Cascamorras
Guadix y Baza se engalanan, quitándose los trajes de feria,
para recibir con el color de la tierra, roja arcilla, el abrazo de la historia.
Predilecto septiembre que saca a las calles a sus paisanos para ver y acompañar
al Cascamorras, héroe siempre eterno.
Una rencilla centenaria floreció en una fiesta de calado
internacional. Dos villorios, cada cual en aras de maquillar su pasado islámico
tras la vuelta a la cruz y al vino, en unas obras en la localidad bastetana, un
obrero accitano escucha un murmullo que sale de la tierra. Ante lo que fuere
aclamando piedad, este hombre, de nombre Juan Pedernal, arañó y escarbó hasta
encontrar a aquel ser que se pronunciaba en auxilio. Para su sorpresa, aquel
hallazgo fue el de una pequeña talla de la virgen María. Creyendo que esta
bendición era de su pertenencia, quiso llevarla a su Guadix natal, encontrando
aquí el litigio: la imagen encontrada en Baza había de quedarse en ella. El
asunto se solucionó de buena manera. Un intento anual de recuperar la virgen
llegando inmaculado a su templo. Sin mancha alguna Juan Pedernal o sus
sucesores podrán retirar la talla y llevársela. De lo contrario, esta gesta,
improbable como han demostrado los años, habrá de reanudarse cada septiembre
hasta que se consiga. Quinientos años van. Hasta Cervantes presenció este hecho
en una de sus rondas recaudatorias por los corregimientos.
Son muchas las motivaciones religiosas que han dado lugar a
fiestas populares a lo ancho y largo de nuestro país. España, de fervor acuñado,
ha sabido transformar dichas celebraciones, contextualizándolas a la época que
las rigen. Rica en patrimonio inmaterial, la marcada genética hispana ahonda su
huella cuando de un festejo se trata. Y es así como, perdurando las tradiciones
y adaptándolas, el Cascamorras, sin ir más lejos, fue considerado una fiesta de
interés turístico internacional. Un compromiso férreo de ambos consistorios y
de toda la ciudadanía que cuidan y se esmeran porque estos quinientos años
vividos sean un ápice de todos los que quedan por correr, con la ilusión de
que tras un camino de obstáculos, tintes y algún que otro golpe, será en la
virgen de la Piedad
en la que el Cascamorras encuentre su refugio y en ella confíe sus fuerzas para
volver a Guadix, con las manos vacías y a sabiendas de que una carrera más le
espera entre sus paisanos por el sonado, y augurado, fracaso.
Si algo distingue esta fiesta es por su fuerte estética, por
la inmortalidad de su imagen, que recrea un paisaje sacado de todo contexto,
tiempo y lugar. Convierte las ciudades en una riada de hombres y mujeres
dispuestos a acompañar en el histórico desengaño al Juan Pedernal del momento. La
vestimenta del protagonista, brillante y vibrante juglar, contrasta con la del
resto, que no dudan en ennegrecerse, en colorearse de granate o azulete, para
quebrar las intenciones. Todos se ponen de acuerdo en su contra. El día que
ningún bastetano reciba al Cascamorras; el día que el convento de la Merced no le tenga las
puertas abiertas; el día que ningún accitano recuerde acompañar a su antihéroe,
se perderá uno de los grandes mitos que unió a dos ciudades hermanas y rivales.
Mientras tanto, y eso no pase, aún quedan muchos Cascamorras por pasar y muchas
Cascamorras en tomar el relevo. Un hito que rejuvenece y se vence a sí mismo en
cada cita, una apuesta por continuar y seguir siendo. A quinientos años no se
alcanza todos los días.
Fotografía: Nana Parra
Fotografía: Inma Ruíz Monedero, Makun
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