Isabel II, al velo del arte

20:42 Fran Ibáñez Gea 0 Comments


TORREGGIANI, Camillo. Isabel II, velada (1855) Colección Museo del Prado

Todo el poder se ha visto envuelto en polémica. También en arte. A pesar del reinado de inestabilidad política al que se ciñó la joven reina Isabel II de España, dotó a la cultura con fuerza y variedad en algunos aspectos. Desvelamos el papel que la soberana llevó a cabo con el patrimonio de la nación y la cultura del país, poniendo en auge algunos sectores olvidados o desconocidos en España hasta el momento. 

Museo del Prado

Uno de los más grandes agradecimientos que le debemos hoy día es a la decisión tomada para con el Museo del Prado, tras una grave crisis surgida debido a la muerte de su padre, Fernando VII. Las colecciones reales, vinculadas a la corona, y recién instaladas en la pinacoteca fueron repartidas en herencia a las hijas. Esto podría suponer pérdidas irreparables de la colección, que ya había sido perjudicada anterior y notablemente por las sustracciones durante la ocupación francesa. Para encarecer más aún el riesgo, Isabel, en aquel momento, sólo tenía tres años. Una comisión paralizó la ejecución del texto testamentario hasta que la soberana fuese mayor de edad, ganando tiempo para solucionar la coyuntura. Estudiaron si las obras maestras eran un legado personal del rey con el fin de enajenar parte de él y garantizar su situación en el edificio de Villanueva. En cualquier caso se concluyó que la colección no podía dividirse ya que pertenecían a la Corona española desde hacía siglos. 

Isabel adquirió la parte de su hermana Luisa Fernanda, protegiendo así la unidad de la colección y evitando el riesgo del desmembramiento de tan incalculable tesoro. Tras la revolución de 1868, y previa abolición del patrimonio de la corona, los cuadros formaron parte de los bienes de la nación, perteneciendo desde entonces hasta hoy a todos los españoles. Aún así, una de las salas más importantes del museo que ha albergado las obras maestras de Velázquez tomó su nombre durante décadas. Actualmente las Meninas siguen presidiéndola y se llama sala 12. 

La relación que la reina cultivó con la pintura fue muy estrecha. Teniendo a los Madrazo como pintores de cámara, es una de las monarcas con más retratos y de mejor calidad. Así como desde pequeñas, Isabel y su hermana recibieron clases particulares de dibujo artístico en palacio por parte de Rosario Weiss, hijastra de Francisco de Goya y una de las pocas mujeres pintoras sobresalientes en la época. Cabe mencionar el retrato que Franz X. Winterhalter hizo de la reina y su hija la princesa de Asturias y que se ubica en el Palacio Real de Madrid. 

WINTERHALTER, Franz X. La Reina Isabel II con su hija la Princesa de Asturias (1852) Palacio Real de Madrid - detalle

Arqueología 

Siguiendo esta estela, la reina Isabel fue pionera en apoyar y financiar la restauración de las ruinas de la Alhambra. En su visita a Granada en 1862, los palacios nazaríes, expoliados décadas atrás por franceses e ingleses, estaban cerca del colapso arquitectónico. La difusión de Washinton Irving y los constantes viajeros románticos que llegaban, señalaban la ciudad nazarita como un destino exótico, milenario y místico. A partir de entonces se canalizaron las ayudas y los restauradores comenzaron una intervención orientalista que fomentaba con mayor arraigo ese imaginario inexacto, bucólico y eterno.

La gestión patrimonial del país estaba en crisis. La falta de preocupación e interés por preservarlo pareció desvanecerse poco a poco durante el reinado de Isabel. Es probable que este despertar lo forzaran tres cuestiones coetáneas: la primera, el declive continuo y el serio riesgo en el que se encontraban los monumentos; la segunda, España como el destino de viajeros europeos que consideraban el sur como un Oriente Medio seguro y de cuyo escaparate los locales podían percibir riqueza; y la tercera, el expolio sufrido por la invasión napoleónica. Tres bofetones de realidad por los que los españoles podían empezar a funcionar. Siendo así, en 1844, el general Narváez declara el primer monumento nacional de España: La catedral de León, cuya cúpula iba a precipitarse y comprometer la estabilidad del conjunto. Reconocer y rescatar algunos lugares privilegiados de la historia es una herramienta para salvaguardarlos.  

 La arqueología y el pasado histórico de España estaban teniendo más relevancia y consciencia social, hasta el punto de que la misma reina en 1867 inaugura el Museo Arqueológico Nacional, con el fin de tener un lugar en el que recopilar todos los bienes arqueológicos milenarios y poder visionar en un mismo espacio el legado de las distintas civilizaciones. Este lugar no pertenece al enclave que ocupa actual en el Paseo de Recoletos, cuyas obras empezarían en 1866 y estaría destinado como Palacio de la Biblioteca y Museos Nacionales, incluyendo en este macro-complejo la Biblioteca Nacional, el Museo del Prado (entonces Museo de la Trinidad) y el Museo Arqueológico Nacional. El lugar original en el que fueron acomodadas las colecciones del Real Gabinete de Historia Natural, las medallas y antigüedades de la Biblioteca Nacional y los restos arqueológicos de la Escuela Superior de Diplomática y la Real Academia de la Historia fue el Casino de la Reina, una casa de recreo que el ayuntamiento de Madrid había regalado a la reina Isabel de Braganza sito en la glorieta y portillo de Embajadores. 

Consecuencia del incendio del 15 de septiembre de 1890 en la Torre de Comares de la Alhambra

El Teatro Real. El teatro de la reina

El día de su decimonoveno cumpleaños, la reina había mandado preparar una sala dentro de Palacio destinada a la ópera. Las obras del viejo teatro de la plaza de Oriente estaban retrasándose debido a la falta de consenso en la financiación por parte del gobierno y a la humedad del lugar. La reina era una apasionada de la música. Su madre, la regente María Cristina, era la precursora del Conservatorio de Música. Se preocupó de que sus hijas tuvieran enseñanzas musicales dentro de palacio, especialmente de canto y de piano. Ambas hermanas incubaron este amor a la música e Isabel especialmente a la ópera. De tal forma que una vez incluso despachó a uno de sus ministros cantando. Se puso firme en cuanto a las obras y mandó que se terminaran, siendo el Teatro Real de Madrid su barco insignia. El éxito codició los espectáculos, siendo muy demandados entre el público madrileño. La reina allí vivió episodios de todo tipo. Desde el ministerio relámpago del conde de Cleonard (cuya presidencia en el gobierno duró un día, el del 19 de octubre de 1849) hasta incluso el comunicado de que su hijo el rey Alfonso XII acababa de morir. 

La reina conoció a todas las grandes sopranos, barítonos, directores de orquesta y músicos, sobresaliendo los famosos Niccolo Paganini y Franz Liszt. La pieza con la que estrenó aquellos diecinueve años fue la "Ildegonda" de Arrieta, músico que se convertiría en un gran amigo y a quien le dedicaría varias composiciones para que ella misma pudiera interpretarlas. En el palacio real existe una colección de partituras originales de Beethoven, Bellini, Donizetti, Verdi o Brahms. Su tío y suegro Francisco de Paula de Borbón era un gran barítono y tenía una de las bibliotecas musicales más grandes del país. Así como su hijo y esposo de la reina, D. Francisco de Asís, era un destacado pianista. 

Interior del Teatro Real de Madrid actualmente 

El divino joyero 

Una de las llamativas aportaciones que la reina Isabel II llevó a cabo durante todo su reinado estuvo muy ligado con su devoción. La fe de la católica soberana proveyó de un gran número de obsequios a las imágenes de la virgen y sus advocaciones bajo patronazgo de toda España. Parte de su joyero lo repartió para las coronas de muchas de ellas. Así como los mantos bordados que actualmente usan en festividades y ocasiones solemnes. De esta forma se reforzaba la unión personal entre la soberana y el culto a la virgen María. Una larga lista confecciona el número de piezas a lo ancho y largo del país. La virgen de Atocha atesora un manto cuajado en castillos y leones bordados en oro, así como dos coronas, rastrillo y halo con diamantes y topacios del Brasil; un manto a la granadina virgen de las Angustias, a la histórica y venerada virgen de la Cabeza de Andújar; a la virgen de las Huertas de Lorca; a la virgen del Carmen de Caravaca; a la virgen de las Llanos de Albacete; incluso una joya en forma de lágrima para la virgen de África en Ceuta. Pero sin lugar a dudas dentro de todos estos presentes, los más emblemáticos serían los aportados a la citada virgen de Atocha, la devoción a la virgen de los Reyes de Sevilla a la que obsequió con varios mantos y la corona de la virgen del Pilar a partir de varias joyas de la reina. 

Este discreto tesoro custodiado en altares y camarines es también parte del patrimonio que pone de relieve la labor de bordadores y orfebres para subrayar la relación de la feligresía con la divinidad: el primer museo al que asiste el público con respeto y admiración es la iglesia. Isabel II, cuyo nombre y rango lo había ocupado previamente la defensora de la fe y la unidad, tenía que responder ante una figura histórica y simbólica de fuerte calado que aún cuatrocientos años después de su muerte seguía siendo un referente en España y en la cristiandad. 

Corona de la Virgen del Pilar 


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