La rutina pone el nivel
Otra particularidad que se desprende de este pequeño sondeo es que se asume la rutina en solitario. Todas las acciones que van emanando se pueden realizar sin necesidad de compañía, lo cual ya desvela una de las conductas predominantes. Muy potenciada durante el confinamiento, se aprendió la lección de que depender de otros para realizar hobbies significaría estar paralizado al amparo de terceros. De ahí que las rutinas confeccionadas tengan un marcado carácter de independencia social. De igual manera, el contacto con otros está mucho más restringido, suponemos que por la situación sanitaria.
Al vivir en Madrid (3,2 millones de habitantes) y en Guadix (18.718 habitantes; 42.791 contando su comarca) quise averiguar por qué la calidad de vida y oportunidades de la capital no pueden filtrarse a poblaciones más reducidas, y así dar con la solución para la España vaciada. Una odisea apreciable. En cambio, el acceso a los medios o a los canales de compra online ya reducen tangencialmente esa brecha, como así también plataformas digitales de filmografía que solventen el sustrato de entretenimiento. Pero hay un punto fundamental que asesta un golpe de realidad: la creatividad. Madrid se levanta de imaginación, creación, mutación, cambio constante; frente a Guadix que se adormece y anquilosa. Pero ¿es esto cierto? La realidad prejuiciosa, tradicional, vaga y áspera ha ido desvistiéndose sutilmente, ante residuos considerables. "En Guadix hay mucha gente, pero es como si no hubiera nadie", le dije una vez a un amigo que me preguntó "¿Dónde está la gente aquí?". Quedan muchas lagunas por cubrir. Muchos exotismos por entrar. Muchos prejuicios por borrar.
La metáfora del miedo es la misma que la de la inacción y pesadumbre que ambienta la España vaciada. Cuando el elefante es pequeño, en el circo o en el zoo, se le pone una cadenita para reducir sus movimientos y así aprender que con ella puesta le es imposible escaparse. Cuando el elefante es grande le ponen la misma cadenita, pues la tiene asociada a la inmovilidad. Por tanto, aunque esté en sus capacidades irse, no lo hace. En la España vaciada ocurre lo mismo. Pocas mentes se han atrevido a pensar en grande por temor. Lejos de esto, a los amigos que viven en Madrid les hice la misma encuesta y sus respuestas contrastaban en cuanto a los anhelos y deseos de quienes vivían en el pueblo: "levantarme a las nueve de la mañana, hacer un desayuno, después estar en casa tranquilamente haciendo cosas: escuchando música, limpiando. Y sobre las once y media, doce, gimnasio (...) salir a dar un paseo sobre las cinco." Es decir, quienes tienen todas las opciones de llevar una rutina de capital, con un amplio abanico de entretenimiento y una oferta cultural de vértigo, opta por una rutina perfectamente realizable en una localidad pequeña. ¿Por qué vivir entonces en una ciudad sobrepoblada, contaminada y con una calidad de vida prohibitiva?
Las infinitas posibilidades que tenemos son despreciadas por el recelo que aún guardamos. Necesitamos desaprender para educar nuestros gustos, aficiones y consuelos. Si bien es cierto que la centralización nos obliga a atender los sucesos y movimientos de las grandes ciudades, el interés que existe en ellas no deja de ser gracias a la creatividad, esfuerzo o aspiración de gente anónima con cualquier gentilicio, que decidieron migrar a la capital para barrerse de la piel todo lo que les lastraba y empezar a ser ellos mismos. Todo está por hacer.
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