Granada

13:07 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



Granada es. 

Una mantilla de plata se engarza en la almenada Alhambra, sirviendo sobre su colina de corona a la ciudad de Granada. No es una belleza casual. Granada es especial. El aprecio árabe levanta un oasis de deseo y pasión, filtrando su esencia a la eternidad. Se percibe en el ambiente el reposo de los siglos, la virtud del agua que emana en arrullo por sus albercas y corretea por las acequias. El Darro acompasa al andariego en el paseo de los tristes. Mientras, la torre de los Arrayanes, sultana y señora, vigila muda entre golondrinas, y conversa cuando la luna asoma. 

Es un pecado no quererla. Granada es embrujo. Todas sus culturas. Toda su gente. El granaíno es sencillo y bravío. Tiene ímpetu y mesura. Es de raza antigua. En su sangre hay abencerrajes, judíos y linajes convexos. Un vergel donde estalla la primavera. Cármenes derraman sus tapias buganvillas, jazmines y galanes. El silencio es un piropo roto por un baleado flamenco. En San Nicolás se asoma el atardecer para despedirse, y baña en fuego por cuatro rayos el arrebol. Granada es poesía. Todas las bellas letras que la Alhambra inspira y en ella abarca, musa legítima que rejuvenece en cada artista. 

Granada es un confesionario donde encontrarse. Es un bosque que atravesar. Es la morería de un zoco. Teterías en hilera y turistas a porrones llenan sus calles de frenesí. La universidad hace brotar legiones de juventud que la defienden y la engalanan. Un bastión de gloria donde vivir es un placer. 

Esta ciudad, que desde que Washington Irving la visitara ha sido lugar de peregrinación de tantísimas personas para conocerla, la han retratado, pintado y fotografiado mil veces mil. Cualquier representación o resumen es una anécdota a la fuerza que Granada despierta de forma individual. Sus tres ríos (Genil, Darro, Beiro) y siete colinas (Aceituno, Mauror, Asabica, Silla del Moro, Sol, Albaicín, Sacromonte) la hacen sagrada.Y cada rincón es un verso suelto que Federico García Lorca unió para después amarla eternamente. 


Cinco cosas hay, personalmente, que no debería pasar por alto ningún preciado visitante: 

La Alhambra: Es el foco de atención por excelencia. Masificada a chinos y guiris, las racionalizadas visitas rozan el aforo de lo que sería más cómodo. El recinto es una joya que no tiene una amplitud faraónica. Mayo es la mejor fecha para visitarla. Los jardines del Generalife y el Partal son propios de una fantasía escapada de Alicia en el País de las Maravillas. La rosaleda que acuartela la Alcazaba, con sus privilegiadas vistas está en su esplendor. El Palacio de Carlos V es gratuito y abierto todos los días. En él se alberga el museo de la Alhambra y el museo de Bellas Artes de Granada, el cual es muy recomendable por las obras de Alonso Cano, Diego de Siloé, Pedro de Mena, los Mora, Sánchez Cotán, López-Mezquita, Gómez Moreno y el inestimable Fortuny. 

Albayzín: Sin lugar a dudas es el mejor lugar. Si te acercas al tan transitado mirador de San Nicolás es mejor en el atardecer (aunque desde San Miguel Alto es mayor el deleite). Aunque el momento cumbre es la madrugada, todo desierto, sólo la Alhambra iluminada y la oscuridad del lugar. Otro de los muy recomendables sitios desde donde poder admirar el paisaje es el mirador de los Carvajales, sin tener que ascender tanto la colina, un rincón más rescatado del barullo y donde poder estar tranquilo. Y el tercer, pero no menos importante, es el mirador que ofrece el Carmen de la Victoria, propiedad de la Universidad de Granada, con unas vistas, cara a cara con la Alhambra que no deben pasar desapercibidas. El Albayzín, también patrimonio de la humanidad, ofrece un rescate al tiempo y lo sumerge en un retal de calles enmarañadas, estrechas y adoquinadas que olvida el ajetreo de la ciudad. 

Las Pasiegas: El entorno del centro. La plaza de la catedral (Pasiegas), la de Bib-rambla o entre la calle oficios y zacatín se puede pasar del mundo occidental, con la catedral renacentista más grande del mundo, al oriental, con un zoco musulmán, en un segundo. Una de las cuestiones históricas que más peso tienen es la Capilla Real donde descansan los restos de los reyes católicos, así como Felipe de Habsburgo (el hermoso) y la reina Juana (la loca). En este lugar, también se halla una obra de Botticelli, la Oración en el Huerto, siendo una de las pocas obras que vieron la luz fuera de Italia en tiempos del pintor, por encargo de la reina Isabel la católica. 

Los Monasterios: Son piezas fundamentales del esplendor del barroco granadino. Tanto el monasterio de los Jerónimos como el de la Cartuja son escondites del arte que justifican la grandeza que residió en esta ciudad en tiempos pasados. Pocas palabras pueden hacer honor a la belleza tallada y esculpida que adorna sus cúpulas y paredes. Especial atención merece la basílica de San Juan de Dios. 

La Ysla: La pastelería la Ysla, original de Santa Fe, es una de las más populares y cuyos dulces son exquisitos. Aquí nace el pionono, un pastel dedicado al Papa Pío IX del que tomó el nombre. La repostería y gastronomía granaína es un atractivo más para conocer esta ciudad, así como las tapas y bodegas de la zona. 




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Cascamorras

8:07 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



Guadix y Baza se engalanan, quitándose los trajes de feria, para recibir con el color de la tierra, roja arcilla, el abrazo de la historia. Predilecto septiembre que saca a las calles a sus paisanos para ver y acompañar al Cascamorras, héroe siempre eterno.

Una rencilla centenaria floreció en una fiesta de calado internacional. Dos villorios, cada cual en aras de maquillar su pasado islámico tras la vuelta a la cruz y al vino, en unas obras en la localidad bastetana, un obrero accitano escucha un murmullo que sale de la tierra. Ante lo que fuere aclamando piedad, este hombre, de nombre Juan Pedernal, arañó y escarbó hasta encontrar a aquel ser que se pronunciaba en auxilio. Para su sorpresa, aquel hallazgo fue el de una pequeña talla de la virgen María. Creyendo que esta bendición era de su pertenencia, quiso llevarla a su Guadix natal, encontrando aquí el litigio: la imagen encontrada en Baza había de quedarse en ella. El asunto se solucionó de buena manera. Un intento anual de recuperar la virgen llegando inmaculado a su templo. Sin mancha alguna Juan Pedernal o sus sucesores podrán retirar la talla y llevársela. De lo contrario, esta gesta, improbable como han demostrado los años, habrá de reanudarse cada septiembre hasta que se consiga. Quinientos años van. Hasta Cervantes presenció este hecho en una de sus rondas recaudatorias por los corregimientos.

Son muchas las motivaciones religiosas que han dado lugar a fiestas populares a lo ancho y largo de nuestro país. España, de fervor acuñado, ha sabido transformar dichas celebraciones, contextualizándolas a la época que las rigen. Rica en patrimonio inmaterial, la marcada genética hispana ahonda su huella cuando de un festejo se trata. Y es así como, perdurando las tradiciones y adaptándolas, el Cascamorras, sin ir más lejos, fue considerado una fiesta de interés turístico internacional. Un compromiso férreo de ambos consistorios y de toda la ciudadanía que cuidan y se esmeran porque estos quinientos años vividos sean un ápice de todos los que quedan por correr, con la ilusión de que tras un camino de obstáculos, tintes y algún que otro golpe, será en la virgen de la Piedad en la que el Cascamorras encuentre su refugio y en ella confíe sus fuerzas para volver a Guadix, con las manos vacías y a sabiendas de que una carrera más le espera entre sus paisanos por el sonado, y augurado, fracaso.

Si algo distingue esta fiesta es por su fuerte estética, por la inmortalidad de su imagen, que recrea un paisaje sacado de todo contexto, tiempo y lugar. Convierte las ciudades en una riada de hombres y mujeres dispuestos a acompañar en el histórico desengaño al Juan Pedernal del momento. La vestimenta del protagonista, brillante y vibrante juglar, contrasta con la del resto, que no dudan en ennegrecerse, en colorearse de granate o azulete, para quebrar las intenciones. Todos se ponen de acuerdo en su contra. El día que ningún bastetano reciba al Cascamorras; el día que el convento de la Merced no le tenga las puertas abiertas; el día que ningún accitano recuerde acompañar a su antihéroe, se perderá uno de los grandes mitos que unió a dos ciudades hermanas y rivales. Mientras tanto, y eso no pase, aún quedan muchos Cascamorras por pasar y muchas Cascamorras en tomar el relevo. Un hito que rejuvenece y se vence a sí mismo en cada cita, una apuesta por continuar y seguir siendo. A quinientos años no se alcanza todos los días.



Fotografía: Nana Parra



Fotografía: Inma Ruíz Monedero, Makun





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Oporto

9:19 Fran Ibáñez Gea 0 Comments





Oporto es una ciudad que no se entiende sin su Duero y sin su océano. Una colina que derrama, como su buen vino, una belleza histórica digna de admirar y de ser nombrada patrimonio de la humanidad. Sus iglesias esparcidas se conjuran como perlas engarzadas que van sirviendo de via crucis de estética e ideosincrasia cuando se pasea.

Es, después de Lisboa, la segunda capital más grande de Portugal, convirtiéndola en un foco referente de turismo y de gran concentración. El aeropuerto internacional Francisco sá Carneiro, sus buenas comunicaciones con el metro y la espléndida profesionalidad de sus comerciantes (políglotas sin igual, mostrando todas las facilidades y recomendaciones para que el viaje sea de lo más agradable posible) la convierten en un destino ejemplar, proyectando una calidad que extraña en tiempos donde el turismo masificado es un enemigo potencial a la conservación de las ciudades históricas. 

Dos elementos están muy repartidos a lo ancho y largo de la región: los azulejos y las sardinas. Los azulejos que tanto embelesan el paisaje portugués se debe a una cuestión técnica. La humedad que arropa el Atlántico obliga a tener que revestir las fachadas con este tipo de material, habiendo un juego de belleza y buen gusto en cualquier parte donde te encuentres (su estación de tren central es buena muestra de ello). Por su parte, las sardinas, son una máxima de la fiesta lusa, ya que forma parte de la gastronomía de celebración como en la noche de San Juan. 

Tres lugares hay indispensables para entender el sentimiento que despierta Oporto en el andariego: 

La librería Lello. Es un lugar buscado internacionalmente desde que J.K. Rowling se inspirara para su sempiterno mundo de Harry Potter. El modernismo y neogótico que materializan esta fantasía han provocado que sea un foco de masas, y esto, muy atentos a los nuevos cambios, la librería ha sabido responder a la demanda: hay que comprar una entrada de 5€ (bien online, bien en un local próximo donde también podrás dejar la mochila/ equipaje de forma gratuita). Haces una cola eterna pero ágil (la gente suele ir a echarse una foto en la famosa escalera, y cuando ven que es imposible por el gentío que hay, se aburren y se van) y si compras algún libro (que los hay, y muy buenos. Existen unas ediciones espectaculares de su propia editorial sobre literatura clásica en todos los idiomas que merecen mucho la pena) se te descuentan los 5€ de la entrada. Los curiosos tendrán que obligarse a participar de la literatura llevándose un buen souvenir. 

Cualquier iglesia. Desde la Santa Trinidad hasta San Ildefonso, todas la iglesias y basílicas son tanto por fuera como por dentro una maravilla. Entendiendo la animadversión que pueda surgir contra el sentimiento religioso, invitaría a que se vieran como lugares llenos de arte y que se respetara si coincide la visita con la eucaristía. Se entenderá todo mucho mejor si se tiene cierto conocimiento de cultura religiosa ya que se identifican con más facilidad las imágenes. En el caso de San Ildefonso, mostrado bajo la Santa Custodia portada por dos ángeles en un retablo churrigueresco, podría compararse con la Aparición de la Virgen a San Ildefonso de Murillo (Museo Nacional del Prado) o incluso con la narración de Gonzalo de Berceo en Milagros de Nuestra Señora, en el capítulo de la Casulla de San Ildefonso. Todo ello enriquece las perspectivas dogmáticas y referenciales que cada comunidad ha tenido. 

La ribera del Duero. No temáis a bajar la ladera y llegar al río. Es el lugar más espectacular de la ciudad. Disfrutar de un vino de Oporto en las bodegas con vistas al río y a la ciudad, flanqueada por el puente de Don Luís I (del estilo de Eiffel) es un auténtico placer. Reminiscencias a las Orillas del Duero de Antonio Machado a su paso por Soria: 

Pasados los verdes pinos, 
casi azules, primavera 
se ve brotar en los finos 
chopos de la carretera 
y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente. 
El campo parece, más que joven, adolescente. 

Su universidad y trasiego le aportan dinamismo. Su antigüedad es arquitectónica. Está en los huesos, pero su sangre es fresca, es nueva. Muchachos tirándose al río, barcas navegando hacia el mar y un sol dorando la piedra y brillando el azulejo hace resplandecer el entorno. Oporto es imperturbable, no abunda el ruido, se encuentra la tranquilidad. Se nota y se entiende que hay muchas cuestas. 









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