El Guadix de Sir John Carr

10:47 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

Nuestro distinguido visitante, Sir John Carr, era experto, por su sencillez y ligereza, en relatar sus experiencias e impresiones en los libros de viaje. Esta afición lo llevó hasta España sobre la que publicó las anécdotas y vivencias de su paso por aquí en su libro “Descriptive travels in the southern and Eastern parts of Spain and the Balearic Island in the year 1809”. Tal momento no fue el más ventajoso para estar inmerso en el territorio español, dado que llevábamos un año con la guerra de independencia. Este hecho parece no ser de gran relevancia para Sir John Carr, cuya atención es absorbida por el relampagueante paisaje de cárcavas y barrancos que encierra a Guadix: “La presencia de cultivos anunciaba nuestra aproximación a la antigua ciudad de Guadix, a la que entramos a primera hora de la tarde, después de haber estado cabalgando durante tres leguas. Llegamos a tiempo de ver la Catedral esa misma tarde. Es muy bonita y desde la explanada las vistas son magníficas.”

Con explanada es posible que se refiera al paseo de la Catedral, ya que desde la barbacana existían unas vistas que llegaban a cubrir de un lado a otro la vega. Como aportación más particular la mención que hace a la Plaza de los Corregidores de entonces (“La Plaza Mayor es árabe y se parece a la de Granada”). La plaza de las Palomas y la plaza de Bib-rambla son necesariamente distintas por el proceso de urbanización al que han estado expuestas. Bien es cierto que ambas parten de dos puntos en común: el origen del trazado espacioso y rectangular en la mención musulmana; y las fuentes que albergaban (Bib-rambla aún la mantiene, mientras que la histórica accitana fuente de ‘La Mona` seguía existiendo para cuando nos visitó).

A la hora de la cena entraron en nuestra posada dos carruajes, de los que descendieron tres caballeros con pistolas, trabucos y sables en las manos, casi como para tomar la ciudad. Mientras que estábamos cenando, uno de ellos que había escuchado que éramos ingleses, entró en nuestra habitación y nos dijo que era un cura y que había ofrecido importantes servicios a los patriotas, que al final fueron descubiertos y que José Bonaparte había enviado una carta de su propia mano a un oficial para que inmediatamente fuese prendido y fusilado. Nos dijo que esta carta había sido interceptada y que le habían llegado noticias del peligro que corría y que acababa de escapar con gran dificultad.

El bandolerismo cobrará mucha fuerza durante esta época. Será de los pocos recursos que la población civil tenga para defenderse de las tropas napoleónicas. Algunos nombres como Manuela Malasaña, Agustina de Aragón, Daoiz y Velarde o el General Castaños pasaron a la eternidad por su gesta patriótica nacional. Pero ante todo, será recordada aquella etapa por los lienzos de Goya del levantamiento y los fusilamientos de mayo. De esta época podemos citar dos leyendas locales muy conocidas hoy día: el ‘milagro’ del Nazareno cuando la madre abadesa le colocó las llaves para proteger el convento de Santiago y así impedir que los invasores entraran; y las hazañas del Carbonero Alcalde en la villa de La Peza, narradas por Pedro Antonio de Alarcón. Sin lugar a dudas, la trascendencia de este episodio aguarda en reforzar la ya presencia de algunos apellidos de ascendencia gala (Barquier, Barthes, Balinot, Capel) y en los restos de soldados napoleónicos que queden en los pozos de las viejas casas accitanas. 

Despertó el siglo XIX de una forma convulsa, de la cual no quedó ajeno Sir John Carr, quien conoció en Cádiz a Lord Byron y se sentía protegido por la presencia de tropas inglesas en la región. En su relato podemos ver cómo Guadix no quedó marginado de participar en la historia, y cómo se sobrepuso a las adversidades, imponiéndose ante las dificultades y aunando fuerzas hasta la extenuación.


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El Guadix de Jerónimo Münzer

9:30 Fran Ibáñez Gea 1 Comments

 


Aún no había mudado la piel el Wadi Ash de ocho siglos que la reconquista desmembró. En la transición entre dioses que en España se fermentó allá por 1492, un cartógrafo austro-alemán (humanista, médico y geógrafo) atendió a participar de los hitos que la historia celebraba en la península, haciendo un viaje a través de ella y llegando, naturalmente, a la recién nombrada y cristianizada Guadix (Gwadiis). Tras haber cruzado el levante y habiendo recorrido Barcelona y Valencia, nuestro germano huésped alcanza Almería, ciudad de la que parte al alba del 20 de octubre de 1494. En el camino descansa en Fiñana, cuyo alcaide, natural de Vizcaya, lo agasaja con preciados víveres y muestras de exóticas piezas: "un hermoso avestruz, con abundante plumaje de color grisáceo, y un osezno blancuzco, con el cual puso a jugar a unos perros de raza hispana, muy grandes, para divertirnos".  Se le pidió aguardar dos días más en la villa para organizar una cacería de jabalíes cerca del castillo. Una experiencia que nuestro viajero amigo declinó. 

"La ciudad de Guadix se recuesta sobre una bella planicie, y más allá el alcázar real, que está bellamente situado en un monte unido a la llanura. Creo que es en su perímetro como la ciudad de Nördlingen, en Suabia. Expulsados de ella los sarracenos, la habitan únicamente los cristianos. Toman arraigo en ella dos monasterios bastante hermosos de la Orden de San Francisco y de los Predicadores (Dominicos)." Ante esta crónica avistamos con facilidad el paisaje retratado por Münzer: en el vacío de un cráter se alza la alcazaba y sus reales alcázares, una ciudad de murallas y torreones dentadas, con puertas zigzagueando, bullicio y banderolas al aire. Extramuros, y bajo disposición de los nuevos dueños, los reyes católicos, la fundación de dos conventos, cuya hermosura recaería en el legado recibido por los esmerados antecesores. Podemos pensar pues, que si vino de Fiñana, accedió por el arco de la imagen, y su primera toma de contacto fue el arrabal morisco de Santa Ana. 

"Es su mezquita bastante bella, y hexagonal. Tiene setenta columnas libres, y en el centro un bello jardín cubierto, en medio del cual hay una fuente viva para sus acostumbradas abluciones. Ahora está dedicada a la bienaventurada Virgen María". Podemos suponer el vergel y la majestuosidad que supondría esta santa edificación para el alma de los wadihíes, orgullosos de albergar ciudadela palatina,  con suntuosos jardines del mismo empeño y armonía que el Generalife granadino. Una acequia madre que como cascada inundaba de riego en correntía y vitalidad cada rincón, enverdeciendo sobre lo estéril de la planicie y peinando la aridez con riachuelos de fertilidad. A la virgen nombraron Señora, y desde entonces ha custodiado ella misma aquel lugar enaltecido en la luz de Alá con oraciones a Cristo. El obispo y los canónigos perciben las rentas de la antigua mezquita*. Al año siguiente llegaría Fray García de Quixada, primero de los obispos de la reconquista en relevar a San Torcuato, por poderes habidos en el cardenal Mendoza. 

Avistó sierra nevada y su blancura, como escarpados son los barrancos que nos encierran, y pobladas las aldeas vecinas de sarracenos expulsados de la ciudad. Un crisol de moros cautivos y cristianos cántabros en un lugar que tenía más de África que de Europa. Siguió su camino, llegando a los baños termales de Graena y haciendo noche en el castillo de La Peza (la Pessa) y así continuar hasta Granada. Un día, el 21 de octubre de 1494, quedará para la posteridad por haberse teñido de color, leal testigo y notario de aquella joven España recién nacida y unida, cuya impresión hoy sobrevuela, con la ligereza de una pluma en el aire, el tiempo. Ataviado al caballo, como Geoffrey Chaucer en sus cuentos de Canterbury, lo medieval y lo actual se dan la mano. 


*"En virtud de la potestad que el Gran Cardenal tenía por Bula de Inocencio VIII, despachada en Roma a 4 de agosto de 1486, expidió su Eminencia, en la Alhambra de Granada, el día 21 de mayo de 1492, su Bula erigiendo en catedral la Iglesia de Guadix (...) La erigió en la Iglesia Mayor, dedicada a la Encarnación de María santísima, sita en la Mezquita Mayor que  había sido de los moros (...) Por la misma Bula de erección aplicó el Gran cardenal a la fábrica de la santa Iglesia de Guadix todas las posesiones, censos y rentas que tuvo la Mezquita mayor". Asenjo Sedano, C (1990) Episcopologio de la Iglesia Accitana. IEPS. 

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El Guadix de James A. Michener

8:58 Fran Ibáñez Gea 0 Comments




Una vez que España vuelve a abrir sus puertas tras la autárquica posguerra, los americanos empiezan a  pulular por este Edén que tanto esplendor e idilio ofrece al Spaguetti Western. Pero no sólo es el foco del camarógrafo lo que les interesa, sino también redescubrir un país tan cercano a sus costumbres y tan intrínseco de su historia. Es el caso de James A. Michener, que después de haber sido combatiente en la segunda guerra mundial, se forjó un legado literario muy prolífero que, combinado con sus viajes alrededor del globo, darían pie a encontrar contenido para su obra, en este caso: Iberia (1968). Su presencia en España y Portugal durante la década de 1960 lo acercó a conocer la península ibérica, sus tradiciones y costumbres además de las aspiraciones, temores y realidades de aquellas personas que regentaban un país desértico en el que había más oasis que arena. 

Después de haberse alojado en el parador de San Francisco, y habiendo visitado la Alhambra y el carmen de la casa de Manuel de Falla, su siguiente destino fue "el famoso pueblo" de Guadix(1). Si bien la arquitectura troglodita de cuevas era un reclamo ambicioso para los turistas que llegaban a esta parte del mundo, y normalmente estando informados de este espectacular paisaje, el asombro que les despertaba al contemplarla era mayúsculo. No cabía descripción posible para sostener en palabras el marciano horizonte que bordeaba Guadix y sus tierras: 

Situadas en un paisaje lunar de colinas desoladas y pináculos rocosos, las casas de Guadix están excavadas en las laderas de las colinas, y cuando las chimeneas se canalizan a través de la roca sólida para que se puedan encender fuegos, son bastante cómodas. Este estilo de arquitectura ha sido adoptado en muchos países diferentes, sobre todo en el centro de Turquía, pero en Guadix hay una diferencia, porque las entradas a las cuevas han sido bellamente revocadas y decoradas con azulejos rojos, de modo que parecen las entradas a iglesias o villas de cierta importancia.(2

Pero más allá del atractivo paisajístico y la vibrante impresión que naciera en el americano encontrarse en un lugar tan llamativo como este, la razón de este viaje no fueron sus cuevas, sino la relación que la ciudad tenía con Pedro Antonio de Alarcón y El Sombrero de Tres Picos(3). En 1919 Falla estrenaría en ballet su "sombrero", y esta coincidencia era un valor añadido a la visita. Michener amaba esa composición, y justo después de haber pasado por la casa del compositor, no estaría demás poder pisar el lugar en el que el ilustre literato se inspiró para dar voz a la molinera y al corregidor. Casi cien años habían pasado desde que Alarcón escribiera sobre el tricornio, y aún llamaba la atención y avivaba el interés del público como queda comprobado con estas anotaciones. No fue aquella una buena época para la ciudad. El éxodo rural y las anteriores emigraciones a Alemania o Barcelona estaban denotando la escasez que se vivía aquí. En cambio, hablando con un accitano sobre esta situación, se podría decir que en medio de aquel panorama, Guadix era metrópolis(4), contando con autobuses y cine: "no hay dinero, pero al menos queda espíritu", confesaba este vecino sobre la privación de aquellos años. A fuerza de intromisión, estas palabras dan color a una España en blanco y negro, que por medio de las fotografías tomadas por su compañero Robert Vavra y aparecidas en su Iberia, contemplamos la grandeza presente en la adversidad de quienes en la humildad de su contorno no les evita rodearse de un halo de majestad. 


(1) Before long I was surprised to come upon the famous village of Guadix, for I had supposed that if lay farther south. 

(2) Set in a lunar landscape of bleak hills and rocky pinnacles the houses of Guadix are dug into the faces of the hills, and when chimneys are piped up through the solid rock so that fires can be lit, are quite comfortable. This style of architecture has been adopted in many different countries, most notably in central Turkey, but at Guadix there is a difference, because the doorways into the caves have been handsomely plastered and decorated with red tiles, so that they look like the entrances to churches or villas of some importance. 

(3)The reason I wanted to see Guadix had nothing to do with its architecture, handsome through that was. This was the pueblo in which Alarcón had located his short novel El sombrero de tres picos, and as I looked at the miserable economic level at which the villagers lived, I could hear the music which Falla had composed for this work and I could visualize the four leading actors in the rustic comedy, 

(4)Have you ever seen a trye back-of-the-mountain Andalusian village? I've seen Guadix. He laughed. 'That's a metropolis. They have buses and a cinema. They have no money but they do have spirit. No, I mean the really forlorn Andalucía. You haven't seen it and you can't know. 



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El Guadix de Walter Starkie

18:00 Fran Ibáñez Gea 1 Comments

 El irlandés Walter Starkie, en los albores de la Europa entreguerras, se dispuso a camuflar sus atuendos de profesor del Trinity College y adentrarse en las aventuras que en este lado del Mediterráneo le depararían. Armado con su violín, a veces extinto de alguna cuerda, y los conocimientos de haber leído a viajeros anteriores, Starkie no podía perderse el exotismo presente en Granada, en sus cuevas del Sacro Monte y en la Alhambra. Naturalmente, allí fue recomendado, y entre estos apuntadores se encontraba Manuel de Falla, para visitar Guadix y su entorno, que en aquellos años veinte aún rezumaba el aire de un siglo anterior. 

Habiendo pernoctado en su travesía desde la capital en la precaria venta del Molinillo, se adentró en tierras de Guadix por Diezma, Darro y Purullena, llegando al anochecer a una posada accitana digna de mencionar la atención y recibimiento que tuvo*. Desde luego sólo faltan piratas a sus andanzas, o enjaretados bandoleros, en este plano de picaresca, que no se hallaba en los libros sino en la vida real, propia del siglo de oro español. "El principal interés de mi visita a Guadix era ver las cuevas de los gitanos en la Cañada de los gitanos" cosa que hizo, no sin antes llevando un enlapado escudero gitano, Quitolí, que lo guiaba por las calles y se beneficiaba del irlandés a costa de numerosos vinos por su labor**. Sin embargo, fue gracias a él por lo que llegó a las cañadas de las cuevas, cuya descripción sobre el lugar se asimilaba al encuentro de una civilización perdida: 

A través de varias calles llegamos a un conjunto de covachas que parecía una conejera. Por la noche las cúspides de las montañas con cavernas como colmenas en su falda hasta el ápice, producen un efecto fantástico, parecen volcanes en erupción interna que lanzan entre su lava infinidad de fulgores. Se dice que la mitad de los habitantes de la ciudad viven en aquellas viviendas subterráneas. Muchas de ellas son más lujosas que las de Sacro Monte, porque tienen ventanas y puertas de ladrillo. Nosotros, sin embargo, pasamos de largo por estas suntuosas cuevas y subimos a otras más distantes que son tan primitivas como las de los Pieles Rojas. 

Magnífica incursión por las cárcavas trogloditas, caóticas, enjambradas y laberínticas. Y no sólo recae en su fisonomía el atractivo. Un palpitante magnetismo invocado abducía al forastero a sumergirse en su entorno: un gitano batía el metal en el yunque cantando un martinete mientras trabajaba. En un pronto, Quitolí lo llevó al funeral por un niño, cuyo velatorio arrancado por jaleos, se llenaba de soles y oles en una fiesta de madrugada. La perplejidad del irlandés no tenía parangón***. Aquí la muerte era una brecha ausente que congregaba a familiares, amigos y vecinos para despedir al mortal infeliz hacia la divina legítima gloria. Allí conoció a Juan Bermúdez Heredia, alcalde de los gitanos, juez y mediador entre las autoridades payas. Una solemne institución respetada por la comunidad. También a la Serafina, la Coroca y la Triné, embajadoras de erotismo y suntuosidad, maestras del zorongo, zarandeo, tanyana y manguindoy, cuyo arte era el éxito de su subsistencia. 

Ajeno a este espacio místico y tenebroso como pudieran ser las cuevas profundas de Guadix hace ahora cien años, Starkie también tomó contacto con la ciudad y sus tertulias en el café principal, populosas y coloridas****. Nada que ver con la experiencia sensorial que le despertaron los gitanos de la cañada en aquel lugar ilícito, primitivo y legendario. La ruta de las cuevas calés se convirtió para este violinista irlandés en un fósforo encendido en la noche de su memoria, cuyas impresiones no podrían haberse titulado de otra manera como así fueron: Don Gitano. 


Fotografía de portada: El Velatorio de López Mezquita (1910) Museo de Bellas Artes de Granada. 
Resto de fotografías: Guadix en la década de 1920. Obtenidas de la Fototeca virtual de Guadix, cortesía de Antonio Cuerva Hernández.

Sobre la traducción que en 1944 hace su amigo Antonio Espina: Don Gitano. Aventuras de un irlandés con su violín en Marruecos, Andalucía y en la Mancha. 

*Al llegar a Guadix me hospedé en una humilde posada de jornaleros donde la cama costaba 1,50 pesetas. Para comer me dieron cabrito y tomate, rociado con excelente vino tinto, que sólo costaba a diez céntimos el jarro. La posadera, una mujerona gorda, insistió en que probase otro delicado plato favorito de los andaluces: perdiz sin güeso. Yo esperaba un ave, pero lo que vi en mi plato fue una patata sin pelar. El plato es sencillo; se toma una patata asada, se le unta de ajo añadiéndole sal y pimienta y se obtiene una perdiz sin güeso; comida digna de un pobre músico ambulante, y práctica porque sólo cuesta diez céntimos. 

** Mi primer encuentro fue Quitolí, un hombre achaparrado, bizco, feísimo, con una capacidad ilimitada para la bebida. No le elegí por gusto, pero una vez que nos conocimos no hubo manera de quitármelo de encima. (...) Su cooperación me trae inevitables altercados. Él bebe por tres, yo por uno.

*** El aire pesaba con los olores de sudor, cera derretida y el aroma de las flores. Yo quedé petrificado contemplando aquella patética serie estatuaria de rostros inconscientes en medio de toda aquella grotesca orgía de saltos, piruetas y danzas. Un hombre, empujándome, entró en la cueva, sacó un frasco de aguardiente que llevaba escondido, bebió un trago y después, acercándose al cadáver del pequeñuelo, le roció la cara. Brillaba el líquido al escurrir por las pintadas mejillas.  

****En el Café Pasajes, las tertulias de ambos bandos se colocaban en sitios opuestos y yo como extranjero me colocaba allí donde los ángeles querían llevarme (...) Al principio no advertí la tensión existente entre los dos partidos, pero en cuanto el vino se subía a la cabeza, según pude advertir, las lenguas se desataban y un combate de invectivas se cruzaba entre ellos. 

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