Las Colecciones Reales

12:23 Fran Ibáñez Gea 0 Comments




2020 se precipita con grandes cambios. Trae consigo un futuro palpable en el que se hace posible una actualización del siglo XXI. Madrid, sin ir más lejos, metamorfoseará su imagen hacia una ciudad renovada, comprometida y consolidada de los retos que en este tiempo despiertan. A esta nueva cara, cuyo pistoletazo lo dio Manuela Carmena con la reinauguración de la Gran Vía, se unen las obras en Plaza España; la apertura del céntrico complejo Canalejas; la ampliación del Museo del Prado por Norman Foster en El Salón de Reinos; la polémica nueva intervención de las Torres Colón(Lamela, 1968) que lo convertirá en uno de los rascacielos de consumo casi nulo de España; la torre Caleido se sumará al equipo de Cuatro Torres, los rascacielos más altos de la capital; y lo más importante, el Museo de las Colecciones Reales estará a punto para abrir sus puertas. 

A los pies del Palacio Real y la catedral de la Almudena se encuentra la obra de Tuñón y Mansilla, (2016) a posteriori Tuñón y Moreno, premio FAD y de Arquitectura española en 2017. Este espacio será el responsable de custodiar la valiosísima colección perteneciente a los monarcas de las tres principales dinastías de este país: Trastámara, Habsburgo y Borbón. Patrimonio Nacional confía a este proyecto la reubicación de las grandes piezas de incalculable valor artístico que quedan dispersas por los diferentes Reales Sitios. Unificada su localización, provoca que el Museo de las Colecciones Reales sea uno de los más potentes junto con el Museo Nacional del Prado. Una inauguración muy esperada y deseada en el mundo del arte, que tras la adjudicación a Telefónica y Empty el diseño de la museografía podrá ver la luz muy pronto. 

 Entre las obras maestras más deseadas se encuentra el Políptico de Isabel la Católica (Juan de Flandes, 1504). Las tablas, a la muerte de la reina, fueron desmontadas y dispersándose durante los años entre compras y herencias. Considerado como el 'más fino y delicioso evangelio ilustrado conocido' hoy las Colecciones Reales conservan quince de ellas. La túnica de José (Velázquez, 1630), pintada en su primer viaje a Italia junto con La Fragua de Vulcano, estas dos piezas fueron a adornar el Palacio del Buen Retiro de Felipe IV, hasta que este óleo fue mandado por Mariana de Austria a la muerte del rey al Real Monasterio del Escorial por su significado religioso. El manierismo y delicia del Martirio de San Mauricio y la legión tebana (El Greco, 1582), la exquisitez del Martirio de San Lorenzo (Tiziano, 1567) o la sobrecogedora Salomé con la cabeza del Bautista (Caravaggio, 1607) son parte de las grandes obras maestras que podrán ser vistas por el público en este museo. Junto a ellas, Patrimonio Nacional mantiene en depósito el Lavatorio de Tintoretto, varias obras en distintos formatos del Bosco o el Descendimiento de Van der Weyden en el Museo del Prado. Así mismo, es comprometida la elección de las piezas que irán definitivamente en el nuevo museo y cuáles seguirán imperturbables en los Reales Sitios. 

Los archivos de esta colección se extienden más allá de la pintura y la escultura. Abarca todo aquello que esté catalogado perteneciente a Patrimonio Nacional, donde figura porcelana, carruajes, relojes, mobiliario, falúas o abanicos. A destacar de la Real Armería la significativa colección de borgoñotas y armaduras del emperador Carlos V; el tapiz que representa el triptico del Jardín de las Delicias del Bosco, en mayor formato, tejido en oro, plata, seda y lana; imaginería de Mena y un crucifijo de Bernini; el cuarteto Stradivarius; o la Góndola Napolitana de Carlos II. 

El rey Juan Carlos I lega durante su reinado la parte de la colección más moderna. Alfonso Guerra mandó a Rafael Canogar encargarse de dicho proyecto, y en las últimas décadas del siglo pasado se sumaron a este histórico catálogo obras de Sempere, Chirino, Guinovart, Genovés, Muñoz, Guerrero, Saura, Barceló y el propio Canogar. La polémica se mantuvo durante años cuando el rey se encaprichó de El Atleta Cósmico (Dalí, 1960), y tras una rocambolesca batalla, pudo mantenerlo en su despacho junto a un retrato de su abuelo, Alfonso XIII. Sin embargo, las piezas más recientes en formar parte de este equipazo de sobresalientes y únicos ejemplares son el Códice del Toisón de Oro y una cómoda de Gasparini de Carlos III, que había sido sustraída durante la invasión napoleónica, y que forma juego con una gemela que tenía Patrimonio Nacional. 900.000€ invertidos para dotar del merecido y cuidadoso esplendor a este proyecto. Un apropiado despertar, sin más dilación, para subrayar el incuestionable valor y compromiso que España mantiene, al cabo de los siglos, con la cultura. 


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Apostar por uno mismo

10:03 Fran Ibáñez Gea 0 Comments





Ser es algo, por sí, complicado. No debería serlo, pues en esencia no hay hecho más elemental que ser uno mismo. En cambio, el eje rotatorio que nos va descubriendo este mundo pule las aristas, debilita la diferencia e intenta imponerse al espacio que se demanda. Las alas no consiguen tener suficiente desenvoltura y el vuelo es más dificultoso. Igual que sucede con las personas, sucede con las ciudades.

Toda comunidad vivida en historia, que se reconoce con su entorno, que extiende la costumbre a sus habitantes tiene alma propia. Y ese palpitar que acostumbran a sentir los paisanos lo advierten los foráneos. Esta energía la adelanta la literatura y el arte, que son una traducción inequívoca de lo inmaterial que se capta en el ambiente. El Madrid de suburbio que soslaya Valle Inclán; el gato mismamente castizo de Galdós. Ese lago de Sanabria que padece un sueño eterno, una campana que quiere tocar entre las aguas de San Manuel Bueno y Mártir de Unamuno. O entre rubiales y alamedas, el caserío agrietado carcomido por la pena y encalado de orgullo, regentado por Bernarda Alba en la obra de Federico García Lorca. El paisaje y el paisanaje no necesariamente se soportan, pero por un destino incierto no han tenido más remedio que entenderse.

El aire contenido en las Meninas de Velázquez; el brillo en el atardecer de las marinas o la nieve en Burgos de Sorolla. Pradilla mostrando la rendición ante una Granada acaecida, en el barrizal de las victorias. La familia de Felipe V empotrada en la imaginación de Van Loo porque no se conocía en la austeridad de España palacio capaz de albergar tanto derroche Borbón. La intuición puede llevar hacia un camino donde rija la realidad.

Hoy, en este tiempo de despertar o morir, la población es consciente de su latido. Algunos han abandonado el pulso y han deshecho perseguir cualquier parte de esperanza. Han consentido que se apodere la voz extraña que combate contra nosotros. Es difícil evitar el resbalón, sufrir la cornada de la crítica o caminar al mismo ritmo cuando menguan las fuerzas. Otros se retan por avivar la llama y desquitarse del sueño que los entierra.  Pongamos luz  a la intención, sembremos ilusión. Contagiemos ejemplo de superación, nunca de rendición. Busquemos las vías que iluminen nuestros proyectos e invitemos a la comunidad entera a formar parte de eso, a enriquecer el lugar, a conseguir ser referencia por la calidad y variopinta oferta autóctona.

Recuperemos las viejas glorias de forma responsable. Sin ínfulas. Arrastremos hasta el presente cualquier conato de grandeza y de felices épocas. Todo está por hacer. Sorprendamos al futuro con nuestro trabajo. Nunca estuvo la aventura tan cerca. 

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La solución duerme

10:11 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



El Preámbulo 

Después de haber vivido durante unos cuantos años en Madrid decidí regresar durante un tiempo al pueblo del que había salido. Fui plenamente consciente del cambio drástico de rutina al que me enfrentaba. Madrid era mi pasión. Allí el tiempo no lo marcaba ni el sol ni el calendario. La agitación y el bullicio se palpaba. Las calles llenas de gente, de voces, colores y estilos diferentes. Música y luz por todas partes. Cualquier rato libre podía encontrar su alternativa. Para más inri, vivía en la glorieta del emperador Carlos V, la rotonda de la estación de Atocha. Una arteria en la que encontrar fácilmente el camino a cualquier parte. 

Asomar por el parque del Retiro era una atracción en la que fichaban asistencia todos los posibles perfiles que cabían en un sitio así: ancianos echando pan a las palomas, ciclistas, corredores, los que hacían yoga entre el estanque y la estatua de Ramón y Cajal. También muchos turistas, curiosos, familias, amantes entre matorrales. Dueños y perros, picnics sobre el césped. Un paseo en barca, unas castañas. La casa de Vacas, el palacio de Cristal y el pabellón de Velázquez-Bosco. La rosaleda y los pavos reales en Cecilio Rodríguez. Títeres e influencers. Famosos de televisión y desconocidos de atrezzo. Extranjeros y vecinos. La feria del libro o el Florida donde Lola Flores dejó el pendiente que no quiso perder. Un pulmón verde con mucha historia desde el que poder despedir el atardecer a los pies del ecuestre Alfonso XII. El Retiro era un ejemplo de Madrid. Un sin-parar. El mejor sin-vivir.

Después de eso podías quedar a comer en el griego de Lavapiés, un tardeo por la Latina (y como sea domingo una vuelta por el rastro y la Plaza Mayor). Por la tarde a Tribunal y si hace buen tiempo cualquier skybar de Gran Vía. Al Casa Corona antes de cenar por Serrano o Chamberí. Terminar paseando por el Palacio Real de noche, la acera del Arenal y la Puerta del Sol. Hablando de las nuevas exposiciones que tiene el Museo del Prado. De la última película de Almodóvar o cualquier vieja gloria de la movida que suena. Hablar del colega que nunca está porque trabaja en Deloitte o de lo baratos que te han salido los vuelos a Viena. La modernidad de Malasaña y que los pakis te abastezcan en la dos de mayo. La libertad de Chueca, un barracón donde el siglo xxi ronda sin complejos. Echamos la última en el barrio de las letras. Pasamos por el Congreso, por el Palace. El Prado descansa de rebaños. Espera, una llamada de última hora, antes de que cierre el metro tira para Moncloa que ha venido un amigo de un amigo que nos cuela en Uñas Chung-Lee. Y vuelta a empezar. 

Y cojo, y me vuelvo. Mis amigos casi me ponen en los telediarios. Las cenas que hacíamos litúrgicamente cada jueves. Las fiestas clandestinas y las que no nos perdíamos cada domingo. Lo que no inventaba uno lo hacía otro. A una la cogen para un videoclip de Guitarricadelafuente y otra para un capítulo en Netflix, a otra la llaman de reportera en los premios de Vanity Fair, el que trabaja en el Atlético de Madrid, el Youtuber y el que desfila para Palomo Spain. El que se sabe cada palmo del jardín del Bosco. En fin, formamos un gran equipo y una pintoresca familia. En cambio decidí dejar aquello y apostar por esto. Por el pueblo que me nació y me crió. La primera cosa que hice fue dar de alta el Internet. 


El Hecho

A pesar de todo ello, de la vitalidad y el derroche, de sentirte vivo y tener la percepción de que cualquier cosa podía ser posible, de que mortales e inmortales bebían de la misma copa, me dije que me cogía el siguiente tren. 

Aquel verano de los primeros días de exilio tuve la fortuna de que todo mi Madrid peregrinara hasta Guadix a pasar unos días en mi nueva realidad. Con ellos, lo que siempre había sido mi monótona 'ciudad' tenía otro color. No es el sitio, es la gente. Cuando viviendo aún en la capital hacíamos excursiones por Buitrago de Lozoya, Tarancón, Patones, Cuenca, etc todo nos parecía maravilloso. Nuestra actitud de disfrutar del sitio, de hacerlo nuestro, de quitarnos la camiseta para tomar el sol, de echar mil fotos y de ir cantando. De tomar un tentempié en cualquier parte. En Madrid cuando hacía bueno todos los jardines se llenaban de gente, todo recuadro de césped era útil para sentarse. Casi había que pedir la vez. En Guadix, como ejemplo de la España vacía y profunda, parecía que estaba mal visto ver a alguien así, como si no tuviera casa o algo que hacer. Aquí el césped sólo vale para que caguen los perros. 

La gente parece mucho más sufrida, devastada, cansada. Sin ánimo. Esperan el fin de semana para ir a un centro comercial a comprar. La monotonía los ha arroyado a todos y la costumbre es ley. Su ritmo vital es exactamente el del reloj. Deseando salir de trabajar para acostarse. El domingo, con suerte, podrás ver a un par de ciclistas por la calle. Tranquilo es todo demás. Y eso que pasa aquí pasa en el 80% de este país que se siente vacío. Que está en coma. Es un mal que se ha ido apoderando, aunque la gente diga que quiere su tierra pero no saben hacerlo de la forma correcta. Tienen otras dinámicas. Otras prioridades. La esperanza existe, porque se ve que hay personas que apuestan por comprometerse, por innovar, que se niegan a desaparecer. Y aunque sea un importante aliciente, los escépticos son muchos y miran con recelo las apuestas. Algo habrá que hacer.


La solución 

Madrid tampoco es un camino de rosas. La contaminación era un problema bastante gordo. El móvil te alertaba de que no salieras a hacer deporte porque había grandes cantidades de partículas nocivas en el ambiente, a pesar de los proyectos de Manuela Carmena por solucionarlo. La mafia de los alquileres era otro atraco. Carísimos y en condiciones ruinosas. Rezabas por encontrar algo digno que tuviera una ventana y que si era más de un cuarto piso, con suerte, hubiera ascensor. Siempre compartiendo claro. Y esa tónica económica era la que dinamitaba el sueldo. Madrid tenía de todo, pero ni punto de comparación con salir por Granada de tapas. En una cena se te iban dos de los azules. Coger el metro a hora punta tampoco es que fuera una delicia. Y aunque los tiempos estaban controlados, ya suponías que tenías que salir cuarenta minutos antes para llegar a algún sitio. Las distancias eran caprichosas. 

Nada de esos problemas existen aquí. Ni contaminación, ni especulación, ni distancias largas. Por eso cuando ellos vinieron a verme se sintieron encantados. Una ciudad bonita, estética, con historia. Donde se podía respirar aire puro y salir a tomar algo era una sorpresa grata para el bolsillo. Copas a cinco euros. Café a uno veinte. Todo a un paso ¿Y si nos buscamos nosotros un piso por aquí? se preguntaron entre bromas. Y es que si estos enclaves que hoy se sienten abandonados supieran hacerse atractivos, serían las ciudades las que emigrarían a los pueblos. Al encuentro de una calidad de vida accesible. Lo están deseando realmente. Ser de Madrid es un tanto penoso sino tienes un pueblo al que escaparte para desconectar. 

La España vacía tiene la solución al problema que presenta este siglo. Si las pequeñas localidades están dispuestas a dejar a un lado su rancia y reprimida moral y abraza las sanas tendencias del feminismo o la libertad sexual, si se proponen no mirar mal al que destaca y deciden vivir más alegremente la vida, por lo menos intentarlo, las inversiones llegarán. En la mayoría de los casos no es el sitio el que tiene la culpa de su abandono, son las comunidades que habitan en él las que tienen un trato complicado. Ahora que lo online nos pone al servicio del mundo, que todo es ecofriendly, que el medio ambiente ha de estar de moda por imperativo vital y que cualquier cuestión que empodere la sostenibilidad en la rutina es una obligación, las migraciones a lo rural serán, una breve, cuestión de tiempo. La revolución está por llegar. 





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El Sorolla escandinavo

13:48 Fran Ibáñez Gea 0 Comments





Joaquín Sorolla y Bastida es uno de los grandes maestros pintores que ha dado la escuela española. Su nombre es sinónimo de calidad, de luz, de compromiso. El estudio que persiguió toda su vida por seguir creciendo, el derroche de amor por encontrar la verdad en el lienzo, por hallar la pincelada y el color que se acercaran a la expresión de lo que sus ojos sentían lo hicieron sublime. Era un traductor de emociones. Por su voluntad de conocer más allá, de estar en contacto con lo que en otras partes del mundo se había descubierto y acercarlo a su paleta para experimentar nociones nuevas.

Joaquín Sorolla es valenciano. No abandona jamás su Valencia natal. La lleva consigo a donde quiera que viaja. El mediterráneo es su sello de identidad. Los desnudos infantiles, las escenas de barcas y mujeres en la playa son inconfundibles. Mas estos son sólo la forma, el recipiente. Encuentra en estos motivos la fidelidad a la humildad, la serenidad o la misericordia. Pero mucho recurrido tuvo que andar para desvelar ese misterio que había sido parte de él desde siempre. A esa cara de reflejos vibrantes en el mar existe también un Sorolla de interior. Imprime el gélido aire que se mece entre las calles de Granada en invierno; asoma el sol por los patios de la Alhambra. Persigue la estela de Mariano Fortuny. Y continúa en el contraste de retratar los campos y montes castellanos.

Un año después de casarse con Clotilde viaja a Italia pensionado. Corre el año 1889 y París celebra en una Exposición Universal el centenario de la revolución francesa. Es invitado a ella por su amigo Gil Moreno. Se da entonces el contacto crucial que avivaría en él la admiración hacia los pintores daneses. Los escandinavos Kroyer, Zorn y Edelfert capitaneaban la gran exposición. Sus nombres corrían como la pólvora. Irreverentes y auténticos, rompieron las líneas establecidas para adentrarse en el estudio de la luz o en el compromiso social con largas pinceladas. Sorolla despertó en aquel instante para ser Sorolla. El continuo contacto que guardaron en las sucesivas exposiciones así como las visitas que recibió de Zorn en su casa de Madrid estrechó los lazos que el arte había creado. Ellos fueron sus referentes y sus maestros. El mar del Norte, la orilla de Skagen, había predicho las estampas que el maestro español apuntalaría en Valencia y Biarritz.

Pintar al aire libre era otra singularidad que lo dominaba. Aunque Velázquez le había sido de inspiración, el profundo entendimiento le viene también desde Dinamarca quienes habían captado la magia del sevillano y la sensibilidad que desprendía en sus lienzos. Aun así, la mala iluminación y los viejos barnices no dejaban expandir los brillos originales de las pinturas que colgaban en el Museo del Prado (las Meninas no son restauradas hasta 1984, Las Hilanderas en 1986 o La Fragua de Vulcano en 2001). De ahí que fuera sabia la decisión de pintar con la misma referencia de la naturaleza. No hay intermediarios. Son las pupilas de Sorolla el carrete continuo que filma la brillantez instantánea en las olas y en la espuma acariciando la arena. Exprime el sol de mediodía. Todo pareciera en aquel sentir abril o mayo. Ser la primavera de esplendor y gozo la que envuelve a Alfonso XIII en los jardines de la Granja de San Ildefonso (1907) o los tantos retratos al aire libre de Clotilde. Jugueteando entre los claros vestidos de lino o en la tostada piel de los chiquillos. Simpatía que también tiene su espejo en el Báltico.

Las exposiciones universales son sus clases magistrales. Gana el Grand Prix en 1900 por Triste Herencia, una combinación de impresionismo y realismo. Del mar y de la costumbre. De su compromiso social y del mar sempiterno que vela por custodiar el pensamiento y sentimiento aportado por el artista en cada lienzo. Su universalidad es notable. Sorolla no quiere reducirse ni limitarse. Sorolla quiere trascender, y lo hace. Trasciende. Encontró la verdad que buscaba en la luz. Supo identificarla y dotarla de gran humildad y honor. Vistió de gloria la pobreza. Hizo elegante la miseria.

La fundación Masaveu, la Hispanic Society de Nueva York y el Museo Sorolla de Madrid son algunos de los grandes templos custodios que atesoran gran parte de la prolífera colección del pintor valenciano. Peregrinar por estos centros de arte es un dulce camino por el que entender la complejidad y la constante superación que legó al mundo Joaquín Sorolla y Bastida, quien mira a su mar y a su gente con un recuerdo eterno a los pintores que le trajeron la luz para que él mismo brillara. 

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