San Juan y sus otredades

10:15 Fran Ibáñez Gea 0 Comments





In memoriam

En mí, que siempre he sido un humano de secano, nunca se ha cultivado la costumbre de celebrar San Juan a la negrura del mar. En el día previo se pregonaba la noche más mágica, compitiendo con la epifanía, y al siguiente las playas sembradas de plásticos y residuos. Lo más probable es que esa sea una máxima en nosotros: las buenas intenciones concluyen en resultados desperfectos.

En la etapa universitaria, muchos de mis buenos, y todavía buenos, amigos eran de costa. Para cuando llegaba esta fecha ya había un operativo declarado para que todo fuera quirúrgicamente correcto. Con el mismo ímpetu que un almonteño al saltar la reja, una cita ineludible a la que invitaban al resto de los allí deambulantes, pues la razón de ser de esta magia era echar un buen rato en amistad y compañía. Por un examen o por otro, terminé por no ir jamás. En el Ysabel de Granada, bendita siempre sea, los mundanos nos quedábamos desiertos y el colegio mayor cogía durante esa tarde de desbandada hasta el regreso una atmósfera cartuja envolvente. Aquel patio acuartelado por los magnolios era presidido por una fuente. Por muchos esfuerzos castellanos, por las venas de la ciudad siempre correrán las aguas nazaritas. Y en aquella alberca con rubor milenario metíamos los pies con los apuntes en la mano. Gente de paz con la misma serenidad que una tribu de sabios. De esto hace ya bastantes años. Hoy todos médicos, profesores, enfermeros, arquitectos y traductores, de título al menos.

Después me mudé a Madrid y huroneando en alguna que otra ocasión en la revista GQ me llamó la atención cómo se lo montaban. Era la puerta grande con la que la villa recibía el verano. Una calle de famoseo y buenrollismo congregado para disculpar a modo de fiesta el no tener la fortuna de haber nacido en el mediterráneo. Había que hacer algo para atraer la suerte litoral y este grupo de genios bajo patrocinio dispusieron una calle como alfombra roja para congregar el famoseo más chic y emergente. Vamos, que era pasar revista a Instagram en 360 grados. En tanto que los cámaras pillaban desprevenidos felices a los asistentes nosotros ya llegábamos tarde. Mas estaba el punto de cocción ya cogido al escenario y todo seguía latiendo hasta el final. La última vez, el año pasado, precovid, fui con Rebe y Fran, para el vulgo ysabelino, Muchapi y Kissme. Arrasando, como aquel que dice, todas las tiendas se convertían en una experiencia, con sus propios djs y sus mojitos servidos. Quizás el kilómetro cuadrado con más photocalls de toda Europa. Fue una noche inolvidable. Una despedida. Madrid lo dejaría en diez días y ya tenía un futuro incierto cosido a pespuntes. Alguien de mi familia me llamó para decirme que mi gato, 16, había muerto. No sé si fue el alcohol o la emoción de no haberme podido despedir lo que hizo que la sal de aquel agua de San Juan la pusieran mis lágrimas.

Pero Kissme se lanzó a por tres gintonics, con más garbo que Mufasa, y brindamos en medio de desconocidos a la salud del santo felino. Rosalía le hacía de réquiem con su malamente. Seguimos bailando y disfrutando como Cenicienta. Mis mosqueteros tenían horario de oficina así que se disolvieron con obediencia las estrellas. Este covid-año hubiera subido a Madrid sólo por celebrarlo otra vez, lejos de la arena y de las cenizas. No sé si San Juan tendrá magia, pero sí es cierto que no todos los fuegos que se saltan tienen llamas.


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