La rutina pone el nivel

20:54 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



A las personas de mi entorno que nacieron en los 1990s les plantee que me confesaran cuál sería su rutina perfecta sin que su trabajo o la ciudad en la que vivieran les condicionaran. Estos requisitos eran esenciales para evadirse de los límites y carencias, aparentemente objetivos, que les presenta vivir a algunos en un pueblo. Al principio no eran capaces de levantar el vuelo de la imaginación y reproducían sus quehaceres, asumiendo que sus gustos o actividades diarias no podrían ser otras diferentes a las que ya practicaban. Entonces les propuse como ejemplo levantarse "a las seis de la mañana, hacer yoga, pasear a sus tucanes y desayunar tortilla de manzana". Dicho eso, la maquinaria creativa de cada cual empezó a brotar y las respuestas eran más asombrosas. Nacía de cada uno la proyección de lo que sentían o percibían como una buena vida, que a la vez, y esto es lo importante, creaban nuevas oportunidades sin quererlo en los lugares donde vivían. De la encuesta deduje que la mayoría retrasaría su horario de entrar al trabajo. Sobresale como elemento principal la estética urbana y doméstica: les gustaría poder pasear o convivir en zonas armoniosas e inspiradoras, ya que vivimos en una era digital en la que lo potencialmente fotografiable es un factor fundamental. Además, de la encuesta se bifurcan dos grupos bastantes sólidos: los compradores, que valoran el consumo material como una recompensa; y los creadores, que optan por llevar a cabo tratamientos de belleza, paseos, deporte, acudir a conciertos, etc: "Abro una botella de vino y me meto en mi bañera de patas lacadas en oro mientras me bebo una copa. Me exfolio el cuerpo y me pongo crema al salir y una mascarilla en la cara. Pido algo para cenar mientras veo una serie y hago mi rutina facial de noche. Y a dormir."

Otra particularidad que se desprende de este pequeño sondeo es que se asume la rutina en solitario. Todas las acciones que van emanando se pueden realizar sin necesidad de compañía, lo cual ya desvela una de las conductas predominantes. Muy potenciada durante el confinamiento, se aprendió la lección de que depender de otros para realizar hobbies significaría estar paralizado al amparo de terceros. De ahí que las rutinas confeccionadas tengan un marcado carácter de independencia social. De igual manera, el contacto con otros está mucho más restringido, suponemos que por la situación sanitaria. 

 Al vivir en Madrid (3,2 millones de habitantes) y en Guadix (18.718 habitantes; 42.791 contando su comarca) quise averiguar por qué la calidad de vida y oportunidades de la capital no pueden filtrarse a poblaciones más reducidas, y así dar con la solución para la España vaciada. Una odisea apreciable. En cambio, el acceso a los medios o a los canales de compra online ya reducen tangencialmente esa brecha, como así también plataformas digitales de filmografía que solventen el sustrato de entretenimiento. Pero hay un punto fundamental que asesta un golpe de realidad: la creatividad. Madrid se levanta de imaginación, creación, mutación, cambio constante; frente a Guadix que se adormece y anquilosa. Pero ¿es esto cierto? La realidad prejuiciosa, tradicional, vaga y áspera ha ido desvistiéndose sutilmente, ante residuos considerables. "En Guadix hay mucha gente, pero es como si no hubiera nadie", le dije una vez a un amigo que me preguntó "¿Dónde está la gente aquí?". Quedan muchas lagunas por cubrir. Muchos exotismos por entrar. Muchos prejuicios por borrar. 

La metáfora del miedo es la misma que la de la inacción y pesadumbre que ambienta la España vaciada. Cuando el elefante es pequeño, en el circo o en el zoo, se le pone una cadenita para reducir sus movimientos y así aprender que con ella puesta le es imposible escaparse. Cuando el elefante es grande le ponen la misma cadenita, pues la tiene asociada a la inmovilidad. Por tanto, aunque esté en sus capacidades irse, no lo hace. En la España vaciada ocurre lo mismo. Pocas mentes se han atrevido a pensar en grande por temor. Lejos de esto, a los amigos que viven en Madrid les hice la misma encuesta y sus respuestas contrastaban en cuanto a los anhelos y deseos de quienes vivían en el pueblo: "levantarme a las nueve de la mañana, hacer un desayuno, después estar en casa tranquilamente haciendo cosas: escuchando música, limpiando. Y sobre las once y media, doce, gimnasio (...) salir a dar un paseo sobre las cinco." Es decir, quienes tienen todas las opciones de llevar una rutina de capital, con un amplio abanico de entretenimiento y una oferta cultural de vértigo, opta por una rutina perfectamente realizable en una localidad pequeña. ¿Por qué vivir entonces en una ciudad sobrepoblada, contaminada y con una calidad de vida prohibitiva?

Las infinitas posibilidades que tenemos son despreciadas por el recelo que aún guardamos. Necesitamos desaprender para educar nuestros gustos, aficiones y consuelos. Si bien es cierto que la centralización nos obliga a atender los sucesos y movimientos de las grandes ciudades, el interés que existe en ellas no deja de ser gracias a la creatividad, esfuerzo o aspiración de gente anónima con cualquier gentilicio, que decidieron migrar a la capital para barrerse de la piel todo lo que les lastraba y empezar a ser ellos mismos. Todo está por hacer. 

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