La cultura es matriarcado

12:31 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



En época de flaqueza y debilidad, la salvaguarda de apostar por los elementos que nos protejan y aseguren toda calidad de vida es un gesto de inmediata intuición. Así sea que sorprende cómo algo tan elemental a nuestra esencia, fragua de identidad y polvo benévolo, que al igual que en Pompeya, nos envuelve y manifiesta una carcasa de hábitos y costumbres, se ha marginado lo más fundamental de participar en el arca de Noé que los gobiernos han creado contra el covid-19.

Hablamos de la cultura. Madre y maestra de la civilización. Por ella existe tanto el cielo como su negación. Las bellas artes y el buen comer. Incluso el andar de pie. Es un suspiro arrojado a la calma, de vernos por fuera cómo somos verdaderamente por dentro. No es ninguna insensatez reivindicar que alguien salga a su auxilio, pues junto con la naturaleza, conforma un matrimonio único que nos sostiene. Demostramos ser unos hijos desagradecidos cuando perdemos consciencia de que sin este matriarcado no somos más que un número desplazado en un mundo irrelevante. Un nihilismo angosto e insufrible.

Cuando a Galileo se le atribuyó el espetar aquella genialidad entre vacilaciones 'eppur si muove' o la interjección de Arquímedes 'eureka' la cultura brindó luz al mundo. La misma que sonaba en la caída del muro de berlín en la interpretación que Rostropovich hizo de Bach o el entonado Bella Ciao como aliento fraternal contra el fascismo. Entre ellos, Platón ilustraba entre banquetes y cavernas ensombrecidas, Cervantes se acogía a un hidalgo caballero para retratar, en difícil gesta, el temperamento hispano o Santa Teresa que vivía sin vivir en sí, contestando al ser o no ser hamletiano. Una duda metódica cartesiana, que fuera adelantada por Avicena o Agustín de Hipona, para resumir que sin el pensamiento no existe creación, no existe vida. ¿Entonces para qué luchamos? Se preguntaba Churchill, cuando le comentaban por la importancia de la cultura ¿Acaso valía la pena responder al bombardeo de Londres, a la invasión de París, al holocausto? La daga del nazismo fue asestada para la cultura, inequívocamente. Las vidas cobradas era por cada uno de los representantes que la conforman, todos nosotros, herederos y usuarios, portadores y custodios.

¿Qué diferencia la pérdida de la biblioteca de Alejandría, con el incendio de Notre Dame o la destrucción de Palmira? Nada. A lo largo del tiempo la amenaza siempre ha caído sobre el conocimiento. La sabiduría como enemigo de la necedad. Es nuestro deber ser defensores de una cultura responsable, comprometida y rigurosa. La historia no es una anécdota del pasado, sino una lección consciente con un valor incalculable. El cine, la literatura y las bellas artes la reinventan, la acogen y la exponen desde distintas perspectivas para ofrecer una pluralidad disciplinar de lo que somos. Se someten a crítica, tienen audiencia, son la flor del esfuerzo. La humanidad necesita de humanismo para entenderse, para seguir adelante y sobre todo, para conseguir la confianza de creer que todo lo que haga tiene sentido.


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