El Guadix de Walter Starkie

18:00 Fran Ibáñez Gea 1 Comments

 El irlandés Walter Starkie, en los albores de la Europa entreguerras, se dispuso a camuflar sus atuendos de profesor del Trinity College y adentrarse en las aventuras que en este lado del Mediterráneo le depararían. Armado con su violín, a veces extinto de alguna cuerda, y los conocimientos de haber leído a viajeros anteriores, Starkie no podía perderse el exotismo presente en Granada, en sus cuevas del Sacro Monte y en la Alhambra. Naturalmente, allí fue recomendado, y entre estos apuntadores se encontraba Manuel de Falla, para visitar Guadix y su entorno, que en aquellos años veinte aún rezumaba el aire de un siglo anterior. 

Habiendo pernoctado en su travesía desde la capital en la precaria venta del Molinillo, se adentró en tierras de Guadix por Diezma, Darro y Purullena, llegando al anochecer a una posada accitana digna de mencionar la atención y recibimiento que tuvo*. Desde luego sólo faltan piratas a sus andanzas, o enjaretados bandoleros, en este plano de picaresca, que no se hallaba en los libros sino en la vida real, propia del siglo de oro español. "El principal interés de mi visita a Guadix era ver las cuevas de los gitanos en la Cañada de los gitanos" cosa que hizo, no sin antes llevando un enlapado escudero gitano, Quitolí, que lo guiaba por las calles y se beneficiaba del irlandés a costa de numerosos vinos por su labor**. Sin embargo, fue gracias a él por lo que llegó a las cañadas de las cuevas, cuya descripción sobre el lugar se asimilaba al encuentro de una civilización perdida: 

A través de varias calles llegamos a un conjunto de covachas que parecía una conejera. Por la noche las cúspides de las montañas con cavernas como colmenas en su falda hasta el ápice, producen un efecto fantástico, parecen volcanes en erupción interna que lanzan entre su lava infinidad de fulgores. Se dice que la mitad de los habitantes de la ciudad viven en aquellas viviendas subterráneas. Muchas de ellas son más lujosas que las de Sacro Monte, porque tienen ventanas y puertas de ladrillo. Nosotros, sin embargo, pasamos de largo por estas suntuosas cuevas y subimos a otras más distantes que son tan primitivas como las de los Pieles Rojas. 

Magnífica incursión por las cárcavas trogloditas, caóticas, enjambradas y laberínticas. Y no sólo recae en su fisonomía el atractivo. Un palpitante magnetismo invocado abducía al forastero a sumergirse en su entorno: un gitano batía el metal en el yunque cantando un martinete mientras trabajaba. En un pronto, Quitolí lo llevó al funeral por un niño, cuyo velatorio arrancado por jaleos, se llenaba de soles y oles en una fiesta de madrugada. La perplejidad del irlandés no tenía parangón***. Aquí la muerte era una brecha ausente que congregaba a familiares, amigos y vecinos para despedir al mortal infeliz hacia la divina legítima gloria. Allí conoció a Juan Bermúdez Heredia, alcalde de los gitanos, juez y mediador entre las autoridades payas. Una solemne institución respetada por la comunidad. También a la Serafina, la Coroca y la Triné, embajadoras de erotismo y suntuosidad, maestras del zorongo, zarandeo, tanyana y manguindoy, cuyo arte era el éxito de su subsistencia. 

Ajeno a este espacio místico y tenebroso como pudieran ser las cuevas profundas de Guadix hace ahora cien años, Starkie también tomó contacto con la ciudad y sus tertulias en el café principal, populosas y coloridas****. Nada que ver con la experiencia sensorial que le despertaron los gitanos de la cañada en aquel lugar ilícito, primitivo y legendario. La ruta de las cuevas calés se convirtió para este violinista irlandés en un fósforo encendido en la noche de su memoria, cuyas impresiones no podrían haberse titulado de otra manera como así fueron: Don Gitano. 


Fotografía de portada: El Velatorio de López Mezquita (1910) Museo de Bellas Artes de Granada. 
Resto de fotografías: Guadix en la década de 1920. Obtenidas de la Fototeca virtual de Guadix, cortesía de Antonio Cuerva Hernández.

Sobre la traducción que en 1944 hace su amigo Antonio Espina: Don Gitano. Aventuras de un irlandés con su violín en Marruecos, Andalucía y en la Mancha. 

*Al llegar a Guadix me hospedé en una humilde posada de jornaleros donde la cama costaba 1,50 pesetas. Para comer me dieron cabrito y tomate, rociado con excelente vino tinto, que sólo costaba a diez céntimos el jarro. La posadera, una mujerona gorda, insistió en que probase otro delicado plato favorito de los andaluces: perdiz sin güeso. Yo esperaba un ave, pero lo que vi en mi plato fue una patata sin pelar. El plato es sencillo; se toma una patata asada, se le unta de ajo añadiéndole sal y pimienta y se obtiene una perdiz sin güeso; comida digna de un pobre músico ambulante, y práctica porque sólo cuesta diez céntimos. 

** Mi primer encuentro fue Quitolí, un hombre achaparrado, bizco, feísimo, con una capacidad ilimitada para la bebida. No le elegí por gusto, pero una vez que nos conocimos no hubo manera de quitármelo de encima. (...) Su cooperación me trae inevitables altercados. Él bebe por tres, yo por uno.

*** El aire pesaba con los olores de sudor, cera derretida y el aroma de las flores. Yo quedé petrificado contemplando aquella patética serie estatuaria de rostros inconscientes en medio de toda aquella grotesca orgía de saltos, piruetas y danzas. Un hombre, empujándome, entró en la cueva, sacó un frasco de aguardiente que llevaba escondido, bebió un trago y después, acercándose al cadáver del pequeñuelo, le roció la cara. Brillaba el líquido al escurrir por las pintadas mejillas.  

****En el Café Pasajes, las tertulias de ambos bandos se colocaban en sitios opuestos y yo como extranjero me colocaba allí donde los ángeles querían llevarme (...) Al principio no advertí la tensión existente entre los dos partidos, pero en cuanto el vino se subía a la cabeza, según pude advertir, las lenguas se desataban y un combate de invectivas se cruzaba entre ellos. 

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