El final de las tres manolas

19:12 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 

El hermanamiento entre mujeres es un rasgo bastante continuado e íntimo, por qué no decirlo, en el teatro de Federico García Lorca. Esta voluntad o necesidad es habitada desde Marianita Pineda -con las religiosas novicias de Santa María Egipcíaca- hasta Doña Rosita la soltera, la casa de Bernarda Alba y finalmente los truncados Sueños de mi Prima Aurelia. Pero es en Doña Rosita donde estacionaremos para observar detenidamente este comportamiento mayestático, de tanta honra y misericordia.

En este drama contemplamos varios grupos en tríada de mujeres jóvenes que van danzando por el escenario, con unos intereses gobernados por las ansias de conseguir matrimonio y la frustración de entonces, y consecuentemente, por obtenerlo. Las Ayolas, concretamente, se exponen a pasar necesidad, optando por invertir las pocas rentas que quedan de una economía frágil (viuda la madre, huérfanas las hijas) por seguir sentándose en una silla del paseo del salón para no escatimar en candidatos que puedan verlas y seducirlas. Contra ellas, se sitúan las Escarpini, rivales en el mismo objetivo: conseguir un marido. Y todo este senado da reunión en la casa de Doña Rosita (también huérfana, pues son sus tíos y el ama la que la crían; y en el tercer acto con la muerte del tío, arruinada la familia).

Pero entre devaneos, sueños y esperanzas están las tres manolas, alter ego de Rosita. Las famosas manolas de la calle Elvira que cruzan la Plaza Nueva para subir por el bosque de la Alhambra, las tres (o cuatro, incluyendo a Rosita) solas. Estas flamenquísimas señoritas forman imperio de libertad: disfrutan su juventud, no conocen problema alguno que las sitie o las atormente. Ellas son la Granada feliz. Porque a las manolas se las ve subir, pero nunca se sabe cuándo pueden bajar, y ahí está el verdadero interés.

ROSITA: (saliendo con risas) ¡Hasta luego!
TÍA: ¿Quién te acompaña?
ROSITA: (Asomando la cabeza) Voy con las manolas

Esta es una de las pocas veces que Rosita ríe, y con qué razón. Entonces ya estaba comprometida con su primo, el que luego la abandona a su suerte de soltera en la época, y ve truncado su futuro de formar una familia en un nuevo hogar. Esas tres manolas de su mocedad, conforme avanza la obra, quedan relegadas como el recuerdo de un tiempo remoto para Rosita. Entonces, viene el oleaje de las Escarpini y las Ayolas que ponen sobre la mesa el verdadero conflicto entre las mujeres jóvenes de la época: el casamiento. Las esperanzas de Rosita se van apagando, aunque siempre quede una llama encendida, residual, fósil: las ascuillas de una gran hoguera en la que sobrevive un hilillo de humo. Ante aquel abandono aparecen nuevamente las manolas. Ellas ya no son ellas, sino lo que queda de ellas en el recuerdo de Rosita y cómo un muchacho, hijo de una de ellas, le relata.

De las tres, la madre del muchacho murió. Una segunda, “la casada”, tiene cuatro hijos y vive en Barcelona. La tercera, no se nombra directamente, simplemente en una anécdota, cuando en carnavales el niño se pone un traje de su madre que había en el armario, su tía se puso a llorar porque le recordaba vivamente a su difunta hermana. En consiguiente, se deducen varios datos interesantes.

MUCHACHO: Pues bajaba yo muerto de risa con el vejestorio puesto, llenando todo el pasillo de la casa de olor de alcanfor, y de pronto mi tía se puso a llorar amargamente porque decía que era exactamente igual que ver a mi madre. Yo me impresioné, como es natural, y dejé el traje y el antifaz sobre mi cama.

Que el sobrino y la tía viven en la misma casa; que la madre haya tenido un desarrollo oculto trágico en cuanto a este asunto (haya tenido al hijo sin un marido oficial, haya muerto de sobreparto en función de la clandestinidad con la que haya tenido que tenerlo; incluso que siga viva, pero haya tenido que irse de la escena granadina y familiar para escapar de la situación opresiva que se cernía sobre ella). Y es que, en una sola frase, Lorca ya anticipa la vida de cada una de ellas desde un primer momento:

MANOLA 1.  (Entrando y cerrando la sombrilla.) ¡Ay!
MANOLA 2. (Igual.) ¡Ay, qué fresquito!
MANOLA 3. (Igual.) ¡Ay!
ROSITA. (Igual.) ¿Para quién son los suspiros de mis tres lindas manolas?
MANOLA 1. Para nadie.
MAMOLA 2. Para el viento.
MAMOLA 3. Para un galán que me ronda.

La Manola 1 sería la soltera que queda en escena y se conoce como la tía del muchacho. La Manola 2 podría ser la supuesta madre difunta, que no tuviera un pretendiente concreto y quisiera vivir su juventud sin escatimar en el órdago de las convicciones morales. Y la Manola 3 sería la tía casada con cuatro hijos que emigró. Como alter ego, las tres reflejan los posibles destinos a los que se habría podido enfrentar Rosita, que a la vista queda por cuál terminó por escoger. Aparece una fábula de soslayo, sin pretensiones. La breve visita del muchacho confirma el paso del tiempo y las consecuencias de las decisiones. Mientras tanto, empieza a llover para alivio de Rosita, y sale de aquel lugar del que, de algún modo, habitó las esperanzas de otra vida.

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