Los machirulos del 27

21:38 Fran Ibáñez Gea 1 Comments


 Me encontraba en una librería de Málaga, huroneando entre estanterías, al encuentro de algún ejemplar cautivante y distraído que pudiera llevarme a casa. En este sigilo de placer aparecieron tres chicas cual elefantes en cacharrería. Tendrían la veintena. En edad de universidad al menos. Capitaneaba la tríada la más habladora mientras el resto asentía obediente. "De literatura clásica sólo me he leído Jane Eyre y Jane Austen." Asoló ante la apabullante escalinata de libros con nombres celebérrimos entre todos los siglos habidos. Entiendo que leyera Jane Eyre, pues fue desde luego una de las grandes contribuciones que Charlote Bronte hizo. Reconozcamos que las versiones llevadas al cine han sido también un aliciente a conectar al público general con la obra de las hermanas. Bien está el que el Canon literario haya reparado la infamia del silencio que las sentenció durante media docena de generaciones. Desde la muerte de éstas (Charlotte de hecho fue la última, en 1855) hasta hace unas décadas que ninguna antología ha tenido la decencia de dedicar las páginas merecidas a la trayectoria e influencia que tuvieron. Ni Cambridge, ni Evans, ni Oxford, ni Legouis & Cazamian. Ni puto caso. Y la Norton, que con el siglo XXI arreciado nombra a Emily Bronte y mucho es. En definitiva: una vergüenza. 

Contento estaba de que Jane Eyre, por tanto, haya sido una predilecta en su escueto registro de lecturas. De seguidas abrió el melón con "Jane Austen", que no es moco de pavo. Orgullo y prejuicio; Sentido y sensibilidad; Persuasión; la Abadía Northanger; Mansfield Park; Emma... si la chica se leyó a "Jane Austen" es de armas tomar. Entiendo entonces el "sólo", que no es poco. Las perdí de vista durante un par de minutos. Entonces volví a escuchar a esta capitana de la tropa asestar el primer balazo: "anda, la generación del 27. Estos son todos machirulos. Yo prefiero las sinsombrero". Ojeriza. La palabra es ojeriza. Nada más. En ese arrebato entendí el pronóstico: existe un estigma del odio que se acomete o no dependiendo de lo que esconda la bragueta. Es evidente el ostracismo al que han sido sometidas vilmente las mujeres durante siglos, negándolas de sus cualidades artísticas o literarias, científicas incluso. Y estamos en una era de reparación y concordia. De redescubrir y destapar. De asentar y reivindicar, que si alguna vez aquello fue un grave error para la cultura y la humanidad, es tiempo este de redimirse y construir juntos un hogar común menos hostil y fraudulento. 

Resonaba en el eco todavía, como un viento corrido por la argucia entre los libros, aquello de machirulos. La punta de lanza de aquel corrillo de poetas era Lorca. Y decir de Federico tamaño epíteto, era no saber absolutamente nada, ni de literatura, ni del mundo, ni de la vida. Cuando fue el teatro lorquiano el escenario donde el papel femenino se acogió a la verdadera libertad; donde las amas y criadas tuvieron la fuerza de una torrentera para hacer brotar su voz y su anhelo. ¿Con qué pavoneo desfilaban las manolas de la calle Elvira camino de la Alhambra? que nadie echó cuentas de las horas a las que regresaban ¿Con qué arrojo se asomaba a la reja Adelita? Con el mismo que partió el bastón de mando de su madre Bernarda ¿con qué descaro la Zapaterita se rebelaba o Marianita se resistía? "En la bandera de la libertad bordé el amor más grande de mi vida". Dudo mucho que Vicente Aleixandre tuviera algo de machirulo; o Rafael Alberti, que destinó el dinero conseguido (10 millones de pesetas de entonces) cuando le dieron el Premio Cervantes en 1983 para que a su mujer, la sinsombrero María Teresa León, ingresada en una clínica con avanzado alzheimer, no le faltara jamás de nada. 

Las tres chicas no tardaron en irse. Allí no tenían nada que hacer. Habían desautorizado sin aspavientos la integridad de la mayoría de escritores. Y en ese preciso instante vuelvo a las Bronte, quien desde la atalaya del rudo páramo, embargadas en la soledad de la nada, escriben en un tiempo en el que naturalmente las mujeres escribían, pero las que lo hacían no se atrevían a tratar la moralidad y ponerla patas arriba. Ganaron prestigio, murieron jóvenes y Hollywood las tiene en un altar. Dicen que Charlotte envenenó a las otras dos. De algún modo eso hacía la joven que "sólo leyó Jane Eyre". Se veía venir. Toda una declaración de intenciones. 

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