La señora Dubose

11:05 Fran Ibáñez Gea 0 Comments


Matar a un ruiseñor es una de las mejores novelas escritas en el siglo en el que nací. Abarca un ejercicio moral además de esbozar un retrato exquisito de la sociedad americana de 1930. Ante semejante bodegón podemos apreciar que dicha obra confina sus páginas hacia la atemporalidad. Todo lo que hay allí escrito juega un papel importante en el funcionamiento de la vileza y bondad humana. 


La señora Dubose es uno de los personajes que más desapercibido pasa y que, en cambio, más atracción puede producir. Es la vecina tipificada como mayor, de mal carácter, agria y quejicosa. Es fuerte el contraste que se forma si se empareja con la protagonista, la pequeña Scout Finch: valiente, comprometida, observadora y lo más importante, gracias a la mentalidad de su tierna infancia y a su padre, tiene una visión de oro cuya luz ilumina al lector, llevándolo en este desgarrador camino de una forma cándida cogido de la mano. Scout no tolera a la señora Dubose. Siente miedo e incomodidad cuando la ve. Pero la señora Dubose se entiende por sus silencios. Se manifiesta contraria a la realidad de la niña: la insulta cuando la ve vestida con pantalones, se enfada cuando ve desde su porche a Scout juntándose con negros, se irrita verla hacer cosas de niños y no de niñas. No existen palabras amables.

La señora Dubose es una mártir presa de sí misma. Ella vivió la época de la esclavitud, la guerra de secesión incluso. Desde Lincoln hasta el segundo Roosevelt, era los miedos, el misticismo y las manías que un ciudadano mujer del sur estadounidense podía manifestar. Era una enferma que paliaba su dolor con opio, y que por convencimiento cristiano antes de que llegara su hora prefiere rabiar en el inaguantable daño que la enfermedad le causaba sin tomar drogas. En la quietud de su casa, sin amigos ni visitas, la soledad la arropa. Nació en un país donde los negros eran esclavos. Donde las mujeres no tenían ni voz ni voto y el hombre blanco era dueño del mundo. Aprendió a que aquella era la única realidad que los tiempos le harían comprender. Pero los años la llevaron a otro siglo donde existía un panorama distinto. La segregación fue el precio a pagar por abolir la esclavitud, pero la marginalidad fue un hecho hasta que a mediados del XX hubo movimientos civiles a favor del colectivo afroamericano. Rosa Park, Malcom X y Martin Luther King fueron algunos de los artífices que personificaron esta lucha. Hasta entonces hubo una clara brecha entre opresores y oprimidos, bien reflejada en Matar a un ruiseñor.

Muchas personas obedecen, como la señora Dubose lo hizo, a una estructura social repleta de complejos y carencias morales que se van haciendo el relevo durante generaciones. La falta de compromiso y consciencia con la realidad que los envuelve hace que no sean competentes con su entorno. La falta de cultura en muchos ámbitos necesarios y presumir de ignorancia hacen a esta sociedad muy peligrosa. Existe una motivación intrínseca de pseudohonra que discrepa de la propia evolución humana, esto es, las personas se comprometen con unas ideas en un momento de su vida y desisten de ser críticos con ellas. Matrimonios políticos o deportivos son tan viscerales como insensatos, pero la diferencia es que el deporte es un juego y la política no. Una persona ha de ser dueña de su progreso, de cambiar, de transformarse. Es inconcebible manifestar las mismas ideas en distintas circunstancias vitales. Es preciso el cambio. Si la señora Dubose hubiera ido aprendiendo a lo largo de su vida, si se hubiera ido desprendiendo de viejos prejuicios, si hubiera querido asistir sus miedos y temores infundidos por supersticiones, es muy probable que hubiera sido feliz.


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