Incalificable: una crónica contra pronóstico

10:33 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 


Vale recordar la escena en la que Dalí se presentó a uno de sus últimos exámenes de carrera en la Real Academia -escuela- de Bellas Artes de San Fernando. El tema a exponer era Rafael. Dalí, que entonces ya hablaba en tercera persona de sí mismo, espetó al tribunal: "Dalí no se puede presentar puesto que en esta sala no hay nadie que sepa más de Rafael que Dalí". A los días lo echaron, naturalmente. 

Una de las labores mejor avenidas es la de la oposición. Formar parte de la función pública, con el respeto y dignidad de la no-explotación, es una de las elecciones vitales más exitosas y fértiles para a quien la estabilidad le es una prioridad. Legado el bagaje de la costumbre -en mi casa todos sus miembros conocen la experiencia- me emprendí a invertir la dedicación de mis días en opositar. Afortunadamente no de la manera rígida y esperpéntica de algunos compañeros encerrados mientras el sol está de guardia y clavando codos entre apuntes y tinta seca. Bien es cierto que durante estos meses atrás, la pandemia tuvo mucho de bueno para quien vivir era una casualidad y la exigencia corría sobre el escritorio. No había riesgo de huida: confinamiento perimetral, toque de queda, escrupulosa distancia social y sobre todo el apagón de emociones por reconciliarte con el fuera. Temas y más temas sobre la mesa que van engordando con otras versiones, resúmenes y esquemas. Tochos de libros de consulta, subrayadores en agonía. Al final, terminas por perfilar la propia filia y seleccionar los bloques que más te apasionan para defender -de cinco bolas a escoger, malo será, y el cielo lo dice, que no salga ninguna a tu favor-. Me acuartelo en literatura, historia y cultura. Repaso documentos y pies de página de la carrera. Engendro listas de autores y sus obras; listas de presidentes y sus partidos; hechos históricos y escritores afectados. Amarrar cualquier mínimo cabo imprevisto. 

Para más inri, durante este año he estado cursando un máster en investigación de Teatro Europeo, lo cual reforzaba más la sección de drama, innovaciones escénicas, crítica literaria, etc. Recuerdo haber entregado dos cosas de las cuales me siento satisfecho: la primera es la relación entre Bernini y Lope de Vega a través de Santa Teresa; la segunda, la necesidad del espacio independiente para autorrealizarse de la mujer en el caso de Ofelia (Hamlet) con reflejos de Virginia Woolf (A Room for One's Owner). Efectivamente, en mi haber no cabía la sola memorización, había que entender, aprehender, construir, exigir, crear perspectiva de lo que se veía. Todo ello es lo que ofrezco a mis alumnos cuando estamos ante un poema o un hecho histórico. Cuidar la sensibilidad de captar lo que emana el texto.  La función del docente no está en que los discípulos aprueben, sino en crearles expectativas, inquietudes y dotarlos de herramientas para que piensen por sí mismos. Darles la posibilidad de la duda. Nadie les responde. Todo es asumido. Preguntar parece de imbéciles, de aturdidos, de distraídos. NO, la pregunta es la llave para saber. Y en la práctica del arte de cuestionar es cuando el alumno lo consigue. 

El examen a oposición era un mal trago -con el añadido de levantarte a las cinco de la mañana, que te nombren a las siete y media de un domingo; que la prueba no empiece hasta las nueve y desde entonces disponer de cuatro horas para desarrollar un tema y realizar un caso práctico con la ayuda de tres caramelos, algunos escasos buchitos de agua y la imagen de Fray Leopoldo en la cartera-. La primera bolita que sale es el "tema 44: Shakespeare and his age. Most representative works." El éxito estaba asegurado. Mi temor se encontraba en que la mano se me gangrenase ante la falta paulatina de hábito de escritura, que subsané gracias a que desde semana santa hasta el examen -tres meses- escribí todos los días un par de folios. La adrenalina me dio la patente de corso para que de principio a fin la primorosa caligrafía fuera decente.  

La cosa iba bien. Ni un tachón. Todos los párrafos en su sitio. Los títulos de los subíndices coincidían con el comienzo del folio. Diecisiete caras. La información invitaba a la reflexión incluso. De tiempo, sobró una hora. La tensión de no dejar marcas que rompieran el anonimato -desde firmar, una marca de boli por torpeza fuera de lugar o subrayar un título inocentemente- avivaba la atención. Le incluí parte del soliloquio de Hamlet que lo aprendí en segundo de carrera: To be or not to be, that is the question. Wheter tis nobler in mind to suffer the slings and arrows of outrageous fortune, or to take arms against a sea of troubles and by the opposite take the end them? To die to sleep, no more... También incluí que el hecho de que Shakespeare tuviera una sección de drama histórico era debido a la autoreflexión de Inglaterra como país tras las crisis de fe y autoridad, así como la abundante inspiración que significaba tener un poder de referencia y la relación con el destino o las vicisitudes. Añadiendo que la referencia histórica sobresaliente para entonces era el precedente de la Ecclesiastic History of English People de Veda el Benerable. De invitar a la relación entre Romeo y Julieta con Calixto y Melibea, de explicar en qué momento del día se hacían las representaciones de teatro en The Globe, de obviamente incluir una respetable lista de las obras del bardo inglés y analizar sus ciento cincuenta y cuatro sonetos. Evidentemente ,no iba a añadir la patochada de que el día del libro celebra la efeméride de su muerte. Tampoco que su ciudad natal era Stratford-upon-Avon porque entonces lingüísticamente habría que entrar en el detalle de lo que supone upon-Avon, que ya Stratford es como decir nacer en la nada -o en un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme-. La grandeza no se puede acotar a un villorio a menos que seas Wordsworth y Coleridge. En cualquier caso cuando se cerró el sobre con mi examen yo salí en éxtasis. Menguado por el estrés acumulado por meses y con el estómago cerrado de la presión, pero con una sensación positiva de que todo esfuerzo había valido la pena. Prueba superada. La evidencia era esa. Aún así procuré un silencio sepulcral durante los diez días de corrección, apelando a la misericordia para que el tribunal fuese iluminado y a la altura de las circunstancias, con justicia y vehemencia. 

Llega la nota del examen. Un 4,16 -adelanté que eran dos partes, tema y práctico. Pues en ambas coincidía la misma nota numérica, hasta en las décimas-. Con urgencia telefoneo a la sede del tribunal para ver qué forma hay de no quemar Roma. Me dicen que la nota es inamovible y no hay posibilidad de reclamación. En mi cabeza las catilinarias en repique. Me presento físicamente en la sede, en Peligros -ni más ni menos-, a lo que me contesta el presidente del tribunal lo mismo: "no podemos darte información sobre correcciones o contenido. El examen no puedes verlo". La falta de transparencia reforzaba la injusticia, vaya por delante que mi tono de cortesía y pleitesía por saber dónde se encontraban los fallos para no repetirlos era de una admiración teatral exquisita. Y así me jubilaron, después de tres años preparándome. Era mi primera vez. En su aritmética administrativa por repartir las plazas y beneficiar a los interinos no entraba yo. Ni yo, ni Shakespeare, quien si hoy todavía viviera me haría alguna obrita al hilo de su "Mucho ruido y pocas nueces". No hay rencor. No habito en la edad de pensar que una mala calificación distorsione lo que sé, mi esfuerzo y mi trabajo. Ya sólamente queda esperar a que pase otro tren y que el billete, aunque esté en regla, no caiga en desgracia. O haya aforo para un pasajero más. 

Cuánto comprendo a Dalí. Un amigo me dijo que "si sucede, procede". Y yo ante el altar no he pedido aprobar, ni sacarme la plaza, sino el "hágase en mí según tu palabra". De momento estoy de vacaciones. Depurando la tensión acumulada y dedicándome finalmente a lo que me gusta: escribir, leer, pintar y tocar el violonchelo. Volver a los problemas del primer mundo de cuidar el jardín y colocar cuadros rectos. Que así sea. 

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