La verdadera Bernarda

17:50 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 

Todo el mundo conoce a Bernarda. Agria, villana y dictadora. Es un perro guardián que no resta sueño al órdago que inflige sobre sus hijas. Posiblemente sea uno de los personajes femeninos más conocidos de la literatura española junto con la Celestina. Y desde 1499 a 1936 dista un trecho. Bernarda Alba es ejemplo de tiranía, de despótica conducta, de tradición traicionera que espanta al que la practica y somete como a un reo. Mas lejos del fortín en el que se convirtió esa casa ante las tablas de Federico, habría que revisitar la obra para reparar en que la matriarca, tras las tinieblas de su largo luto, era más mártir que verdugo, y objetar sobre las canutas que allí padecieron. 

Doña Frasquita Alba Sierra es, en efecto, el timón de este buque insignia. Fue vecina de los García Lorca en Fuentevaqueros y son muchos los elementos de la vida real que allí acontecieron que Federico pasó al teatro: el segundo marido, Pepico el de Roma, alguna de las hijas, la casa edificada a la perfección sobre el diálogo, y algunas de las circunstancias personales que esbozaban el carácter de aquellos paisanos. De alguna forma, y no muy enrevesada, el poeta y los Alba eran familia: estas cosas que pasan inequívocamente en los pueblos. Francisco e Isabel García Lorca citan a Frasquita, cada cual y bajo sus recuerdos, en sendas memorias. Incluso el final de sus días, ya que murió estando Federico en vida -22 de julio de 1924-, por lo que si hubiera querido escribir su historia al completo nada haría falta fabular. 

De ella se decía que no era desagradable, sino "muy femenina y nada estirada". Si bien es cierto que algún que otro comentario al parecer soltaba para tener la conversación controlada. Como buena latifundista y muchos labriegos a jornal, seguramente tenía amplio conocimiento de lo que pasaba en cada casa, como de su casa tenía conocimiento la tía de Federico, Matilde, que era vecina y tenían un pozo en medianería, por donde se filtraban los ecos de lo que ocurría intramuros. 

En el texto, refiriéndome al personaje y no a la persona, hay varias confesiones y confidencias sobre el pasado de Bernarda. Prudencia, la única amiga que va de visita a la casa y Bernarda agasaja para que continúe, pues le es agradable su persona y gusta de su compañía, habla sobre su marido: "ya sabes sus costumbres. Desde que se peleó con sus hermanos por la herencia no ha salido por la puerta de la calle. Pone una escalera y salta las tapias del corral", a lo que Bernarda responde: "es un verdadero hombre". Este aprecio no es algo casual si consideramos que la propia matriarca es terrateniente, viuda de dos maridos y asegurada de conflictos hereditarios a los que no se hace alusión, salvo por algún comentario de desprecio a sus cuñadas ("Esta ha salido a sus tías") Además, es Poncia la que a poco de empezar la obra avisa "Desde que murió el padre de Bernarda no han vuelto a entrar las gentes bajo estos techos. Ella no  quiere que la vean en su dominio". Continúa preguntando por su hija y el conflicto que tiene con Prudencia, a lo que replica: "una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en enemiga". Esta frase no se enfrenta con Adela, Angustias, Amelia, Magdalena o Martirio, pues de ninguna manera y ante nadie ella hablaría mal de su propia casta. Ella está hablando de sí misma. ¿Qué compromiso o sacrificio adquirió Bernarda como hija y llevó a cabo? ¿Posiblemente sus dos matrimonios pactados, que la convirtieron en latifundista? ¿Algún amor de juventud abandonado a expensas de su porvenir? 

Bernarda orbita entre tres generaciones. Por un lado su madre, María Josefa, que a pesar de su estado mental, ella la confiesa mujer fuerte, como a su vez lo era su abuela (de donde se aprecia la inspiración o los pasos seguidos en la conducta de Bernarda) y le sirve de espejo donde reflejarse ("aunque mi madre esté loca, yo estoy con mis cinco sentidos y sé perfectamente lo que hago"); por otra, la Poncia, que es la suya propia; y en última instancia, sus hijas. Esta dinastía tiene una comandante, que ha dado orden de guardar luto de su marido, respeto a su recuerdo y a su caudal. Que nadie diga que no se lo quería. Que nadie dé a entender que Bernarda es una aprovechada. ¿Puede sentir la amenaza Bernarda que sufrió la Zapatera cuando quedó sola? En ninguna obra teatral de Lorca una mujer se levanta como villana. Todo lo contrario, el hombre es el tabú que irrumpe y trae la tragedia. En Yerma es el hijo proyectado en Juan ("¡Yo misma he matado a mi hijo"!), en Bodas es Leonardo, en Rosita el primo, en la Zapatera el Zapatero, en Marianita Pineda es Fernando, y en Bernarda es Pepe el Romano. Bernarda intenta con medidas severas someter a sus hijas para no quebrar la fortuna. En cambio no lo consigue, y es a Pepe al que dispara y maldice -no a sus hijas, ni a Poncia, ni a su madre-.

Finalmente, La Casa de Bernarda Alba podría considerarse una obra inacabada. El texto está terminado, pero no pudo subir a escena por el asesinato de Federico. Este hecho es clave, pues era en el teatro donde Lorca continuaba moldeando y dando las últimas pinceladas al texto y sus personajes. Esta etapa podría extenderse años incluso. Está claro que la Bernarda del texto tenía que ser un contrafuerte que pudiera servir para exponer al resto; una amenaza que avivara los sentimientos internos en el silencio de la casa. Si Bernarda hubiera sido más tibia, a priori no habría habido obra. Pero una vez contemplados esos matices, podría llegar la hora de desinflar la robustez con la que la acorazó. Quedaba pulirla. Bernarda de alguna forma está ausente en la obra, por eso es el personaje que necesita ser tallado. Cuando aparece es como si hubiera estado postergada en la lejanía y hubiera que explicarle la situación -en el papel de Poncia-. ¿No se suponía que era un vigilante, un guardia? Sólo existe un ambiente privado en el que conocerla, una escena que desvela al público la verdad de su bondad, de su preocupación, de sus miedos. En boca de Poncia: "Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas; muchas veces creí que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega". 

Bernarda destaca pues, en aquel panorama, por sus anticuadas formas de imponerse. Fue así como creció y en lo que confió. Era el mundo que entendía. El que sobrevivió. Una mirada necesaria a un siglo de ausencia, y otro tanto de inmortalidad. 


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