Cascamorras

8:07 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



Guadix y Baza se engalanan, quitándose los trajes de feria, para recibir con el color de la tierra, roja arcilla, el abrazo de la historia. Predilecto septiembre que saca a las calles a sus paisanos para ver y acompañar al Cascamorras, héroe siempre eterno.

Una rencilla centenaria floreció en una fiesta de calado internacional. Dos villorios, cada cual en aras de maquillar su pasado islámico tras la vuelta a la cruz y al vino, en unas obras en la localidad bastetana, un obrero accitano escucha un murmullo que sale de la tierra. Ante lo que fuere aclamando piedad, este hombre, de nombre Juan Pedernal, arañó y escarbó hasta encontrar a aquel ser que se pronunciaba en auxilio. Para su sorpresa, aquel hallazgo fue el de una pequeña talla de la virgen María. Creyendo que esta bendición era de su pertenencia, quiso llevarla a su Guadix natal, encontrando aquí el litigio: la imagen encontrada en Baza había de quedarse en ella. El asunto se solucionó de buena manera. Un intento anual de recuperar la virgen llegando inmaculado a su templo. Sin mancha alguna Juan Pedernal o sus sucesores podrán retirar la talla y llevársela. De lo contrario, esta gesta, improbable como han demostrado los años, habrá de reanudarse cada septiembre hasta que se consiga. Quinientos años van. Hasta Cervantes presenció este hecho en una de sus rondas recaudatorias por los corregimientos.

Son muchas las motivaciones religiosas que han dado lugar a fiestas populares a lo ancho y largo de nuestro país. España, de fervor acuñado, ha sabido transformar dichas celebraciones, contextualizándolas a la época que las rigen. Rica en patrimonio inmaterial, la marcada genética hispana ahonda su huella cuando de un festejo se trata. Y es así como, perdurando las tradiciones y adaptándolas, el Cascamorras, sin ir más lejos, fue considerado una fiesta de interés turístico internacional. Un compromiso férreo de ambos consistorios y de toda la ciudadanía que cuidan y se esmeran porque estos quinientos años vividos sean un ápice de todos los que quedan por correr, con la ilusión de que tras un camino de obstáculos, tintes y algún que otro golpe, será en la virgen de la Piedad en la que el Cascamorras encuentre su refugio y en ella confíe sus fuerzas para volver a Guadix, con las manos vacías y a sabiendas de que una carrera más le espera entre sus paisanos por el sonado, y augurado, fracaso.

Si algo distingue esta fiesta es por su fuerte estética, por la inmortalidad de su imagen, que recrea un paisaje sacado de todo contexto, tiempo y lugar. Convierte las ciudades en una riada de hombres y mujeres dispuestos a acompañar en el histórico desengaño al Juan Pedernal del momento. La vestimenta del protagonista, brillante y vibrante juglar, contrasta con la del resto, que no dudan en ennegrecerse, en colorearse de granate o azulete, para quebrar las intenciones. Todos se ponen de acuerdo en su contra. El día que ningún bastetano reciba al Cascamorras; el día que el convento de la Merced no le tenga las puertas abiertas; el día que ningún accitano recuerde acompañar a su antihéroe, se perderá uno de los grandes mitos que unió a dos ciudades hermanas y rivales. Mientras tanto, y eso no pase, aún quedan muchos Cascamorras por pasar y muchas Cascamorras en tomar el relevo. Un hito que rejuvenece y se vence a sí mismo en cada cita, una apuesta por continuar y seguir siendo. A quinientos años no se alcanza todos los días.



Fotografía: Nana Parra



Fotografía: Inma Ruíz Monedero, Makun





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