, cuando las temperaturas son agradables y los días largos, entonces tenemos mucho ganado. Pero si por el contrario arrecia en diciembre, con el frío y la luz del día encorsetada, ahí sí tenemos un problema mayor. Nuestras casas están equipadas con estos servicios, por lo que el ducharse y cocinar ya suscitan un profundo conflicto. Habría que volver al antiguo régimen en el que la casa estaría sembrada de velas estratégicas para la iluminación. Los cohabitantes finalmente decidirían reunirse en una misma habitación , por ahorro de cera. Algo habría de servir de hoguera para calentar, y el agua, al menos, tendría que ser embotellada, dado que la ciudad abandonó las fuentes, surtidores, caños o acequias de las que la población se abastecía. 

El ascensor no funcionaría. Los cargadores de móviles y portátiles tampoco, por lo que dejarían de ser usados, a no ser que pudieras cargarlos en un lugar público o en la propia oficia. Pero ¿y si la luz desapareciera en todos sitios? Entendemos que en los hospitales habría generadores y poco a poco el mundo se adaptaría a crear granjas de energía para conectar y recargar nuestros dispositivos, pero hasta entonces ¿a quién le queda teléfono fijo para poder llamarse? Mandaríamos cartas, dejaríamos notas. Leeríamos, compraríamos prensa diaria otra vez. La compra sería la justa necesaria para gastar en un día pues no habría frigorífico, nevera. Tampoco microondas u horno. Los afortunados serían los que aún conserven las bombonas de butano para abrir el hornillo. El mundo digital sobre el que nos sostenemos entraría en un paréntesis de latencia en el que recuperaríamos ágilmente el analogismo de pilas. 

Lo ideal sería contar con lavadero, lacenas, chimeneas e incluso corrales o huerto, por si las moscas. Naturalmente las casas de nuestros días han dejado de estar sometidas a aquellas prioridades. Quizás más fiables que lo que disfrutamos hoy en día. No estaría demás, de cara a un mundo más sostenible y ecológico, poder tener una capacidad híbrida de reciclar costumbres o tradiciones con los medios y eficacia que ahora manejamos. Tener una ciencia más exhaustiva sobre la gestión de nuestros residuos y reducir al mínimo la huella ecológica: sustituir el mar de plásticos por el vidrio o tela. Que la leche, el aceite o la cerveza puedan dispensarse a granel, como el resto de legumbres, fruta o fiambres. 

Sospecho que podemos imponernos a las industrias y exigir una participación activa en esta lucha por la supervivencia en la que se ha convertido el cambio climático. Adecentar nuestros intereses y así evitar que a nuestras prioridades actuales se sume una bombona de oxígeno. Nos muestran que la contaminación es barata y equilibra la economía ¿Es una cuenta rentable? Hace décadas podríamos poner esta pregunta a largo plazo. Ya vamos por el medio. El tiempo nunca corre a favor del quieto. 

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Vuelta a los buenos tiempos

21:33 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 


Echando la vista atrás, no demasiado, tan solo un reojo a lo que hemos vivido, el covid parece haberse arrinconado como una anécdota o un mal trago; un tiempo ominoso poblado de cadáveres y desventuras que la memoria selectiva prefiere omitir corriendo un tupido velo. 

Por una parte, fuimos espectadores -en el mejor de los casos sólo eso- de una maratón en la que se sucedían los colapsos hospitalarios, Fernando Simón dando el parte meteorológico de las desdichas, un semáforo de aperturas o cierres perimetrales. Los muertos no cabían en los cementerios. El bicho corría como la tiña y para mayor colmo podías estar infectado sin conocimiento. Eso que queda en los escritos y en la hemeroteca de televisión española que saldrá a la luz en cada efeméride, es una parte irrefutable de aquel tsunami que fueron los meses de marzo, abril y mayo de 2020. 

En cambio, y sin esquivar esa primera y dolorosa parte, la realidad fue bien doméstica. Reflexiono sobre esto cuando en un rato de paréntesis de la tarde veo cómo el sol avanza la pared del salón y crea siluetas entre el gotelé haciendo de lo escarpado un entramado estampado. Como una carreta lenta de bueyes parsimoniosos. ¿Acaso no hubo mayor regalo, en este tiempo de prisa y corriendo, que permitirnos observar la calma? ¡La silueta que la calma avienta en cada suspirar! Todo el mundo quebró su rutina. Volvimos a nacer. Éramos un nosotros nuevo, decidido a salir de la que estaba cayendo. Hacíamos por atender al prójimo, por llamar al ser querido, por descubrir algo nuevo. Los días estaban abiertos a la inspiración, a la creatividad. Las prioridades se habían deshecho. Abrir la ventana de aquel marzo tardío y oler la lluvia y la tierra mojada en pijama. El relampagueo de los aplausos a las ocho de la tarde y la posible posterior tertulia con el vecino contiguo. Hablando de nada, simplemente del tiempo, de que al cambio de hora ya aplaudiríamos de día, de las nuevas agendas para sobrellevar esto sin perder el juicio en demasía. Cuántos cumpleaños sin celebrar, cuántos abrazos y besos sin darse. Cuántas manos sin chocar. Un puñado de coches pasaban clandestinamente por la avenida. Decían haber grabado jabalíes saludar la Cibeles. Los ciervos pasando por la Castellana. El agujero de la capa de ozono, se cerró. Posiblemente nuestro mayor enemigo crónico, la contaminación, había vuelto a los niveles del siglo XVIII. Todos dieron su brazo a torcer. Se ofrecían clases de todo tipo, un festival de conciertos en abierto. Cada uno aportó en aquel momento lo mejor de sí mismo. Hice yoga con mi madre a través de webcam. 

El otro día volví a revisión médica. La última vez fue hace seis meses y aún seguíamos en aquel régimen pandémico. Ni que decir tiene que se podía acceder al hospital cinco minutos antes de la cita y en la sala de espera como mucho había dos personas. Con puntualidad castrense entrabas y salías atendido sin tropezar con más seres vivos de los necesarios. "Ya hemos vuelto a los buenos tiempos" me decía la secretaria de ventanilla tirando de malafollá. Había veinte personas entre pacientes y acompañantes y una hora de retraso. "Para eso prefiero que vuelva el covid" añadí, con humor negro -discúlpenme-. 

La guerra ha dejado muchas bajas, muchas secuelas y traumas que sólo el tiempo permitirá curar en una sociedad que se enfrentó a bocajarro a tener que aguantarse, y eso es lo que peor pudo llevar. Porque habíamos diseñado un mundo de escapatorias y procrastinaciones eludibles hasta que nos llegó la primera ola. Aprendimos a vivir a pesar de todo lo que sabíamos, de cara a los demás, de cara al vertiginoso ritmo impuesto. Brotó una cultura amable, un imaginario donde por supuesto había mascarillas, distancia social, desinfección de manos y un riguroso respeto a la vida. Cultivamos nuestros refugios para protegernos, y otra vez hemos deshecho la madeja del nido para seguir andorreando de aquí para allá sin ir a ningún sitio. Todo el esfuerzo se ha ido disolviendo por falta de afecto. Tuvimos la oportunidad de ser mejores. En cambio, todo lo que hemos podido reciclar de aquellos días sin primavera ha sido el vago recuerdo, desde la mezquindad, la arrogancia y la altanería, como si todos los confinamientos, toques de queda, y sobre todo, familiares y amigos fallecidos fuesen hilillos a la mar. 

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El volcán que no cesa

13:10 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 




Que la televisión guarde un lugar de honor y adoración en el salón no es cosa menor. Llegó un momento en el que los ladrones, cuando entraban a hacer lo propio en casas ajenas, dejaron de buscar joyas a sencillamente acarrear con los televisores que hubiera. Con qué desamparo se quedaba esa familia. Era como si se hubiera ido la luz ¿Qué iban a hacer a partir de ahora? ¿¡Acaso, leer!?¿¡Hablar entre ellos!? En el mejor de los casos jugar a las cartas un rato, no mucho. Eran otros tiempos, desde luego. Entonces la programación televisiva influía en las rutinas y en las horas del sueño. Llegabas del colegio, comías con los Simpsons. A las tres, las noticias. Y en la merienda igual en Canal Sur si había acabado Contra Portada o Juan y Medio salía Bandolero. Por ese motivo ganaron fama los vídeos, porque se podía grabar en cinta y así paliar a nuestro antojo el deseo de ver lo que queríamos cuando no pudimos. 

Existía entonces una ley no escrita en la que la televisión abastecería de contenido la vida y ofrecería temas de conversación y entretenimiento abundante con el compromiso de honrarla y creerla. El crédito lo heredamos de los primeros espectadores, que en aras de la paz, crearon un producto donde se compaginaba el No-Do, Miliki y compañía, las entrevistas de Íñigo y las expediciones de Rodríguez de la Fuente. Es decir, se ejercía una profesionalidad absoluta en el que cada cual cumplía con su público la responsabilidad de acercar a los hogares la máxima decencia y dignidad de su labor. Es así, entonces cómo los grandes artífices del periodismo han ido escaseando, mediatizando en sensacionalismo y falsedad la pantalla que hoy se consume. En cualquier caso, ésta sigue infligiendo la autoridad, por no mudar la costumbre, e imponiéndose en generar opiniones y sentimientos colectivos en los masivos parroquianos. 

La fábrica de la tele genera un problema. No necesariamente ha de serlo, ni tan siquiera de incumbencia pública. Simplemente lo propone y en cierto modo obliga a que sea compartido en tertulias y comentarios de cajero o puertas de escuela. Supongamos que un volcán entra en erupción en una isla remota -territorio nacional, eso sí- cuya lava se deja desprender por la cuenca y llega al mar. Con el infortunio de que se permitiera construir allí, a pesar del peligro posible, y la lava haya arrasado todas las viviendas que cruzara en su carrera. No ha habido ningún herido ni fallecido. Pero esto de la televisión hace que el que viva en Soria, Teruel, Cazalla de la Sierra, Vigo o Macael tengan que añadir a su realidad esta nueva preocupación. Es más, incluso se hagan expertos vulcanólogos, pues de alguna manera habrán de dar su opinión al transcurso de los hechos. Naturalmente acuden a la isla el rey, el presidente del gobierno por ser zona catastrófica y en el congreso se aprueban las ayudas pertinentes. Quizás no sea más relevante que una riada en Valencia, un terremoto en Granada o una copiosa nevada en Burgos. El caso es que hay que chuparse el volcán de cabo a rabo, durante los días que la naturaleza considere, es decir, no se sabe. Podrían mandarnos, como recordatorio de la efeméride, un trocito de magma a casa por buena y obediente conducta. Desde luego, la televisión es como un volcán. No para de lanzar piroclastos y sólo nos fijamos en el espectacular cono que salpica fugaces estrellas incandescentes, mientras medio cuerpo lo tenemos sepultado en la colada queriendo pensar que somos la casa de la Palma que se salvó. 

Y en este rebosar de información estéril Facebook se borra del mapa, y con él caen de la mano Whatsapp e Instagram durante seis horas (de pronto, los vulcanólogos convulsionaron en informáticos). Una suerte de ictus. Volvemos a los tiempos de los apagones sin televisión y al no saber qué hacer. Bendita tranquilidad. Sorpresivamente el mundo siguió su latir. ¿¡Pero cómo es posible!? Si nos falta el móvil y no sabemos respirar. Igual estamos enganchados a algo que no es tan vital como creíamos. Igual podemos dejarlo sobre la mesa y hacer otras actividades más enriquecedoras, como por ejemplo hablar sobre los gases que produce la lava de un volcán cuando llega al mar. 

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La doble vida de un ropero

21:17 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 





En este mundo de quita y pon, de trabajos breves y amores escuetos, la moda se lanza a retarnos con permanecer. La fast-fashion de camisetas a dos euros que tanto nos alegran son una trampa mortal para nuestro planeta. La producción de baja calidad en talleres de indochinos esclavizados, son parte del agotamiento de los recursos naturales. Las economías domésticas más modestas son las grandes usuarias de esta solución sensacional que tanto democratiza el vestir. A la larga, un espejismo más de nuestro vertiginoso ritmo por condenarnos. Ha sido algo repentino. Exceptuando a Maria Antonieta, nadie ha tenido un armario tan variado hasta bien entrado el siglo XX. Nadie prestó tanta importancia jamás a no llevar la misma blusa dos días seguidos. La cuestión es que este alto consumo está empobreciéndonos, convulsionando y solidificando un modelo agresivo en el que es el propio planeta el que sale peor parado. 

El movimiento se demuestra andando. Veamos. Cuando me invitaron a la presentación del perfume Bad Boy de Carolina Herrera no tenía margen de tiempo y un presupuesto reducidísimo de acción. Así, me presenté en una mercería de barrio y le pedí alguna idea. Se nos ocurrió reciclar un traje básico azul marino, añadiéndole al puño de la manga un borlado dorado que usan para cofradías ¿Haute Couture? Tan altísima como eficacísima. Un amigo, joven diseñador, me prestó una camisa de su atelier. Así estuve en una mansión en la Moraleja, comiendo canapés de Samanta Nájera, bailando junto a Miguel Ángel Silvestre y Carmen Lomana. Y sin desentonar, yo, a quien había vestido el pueblo, frente a todos aquellos Valentinos, Guccis y Versaces. 

A las dos semanas tenía el bautizo de mi sobrina. Otra vez con el asalto al perchero. Le pregunté a mi padre qué había hecho con su traje de boda. "Ahí en el armario está". Con las mismas me lo probé. Lo llevé a la costurera y después de la magia del hilo y el coserío me estaba como un guante. Otro rescate imprevisto. Unos meses después entré al trastero que había pertenecido a un piso familiar. Allí encontré, en una percha desierta, barnizada por polvo, el uniforme de Renfe de mi abuelo. Él había muerto muy joven, cuarenta años atrás. Nadie lo había tocado hasta entonces, ni había hurgado entre sus telas. Aún seguía allí un calendario de bolsillo de 1977. Además de tres chaquetas roídas y una camisa descolorida, se hallaba un gabán largo en mejores condiciones. Lo saqué por darle otra oportunidad a riesgo de que el de la tintorería me dijera que estaba loco. Para mi extrañeza me felicitó, pues ese tipo de lana ya no se hacía y era de la de toda la vida, la que abrigaba de verdad. Después lo llevé a la costurera a que volviera a brotar su magia. Lo rehizo por completo: lo desmontó, lo volvió a montar, le corrió la botonadura, le hizo los bolsillos nuevos, le alargó las mangas. Arquitectura textil en arqueología doméstica. 

Y en este recorrido por amar, por volver a darle un significado nuevo, una interpretación a aquello que marcó y estuvo presente en nuestra historia familiar, hoy he dado con una nueva prenda. Estaba en una colina de bolsas de ropa. Enmadejada entre trapos, buscando otras cosas, ha aparecido un jersey muy noventero, de vivos colores, un tanto oversize, típico en las tiendas de Malasaña. A priori, podría estarme bien. No tenía toda mi atención hasta que pregunté en casa de quién era. Mi madre ha dicho que era de ella, de cuando estaba embarazada de mí. Por ende, aquel suéter anónimo de pronto era protagonista. Había formado parte de mi vida sin que yo supiera aún que tenía una. Y es por cosas como estas por lo que vale la pena alargarles la durabilidad a las prendas que fueron nuestras, porque sin proponérselo fueron testigos de lo que hemos hecho de nosotros mismos. No se equivocarán. Es apuesta segura. Las modas siempre vuelven. 


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Arqueología doméstica

8:08 Fran Ibáñez Gea 5 Comments

 



Cuando mi última y más querida abuela murió, experiencié un deseo de proteger todo lo que la rodeó en vida. Pasábamos a tomar consciencia de que su partida significaba un cambio de página en muchos sentidos. Era la primera vez en sus ochenta y ocho años que no iba a estar presente en nuestros cumpleaños, celebraciones y demás encuentros. El alzheimer le había nublado el pensamiento breve tiempo atrás, pero su sonrisa y el nombre de sus hijos seguían vigentes aun repitiendo pensamientos y siendo calmada por sus agitados temores. 

De ella quedaron muchas cosas. Enseres, ajuares, sus recetas de cocina, testimonios filmados y fotografiados. Eran una estirpe amante de la cámara y así lo demostró que tuvieran fotos de ella de pequeña, de familia numerosa, del colegio, de sus hermanos en la mili, de sus padres... y empiezas a introducirte en un rompecabezas en el que se fusionan "lo dicho" con "lo hecho". Es decir, todo aquello que de oídas se ha presenciado alguna vez como historieta, está físicamente, visualmente, reflejado en esa fotografía. Los viajes, las bodas, la suma de los hijos a través del carrete. Una novela sin letras, pero con la misma carga emocional y literaria. 

La casa de mis bisabuelos aún sigue en pie. Infinitamente deteriorada. Podría considerarse una ruina moderna que ha sido varias veces expoliada. De ella recuerdo pasar unos felices domingos de infancia corriendo en un prado verde y jugando con los primos. En algún momento la decadencia del lugar se consideró poco apta para travesuras de niños y por protección de riesgos dejamos de ir. Llevaba veinte años sin pisarlo. Siempre pasando de largo, porque la esencia de aquel lugar era el "estar de paso". Era un pueblo diminuto en el que había una estación de tren, un silo, unas escuelas y una manzana de casas. La más grande de ellas, la cual tenía una especie de tienda-bar para atender a los viajantes del ferrocarril, servía de lugar de encuentro para los vecinos. Esta concretamente es la de los padres de mi abuela. Cuando acudimos a ella hace unos meses, en primavera, el tiempo le había robado su esplendor mas en la memoria de cada uno de nosotros era un desfile de recuerdos y de personas que seguían allí mismo. 

Picoteo el teclado con palabras de parientes del árbol en buscadores de hemeroteca, para rescatar alguna noticia o seña que ofrezca perspectiva a las anécdotas familiares. Con suerte en este riguroso avance por digitalizarlo todo, siempre cabe alguna tibia reseña de un periódico local en alguna aportación. También pregunto a tíos y primos si cupiera la posibilidad de que en sus enmarañados baúles y trasteros hubiera alguna foto en blanco y negro con rostro de antepasados para que en un whatsapp puedan mandármela. De esta forma les pude poner cara por primera vez a unos tatarabuelos. Y te das cuenta que la historia se hizo ayer. Notas de prensa de algún evento social, participación en concurso, alguna multa en la guerra, nombramientos políticos o civiles y poco más. Lo suficiente para cimentar aquel rastro verbal heredado de quiénes eran y fijarlo en papel con estas puntillas. 

Algún juego de tazas, un abrigo, una colcha de croché hecha a mano o una radio antigua pueden ser trastos de rastrillo, pero el valor no lo dan las cosas, sino a quién pertenecieron, quiénes las cuidaron e incluso quiénes las vivieron. Nos acuartelamos sin renuncia a seguir guardándoles un lugar de honor en nuestro presente. Esa herencia al margen del papeleo es el sensible legado que nos transporta a un rincón de la memoria, en el que la muerte no tiene fundamento. El recorrido por el que te invita la arqueología doméstica, en el que conforme descubres de dónde vienes también aprendes el por qué vas. 


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El Madrid que no es

0:05 Fran Ibáñez Gea 0 Comments





La última vez que estuve en Madrid era la nochevieja de 2019. En julio de aquel año dejé la capital para embarcarme en otros proyectos profesionales. Allí quedaron amigos muy queridos, celebrados amantes y una vida sin descanso ni tregua. Había tenido la suerte de compartir mi vida en aquella ciudad bajo las órdenes de la capitana Manuela, quien fue capaz de extender la ternura y afecto de sus gestos a las calles madrileñas. No todo era color de rosa, lejos de eso, Madrid se enfrentaba a la polución por una parte, y a la gentrificación por otra. De tal manera que vivir allí era la crónica de una muerte anunciada. Eso sí, el entusiasmo y las ganas te dotaban de unas dosis de adrenalina anestésica que adormilaban o empequeñecían los duros males visibles. Aún así, recuerdo que había un interés colectivo en hacer todo más amable y cercano. Era una ciudad que extrañamente acogía y te permitía perderse entre sus faldas. 

Los que hemos tenido la fortuna de vivir los estragos de la pandemia en núcleos con población más reducida, en la amplitud de los hogares, en la vía breve hacia la naturaleza, no podemos ni suponer lo que devino para los habitantes sitiados en Madrid. Acuartelados en sus barracones de alta renta, esquilmados en luz y entendimiento. Las calles pudieran haber servido de trincheras. Cada cual un "no pasarán" a los propios vecinos. En un pueblo, las mañanas de domingo son tan blandas y esparcidas que cualquiera podría recrear el confinamiento abrileño en el que nos defendimos. Pero allí, en la villa, que no conocieron sus estrellas el descanso, fue joder vilmente la marrana. 

Y después de las olas y las vacunas vuelvo a Madrid, por mero reconocimiento, por amistad infinita. Por distinguir si queda algún poso del recuerdo. Llegué en tren. En otros tiempos me hubiera visto desde el balcón con la maleta cruzar el asfalto mientras se asomaban las cariátides y relinchaban bajo la Gloria los Pegasos. Hotel Mediodía, El Brillante, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. A la diestra el Prado, como siniestra un ala roja parecía Nubel haciendo barca con Atocha de un Madrid al que subirse para dejarse navegar. La persiana, de quien me hiciera el relevo en los años, estaba subida.  En aquel momento seguía sin creer que estaba en la ciudad maldita. Donde las noticias archivaban los cadáveres unos sobre otros, apilados en el desprecio de los números. Familiares atormentados en esta fragua que no paró de repicar y achantar, dedo de muerte frío, mientras algunos seguían negando la pandemia. Filomena terminó por meter las banderillas que quedaban. Todos los árboles capados de copas. Mutilados e impedidos. Fuencarral lisiada. El verdor del Retiro cansado. A Dios gracias aún sigue en pie el ahuehuete, majestad natural que a Felipe IV de las Indias le trajeron y que de sí sombraje de siglos emana. 

Por lo demás, Madrid parecía intacto. Al turista que posa sus pies en la ciudad para atracarse de sus bellezas parecieran haberse esmerado en conseguir que todo quede en su sitio. Se ha convertido en un parque de atracciones. El eje de los museos del Prado Patrimonio de la Humanidad, el alza de hoteles de lujo con la coronación del Four Seasons en Canalejas. Restaurantes al rescate de lo perdido cobrando el cubierto o esmerado servicio. Un hervidero Madrid a la hora de la comida. No tiene un sitio. Escalada de precios por un café. Y a pesar de la grave experiencia sufrida, la feria del libro o el rastro era una maraña de rebaños convulsionando a la fricción.  

En cambio, el que mira Madrid como un felino empedernido, eriza el lomo cuando atraviesa en un barrido tiendas que no han aguantado el cerrojazo, que probablemente y sin más remedio hayan muerto. La silueta pálida de una ciudad ahogada en contaminación. Existe un trote quebrado en el ambiente, un discurso de astillas que enrarece, acobarda y se engulle aquel Madrid que viví. El hastío general de sus viandantes. La antipatía aflorada.  Fuera de eso, la ciudad quiere latir. Está en su naturaleza. No puede hacer otra cosa que bombear creatividad y seguir adelante. Con sus pesares. Amigos confiesan sentirse desubicados, que preferirían salir de la almendra, del corazón, y mudarse a la Alameda de Osuna o a la sierra. Madrid no es lo que era. Y yo los miro desde mi paz de provincias. Y me despiertan sentimientos encontrados el deterioro de la esperanza, la sonrisa mustia, el verbo mermado. Madrid que tanto significó, que fue uno más entre nosotros, ahora es un escenario decaído por donde transitar. Espero algún día recupere esa luz que lo dotó de ser el faro salvador de muchas de nuestras tormentas. 

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El yugo, las flechas y la memoria

19:45 Fran Ibáñez Gea 1 Comments


 

El ayuntamiento de Cádiz retiró una placa que había en la calle Isabel la católica, indicando ser la casa natal del poeta José María Pemán. Se sugería que fuera quitada dentro de las actuaciones por la memoria democrática en cuanto a la vinculación -evidente- que el escritor tuvo con el régimen de Franco. Pemán, que lo único útil que hizo en su vida fue piropear a Lola Flores diciéndole aquello de "torbellino de colores" hoy está en entredicho. También recibió, junto a familiares y autoridades, los restos mortales que venían de Argentina de Manuel de Falla. A lo cual tampoco sé cómo el compositor le sabría aquel flaco favor. En un pronto en el que Pemán se propuso "franquificar" a Falla, manquepierda. El caso es que fueron a parar a la cripta de la catedral, en el día conocido como el que todo Cádiz salió a despedirlo. Por lo demás, nada que añadir. Dentro de las plumas que comulgaban con el régimen había otros más notables como Eduardo Marquina, Juan Ignacio Luca de Tena, López Rubio o el propio Enrique Jardiel Poncela. Es decir, hubo literatos afines a los que los nuevos tiempos no le fueron tempestuosos. 

Y por razones obvias no corrieron la misma suerte que otros más sublimes escritores a los que el franquismo asestó un golpe mortal: el fusilamiento de García Lorca, la muerte en el penal de Miguel Hernández, el acuartelamiento domiciliario de Unamuno o el exilio en la más vil miseria de Antonio Machado. En cualquier caso, y valor literario aparte, la placa estaba colocada porque allí nació. No porque fuera un cabroncete llamando a la aniquilación y exterminio de quien se opusiera al golpe de Estado. Al fin y al cabo ¿Qué palabras gruesas no iban a caber en aquel momento de la trifulca? Eso sí, ante aquella vocalía, Queipo de Llano era un petisuí. Pero la guerra era un sálvase quien pueda, y desangrar, arruinar, arrancar, humillar y atemorizar no se hacía con polvos de talco. Se envalentonó. Se puso malo de los nervios. Volvemos a que la placa se puso porque nació allí. Y por ser (un mal logrado) escritor. Escritorcillo.(*)

Uno de los más honrosos logros que puede marcarse la democracia es precisamente la ley de "Memoria democrática". Esto es, un pulimiento de todos aquellos elementos que hayan quedado como un poso residual en la vía pública y que lejos de engalanar o ennoblecer, vulnera la decencia y dignidad, enquistándose a ciertos pensamientos y sentimientos muy contrarios a los valores democráticos. Lo que las espinacas fueron a Popeye, la ley de Memoria democrática es a la propia democracia. Pues como herramienta, articula y legitima el poder barrer del confín todo aquel debate que se escuda en la libertad de expresión y no deja de perdurar como un fantasma angosto y maltrecho. Todo tiene su tiempo y este tiempo ya tiene bastante con lo suyo. 

Hay quien se pregunta por la utilidad de esta cruzada contra el pasado. Claro está, el franquismo no dejó los deberes hechos. Para el año de 1976, la mitad de las plazas de este país seguían llamándose Generalísimo Franco. Y las calles principales, Jose Antonio Primo de Rivera. Al igual que su nombre quedaba reflejado en las fachadas de las catedrales de España. También en la estación de metro de Gran Vía (antigua Jose Antonio) o en la de Príncipe de Vergara (ex General Mola). Los hospitales llevaban nombres de falangistas: sin ir más lejos, Ruiz de Alda (el actual hospital Virgen de las Nieves de Granada) no fue precisamente compañero de pupitre de Ramón y Cajal o Gregorio Marañón. Y así con una marabunta de placas plantadas durante cuarenta años para gloria del régimen franquista. 

La Plaza de los Corregidores de Guadix hacia 1911 - Plaza de Onésimo Redondo en la década de 1960

En Guadix, la Plaza de los Corregidores fue destrozada durante la guerra civil. No quedó piedra sobre piedra. El recinto sufrió una suerte de Guernika. Era llamada así por el famoso balcón de los Corregidores de la época de Felipe III. Cuatrocientos años en su haber. Cuando regiones devastadas mete mano, una década de escombros mediante, decide actualizarla a la arquitectura del régimen: acuartelarla en arcos chatos y trasladar una imitación de la archifamosa balconada al otro frente de su ubicación. Entonces llamaron a la Plaza de Onésimo Redondo, que era de Valladolid y naturalmente fundador de un brazo de las JONS. Por Guadix nunca pasó, que se recuerde. Como guinda incluyeron en el lugar donde debió ponerse la soberbia y majestuosa balconada, por seguir el volunto de la costumbre, un escudo de Franco. Llegamos a la democracia y con la Constitución firmada se le puso dicho nombre, salvo que siempre se le ha llamado de las Palomas. Porque donde hay bares hay palomas. Personalmente fui uno de los que se levantó por la causa, frente a la opinión popular de "ha estado toda la vida ahí, mejor dejarlo" o "eso es parte de la historia, no la podemos cambiar". Mi intención, humilde ante todo, era que se retirara el susodicho escudo y se pudiera exhibir en un museo municipal como señal intrínseca de esa historia inamovible, pero desplazable. Cuando fermentó la masa, pareció que se pusieron de acuerdo en quitarlo. El operario municipal pensando que lo bueno si breve dos veces bueno, asestó machetazo limpio contra el pollo e hizo piscos la heráldica pretérita. En el desvestido lugar pusieron un reloj, que a veces va bien. Ese fue el último elemento que nos quedaba por "descoleccionar". 

Ahora bien, recientemente estaba el consistorio accitano huroneando el cómo poder crear una bandera que le faltaba a la milenaria ciudad. Asesorados por técnicos e ilustrados, se acuerda que la bandera ha de dividirse en dos partes iguales: la derecha un paño blanco y la izquierda un paño burdeos con un escudo de las insignias de los reyes católicos, el yugo y las flechas, recogidos por una corona de laurel de "y tiro porque me toca". Evidentemente, cuando Ysabel y Fernando llegan a Guadix, en los avatares de la reconquista, le dan el título de fuero y ceden sus símbolos a la ciudad. Así sigue en sucesivos escudos de todos los siglos recolectados hasta el convulso XX. Nuestro paisano Juan Aparicio López, que como todos los provincianos quiere que su pueblo esté por encima de los demás, fue el que llevó la idea del yugo y las flechas (que estaba hasta la saciedad de ver en Guadix) a la Falange Española, que los adoptó enseguida, al igual que hizo Franco. 

La nueva bandera de Guadix 

El debate se siembra cuando el ayuntamiento ha hecho una bandera (ante una opaca participación ciudadana) con unos símbolos que pertenecían a los Reyes Católicos, que nos los regalaron -Santa Rita Rita, lo que se da no se quita, y no estaban para derrochar originalidad pudiendo reciclar la vetusta heráldica- y que a posteriori se adueñó Franco, que pasaba por allí e hizo el mejor marketing del yugo y las flechas en toda la historia, con pollito de sanjuanito incluido. Es buena señal de que las alarmas se activen a las más mínima cuando se generan este tipo de insinuaciones, que pocas veces están tan notariadas y justificadas. La Memoria Democrática debe ser altamente rigurosa, no pedalear entre partidos. Tajante y bien informada. Porque su única función es preservar y fomentar la igualdad, la fraternidad y la libertad. El respeto y la tolerancia, como pilares fundacionales de nuestra cultura, o por lo menos de esta sociedad que vivimos. 

Nada ha sido en vano. Se han cambiado nombres a las calles, retirado estatuas y galones, desinfectado la vía pública de fascismo, y sin embargo lo más importante y decisivo que ha podido apoyar esta ley ha sido el arduo trabajo por vaciar las cunetas de muertos y hacer que las fosas de los fusilados dejen de ser anónimas. Mientras haya fundaciones que enaltezcan la figura de dictadores, partidos que degraden a los españoles por su condición en diversidad o personas que idolatren públicamente a nazis y fascistas, queda todavía un camino tedioso por esclarecer. Porque la memoria se acompaña de la conciencia, y ser conscientes de quienes somos nos hará aprender quiénes fuimos. 




(*) José María Pemán fue un distinguido personaje de la derecha. Su producción literaria tenía mucho que ver con esta condición, ya que el régimen abalsamó y procuró sus publicaciones. En otro contexto difícilmente hubiera tenido la producción que hoy le consta. Mientras que a Jacinto Benavente (a pesar de ser premio nobel de literatura) la censura le borró el nombre en sus estrenos e incluso de García Lorca no se pudo publicar hasta una vez muerto los Sonetos del Amor Oscuro, a otros relamidos como Pemán la suerte sopló a su favor. Quizás Pemán haya sido quien fue por haber vivido bien el franquismo, sin embargo ya despuntaba tibiamente antes de que el golpe de Estado de 1936 se diera. 

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Pongamos por caso: el certamen de cante jondo

21:51 Fran Ibáñez Gea 0 Comments


 La reina Victoria puso en su testamento que el día de su funeral quería que hubiera más blanco que negro. Ese día nevó. Una bonita casualidad que podría quedarse ahí, sin pensar que las probabilidades de que pasara un 22 de enero en Londres eran abundantes. Cuando explico la guerra civil española, empiezo preguntando ¿Qué hacéis vosotros un 18 de julio?: "Pues en la playa; sin clase." Efectivamente, así fue. Acababan de ser los Sanfermines y la sociedad más pudiente se había asentado en el destino de veraneo. Esto no lo digo yo, lo dijo en una entrevista Aline Griffith, condesa viuda de Romanones y espía estadounidense. El inconveniente de tanta cercanía es que cuando les vuelvo a preguntar sobre cómo empezó la guerra civil me contestan: "Pues estaban de vacaciones..." naturalmente. Saber que la salida de Alfonso XIII tras la proclamación de la II República se negoció en el domicilio de Gregorio Marañón o que Evita Perón ridiculizó y ninguneó a Franco durante la agasajada visita pueden ser datos fuera de expediente, que sin embargo dan color y volumen, incluso olor y proximidad, esquivando las columnas de años que nos distancian. 

Cuanto más pasa el tiempo, más se codifica la historia, y como en un destilador maltrecho se condensan unas gotas turbias de un mar repleto de variopintas percepciones. Eso es lo que llega. El sigilo de algunos escuetos hechos, más leales que fiables, o no, enmarcados con alfileres entre anuarios. Continuamente cae el repique de la revisión. Maltratamos el pasado esbozándolo en un simplón renglón bajo la luz de la moral. Y es que para entender hay que aprender a mirar, como el que se sienta en la última grada de un anfiteatro, y pasar revista a la literatura, al arte y a las crónicas del día que queramos. Los detalles son cosa imprescindible. Los detalles son precisamente los grandes ocultos y olvidados. No entrar en detalles es como ponerse una camisa a ciegas sin saber la talla ni la botonadura: un despojo. 

Para entrar en materia dispondremos de uno de los eventos sociales más importantes del siglo pasado en España. Pongamos por caso: Granada en 1922. Hace cien años, casi. Por estas fechas el Centro Literario, Artístico y Científico estaba confeccionando los remiendos para que fuera posible hacer en la ciudad un acopio de los más grandes flamencos. Un derroche sin precedente que viera la luz para las fiestas del Corpus Christi en el patio de los Aljibes de la Alhambra. Manuel de Falla capitaneó la empresa. Federico García Lorca, su mano derecha. Una carta fue mandada al ayuntamiento para cubrir gastos, firmada por lo más granado de la música, pintura y literatura. Cuando al nombre del Primer Concurso de Cante Jondo de Granada tomó cuerpo se echaron las amarras. Manuel Torre y D. Antonio Chacón, veteranos del ámbito, perfilaron la lista de invitados. No hubo quien quisiera perderse semejante nacimiento. 

Los días para el certamen estaban previstos para el 13 y 14 de junio. No cabía un alfiler. Los telones de Ignacio Zuloaga abrazaban los cantes y toques. Presentes Joaquín Turina, Edgar Neville, los duques de Alba, Ramón Pérez de Ayala, Santiago Rusiñol... se le ocurrió a Ramón Gómez de la Serna dar una conferencia interminable, por la guasa de los aplausos de los asistentes que no lo dejaban continuar (comentaría Isabel García Lorca). De allí salió encumbrado Manolito Caracol, con doce años. Se escuchó a Tomás Pavón, Pepe Cepero y a la espectacular Niña de los Peines. Esta es la versión oficial. 

El valenciano Federico García Sanchís que también estuvo allí, comentaba en un artículo en Nuevo Mundo de 23 junio: "la lluvia, descargando de pronto sobre la fiesta, obligó a la multitud a dispersarse, con que la inacabable fila de coches que aguardaban se desgranó, y de ahí  el resonar de las bocinas como trompas de caza. Y de este modo acababa el famosísimo Concurso". Apostillaba que para mayor inri, ese 13 era martes, seguramente para encanto de Lorca, donde además alumbraba la luna llena al son del embrujo prescrito, que a la estampida como autos-locos cuesta abajo de Gomérez, quedó el arrullo de las fuentes y brisa de junio que despierta el bosque de la Alhambra. Para impresión de Sanchís, añade que no quitó aquel espectáculo de ser algo así como una representación de faraones en teatrito cuando vienen turistas al Palace. "Semeja el cante jondo a un asilo de ancianos desvalidos y de huérfanos", por aquello de que titanes del arte y los volantes alternaban con caras frescas como la del propio Caracol o un jovencísimo Miguelito de Molina, que despuntaría años después con coplas a la altura de la Bien Pagá, Triniá u Ojos Verdes. 



"Enorme el éxito de taquilla. Ni una localidad desocupada. Y era un público disciplinado y culto, y en el que dominaban las mujeres, muchas vistiendo trajes de 1830, y otras con pañolones antiguos, y todas con esa gallardía que es el privilegio de las granadinas." Sentenciaba el corresponsal, quien tuvo el privilegio de poder contar en primera persona la apoteosis que sembró la flamencura más exquisita de España. Es de esta forma, incluyendo perspectivas, la forma fiel de imbuirnos en un episodio pasado. Descodificar, sin pretensión ni prejuicio. Abordar contextos y pensar que dos años antes a este hito, Manuel de Falla había estrenado en París Noches en los Jardines de España, tras ver la luz en Londres su Sombrero de Tres Picos; o un Lorca aún en la Residencia de Estudiantes (quedaba por fraguarse la generación del 27) que había compuesto en su haber por entonces El Maleficio de la Mariposa (1920) o los Poemas del Cante Jondo (1921). 

Creemos que la historia es una losa fría y abandonada. Una sepultura donde conversan los muertos y además, un extenso apartado donde yace todo aquello que nos hizo posible. 

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Incalificable: una crónica contra pronóstico

10:33 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 


Vale recordar la escena en la que Dalí se presentó a uno de sus últimos exámenes de carrera en la Real Academia -escuela- de Bellas Artes de San Fernando. El tema a exponer era Rafael. Dalí, que entonces ya hablaba en tercera persona de sí mismo, espetó al tribunal: "Dalí no se puede presentar puesto que en esta sala no hay nadie que sepa más de Rafael que Dalí". A los días lo echaron, naturalmente. 

Una de las labores mejor avenidas es la de la oposición. Formar parte de la función pública, con el respeto y dignidad de la no-explotación, es una de las elecciones vitales más exitosas y fértiles para a quien la estabilidad le es una prioridad. Legado el bagaje de la costumbre -en mi casa todos sus miembros conocen la experiencia- me emprendí a invertir la dedicación de mis días en opositar. Afortunadamente no de la manera rígida y esperpéntica de algunos compañeros encerrados mientras el sol está de guardia y clavando codos entre apuntes y tinta seca. Bien es cierto que durante estos meses atrás, la pandemia tuvo mucho de bueno para quien vivir era una casualidad y la exigencia corría sobre el escritorio. No había riesgo de huida: confinamiento perimetral, toque de queda, escrupulosa distancia social y sobre todo el apagón de emociones por reconciliarte con el fuera. Temas y más temas sobre la mesa que van engordando con otras versiones, resúmenes y esquemas. Tochos de libros de consulta, subrayadores en agonía. Al final, terminas por perfilar la propia filia y seleccionar los bloques que más te apasionan para defender -de cinco bolas a escoger, malo será, y el cielo lo dice, que no salga ninguna a tu favor-. Me acuartelo en literatura, historia y cultura. Repaso documentos y pies de página de la carrera. Engendro listas de autores y sus obras; listas de presidentes y sus partidos; hechos históricos y escritores afectados. Amarrar cualquier mínimo cabo imprevisto. 

Para más inri, durante este año he estado cursando un máster en investigación de Teatro Europeo, lo cual reforzaba más la sección de drama, innovaciones escénicas, crítica literaria, etc. Recuerdo haber entregado dos cosas de las cuales me siento satisfecho: la primera es la relación entre Bernini y Lope de Vega a través de Santa Teresa; la segunda, la necesidad del espacio independiente para autorrealizarse de la mujer en el caso de Ofelia (Hamlet) con reflejos de Virginia Woolf (A Room for One's Owner). Efectivamente, en mi haber no cabía la sola memorización, había que entender, aprehender, construir, exigir, crear perspectiva de lo que se veía. Todo ello es lo que ofrezco a mis alumnos cuando estamos ante un poema o un hecho histórico. Cuidar la sensibilidad de captar lo que emana el texto.  La función del docente no está en que los discípulos aprueben, sino en crearles expectativas, inquietudes y dotarlos de herramientas para que piensen por sí mismos. Darles la posibilidad de la duda. Nadie les responde. Todo es asumido. Preguntar parece de imbéciles, de aturdidos, de distraídos. NO, la pregunta es la llave para saber. Y en la práctica del arte de cuestionar es cuando el alumno lo consigue. 

El examen a oposición era un mal trago -con el añadido de levantarte a las cinco de la mañana, que te nombren a las siete y media de un domingo; que la prueba no empiece hasta las nueve y desde entonces disponer de cuatro horas para desarrollar un tema y realizar un caso práctico con la ayuda de tres caramelos, algunos escasos buchitos de agua y la imagen de Fray Leopoldo en la cartera-. La primera bolita que sale es el "tema 44: Shakespeare and his age. Most representative works." El éxito estaba asegurado. Mi temor se encontraba en que la mano se me gangrenase ante la falta paulatina de hábito de escritura, que subsané gracias a que desde semana santa hasta el examen -tres meses- escribí todos los días un par de folios. La adrenalina me dio la patente de corso para que de principio a fin la primorosa caligrafía fuera decente.  

La cosa iba bien. Ni un tachón. Todos los párrafos en su sitio. Los títulos de los subíndices coincidían con el comienzo del folio. Diecisiete caras. La información invitaba a la reflexión incluso. De tiempo, sobró una hora. La tensión de no dejar marcas que rompieran el anonimato -desde firmar, una marca de boli por torpeza fuera de lugar o subrayar un título inocentemente- avivaba la atención. Le incluí parte del soliloquio de Hamlet que lo aprendí en segundo de carrera: To be or not to be, that is the question. Wheter tis nobler in mind to suffer the slings and arrows of outrageous fortune, or to take arms against a sea of troubles and by the opposite take the end them? To die to sleep, no more... También incluí que el hecho de que Shakespeare tuviera una sección de drama histórico era debido a la autoreflexión de Inglaterra como país tras las crisis de fe y autoridad, así como la abundante inspiración que significaba tener un poder de referencia y la relación con el destino o las vicisitudes. Añadiendo que la referencia histórica sobresaliente para entonces era el precedente de la Ecclesiastic History of English People de Veda el Benerable. De invitar a la relación entre Romeo y Julieta con Calixto y Melibea, de explicar en qué momento del día se hacían las representaciones de teatro en The Globe, de obviamente incluir una respetable lista de las obras del bardo inglés y analizar sus ciento cincuenta y cuatro sonetos. Evidentemente ,no iba a añadir la patochada de que el día del libro celebra la efeméride de su muerte. Tampoco que su ciudad natal era Stratford-upon-Avon porque entonces lingüísticamente habría que entrar en el detalle de lo que supone upon-Avon, que ya Stratford es como decir nacer en la nada -o en un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme-. La grandeza no se puede acotar a un villorio a menos que seas Wordsworth y Coleridge. En cualquier caso cuando se cerró el sobre con mi examen yo salí en éxtasis. Menguado por el estrés acumulado por meses y con el estómago cerrado de la presión, pero con una sensación positiva de que todo esfuerzo había valido la pena. Prueba superada. La evidencia era esa. Aún así procuré un silencio sepulcral durante los diez días de corrección, apelando a la misericordia para que el tribunal fuese iluminado y a la altura de las circunstancias, con justicia y vehemencia. 

Llega la nota del examen. Un 4,16 -adelanté que eran dos partes, tema y práctico. Pues en ambas coincidía la misma nota numérica, hasta en las décimas-. Con urgencia telefoneo a la sede del tribunal para ver qué forma hay de no quemar Roma. Me dicen que la nota es inamovible y no hay posibilidad de reclamación. En mi cabeza las catilinarias en repique. Me presento físicamente en la sede, en Peligros -ni más ni menos-, a lo que me contesta el presidente del tribunal lo mismo: "no podemos darte información sobre correcciones o contenido. El examen no puedes verlo". La falta de transparencia reforzaba la injusticia, vaya por delante que mi tono de cortesía y pleitesía por saber dónde se encontraban los fallos para no repetirlos era de una admiración teatral exquisita. Y así me jubilaron, después de tres años preparándome. Era mi primera vez. En su aritmética administrativa por repartir las plazas y beneficiar a los interinos no entraba yo. Ni yo, ni Shakespeare, quien si hoy todavía viviera me haría alguna obrita al hilo de su "Mucho ruido y pocas nueces". No hay rencor. No habito en la edad de pensar que una mala calificación distorsione lo que sé, mi esfuerzo y mi trabajo. Ya sólamente queda esperar a que pase otro tren y que el billete, aunque esté en regla, no caiga en desgracia. O haya aforo para un pasajero más. 

Cuánto comprendo a Dalí. Un amigo me dijo que "si sucede, procede". Y yo ante el altar no he pedido aprobar, ni sacarme la plaza, sino el "hágase en mí según tu palabra". De momento estoy de vacaciones. Depurando la tensión acumulada y dedicándome finalmente a lo que me gusta: escribir, leer, pintar y tocar el violonchelo. Volver a los problemas del primer mundo de cuidar el jardín y colocar cuadros rectos. Que así sea. 

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El hogar público

8:58 Fran Ibáñez Gea 2 Comments

 


El mejor alcalde de Madrid, salvando las distancias con Carlos III, dijo un día algo así como que si la casa, la vivienda personal tenía la consideración de hogar privado, la ciudad debería tener la misma consideración como hogar público. Y esta sentencia de D. Enrique Tierno Galván va gestando una de las ideas fundamentales para la ciudad moderna.

Hemos evolucionado sin saberlo. En cuestión de cincuenta años una generación bisagra ha podido experimentar cómo nacen los teléfonos y las televisiones, el auge de los coches y de los ascensores, no tener excusado, alcantarillado o agua corriente, que en la misma vivienda coincida también la cuadra o la pocilga, incluso que la distribución de la casa haya surgido conforme urgía la necesidad de hacer espacios, con el consiguiente desdibujar las calles. No haber cubos de basura o papeleras, y por ende el surgir de carteles de no arrojar escombros bajo multa. El encendido público existía, por la custodia del sereno, por cuestiones de seguridad, mas lejos de ahí todo era prescindible. Quizás dos bancos de piedra en una plaza.

La ciudad de hoy tiene una naturaleza brusca. Las mierdas de perro desperdigadas, la ausencia de suficientes fuentes, la falta de accesibilidad en algunos tramos. El colesterol de tráfico oprime las arterias en exceso. Hay pérdida de oído en el paseante. Sirenas, tubos de escape, claxon y derrapes. La prisa la marca la rueda. Existe una baja consideración hacia el ser humano analógico que pretende lanzarse al camino con la idea sibarita de distraerse y redescubrir el lugar en el que vive, con la esperanza de que esa ruta por lo bonito sea lo más extensa posible.  

Cuidar la calle no debe ser un gesto compasivo de la administración. Ni tampoco ser desentendido por la población. Cada rincón es parte de este cuerpo que habitamos y que por tanto deberíamos esmerarnos en que sea saludable. Las fachadas ruinosas son uno de los grandes males presentes que compromete la seguridad en la vía y la pérdida de patrimonio. Muchas veces son naufragios sin dueño varados por el descuido y el haber normalizado que las ruinas y escombros son parte de nuestra identidad. Lejos de eso, a día de hoy debería haber herramientas suficientes para restablecer el estado de estas viviendas y hacerlas útiles. Para que los barrios históricos se llenen de vecinos que devuelvan la actividad a esas calles y esas plazas.

Guadix es una ciudad paseable. Peregrinar a la virgen de las Angustias, callejeando Santa Ana, de su iglesia a su solana, y avanzar por la Gloria, doblando las almenas, hasta el balcón de Peñaflor donde entre Santiago y San Francisco las huertas son un pazo de soneto en extinción. Cruzar el barrio latino por las Ibáñez o la Concepción, avistando como un faro el campanario. Y escuchar. Oír las golondrinas anidar y los cuartos de las campanas de la catedral. Reposar Santa María y su Buen Aire de balcones bajo palio y el renacimiento abriéndose como un trago de vino al sol. Cederle el paso a la plazuela de Villalegre y la Atahona como un cañón hacia Roma abriendo un abanico de teatro propios de una Pompeya de arcilla. Despistar el Ferro hacia San Miguel y saludar al Cascamorras en el compás de Santo Domingo, para finalmente subir hacia una corona de chimeneas blancas, con el permiso de la Magdalena, y ver Guadix. Guadix ante un mar de barrancos escarpados con su avanzadilla de Azucarera y su Estación, por donde llevan serpenteando los trenes un siglo, ya en tradición. 

No cabe duda. Son muchas las opciones que se tienen para dejar una ciudad a su suerte. Que siga creciendo o vaciándose como lo ha ido haciendo hasta ahora. En cambio, en tiempos confinados, hemos podido apreciar con mayor profundidad la importancia de nuestro entorno. La primera vez que el parque periurbano parecía Central Park. La cuestión está servida.

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