La aguja del pajar

9:20 Fran Ibáñez Gea 0 Comments


 A veces nos sorprende el gusto de la lectura. Poder guarecernos en un momento de reposo, en un recodo de intimidad para pasear la vista entre páginas que se acompasan, en desliz de dedos en telar, a un galope que bulle por parsimonia. La maestría de darse tiempo y sentido. Y así, poco a poco blindar el refugio donde las interferencias son más escasas e ineficientes. Donde los mensajes dejan de ser exigidos al instante y las prisas perecen. Entonces se acude a la cita. Y se disfruta. 

Entre las fuentes de maná de letras siempre cabe huronear entre las librerías de segunda mano, donde quedan los despojos de las casas vacías, de los estantes de estudiantes que dejaron de serlo. A modo de jaulas, en régimen penitenciario se encuentran expósitos amontonados estos libros tan locuaces. Postreras enciclopedias lucidas, imberbes diccionarios y guías de viaje. Fuimos mapas en la carretera, tomos alfabéticos, la cuerdecita de la biblia que quedó fosilizada señalando el evangelio de Mateo. Y también hay libros de cocina, y crucigramas hechos, y cuentos infantiles con los bordes descuajaringados con algunas páginas garabateadas en trazos densos de cera azul. Así pues, hay de todo. De todo lo que nadie quiere. Vertederos de la oportunidad, por si nostálgicos en diógenes todavía adquirieran para museo doméstico aquellos libros en lote del barco de vapor. 

A las puertas del desánimo, siempre sobresalen, como las teclas negras de un piano, los clásicos: quijotes por doquier, la celestina en decenas de ediciones distintas o el Sí de Moratín. Algo más internacional: moby dick, el alquimista -de Cohelo-, el rey Lear. Encontrar la aguja en el pajar. Y todos ellos bien vestiditos en estanterías con etiquetas. Sin que nadie los sepa más. Porque las librerías de segunda mano corren el riesgo de ser un termómetro de la mediocridad de la ciudad donde se encuentran. Es un escaparate del intelecto común, de lo que familias en generaciones se han molestado en leer alguna vez, por riguroso imperativo escolar. Ahí yacen, englotonando descarados el lugar de algún esperanzador lector que en merecida epopeya sesta la batalla por devolverle dignidad a tantos refugiados. Jamás una sociedad culta podría permitir, ni por equivocación, un aparcamiento de libros con tan mal gusto como la nuestra. Y sin embargo, todavía se puede comprar Bodas de Sangre por dos euros. 

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