Oporto

9:19 Fran Ibáñez Gea 0 Comments





Oporto es una ciudad que no se entiende sin su Duero y sin su océano. Una colina que derrama, como su buen vino, una belleza histórica digna de admirar y de ser nombrada patrimonio de la humanidad. Sus iglesias esparcidas se conjuran como perlas engarzadas que van sirviendo de via crucis de estética e ideosincrasia cuando se pasea.

Es, después de Lisboa, la segunda capital más grande de Portugal, convirtiéndola en un foco referente de turismo y de gran concentración. El aeropuerto internacional Francisco sá Carneiro, sus buenas comunicaciones con el metro y la espléndida profesionalidad de sus comerciantes (políglotas sin igual, mostrando todas las facilidades y recomendaciones para que el viaje sea de lo más agradable posible) la convierten en un destino ejemplar, proyectando una calidad que extraña en tiempos donde el turismo masificado es un enemigo potencial a la conservación de las ciudades históricas. 

Dos elementos están muy repartidos a lo ancho y largo de la región: los azulejos y las sardinas. Los azulejos que tanto embelesan el paisaje portugués se debe a una cuestión técnica. La humedad que arropa el Atlántico obliga a tener que revestir las fachadas con este tipo de material, habiendo un juego de belleza y buen gusto en cualquier parte donde te encuentres (su estación de tren central es buena muestra de ello). Por su parte, las sardinas, son una máxima de la fiesta lusa, ya que forma parte de la gastronomía de celebración como en la noche de San Juan. 

Tres lugares hay indispensables para entender el sentimiento que despierta Oporto en el andariego: 

La librería Lello. Es un lugar buscado internacionalmente desde que J.K. Rowling se inspirara para su sempiterno mundo de Harry Potter. El modernismo y neogótico que materializan esta fantasía han provocado que sea un foco de masas, y esto, muy atentos a los nuevos cambios, la librería ha sabido responder a la demanda: hay que comprar una entrada de 5€ (bien online, bien en un local próximo donde también podrás dejar la mochila/ equipaje de forma gratuita). Haces una cola eterna pero ágil (la gente suele ir a echarse una foto en la famosa escalera, y cuando ven que es imposible por el gentío que hay, se aburren y se van) y si compras algún libro (que los hay, y muy buenos. Existen unas ediciones espectaculares de su propia editorial sobre literatura clásica en todos los idiomas que merecen mucho la pena) se te descuentan los 5€ de la entrada. Los curiosos tendrán que obligarse a participar de la literatura llevándose un buen souvenir. 

Cualquier iglesia. Desde la Santa Trinidad hasta San Ildefonso, todas la iglesias y basílicas son tanto por fuera como por dentro una maravilla. Entendiendo la animadversión que pueda surgir contra el sentimiento religioso, invitaría a que se vieran como lugares llenos de arte y que se respetara si coincide la visita con la eucaristía. Se entenderá todo mucho mejor si se tiene cierto conocimiento de cultura religiosa ya que se identifican con más facilidad las imágenes. En el caso de San Ildefonso, mostrado bajo la Santa Custodia portada por dos ángeles en un retablo churrigueresco, podría compararse con la Aparición de la Virgen a San Ildefonso de Murillo (Museo Nacional del Prado) o incluso con la narración de Gonzalo de Berceo en Milagros de Nuestra Señora, en el capítulo de la Casulla de San Ildefonso. Todo ello enriquece las perspectivas dogmáticas y referenciales que cada comunidad ha tenido. 

La ribera del Duero. No temáis a bajar la ladera y llegar al río. Es el lugar más espectacular de la ciudad. Disfrutar de un vino de Oporto en las bodegas con vistas al río y a la ciudad, flanqueada por el puente de Don Luís I (del estilo de Eiffel) es un auténtico placer. Reminiscencias a las Orillas del Duero de Antonio Machado a su paso por Soria: 

Pasados los verdes pinos, 
casi azules, primavera 
se ve brotar en los finos 
chopos de la carretera 
y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente. 
El campo parece, más que joven, adolescente. 

Su universidad y trasiego le aportan dinamismo. Su antigüedad es arquitectónica. Está en los huesos, pero su sangre es fresca, es nueva. Muchachos tirándose al río, barcas navegando hacia el mar y un sol dorando la piedra y brillando el azulejo hace resplandecer el entorno. Oporto es imperturbable, no abunda el ruido, se encuentra la tranquilidad. Se nota y se entiende que hay muchas cuestas. 









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