Sevilla

16:10 Fran Ibáñez Gea 0 Comments




Sevilla es la ciudad donde palpita el corazón de España. Ella en sí es un piropo. Su galantería corteja a cualquiera que ponga pie en sus adoquines. Es una callejuela con azahar en su vuelo; una tarde taurina sobre el albero. Una calesa que lleva a la flamenca en abril a los Remedios. Tiene un lenguaje y estilo propio. Bendecida por todas las artes habidas, Sevilla es un verso que hila el cielo con la tierra. Un Murillo y un Velázquez. Santa Justa y Santa Rufina. Antonio y Manuel Machado. Los Bécquer y los Álvarez Quintero. Una saga de hijos que esparcen al mundo la semilla de la maravilla que puede ser la lluvia en Sevilla. 

Capitaneando Andalucía, hay cuatro puntales de los que uno no puede prescindir cuando se acerque a verla: 

La Giralda. La catedral gótica hermana las dos grandes culturas de la historia hispana: musulmana y cristiana. La torre, con su giraldillo a la cabeza, llegó a ser la construcción más alta en España. La belleza de su arquitectura sirvió de inspiración para que la Giralda tuviera una prima en Kansas City y otra en el antiguo Madison Square Garden de Nueva York. En Carmona también hay un campanario que se asimila a su peculiar morfología. En tierra, la catedral de Santa María de la Sede custodia los restos de insignes personajes como San Fernando, Alfonso X el Sabio o Cristobal Colón. Es el monumento más emblemático de la ciudad, al igual que sus vecinos Reales Alcázares, que ponen de manifiesto la importancia que este bastión tuvo durante los siglos habitados por los árabes. 

Plaza España. El recinto monumental de la plaza de España en Sevilla fue mandado hacer por Alfonso XIII para la Exposición Iberoamericana de 1929. Medida hasta el último detalle, sus azulejos llenan de esplendor este lugar en el corazón del Parque de María Luisa. Un pulmón de vida donde confluyen las tendencias más actuales con música tradicional. Entre Plaza España y la Catedral hay algunos importantes monumentos como el Palacio de San Telmo (la Moncloa andaluza), el histórico hotel Alfonso XIII o la Real Fábrica de Tabacos. 

La Macarena. La Esperanza Macarena es una de las grandes protagonistas de la tan conocida Madrugá sevillana. Su culto es muy extendido y conocido en todo el mundo. La particularidad de la imaginería que enluce esta leyenda viene dada desde su creación, ya que la talla del siglo xvii es anónima y popularmente se conoce que la propia virgen hizo la Esperanza Macarena. 

Por otra parte, las cinco mariquillas que porta al pecho la virgen son un regalo del torero Joselito El Gallo. Traídas desde París a principios de siglo xx, las supuestas esmeraldas tienen un estilo art-nouveau y fueron una de las tantas donaciones que el matador hizo a la imagen. Cuando Joselito murió en la plaza de Talavera de la Reina, por primera vez vistieron de riguroso luto a la Macarena, en contra de algunas opiniones como las del mismo arzobispo de Sevilla. Cuando se instaura la II República y hay un brote de anticlericalismo, muchos conventos de la ciudad fueron incendiados. El párroco de San Gil, refugió la imagen de la virgen en la tumba del torero, dado que si él se había encomendado tantas veces a la Macarena en la plaza durante su vida, ahora en la muerte fuera él quien pudiera protegerla. El único que sabía esta noticia de la desaparición y paradero de la imagen, por si al párroco le sucedía algo, era su cuñado Ignacio Sánchez Mejías. 

Triana. Es uno de los barrios más famosos y populares de Sevilla. Separado del centro por el Guadalquivir, el puente de Isabel II es uno de los enclaves más afortunados con unas vistas espectaculares de la ciudad. El atardecer es el momento idóneo donde poder apreciar sobre el propio río Gualdaquivir la Torre del Oro, la Maestranza y la Giralda en una orilla, y la personal y entrañable calle Betis que regenta la vereda trianera del río. Pasear por las calles de Triana te conduce a las entrañas de la misma Sevilla. 

Es una ciudad con una fuerte personalidad, llena de leyendas y de monumentalidad. Los vikingos la asolaron en cuatro horas. Para entonces estaban recién instalados los moros, pero la Giralda aún no había tocado el cielo. Siglos después su luz y el color albero dominan el embrujo sevillano. 

Y tiene además Sevilla, y no de mentirijilla, una gracia y un seseo, 
una juerga y un jaleo, y un olé que es de Sevilla. 


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El sueño de la razón

11:02 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



A D. Francisco de Goya y Lucientes se le reconoce su grandeza por la vigencia de su obra. Por la capacidad de sobreponerse al estilo de su época para plasmar la agonía que le rondaba. Tuvo el acierto de retratar con la misma verdad a la familia real como a sus propios miedos. La ilustración en la que creció anteponía la razón al misticismo y devoción que consumía España en analfabetismo. Ante el abuso e insistencia de la lógica, despiertan las sombras que permanecen inherentes a la locura, que emanan de la oscuridad del alma y que visten de crueldad la realidad esquilmada. 

Comprometido como un corresponsal de guerra, empieza a empaparse del día a día de cainísmo y venganza que derrota a la humanidad. No existe misericordia entre los garrotazos. Excesos y violaciones que empobrecen. Esta rutina de desgaste moral decepciona y enferma al pintor, el cual, tres años antes de su muerte escribe una carta a su amigo Joaquín María Ferrer diciendo: "Agradézcame usted mucho estas malas letras, porque ni vista, ni pulso, ni pluma, ni tintero, todo me falta y sólo la voluntad me sobra". Es la voluntad la salvación artística de Goya, que no se pierde cuando no hay orden, sino que él sigue el dictamen de su creación. 

Goya se había envenenado con la preparación durante años del blanco albayalde con el que pintó tanto en su primera etapa. Rico en plomo, este compuesto inhalado en el proceso de majado conllevó a asentarlo en su sordera y delirio. Esto lo hizo adoptar una sensibilidad mayor, yendo más allá de lo físico, de lo carnal. Era el aura y la atmósfera. El temor y la pena. La prisión y la condena. Criticó la indolencia, la vejación con la vejez y la insultante opresión hacia las mujeres. En sus dibujos acompañó frases afiladas que punzaban en la conciencia. Ingenió pintura y literatura para hacer del arte un vehículo que pudiera hacer reflexionar a sus coetáneos. Él era la fábula, en un instante, con todas sus criaturas.

En 1815, aun habiendo pasado la depuración de Fernando VII, el rey lo jubila y lo sustituye por Vicente López. Éste revés sacudió en tormento las esperanzas de Goya por conquistar la corte, como lo había hecho con Carlos IV. Recluido en la nueva Quinta del Sordo, hace un ejercicio íntimo de pintar frescos de la propia finca por expiar o materializar sus miedos y perturbaciones. Justo a la entrada, en el recibidor, pintó a Doña Leocadia Zorrilla con mantilla, una mujer meditando enlutada sobre la muerte. Ausente, sin carácter en el rostro, pareciera un ánima que señala y augura la presencia inexcusable de la parca. Una espera fiel y constante. Un destino consciente para el maestro por su abandono y vejez para el que sólo el tiempo sería árbitro de sus últimos momentos. Cuando todo estaba hecho, las pinturas negras cobran vida. 

La segunda pintura negra es Saturno devorando a su hijo. Nace el expresionismo. Goya va más allá de toda representación. Reina el hecho, la acción. El poder ha consumido sus hijos, un mensaje político. No es algo casual. Hay una intención. Saturno con alevosía y premeditación actúa. Y todo este miedo, esta sensación amedrantada de ser castigados se ve en el resto de frescos como El Aquelarre en los que la población se reúne pavorosa enfrente del mismo mal. En cada sala del palacete existe una presencia retratada por Goya. Vigilado por sus pesadillas hasta que se exiliase a Burdeos. La razón que tanto se invocaba, idolatraba y perseguía dónde está. Dónde quedó la salvación. En la ausencia de la luz, todas las bestias impacientes salen de sus cavernas e imperan. El sueño de la razón produce monstruos. 



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Jaén

12:45 Fran Ibáñez Gea 1 Comments



Entre castillos y olivos se asienta Jaén. Una tierra que sin costa, se ve envuelta en un mar centenario. Peinado por el aire, sus olas braman dominando colinas y cerros escarpados. Un paisaje único que cosecha el mismo oro de sus olivares. 

Acontecen aquí grandes batallas que marcaron el devenir de los tiempos. Las Navas de Tolosa (1212) abren paso el valle del Guadalquivir a las tropas cristianas. Al poco, San Fernando entraría en la capital y el reino de Jaén, con sus fortalezas y castillos serían una importante frontera con el reino de Granada. La Batalla de Bailén (1808) enfrenta las tropas francesas del general Dupont con las de resistencia del general Castaños. El punto de inflexión que comprometería a Napoleón en su ocupación. Por tanto, y sin duda alguna, esta es una ciudad con abundante historia para consigo y el resto de España. 

Hoy sólo queda sombra de aquel gran esplendor que se custodia con recelo en la catedral de Andrés de Vandelvira. Un penacho que se alza sobre la masa contagiada en el poco aprecio al exquisito gusto que tanto honor hizo el renacimiento. La falta de respeto y protección a sus espacios se extiende al casco histórico, salvándose un puñado de esquinas que tienen por obligación ser lo que fueron. Iglesias y palacios tienden a seguir guardando una imagen fiel de sí mismos. Aunque sus barrios ya emprendieron un camino por actualizarse sin contexto.

En cuatro apuntes se descubre la realidad mágica que se puede ver en la ciudad de Jaén: 

La Catedral. Obra original de Andrés de Vandelvira, sella su estilo en la Sacristía y Sala Capitular. Su fachada barroca presidida por Fernando III, el Santo, sus capillas interiores y el coro son un conjunto artístico de excelente calidad. En este templo dedicado a la Asunción de la Virgen, se encuentra el santo rostro o santa faz, una tablilla-reliquia que plasma el considerado como rostro auténtico de Jesucristo cuando la Verónica le secó en el Calvario sus lágrimas. Este edificio es referencia y símbolo junto con el castillo de Santa Catalina, fortaleza árabe que hermana las dos culturas que durante el pasado milenio han convivido en la ciudad. 

Los Baños Árabes de Jaén son los mejores conservados de toda Europa. Ubicados en la parte baja del Palacio de Villardompardo, este espacio está dedicado a fines museísticos en los que se encuentra este recóndito emplazamiento de la historia, residente de silencio y retiro. De grandes dimensiones, estos baños continúan siendo notarios del esplendor musulmán que gobernó la  taifa de Jaén en la edad media. En el barrio de la Magdalena también se encuentran numerosas iglesias de gran valor arqueológico y artístico, así como leyendas que conjuran la mística de la ciudad. Entre ellas se encuentra la del Lagarto, una exótica leyenda que consolida la bravura, embrujo y antigüedad de sus gentes. 

La Mella. Los alrededores de Jaén gozan de un valor paisajístico muy interesante. Entre este mar de olivos sobresalen montes y colinas. Una de ellas, coronando la ciudad, es la Mella, un paraje en altura desde donde poder apreciar a vista de mirador el castillo y la catedral. Un refugio que, a golpe de halcón, hermana la geografia de las vecinas localidades de Mancha Real, Úbeda o Baeza.

Sus bares y su gente. Jaén es una tierra que de primeras conquista con el pan con aceite. Y prosigue con un reguero de bares que se derraman por toda la ciudad. Desde San Ildefonso al Parador pasando el Postigo o la Peña Flamenca, la gastronomía jienense es de gran calidad. Y qué mejor combinación que disfrutarla con amigos. La gente de Jaén ha cautivado a este trotamundos de las artes, todos los buenos con los que me reuní y coincidí en Madrid se volvieron familia. No hubiera pensado en darme la oportunidad de descubrir esta ciudad si no fuera por ellos.




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