Hoy soy Fernán Caballero

La ideología amordaza el arte. Se pretende amputar todo aquello que queda al margen de las nuevas olas y tendencias. Se ha hecho siempre. Para quienes dictan las reglas de la difusión y la cancelación, las puertas se abren a perfiles que sólo cumplen con agradar al nuevo régimen. No importa el contenido. La mediocridad se ha extendido por las librerías. Ejemplares por temáticas se esparcen como vacas pastando en un prado: todas iguales, todas a lo mismo, todas a lo suyo. Es literatura panfletaria, rumiante, con una idea en secuencia y con una carencia en la originalidad. ¿Cuántos “Orlandos” como el de Virginia Woolf salen hoy? ¿Quién ha vuelto a escribir un discurso contra el racismo más brillante que “Matar a un ruiseñor”?

¿Es esta la democracia que queremos? Buscando una editorial para mi proyecto literario, topé con una que sentenció “publicamos escritura de mujeres”. Fui rechazado por ser hombre. Básicamente. Al instante, me convertí en Cecilia von Faber, en Mary Ann Evans. Honestamente, es una justicia poética. Quieren repetir la historia cambiando a las víctimas ¿Es ese el punto al que queremos llegar? ¿Es el feminismo, malentendido, un verdadero machismo que perpetra la desigualdad? ¿Tengo que cambiarme el nombre o el género como hicieron Fernán Caballero o George Eliot para acomodar al titiritero, en el ya encañonado siglo XXI?

Se busca la rivalidad. Un halo de debilidad que pueda frenar el ingenio. El claro ejemplo lo anota Picasso. Se obvia su pintura para resaltar su (mala) relación con las mujeres. Se refugian en anotar un riel de asuntos personales, ajenos a la obra, por domarlos y hacer que su creatividad pague con pleitesía a este mundo toscamente avenido y rudo de estampas y fantasmas. Mi cita con Picasso está en los museos, no en Tinder. 

Oscar Wilde acudió a una subasta en Londres en marzo de 1885. En ella participaban todo tipo de obras de arte y mobiliario, pero especialmente captó la atención de muchos curiosos que abarrotaron la sala esperando la salida de un lote concreto. Se trataba de las cartas que John Keats había escrito a su amada hacía más de sesenta años. Una gran mayoría empezó a pujar como perros broncos, azuzados por un primitivo instinto de ser parte material, como si se tratase de un triángulo amoroso póstumo, entre los dos amantes fallecidos y el comprador. Wilde, horrorizado por lo que vio, decidió escribir el poema “En la venta en subasta de las cartas de amor de Keats”, la cual comparó con los soldados romanos que lanzaron dados para repartirse las prendas de Cristo, sin tener consciencia de lo que hacían ni de quién era realmente aquel hombre moribundo en el Gólgota.

De alguna forma, esta mercantilización provoca una corrupción en las artes. ¿De qué sirve la exhibición, la morbosidad, el atrio incendiado de ladradores que exigen, como propio, formar parte de algo que no les corresponde, que no respetan ni entienden? 543 libras y 17 chelines fue el precio por conseguir tener el papel escrito de un poeta agónico. Hoy la ignorancia también campa. Con descaro impone su criterio. Asume formar parte y procura participar en el arte o en la literatura. Las exposiciones en galerías tienen sesgo. Hay editoriales que etiquetan y lanzan a sus escritores sin importarles su obra. Discriminan y marginan a quienes crean sin la tentativa de doblegarse a sus pormenorizadas banalidades. Donde pudo ser sublime, no albergó más que un tufo anodino. 

I think they love not Art

Who break the crystal of a poet's heart

Those small and sickly eyes may glare or gloat.

[Yo creo que no aman el Arte / quienes rompen el cristal del corazón de un poeta /para deleite de ojos ruines y enfermizos.]

El final de las tres manolas

 

El hermanamiento entre mujeres es un rasgo bastante continuado e íntimo, por qué no decirlo, en el teatro de Federico García Lorca. Esta voluntad o necesidad es habitada desde Marianita Pineda -con las religiosas novicias de Santa María Egipcíaca- hasta Doña Rosita la soltera, la casa de Bernarda Alba y finalmente los truncados Sueños de mi Prima Aurelia. Pero es en Doña Rosita donde estacionaremos para observar detenidamente este comportamiento mayestático, de tanta honra y misericordia.

En este drama contemplamos varios grupos en tríada de mujeres jóvenes que van danzando por el escenario, con unos intereses gobernados por las ansias de conseguir matrimonio y la frustración de entonces, y consecuentemente, por obtenerlo. Las Ayolas, concretamente, se exponen a pasar necesidad, optando por invertir las pocas rentas que quedan de una economía frágil (viuda la madre, huérfanas las hijas) por seguir sentándose en una silla del paseo del salón para no escatimar en candidatos que puedan verlas y seducirlas. Contra ellas, se sitúan las Escarpini, rivales en el mismo objetivo: conseguir un marido. Y todo este senado da reunión en la casa de Doña Rosita (también huérfana, pues son sus tíos y el ama la que la crían; y en el tercer acto con la muerte del tío, arruinada la familia).

Pero entre devaneos, sueños y esperanzas están las tres manolas, alter ego de Rosita. Las famosas manolas de la calle Elvira que cruzan la Plaza Nueva para subir por el bosque de la Alhambra, las tres (o cuatro, incluyendo a Rosita) solas. Estas flamenquísimas señoritas forman imperio de libertad: disfrutan su juventud, no conocen problema alguno que las sitie o las atormente. Ellas son la Granada feliz. Porque a las manolas se las ve subir, pero nunca se sabe cuándo pueden bajar, y ahí está el verdadero interés.

ROSITA: (saliendo con risas) ¡Hasta luego!
TÍA: ¿Quién te acompaña?
ROSITA: (Asomando la cabeza) Voy con las manolas

Esta es una de las pocas veces que Rosita ríe, y con qué razón. Entonces ya estaba comprometida con su primo, el que luego la abandona a su suerte de soltera en la época, y ve truncado su futuro de formar una familia en un nuevo hogar. Esas tres manolas de su mocedad, conforme avanza la obra, quedan relegadas como el recuerdo de un tiempo remoto para Rosita. Entonces, viene el oleaje de las Escarpini y las Ayolas que ponen sobre la mesa el verdadero conflicto entre las mujeres jóvenes de la época: el casamiento. Las esperanzas de Rosita se van apagando, aunque siempre quede una llama encendida, residual, fósil: las ascuillas de una gran hoguera en la que sobrevive un hilillo de humo. Ante aquel abandono aparecen nuevamente las manolas. Ellas ya no son ellas, sino lo que queda de ellas en el recuerdo de Rosita y cómo un muchacho, hijo de una de ellas, le relata.

De las tres, la madre del muchacho murió. Una segunda, “la casada”, tiene cuatro hijos y vive en Barcelona. La tercera, no se nombra directamente, simplemente en una anécdota, cuando en carnavales el niño se pone un traje de su madre que había en el armario, su tía se puso a llorar porque le recordaba vivamente a su difunta hermana. En consiguiente, se deducen varios datos interesantes.

MUCHACHO: Pues bajaba yo muerto de risa con el vejestorio puesto, llenando todo el pasillo de la casa de olor de alcanfor, y de pronto mi tía se puso a llorar amargamente porque decía que era exactamente igual que ver a mi madre. Yo me impresioné, como es natural, y dejé el traje y el antifaz sobre mi cama.

Que el sobrino y la tía viven en la misma casa; que la madre haya tenido un desarrollo oculto trágico en cuanto a este asunto (haya tenido al hijo sin un marido oficial, haya muerto de sobreparto en función de la clandestinidad con la que haya tenido que tenerlo; incluso que siga viva, pero haya tenido que irse de la escena granadina y familiar para escapar de la situación opresiva que se cernía sobre ella). Y es que, en una sola frase, Lorca ya anticipa la vida de cada una de ellas desde un primer momento:

MANOLA 1.  (Entrando y cerrando la sombrilla.) ¡Ay!
MANOLA 2. (Igual.) ¡Ay, qué fresquito!
MANOLA 3. (Igual.) ¡Ay!
ROSITA. (Igual.) ¿Para quién son los suspiros de mis tres lindas manolas?
MANOLA 1. Para nadie.
MAMOLA 2. Para el viento.
MAMOLA 3. Para un galán que me ronda.

La Manola 1 sería la soltera que queda en escena y se conoce como la tía del muchacho. La Manola 2 podría ser la supuesta madre difunta, que no tuviera un pretendiente concreto y quisiera vivir su juventud sin escatimar en el órdago de las convicciones morales. Y la Manola 3 sería la tía casada con cuatro hijos que emigró. Como alter ego, las tres reflejan los posibles destinos a los que se habría podido enfrentar Rosita, que a la vista queda por cuál terminó por escoger. Aparece una fábula de soslayo, sin pretensiones. La breve visita del muchacho confirma el paso del tiempo y las consecuencias de las decisiones. Mientras tanto, empieza a llover para alivio de Rosita, y sale de aquel lugar del que, de algún modo, habitó las esperanzas de otra vida.

La verdadera Bernarda

 

Todo el mundo conoce a Bernarda. Agria, villana y dictadora. Es un perro guardián que no resta sueño al órdago que inflige sobre sus hijas. Posiblemente sea uno de los personajes femeninos más conocidos de la literatura española junto con la Celestina. Y desde 1499 a 1936 dista un trecho. Bernarda Alba es ejemplo de tiranía, de despótica conducta, de tradición traicionera que espanta al que la practica y somete como a un reo. Mas lejos del fortín en el que se convirtió esa casa ante las tablas de Federico, habría que revisitar la obra para reparar en que la matriarca, tras las tinieblas de su largo luto, era más mártir que verdugo, y objetar sobre las canutas que allí padecieron. 

Doña Frasquita Alba Sierra es, en efecto, el timón de este buque insignia. Fue vecina de los García Lorca en Fuentevaqueros y son muchos los elementos de la vida real que allí acontecieron que Federico pasó al teatro: el segundo marido, Pepico el de Roma, alguna de las hijas, la casa edificada a la perfección sobre el diálogo, y algunas de las circunstancias personales que esbozaban el carácter de aquellos paisanos. De alguna forma, y no muy enrevesada, el poeta y los Alba eran familia: estas cosas que pasan inequívocamente en los pueblos. Francisco e Isabel García Lorca citan a Frasquita, cada cual y bajo sus recuerdos, en sendas memorias. Incluso el final de sus días, ya que murió estando Federico en vida -22 de julio de 1924-, por lo que si hubiera querido escribir su historia al completo nada haría falta fabular. 

De ella se decía que no era desagradable, sino "muy femenina y nada estirada". Si bien es cierto que algún que otro comentario al parecer soltaba para tener la conversación controlada. Como buena latifundista y muchos labriegos a jornal, seguramente tenía amplio conocimiento de lo que pasaba en cada casa, como de su casa tenía conocimiento la tía de Federico, Matilde, que era vecina y tenían un pozo en medianería, por donde se filtraban los ecos de lo que ocurría intramuros. 

En el texto, refiriéndome al personaje y no a la persona, hay varias confesiones y confidencias sobre el pasado de Bernarda. Prudencia, la única amiga que va de visita a la casa y Bernarda agasaja para que continúe, pues le es agradable su persona y gusta de su compañía, habla sobre su marido: "ya sabes sus costumbres. Desde que se peleó con sus hermanos por la herencia no ha salido por la puerta de la calle. Pone una escalera y salta las tapias del corral", a lo que Bernarda responde: "es un verdadero hombre". Este aprecio no es algo casual si consideramos que la propia matriarca es terrateniente, viuda de dos maridos y asegurada de conflictos hereditarios a los que no se hace alusión, salvo por algún comentario de desprecio a sus cuñadas ("Esta ha salido a sus tías") Además, es Poncia la que a poco de empezar la obra avisa "Desde que murió el padre de Bernarda no han vuelto a entrar las gentes bajo estos techos. Ella no  quiere que la vean en su dominio". Continúa preguntando por su hija y el conflicto que tiene con Prudencia, a lo que replica: "una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en enemiga". Esta frase no se enfrenta con Adela, Angustias, Amelia, Magdalena o Martirio, pues de ninguna manera y ante nadie ella hablaría mal de su propia casta. Ella está hablando de sí misma. ¿Qué compromiso o sacrificio adquirió Bernarda como hija y llevó a cabo? ¿Posiblemente sus dos matrimonios pactados, que la convirtieron en latifundista? ¿Algún amor de juventud abandonado a expensas de su porvenir? 

Bernarda orbita entre tres generaciones. Por un lado su madre, María Josefa, que a pesar de su estado mental, ella la confiesa mujer fuerte, como a su vez lo era su abuela (de donde se aprecia la inspiración o los pasos seguidos en la conducta de Bernarda) y le sirve de espejo donde reflejarse ("aunque mi madre esté loca, yo estoy con mis cinco sentidos y sé perfectamente lo que hago"); por otra, la Poncia, que es la suya propia; y en última instancia, sus hijas. Esta dinastía tiene una comandante, que ha dado orden de guardar luto de su marido, respeto a su recuerdo y a su caudal. Que nadie diga que no se lo quería. Que nadie dé a entender que Bernarda es una aprovechada. ¿Puede sentir la amenaza Bernarda que sufrió la Zapatera cuando quedó sola? En ninguna obra teatral de Lorca una mujer se levanta como villana. Todo lo contrario, el hombre es el tabú que irrumpe y trae la tragedia. En Yerma es el hijo proyectado en Juan ("¡Yo misma he matado a mi hijo"!), en Bodas es Leonardo, en Rosita el primo, en la Zapatera el Zapatero, en Marianita Pineda es Fernando, y en Bernarda es Pepe el Romano. Bernarda intenta con medidas severas someter a sus hijas para no quebrar la fortuna. En cambio no lo consigue, y es a Pepe al que dispara y maldice -no a sus hijas, ni a Poncia, ni a su madre-.

Finalmente, La Casa de Bernarda Alba podría considerarse una obra inacabada. El texto está terminado, pero no pudo subir a escena por el asesinato de Federico. Este hecho es clave, pues era en el teatro donde Lorca continuaba moldeando y dando las últimas pinceladas al texto y sus personajes. Esta etapa podría extenderse años incluso. Está claro que la Bernarda del texto tenía que ser un contrafuerte que pudiera servir para exponer al resto; una amenaza que avivara los sentimientos internos en el silencio de la casa. Si Bernarda hubiera sido más tibia, a priori no habría habido obra. Pero una vez contemplados esos matices, podría llegar la hora de desinflar la robustez con la que la acorazó. Quedaba pulirla. Bernarda de alguna forma está ausente en la obra, por eso es el personaje que necesita ser tallado. Cuando aparece es como si hubiera estado postergada en la lejanía y hubiera que explicarle la situación -en el papel de Poncia-. ¿No se suponía que era un vigilante, un guardia? Sólo existe un ambiente privado en el que conocerla, una escena que desvela al público la verdad de su bondad, de su preocupación, de sus miedos. En boca de Poncia: "Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas; muchas veces creí que adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega". 

Bernarda destaca pues, en aquel panorama, por sus anticuadas formas de imponerse. Fue así como creció y en lo que confió. Era el mundo que entendía. El que sobrevivió. Una mirada necesaria a un siglo de ausencia, y otro tanto de inmortalidad. 


La aguja del pajar


 A veces nos sorprende el gusto de la lectura. Poder guarecernos en un momento de reposo, en un recodo de intimidad para pasear la vista entre páginas que se acompasan, en desliz de dedos en telar, a un galope que bulle por parsimonia. La maestría de darse tiempo y sentido. Y así, poco a poco blindar el refugio donde las interferencias son más escasas e ineficientes. Donde los mensajes dejan de ser exigidos al instante y las prisas perecen. Entonces se acude a la cita. Y se disfruta. 

Entre las fuentes de maná de letras siempre cabe huronear entre las librerías de segunda mano, donde quedan los despojos de las casas vacías, de los estantes de estudiantes que dejaron de serlo. A modo de jaulas, en régimen penitenciario se encuentran expósitos amontonados estos libros tan locuaces. Postreras enciclopedias lucidas, imberbes diccionarios y guías de viaje. Fuimos mapas en la carretera, tomos alfabéticos, la cuerdecita de la biblia que quedó fosilizada señalando el evangelio de Mateo. Y también hay libros de cocina, y crucigramas hechos, y cuentos infantiles con los bordes descuajaringados con algunas páginas garabateadas en trazos densos de cera azul. Así pues, hay de todo. De todo lo que nadie quiere. Vertederos de la oportunidad, por si nostálgicos en diógenes todavía adquirieran para museo doméstico aquellos libros en lote del barco de vapor. 

A las puertas del desánimo, siempre sobresalen, como las teclas negras de un piano, los clásicos: quijotes por doquier, la celestina en decenas de ediciones distintas o el Sí de Moratín. Algo más internacional: moby dick, el alquimista -de Cohelo-, el rey Lear. Encontrar la aguja en el pajar. Y todos ellos bien vestiditos en estanterías con etiquetas. Sin que nadie los sepa más. Porque las librerías de segunda mano corren el riesgo de ser un termómetro de la mediocridad de la ciudad donde se encuentran. Es un escaparate del intelecto común, de lo que familias en generaciones se han molestado en leer alguna vez, por riguroso imperativo escolar. Ahí yacen, englotonando descarados el lugar de algún esperanzador lector que en merecida epopeya sesta la batalla por devolverle dignidad a tantos refugiados. Jamás una sociedad culta podría permitir, ni por equivocación, un aparcamiento de libros con tan mal gusto como la nuestra. Y sin embargo, todavía se puede comprar Bodas de Sangre por dos euros. 

El Guadix de Emmanuel Bibesco


En nuestra guía de visitantes ilustres, el siglo XX en Guadix se estrena con Emmanuel Bibesco (1877-1917). Encontré entre las colecciones del parisino Musee d'Orsay fotografías personales que Bibesco hizo en su gira por Andalucía. Entre ellas cabe destacar las relacionadas con nuestra ciudad fechadas en 1901. El Guadix que encuentra Bibesco es el de las reformas urbanísticas realizadas a finales del siglo XIX, entre las que se encuentran el ensanche de la plaza de la catedral, con la demolición y expropiación de las casas que ocupaban dicho lugar; o la creación de la calle nueva (actual Mira de Amescua) que conectaba el centro con la carretera de Almería. Así como el avance de permitir llegar a la ciudad por medio del ferrocarril, lo que facilitó y dotó de comodidad el acercamiento a la hoya. 

Aquel no era un Guadix cualquiera, pues aún vivían y pasaban por sus calles personajes de un inolvidable talante que legaron su recuerdo entre el sabor y saber popular. Entre ellos destaca un ya mayor D. José Requena Espinar, fundador de El Accitano y gran pensador, republicano y comprometido con las causas sociales; un joven padre Pedro Poveda, a las puertas de empezar tan encomiable labor educativa en las cuevas; e incluso la Señá Frasquita (cuya foto-retrato con el resto de empleados de la Confitería tomada por Chavarino es de 1901 también). 

Sobre las imágenes que este visitante, hermano de un príncipe rumano y amigo de Proust, nos dejó en su gira por la región, podemos apreciarlo sentado con bombín y brazos entrecruzados, a su espalda la ermita de San Sebastián, a orillas del río; despidiendo a algunos amigos en diligencia en la plaza de la estación de ferrocarriles; y las tomadas desde la misma por los caminos cercanos (panorámica de Purullena, hasta llegar al entorno de la venta del Molinillo). Cabe destacar la vivacidad y la espontaneidad de las imágenes que tomó, haciendo del instante un compañero más, sin alarde de poses profundas o encorsetadas. Y sin embargo, la modernidad aún se subía en mula. 




El Guadix de Edouard Morerod



Edouard Morerod (Aigle, 1879- Lausanne,1919) fue un pintor suizo que captó en sus viajes la luz y paisajes de Europa y el Mediterráneo. Entre sus lugares más destacados se encuentra Guadix, en la que tomó bocetos e hizo varias pinturas de la ciudad en su estancia de marzo a septiembre de 1909. Aunque cuenta con una producción artística extensa, no ha sido hasta muy recientemente cuando el divulgador Antonio Cuerva lo ha vuelto a sacar del olvido para traerlo hasta este otro siglo y rescatar con ello un Guadix de principios del XX con el color y la brillantez de entonces. Así pues, el gran testamentario de su paso por la ciudad ha sido el periódico local El Accitano, quien dio cobertura e hizo gala de amistad de todo lo relacionado con el pintor durante su visita. 

El 27 de marzo de 1909, El Accitano publicaba una nota de prensa bajo el título de "Pintores Notables": Han visitado nuestra redacción Mr Edouard Morerod y Mr Marcel Fouriner procedentes de París, que se proponen permanecer en esta población larga temporada, sacando apuntes de lo más pintoresco y notable de ella y de los alrededores. Sean bienvenidos y les deseamos gran éxito en su artista empresa. Queda por tanto en aviso la población y sirva este llamamiento como patente de corso para que puedan circular con libertad de artista por las calles de Guadix. 

De igual forma, El Accitano, recoge unos días más tarde, 8 de abril, la intención de estos pintores de acercarse al marquesado y continuar con sus labores artísticas: Los pintores Mr, Edouard Morerod y Mr Marced Faurnier (cada vez lo escriben de una forma diferente) están haciendo preciosos cuadros reproduciendo tipos y paisajes y se proponen hacer una excursión por el Marquesado del Zenete para copiar algo de sus costumbres. El 12 de junio, El Accitano, seguía siendo corresponsal de las novedades y movimientos de los artistas. A título de "Buen viaje" se decía: Ha salido para Almería, donde pasará un mes relacionado con los asuntos de su profesión nuestro estimado amigo el joven y distinguido pintor francés Mr, Edouard Morerod, quien pasado ese lapso, regresará a esta población para proseguir aquí sus estudios. 

El 19 de junio, el periódico describe una entrevista entre el francés y una gitana, María de la Salud. El artista servía de interpelante y la mujer, natural de un pueblo cercano a Córdoba, le contaba cómo eran los entierros de alegres en su tierra. Los frutos ya iban saliendo en el estudio de Mr Morerod, en tanto que el 3 de julio, se anotaba bajo el título de "Obra de arte": Hemos tenido gratísima ocasión de ver y admirar el magnífico retrato de cuerpo entero y tamaño natural de nuestro estimado compañero Jose Mª Ortíz García y con destino a la próxima exposición de París ha hecho al óleo el joven e insigne pintor francés Mr Edouard Morerod, con tal habilidad y consumada maestría que no parece sino que se ha trasladado al lienzo el espíritu viviente, digámoslo así, del modelo, que parece palpitar en la superficie del cuadro. Firma la nota Manuel Solsona Soler, quien incluso le dedica el poema "Flores y perfumes" del 21 de agosto.  

El 4 de septiembre termina esta visita: Después de larga, laboriosa y brillante campaña en nuestra hermosa y pintoresca ciudad, ha salido para París nuestro estimado amigo el distinguido pintor francés Mr Edouard Morerod, a quien deseamos feliz viaje. Entre sus obras sobre Guadix destacan las escenas de la feria de ganado, algunas plazas (de la catedral y su paseo, de Santiago, San Miguel) y sobre todo las Cuevas y sus habitantes. La mayoría de fotos mostradas en esta publicación pertenecen al archivo de Antonio Cuerva, a cuya investigación le debemos la subsanación de este agravio acometido por olvido de la ciudad de Guadix hacia este pintor, monsieur Edouard Morerod, que llevó a la musa y duende guadijeños consigo a todas las exposiciones y círculos artísticos en los que participó. Un embajador de los pinceles que abrió una ventana a perpetuidad entre el público europeo y la hoya accitana. 


Expositions personnelles
1901 Salle de la Grenette, Lausanne
1910 Paris, Galerie des Artistes Modernes
1910 Chaîne et Simonson
1910 Vienne, Galerie Arnot
1910 Paris, Foyer du Théâtre Antoine
1911 Madrid, Salon Hispania

1912  Paris, Galerie des Artistes Modernes
1913 Genève, Musée Rath
1910 Londres, H
amilton Place, Mme Meyer Sassoon
1915 Lausanne, Galerie Bernheim-Jeune
1917 Neuchâtel, Galerie de la Rose d’Or
1918 Genève, Galerie Moos
1919 Uruguay, Montevideo 

Après le décès de l’artiste
1921 Genève, Galerie Moos
1910 Lausanne, Musée Arlaud
1931 Lausanne, Galerie de Bourg 15
1934 Lausanne, Salle Grand, Galeries St-François
1978 Pully, EXPUL, Maison Pulliérane
1990-91 Lausanne, Galerie Vallotton
2017 Pully, Musée d’art de Pully
2019 Aigle, Espace Graffenried
2021 Ropraz, (Vaud-Suisse) Fondation L’Estrée

Aquella mañana


 Aquella callada mañana, enmudecida quedó Granada tras el tiro a Federico. Qué madrugada tan corta y qué día tan largo embestía. Como un relámpago que atizara la negrura, el sol de pronto, aprisa por primera vez, baleó su luz sobre la ciudad deslomando a las alimañas que aún estaban con el fusil y el cigarro regocijándose de haber matado al poeta. Sus rostros cicatrizados por la barbarie no debieron ser nunca los mismos. Se ha escrito mucho sobre aquel verano de la guerra. Buen ejemplo de ello es la recopilación de correspondencia de los Rodríguez-Acosta que Manuel Titos ofrece en su Verano del 36 en Granada. Y más aún sobre las últimas horas y la milimetrada meticulosidad del finamiento de Lorca. Ante esto, ya está Gibson para beber de la barra libre que se ha formado del chiringuito del asesinato. 

Pero poco se ha dicho sobre el día posterior. Si el sol pudo levantarse aquella mañana, no tuvo fuerza para brillar un verano. Pues la propia gente, en su ruin mezquindad, alfombró de sombras las calles y plazas, siendo decoro del cainismo que se había orquestado. De esto da buena fe Agustín Penón, el hombre que se presentó en Granada en pleno franquismo para poder hacer de corresponsal del mundo e ir a aquel agujero infecto y cínico que supuraba como el cadáver de Federico. A los que no se habían ido de la ciudad ni habían muerto, a ellos se acercó tirando del hilo de la amistad reverencial que el alzamiento y la represión no habían destruido sobre el cerco de conocidos, convivientes y allegados que tropezaron o intercambiaron palabras con Federiquito. Desde luego ese pulmón de recuerdos yacía en Fuentevaqueros, donde aún había vivas manos que lo sostuvieron en la niñez y compartieron el eco mutuo de sus carcajadas. 

Emilia Llanos fue de las primeras en conocer la noticia en Granada. Un amigo llegó a casa para avisarle de que las "Escuadras Negras" lo habían apresado y matado de madrugada. Como una paloma voló de seguida al carmen de Falla, según le había prometido a doña Vicenta Lorca. En su puerta, en la Plaza Nueva, se encontró con González Mendez y Pérez Roda, recién alistados en los "Españoles Patriotas" y hacían guardia en la puerta de la Chancillería. Ellos mismos también le confirmaron el suceso, y rota de dolor una vez más se fue directa por la cuesta Gomérez, a casa del compositor, con la esperanza deshojada de pensar que aún se podría hacer algo por salvar a Federico, que todo era una broma pesada más en aquel aire desmoralizador. Como el tercer cantar del gallo, de camino vio a Gallego Burín que volvió a confirmarle la noticia. Éste le advirtió de que no subiera a ver a Falla y no lo comprometiera ("No vayas. No lo metamos en esto")

Por su parte, el popular y enjuto músico se presentó en Gobernación exigiendo tener noticias de Federico y saber su paradero. Allí le dijeron que como volviera a preguntar por él o se pasara por allí tendría graves problemas. Don Manuel de Falla entristecido y acongojado por siempre se autoconfinó en su carmen de la Alta Antequeruela y al término de la guerra, una vez ganaron las tropas franquistas, se exilió a Argentina donde murió. Quienes también sufrieron la condena fueron los Rosales, la familia que había tenido al poeta en su casa para protegerlo de los asaltos. Una cuantiosa multa cayó sobre ellos, y peor aún el escarnio público al que serían sometidos por la sociedad granadina. Juan Luis Trescastro fue uno de tantos de los que intentaron ponerse los galones de haber matado al poeta. No fue el caso, pero sí que después de haber acometido los fusilamientos aquella madrugada fueron al Café Fútbol de la Plaza Mariana Pineda a celebrarlo. Recién salpicada la sangre de Federico sobre la tierra, enfriándose dentro de sí. 

¿Y los García Lorca? En Granada quedaban su hermana Conchita, viuda ya de Fernández Montesinos, y sus padres. Éstos últimos dejaron la Huerta de San Vicente para irse con su hija y los nietos a la calle San Antón y acompañarlos en el duelo. Aquella mañana se presentó alguien en la casa con una nota. Según dice Paco el chófer, que había llegado instantes antes para atender a la familia y llevarle prensa y tabaco, Don Federico estaba jugando a las cartas un solitario y Doña Vicenta abrió la puerta. El extraño traía una nota que le acercó a su marido. El papel decía "Papá, entrega al dador dos mil pesetas". El padre mandó dárselas creyendo que habían refugiado a Federico y mandado al otro lado del frente para que estuviera a salvo. Los padres quedaron consolados. Lejos de eso, Paco el chófer sabía que aquello era un mal presagio. El extraño de la puerta era conocido como El Panaero, el más sanguinario miembro de las Escuadras Negras: "al verlo se me encogió el corazón". Así lo anotó Penón: 

-          Hola Paco -le dijo el Panaero. El chófer asustado le contestó en voz baja, y en ese momento salió doña Vicenta con los billetes en la mano y al verlos hablar se le iluminó la cara y les preguntó:

-          ¿Es que conocen ustedes a Paco?

-          Sí que le conozco… -contestó El Panaero 

 -       ¡Qué bien! -dijo doña Vicenta-. Así si mi hijo necesitara algo más ya no tienen ni que molestarse en venir hasta aquí. Como Paco está siempre en la calle, le dan el recado y él nos lo dirá.

Hasta pasado un mes, Vicenta no supo del final de su hijo. Su hermana Isabel insistía en no creer la muerte, que Federico estaba vivo. A finales del verano fueron confirmándose las sospechas de aquel secreto a voces. Así fueron enterándose poco a poco sus amigos, Rafael Alberti y María Teresa León, Margarita Xirgu, Pura Ucelay, Carlos Morla, Lolita Membrives, Rafaelito de León y su Juanito Ramírez de Lucas. Una torre de naipes deshecha en un suspiro.