El final de las tres manolas
El hermanamiento entre mujeres es un rasgo bastante
continuado e íntimo, por qué no decirlo, en el teatro de Federico García Lorca.
Esta voluntad o necesidad es habitada desde Marianita Pineda -con las religiosas
novicias de Santa María Egipcíaca- hasta Doña Rosita la soltera, la casa de
Bernarda Alba y finalmente los truncados Sueños de mi Prima Aurelia. Pero
es en Doña Rosita donde estacionaremos para observar detenidamente este
comportamiento mayestático, de tanta honra y misericordia.
En este drama contemplamos varios grupos en tríada de
mujeres jóvenes que van danzando por el escenario, con unos intereses
gobernados por las ansias de conseguir matrimonio y la frustración de entonces,
y consecuentemente, por obtenerlo. Las Ayolas, concretamente, se exponen a pasar
necesidad, optando por invertir las pocas rentas que quedan de una economía
frágil (viuda la madre, huérfanas las hijas) por seguir sentándose en una silla
del paseo del salón para no escatimar en candidatos que puedan verlas y
seducirlas. Contra ellas, se sitúan las Escarpini, rivales en el mismo objetivo:
conseguir un marido. Y todo este senado da reunión en la casa de Doña Rosita
(también huérfana, pues son sus tíos y el ama la que la crían; y en el tercer
acto con la muerte del tío, arruinada la familia).
Pero entre devaneos, sueños y esperanzas están las tres
manolas, alter ego de Rosita. Las famosas manolas de la calle Elvira que cruzan
la Plaza Nueva para subir por el bosque de la Alhambra, las tres (o cuatro,
incluyendo a Rosita) solas. Estas flamenquísimas señoritas forman imperio de
libertad: disfrutan su juventud, no conocen problema alguno que las sitie o las
atormente. Ellas son la Granada feliz. Porque a las manolas se las ve subir,
pero nunca se sabe cuándo pueden bajar, y ahí está el verdadero interés.
ROSITA: (saliendo con risas)
¡Hasta luego!
TÍA: ¿Quién te acompaña?
ROSITA: (Asomando la cabeza) Voy con las manolas
Esta es una de las pocas veces que Rosita ríe, y con qué
razón. Entonces ya estaba comprometida con su primo, el que luego la abandona a
su suerte de soltera en la época, y ve truncado su futuro de formar una familia
en un nuevo hogar. Esas tres manolas de su mocedad, conforme avanza la obra,
quedan relegadas como el recuerdo de un tiempo remoto para Rosita. Entonces, viene
el oleaje de las Escarpini y las Ayolas que ponen sobre la mesa el verdadero
conflicto entre las mujeres jóvenes de la época: el casamiento. Las esperanzas
de Rosita se van apagando, aunque siempre quede una llama encendida, residual,
fósil: las ascuillas de una gran hoguera en la que sobrevive un hilillo de humo.
Ante aquel abandono aparecen nuevamente las manolas. Ellas ya no son ellas,
sino lo que queda de ellas en el recuerdo de Rosita y cómo un muchacho, hijo de
una de ellas, le relata.
De las tres, la madre del muchacho murió. Una segunda, “la
casada”, tiene cuatro hijos y vive en Barcelona. La tercera, no se nombra
directamente, simplemente en una anécdota, cuando en carnavales el niño se pone
un traje de su madre que había en el armario, su tía se puso a llorar porque
le recordaba vivamente a su difunta hermana. En consiguiente, se deducen varios
datos interesantes.
MUCHACHO: Pues bajaba yo muerto
de risa con el vejestorio puesto, llenando todo el pasillo de la casa de olor
de alcanfor, y de pronto mi tía se puso a llorar amargamente porque decía que
era exactamente igual que ver a mi madre. Yo me impresioné, como es natural, y
dejé el traje y el antifaz sobre mi cama.
Que el sobrino y la tía viven en la misma casa; que la madre
haya tenido un desarrollo oculto trágico en cuanto a este asunto (haya tenido
al hijo sin un marido oficial, haya muerto de sobreparto en función de la
clandestinidad con la que haya tenido que tenerlo; incluso que siga viva, pero
haya tenido que irse de la escena granadina y familiar para escapar de la
situación opresiva que se cernía sobre ella). Y es que, en una sola frase,
Lorca ya anticipa la vida de cada una de ellas desde un primer momento:
MANOLA 1. (Entrando y cerrando la sombrilla.) ¡Ay!
MANOLA 2. (Igual.) ¡Ay, qué fresquito!
MANOLA 3. (Igual.) ¡Ay!
ROSITA. (Igual.) ¿Para quién son los suspiros de mis tres lindas manolas?
MANOLA 1. Para nadie.
MAMOLA 2. Para el viento.
MAMOLA 3. Para un galán que me ronda.
La Manola 1 sería la soltera que queda en escena y se conoce
como la tía del muchacho. La Manola 2 podría ser la supuesta madre difunta, que
no tuviera un pretendiente concreto y quisiera vivir su juventud sin escatimar
en el órdago de las convicciones morales. Y la Manola 3 sería la tía casada con
cuatro hijos que emigró. Como alter ego, las tres reflejan los posibles
destinos a los que se habría podido enfrentar Rosita, que a la vista queda por
cuál terminó por escoger. Aparece una fábula de soslayo, sin pretensiones. La
breve visita del muchacho confirma el paso del tiempo y las consecuencias de
las decisiones. Mientras tanto, empieza a llover para alivio de Rosita, y sale
de aquel lugar del que, de algún modo, habitó las esperanzas de otra vida.
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