La desmadrilización del arte (I)

18:28 Fran Ibáñez Gea 1 Comments


 La Dama de Elche ha tambaleado el tablero político sobre su localización. La íbera señora, con casa en el Museo Arqueológico Nacional, ha sido reclamada por su ciudad natal, siendo una histórica demanda que levanta un polvorín sobre otras piezas y los enclaves en los que hoy se hallan. El caso ilicitano tiene un comportamiento propio con un final extraordinario: es hallada en trabajos agrarios, a lo que por su morfología y detalle es motivo de júbilo para los paisanos. Un francés, el arqueólogo Pierre Paris, la compra a quien la encontró y se la lleva al Louvre. Con la Segunda Guerra Mundial a cuestas, Franco maniobra con Francia su rescate y recuperación (junto con la Inmaculada de los Venerables de Murillo y el tesoro visigodo de Guarrazar), siendo devuelta al Museo del Prado. Desde que volvió, ha estado en dos ocasiones visitando su pueblo (1965 y 2006), siendo para el resto del país un referente preciado y orgullo patrio. 

Vecina y hermana suya en el MAN es la Dama de Baza. La bastetana señora fue encontrada y llevada a Madrid para exposición museística y conservación arqueológica. Entonces, el protocolo a seguir pareció ser que todo aquello encontrado se custodiara en la capital de España, albergando los museos nacionales piezas que si bien han encajado en un contexto general, se les ha arrebatado el contexto local del que partieron. Sin desmerecer la gran labor que el MAN ha llevado a cabo en cuanto a restauración y preservación de su contenido es posible que hayamos llegado a un momento óptimo de la historia en el que abrir el debate sobre la legitimidad de la localización de las obras. No era factible mantenerlas en los pequeños núcleos de procedencia pues no existían recursos que blindaran la seguridad e integridad de éstas. Además de no poder ser vistas, en aquellos años, con el mismo flujo de usuarios que en Madrid. Por lo cual ya son varios los motivos que refuerzan su ubicación en un Museo Nacional: conservación y visibilidad. Cincuenta años hace que sacaron a la Dama de Baza del cerro y las cosas han cambiado vertiginosamente: tanto Baza como Elche tienen instalaciones museísticas preparadas para albergar semejantes piezas y los medios de transporte permiten que gente de todo el mundo pueda llegar hasta dichas localidades, atraídos por su cultura e insignes Damas, y así poder favorecer a comarcas de la España vacía. 

Guadix, a día de hoy, desafortunadamente no cuenta con un museo, ni instalaciones capaces de albergar semejante responsabilidad. De ahí que el Pedestal de Isis (Museo Arqueológico de Sevilla) o la Venus de Paulenca (Museo Arqueológico de Granada) no pueden ser disfrutadas entre los vecinos ni sirven de reclamo a potenciar el ya consolidado patrimonio accitano. En cambio, en unas excavaciones apareció una cabeza de Trajano de alta calidad que fue reclamada por la administración. Gracias a la reiterada negativa del alcalde de entonces de que fuera expoliada, la cabeza aún sigue en dependencias municipales, bajo el pendón de la ciudad en el salón de plenos. Recientemente surgió una amarga incertidumbre debido a que eran muchas las nuevas piezas que se están catalogando del Teatro Romano y su posible partida creó un preocupante malestar. Sin embargo, se zanjó un compromiso por parte del consistorio y del estudio arqueológico en que el material extraído se quedará en la ciudad. Un alivio pues habiendo contenido es más fácil proveer el continente. 

Piezas tan icónicas como las citadas exigen de un estudio exhaustivo. No es cuestión de desahuciar el MAN, por el cual podemos maravillarnos de un simple vistazo por acotar en un mismo recinto a la Dama de Elche, de Baza, Oferente del Cerro de los Santos, la leona de Baena, el oso de Porcuna o el toro de Osuna. Es entonces cuando habría de permitirse dobles custodias o préstamos temporales a las ciudades de origen, como si de patentes de corso se trataran, para hacer justicia a reclamaciones legítimas de bienes arqueológicos ¿Podríamos imaginar a la Alhambra sin los leones en su patio? Si queremos fortalecer y vitalizar la España vacía, la primera medida es desmadrilizar el país y devolver por contexto y sentido cada cosa a su lugar, y el arte puede ser uno de los primeros en mostrar que es posible. 


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La rutina pone el nivel

20:54 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



A las personas de mi entorno que nacieron en los 1990s les plantee que me confesaran cuál sería su rutina perfecta sin que su trabajo o la ciudad en la que vivieran les condicionaran. Estos requisitos eran esenciales para evadirse de los límites y carencias, aparentemente objetivos, que les presenta vivir a algunos en un pueblo. Al principio no eran capaces de levantar el vuelo de la imaginación y reproducían sus quehaceres, asumiendo que sus gustos o actividades diarias no podrían ser otras diferentes a las que ya practicaban. Entonces les propuse como ejemplo levantarse "a las seis de la mañana, hacer yoga, pasear a sus tucanes y desayunar tortilla de manzana". Dicho eso, la maquinaria creativa de cada cual empezó a brotar y las respuestas eran más asombrosas. Nacía de cada uno la proyección de lo que sentían o percibían como una buena vida, que a la vez, y esto es lo importante, creaban nuevas oportunidades sin quererlo en los lugares donde vivían. De la encuesta deduje que la mayoría retrasaría su horario de entrar al trabajo. Sobresale como elemento principal la estética urbana y doméstica: les gustaría poder pasear o convivir en zonas armoniosas e inspiradoras, ya que vivimos en una era digital en la que lo potencialmente fotografiable es un factor fundamental. Además, de la encuesta se bifurcan dos grupos bastantes sólidos: los compradores, que valoran el consumo material como una recompensa; y los creadores, que optan por llevar a cabo tratamientos de belleza, paseos, deporte, acudir a conciertos, etc: "Abro una botella de vino y me meto en mi bañera de patas lacadas en oro mientras me bebo una copa. Me exfolio el cuerpo y me pongo crema al salir y una mascarilla en la cara. Pido algo para cenar mientras veo una serie y hago mi rutina facial de noche. Y a dormir."

Otra particularidad que se desprende de este pequeño sondeo es que se asume la rutina en solitario. Todas las acciones que van emanando se pueden realizar sin necesidad de compañía, lo cual ya desvela una de las conductas predominantes. Muy potenciada durante el confinamiento, se aprendió la lección de que depender de otros para realizar hobbies significaría estar paralizado al amparo de terceros. De ahí que las rutinas confeccionadas tengan un marcado carácter de independencia social. De igual manera, el contacto con otros está mucho más restringido, suponemos que por la situación sanitaria. 

 Al vivir en Madrid (3,2 millones de habitantes) y en Guadix (18.718 habitantes; 42.791 contando su comarca) quise averiguar por qué la calidad de vida y oportunidades de la capital no pueden filtrarse a poblaciones más reducidas, y así dar con la solución para la España vaciada. Una odisea apreciable. En cambio, el acceso a los medios o a los canales de compra online ya reducen tangencialmente esa brecha, como así también plataformas digitales de filmografía que solventen el sustrato de entretenimiento. Pero hay un punto fundamental que asesta un golpe de realidad: la creatividad. Madrid se levanta de imaginación, creación, mutación, cambio constante; frente a Guadix que se adormece y anquilosa. Pero ¿es esto cierto? La realidad prejuiciosa, tradicional, vaga y áspera ha ido desvistiéndose sutilmente, ante residuos considerables. "En Guadix hay mucha gente, pero es como si no hubiera nadie", le dije una vez a un amigo que me preguntó "¿Dónde está la gente aquí?". Quedan muchas lagunas por cubrir. Muchos exotismos por entrar. Muchos prejuicios por borrar. 

La metáfora del miedo es la misma que la de la inacción y pesadumbre que ambienta la España vaciada. Cuando el elefante es pequeño, en el circo o en el zoo, se le pone una cadenita para reducir sus movimientos y así aprender que con ella puesta le es imposible escaparse. Cuando el elefante es grande le ponen la misma cadenita, pues la tiene asociada a la inmovilidad. Por tanto, aunque esté en sus capacidades irse, no lo hace. En la España vaciada ocurre lo mismo. Pocas mentes se han atrevido a pensar en grande por temor. Lejos de esto, a los amigos que viven en Madrid les hice la misma encuesta y sus respuestas contrastaban en cuanto a los anhelos y deseos de quienes vivían en el pueblo: "levantarme a las nueve de la mañana, hacer un desayuno, después estar en casa tranquilamente haciendo cosas: escuchando música, limpiando. Y sobre las once y media, doce, gimnasio (...) salir a dar un paseo sobre las cinco." Es decir, quienes tienen todas las opciones de llevar una rutina de capital, con un amplio abanico de entretenimiento y una oferta cultural de vértigo, opta por una rutina perfectamente realizable en una localidad pequeña. ¿Por qué vivir entonces en una ciudad sobrepoblada, contaminada y con una calidad de vida prohibitiva?

Las infinitas posibilidades que tenemos son despreciadas por el recelo que aún guardamos. Necesitamos desaprender para educar nuestros gustos, aficiones y consuelos. Si bien es cierto que la centralización nos obliga a atender los sucesos y movimientos de las grandes ciudades, el interés que existe en ellas no deja de ser gracias a la creatividad, esfuerzo o aspiración de gente anónima con cualquier gentilicio, que decidieron migrar a la capital para barrerse de la piel todo lo que les lastraba y empezar a ser ellos mismos. Todo está por hacer. 

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Suspiros y pinceladas de patrocinio accitano

11:25 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 


Salí de metro a la Puerta del Sol. La media tarde solía estar concurrida e iluminada por los adornos de navidad y las grandes fachadas que dan a la plaza. Madrid se caracteriza por la parsimonia de sus turistas y la agilidad de sus paisanos. Son dos ritmos de ciudad que la hacen latir dos veces. Las colas en Doña Manolita eran infinitas en las vísperas al Gordo, así que se multiplicaban los puestos ambulantes. Una carrera de obstáculos para llegar a cualquier sitio. El mío estaba a escasos metros calle arriba. El Four Seasons acababa de empezar la remodelación y el tramo de la calle Alcalá con Sevilla estaba en ascuas. La puntualidad era un reto. Finalmente llegué a tiempo a la Real Academia de Bellas Artes, la cual ofrecía con buena frecuencia conciertos en su auditorio. Felipe V presidía en la pared entre los bustos de los Carlos. El programa en cuestión era el Concerto Grosso Op 6 nº8 -el conocido "de Navidad"-, de Corelli

Era la segunda vez, en mucho tiempo, que lo volvía a oír en directo. La primera fue interpretándolo junto con la orquesta del conservatorio Carlos Ros en el Mira de Amescua. Mi mirada clavada en los violonchelos. Mi mano derecha bailoteando. Tenía grabada en su memoria táctil cada nota que sonaba, y como reminiscencias, en pequeños espasmos quería seguir la música como hacía años.

Entre los sentidos suspiros que aquí anoto, arrojo el que me despertó Dori Hdez Montalbán. Para el día de la mujer habíamos decidido preparar una actividad en el Hospital Real de la Caridad, para presentarlo como un espacio con presencia de mujer y así homenajear a sus enfermeras, nodrizas, cuidadoras, religiosas y matronas que habían sido los pies y las manos del buenhacer en tan centenario lugar. Su hermana Carmen y el resto de componentes de la Oruga Azul se encargaron de teatralizar la visita, la cual finalizaba con una actuación de Dori, ataviada de milseicientos. La expectación corría entre los asistentes. En el ocaso de aquel marzo procedió: ...¡Ay, qué vida tan amarga do no se goza el Señor! Porque si es dulce el amor, no lo es la esperanza larga. Quíteme Dios esta carga, más pesada que el acero, que muero porque no muero... El aplauso fue infinito. La lívida luz convirtió el patio jesuita en una plazuela donde la propia Santa Teresa era a nosotros a quien nos regalaba su éxtasis. 

En cuanto a las pinceladas, sin motivo de duda, referencio la experiencia habida en los encuentros -porque decir curso escudriña en academicismos- de acuarela en la Casa-Palacio de D. Julio Visconti. La primera vez que tuve constancia del pintor fue una década antes, cuando ambos éramos parroquianos del bar de Juan -ahora Palenga- en la Plaza de las Palomas. Siempre en la buena compañía de su versada corte. En aquel entonces se estaba fraguando la Fundación, que hoy para nosotros podría ser lo que la India fue a la Corona Inglesa. El relevo en la maestría se lo tomó su discípulo José Antonio García Amezcua. Durante el verano, las puertas del palacio de Visconti se abrían a los acuarelistas neófitos. Unas puertas, que una vez cruzadas, la ciudad quedaba atrás y se abría un rincón evasor donde los gatos pululaban bajo contables pilistras, arados y trillos quietos. Un quinario de arte y percepción. D. Julio hoy, con su centenario cumplido en la tierra, seguirá cumpliendo los años de descanso que le merece el cielo, con la entera satisfacción de que su legado, cuidado e inmaculado, discurrirá entre el cariño y admiración de las futuras generaciones. 

Cerrando filas no puede quedar en el tintero una de las casualidades que me acercaron a lo que hoy más aprecio, que es el arte. La madre Gema, religiosa de la Divina Infantita, era en sí una institución. Alguacilesa catedralicia o abadesa de llaves, era por todos reconocida en su hábito y antaña faz. De fino tallo desafiaba la pesadez del tiempo, esquivando las indolencias fue, con certeza, de poco plato y mucha suela de zapato. Un día me acogió como su secretario para traspasar el papeleo, en la bisagra entre la máquina de escribir y el teclado del ordenador. En estas que apareció con unos documentos que ella había hecho de oídas tras haber estado en una visita explicada en el museo, reciente entonces, de la catedral. "Pero para que quede más claro, un día podemos ir y lo vemos juntos". Así lo hicimos. Ella no era una persona de concurrencia social. El resto de sus hermanas eran también religiosas de la misma congregación. Las vacaciones de estío la pasaba en la casa familiar -vacía- en Padul, y salvo los saludos por la calle de viejos alumnos y conocidos, jamás la pude ver tomar un café en una terraza. Ella aprendió a vivir y se acogió al modo preconciliar. 

En la sala de arriba, frente a un cuadro de la Inmaculada me dijo: ¿Ves el espejo? Representa la virginidad de María; la luz pasa por el cristal sin romperlo ni mancharlo, así fue cómo la virgen tuvo a su hijo. Y hasta la fecha, siempre que he tenido que descubrir el museo de la catedral de Guadix a alguien, repito sus mismas palabras, en honor a su recuerdo. Así, desde el Beaux Arts de Bruselas, la National Gallery, el Louvre o en el Prado, si los querubines portan un espejo acompañando a la Inmaculada Concepción, discúlpenme, pero la luz que pasa por el cristal no es la virginidad, es la querida madre Gema que se pasa a saludar. 


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Noviembre nuestro

11:05 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

Fotografía: El Costal Accitano 

 El temprano atardecer del otoño despierta de arrebol y viste el azul intenso del cielo en este tiempo en nubes malva esclarecidas por gualda que en pinceladas suaves algodonea y lividea la luz hasta que llega la penumbra del ocaso. Entonces, con la silueta del horizonte aún encendida, las farolas serpentean de naranja la matriz urbana. A esta sinfonía siempre acompaña el olor "a pueblo", el de las chimeneas y lumbres que ahuyentan el helor de las casas. Este podría ser el retrato de un noviembre nuestro. 

En los bosques de Guadix aún quedan otros espectáculos por vivir. Ya sea en el Camarate, en su bien nombrado bosque encantado, o en el castañar de la Rosandrá, nace una segunda primavera que prende de color los suspiros del buen tiempo. Adentrarse en estos rincones salvajes del entorno es abrir una puerta hacia lo desconocido. Metamorfosea por constancia cada ápice del paisaje, presentando en cada encuentro un rostro desigual. Entonces, se llena de sus gentes, que encaminados a disfrutar de sus raíces, admiran el cobijo de sus ancestros y son junto a los árboles, unos habitantes más en esta orquesta. 

Días antes de los Santos, las calles se llenan de paseantes con flores que van y vienen. Las cementerios empiezan a brotar entre las lápidas claveles, tagetes y gladiolos. Crisantemos de todos los colores se depositan en las tumbas. Es tiempo de blanquear a los difuntos. Renovarles el apresto. Algunas son centenarias, de costumbre heredada. Otras son dolorosas y muy sentidas pérdidas por las que aún, en el silencio del alma, la pena emana y riega con dulzura las flores colocadas. Noviembre empieza sus días con profundo honor y recuerdo. Un llanto inmarcesible que cala, encendiendo vivencias, rescatando pasajes de nuestra vida con aquellos con quien pudimos compartirla y a la que homenajeamos en su sepulcral retiro. 

Este año, después del pasado de ausencia por la pandemia, llega la esperada bajada de la virgen de las Angustias a la catedral para solemnidad de su setena. El alba es quizás la más cierta luz en Guadix. De la noche se va desvelando entre los altos miradores y campanarios los primeros destellos. Aún frágil, calma las calles mansamente. Los barrancos que abovedan y sitian la ciudad empiezan a esculpirse con su vetusta enjutez. Es entonces cuando el primer domingo de noviembre redoblan las campanas anunciando a la virgen en su carrera. Silencio en lo demás. Sigue el repique de nuevo. Avanza por la Gloria, envistiendo Santiago por la Zeta. Con una petalá en Peñaflor la celebran. No hay música, no hay banda. No hay protocolo ni ristras de mantillas enlutadas. 

Por Tena Sicilia, en el cruce de Tárrago-Mateos, la calle estaba quieta. El frío enmudecía. Al llegar a la acera del Dólar, todo se transformó, descendiendo por calle Ancha un torrente, dócil marabunta, como mar de pueblo imbuía. La imagen en volandas, Guadix horquillero de su madre era, que sin pereza ni lamento aguardaba paciente la madrugada para que la Señora y su Hijo, lleguen arropados bajo un cielo descubierto. Despierto en los primeros destellos y ver a la luna recién nacida, asomarse desde su cuna, y rezarle a él un Padrenuestro y a ella un Ave María. La virgen derramaba su gracia con dolor a manos-llenas, bendiciendo cada paso dado de sus romeros junto a ella. 

Así es un noviembre nuestro. Atardeceres tempranos, lumbres en guardia y una primavera que se incendia. No es casualidad que esta sea una tierra de alfareros. Donde pareciera esculpirse durante este tiempo como aquella santa ciudad de Belén, entre las almenas de su alcazaba y las luces de sus cuevas. San Torcuato obró en poner aquí la primera cruz de España, para que entre ángeles Dios pudiera bajar del cielo y sentirse como en el día de su nacimiento: en su casa. 

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El relevo de las prioridades

22:25 Fran Ibáñez Gea 1 Comments

 


Hay tres servicios que el privilegiado primer mundo entiende como esenciales. Empezaría la lista el agua corriente, seguida de la luz y, pero no menos importante, el internet. Bajo esa tríada hemos apuntalado nuestra comodidad y bienestar, dando por hecho que estas facilidades, por necesarias, son básicas. No cabe en la memoria recuerdo alguno de aquel tiempo en el que ninguno de los tres existían o eran sinónimo de ostentoso capricho. El hecho de poder encender una lámpara, abrir el grifo o tener wifi nos es tan simplón que ni segundos de reflexión despierta el tener la fortuna de hacerlo. 

No creo que sea necesario extrapolar nuestra empatía saltando hasta una aldea tribal de África en la que ha de ir la mujer enferma y madre de once hijos a recoger agua del arroyo que pasa a dos kilómetros de su chabola, en el cual mean y beben las cabras del vecino. La luz puede llegarse por un candil y el internet es una broma que alguna vez se ha mencionado pero que no se sabe ni cómo se escribe. No, no hace falta llegar a ese punto para alegrarnos de haber nacido en este lado del mundo. Sería tan sencillo como levantarse una mañana y que hayan cortado el agua por obras en la calle además de que se haya ido la luz, internet en consecuencia, por la misma razón. Añadamos el gas natural en esta carencia diablesca. Lo natural sería irse a regañadientes a trabajar y volver a media tarde con todo arreglado. 

Ahora pongamos por caso que esa obra se prolonga y que vivimos ese tiempo sin luz, agua e internet. Depende del mes, puede sobrellevarse de forma más ventajosa que desafortunada. Si pilla en mayo, cuando las temperaturas son agradables y los días largos, entonces tenemos mucho ganado. Pero si por el contrario arrecia en diciembre, con el frío y la luz del día encorsetada, ahí sí tenemos un problema mayor. Nuestras casas están equipadas con estos servicios, por lo que el ducharse y cocinar ya suscitan un profundo conflicto. Habría que volver al antiguo régimen en el que la casa estaría sembrada de velas estratégicas para la iluminación. Los cohabitantes finalmente decidirían reunirse en una misma habitación , por ahorro de cera. Algo habría de servir de hoguera para calentar, y el agua, al menos, tendría que ser embotellada, dado que la ciudad abandonó las fuentes, surtidores, caños o acequias de las que la población se abastecía. 

El ascensor no funcionaría. Los cargadores de móviles y portátiles tampoco, por lo que dejarían de ser usados, a no ser que pudieras cargarlos en un lugar público o en la propia oficia. Pero ¿y si la luz desapareciera en todos sitios? Entendemos que en los hospitales habría generadores y poco a poco el mundo se adaptaría a crear granjas de energía para conectar y recargar nuestros dispositivos, pero hasta entonces ¿a quién le queda teléfono fijo para poder llamarse? Mandaríamos cartas, dejaríamos notas. Leeríamos, compraríamos prensa diaria otra vez. La compra sería la justa necesaria para gastar en un día pues no habría frigorífico, nevera. Tampoco microondas u horno. Los afortunados serían los que aún conserven las bombonas de butano para abrir el hornillo. El mundo digital sobre el que nos sostenemos entraría en un paréntesis de latencia en el que recuperaríamos ágilmente el analogismo de pilas. 

Lo ideal sería contar con lavadero, lacenas, chimeneas e incluso corrales o huerto, por si las moscas. Naturalmente las casas de nuestros días han dejado de estar sometidas a aquellas prioridades. Quizás más fiables que lo que disfrutamos hoy en día. No estaría demás, de cara a un mundo más sostenible y ecológico, poder tener una capacidad híbrida de reciclar costumbres o tradiciones con los medios y eficacia que ahora manejamos. Tener una ciencia más exhaustiva sobre la gestión de nuestros residuos y reducir al mínimo la huella ecológica: sustituir el mar de plásticos por el vidrio o tela. Que la leche, el aceite o la cerveza puedan dispensarse a granel, como el resto de legumbres, fruta o fiambres. 

Sospecho que podemos imponernos a las industrias y exigir una participación activa en esta lucha por la supervivencia en la que se ha convertido el cambio climático. Adecentar nuestros intereses y así evitar que a nuestras prioridades actuales se sume una bombona de oxígeno. Nos muestran que la contaminación es barata y equilibra la economía ¿Es una cuenta rentable? Hace décadas podríamos poner esta pregunta a largo plazo. Ya vamos por el medio. El tiempo nunca corre a favor del quieto. 

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