Puta
Que la administración Sánchez consulte y pida consejo a la RAE para que se haga una
revisión en el texto constitucional con la intención de actualizarlo a un
lenguaje inclusivo es una gesta perdida por párvula inocencia. La Real Academia de la Lengua Española es una
institución que ha tenido una alta e intacta honorabilidad, aunque los tiempos
presentes no le traigan ninguna ventaja. Es su hermetismo, aun siendo notaria
del lenguaje popular, el que la encierra y aísla de la realidad, de las
necesidades y reivindicaciones que la calle exige.
Con el pueblo gitano no se ha molestado en revisar las
acepciones arcaicas que son testimonio del vilipendio alimentando el racismo y los viejos prejuicios padecidos.
Por su parte, otro revuelo causó cuando introdujo en sus páginas las acepciones
de almóndiga y toballa, con un fin didáctico que no llegó a ser bien entendido.
Pero eso son pelillos a la mar si con alguien tiene cuentas pendientes. El
lenguaje se ha cebado con las mujeres porque la sociedad así ha permitido y
querido. Haberle negado la entrada a Gertrudis Gómez de Avellaneda, a María Moliner o
a Emilia Pardo Bazán ya deja a la Real Academia en mal lugar. En peor sitio si
desde 2017, de cuarenta y cinco miembros sólo ocho son mujeres. Y una daga
ahonda bajo su consentimiento velando porque así siga siendo que el lenguaje continúe denigrando y dando carrete
al machismo en cualesquiera que sean las formas en las que se manifieste ese mal a extirpar.
La lengua es una pistola que en malas manos puede causar una
catástrofe. La lengua no es inocente, porque la comunidad que la ha ido
elaborando ha ido inculcando también en ella sus miedos, sus rechazos, sus
formas de actuar y su manera de jerarquizar la sociedad. Han verbalizado sus
temores. Es conducta por costumbre encasillar y situar dentro de un contexto
cerrado todo lo que nos rodea, para que no quepa nada ajeno a nuestro entendimiento. De ahí nacen frases como 'O todos moros o todos cristianos' que explican el principio de igualdad entre la comunidad. ‘O
follamos todos o la puta al río’. Es un ‘Fuentevejuna, todos a una’ más
práctico: o todos somos iguales o todos somos iguales de desgraciados, pero no
habrá unos mejores que otros, y en todo caso todos peores. La frase referida es
interesante por la aparición de la palabra puta, palabra que designa de buena
manera el trato que la mujer ha recibido a lo largo de la historia.
Del griego, butza, venía a significar ‘divertida y
virtuosa’. Cuando llegó a Roma ya se denigró su significado, derivando el verbo
latinizado puto, putare, putatvi, putatum en la palabra putta o putto, como
muchacha o muchacho, como así lo cita Virgilio (me perdiit iste putus. Me ha perdido este muchacho), con un ligero
sentido sexualizado. De la misma manera los putti, en arte, venían a nombrar a
los angelitos que fluían en un cuadro con cierta tendencia erótica o que
enmarcan el amor divino a una escena religiosa. Hay que llegar al siglo XVII cuando Covarrubias ya
relaciona puta con putida, podrida. Habiendo seguido el camino negativo de mujer
virtuosa o divertida, a mujer pobre y podrida que se presta al sexo por dinero.
Un recorrido que no es ajeno a la realidad, pues si en la Grecia Clásica la mujer tenía
un estatus social ajeno a sellos religiosos y a jerarquías cerradas, es al
cruce de la edad media, cuando el mercantilismo y el capitalismo se han
asentado, junto con la moral religiosa de patriarcado la situación llega a unos
términos de sometimiento incomparables. Puta es una palabra con una fuerza y
atracción fonética que si no tuviera el significado que los hombres le han dado
sería una de las más destacadas de la época de Lope de Vega.
Con todo ello, se estaba gestando hasta dar a luz un lugar en el que despreciar a las mujeres que no se sometieran a las reglas impuestas. Las que no eran putas eran brujas. Así cayó Hipatia de Alejandría, Cleopatra, la Reina de Saba o la mismísima María Magdalena, considerada una de los apóstoles de Jesús durante los primeros años del cristianismo a prostituta por el papa Gregorio Magno. Cualquier mujer que pudiera ostentar algún tipo de poder o levantara celo entre los jerarcas era tachada con esta palabra. Hoy día precisamente es un insulto ágil, vuela con facilidad hacia cualquiera por inocuo que sea el motivo.
No sirve que Arturo Pérez Reverte enarbole ninguna bandera de la
indignidad a favor del machismo. Ni haga galantería de regente de unas normas que estorban. Dándose golpes de pecho y hablando de honores por mover una coma. El género neutro no ataca a ninguna gramática. No merece cruzadas desde viejos pupitres ¿A qué ofende? ¿al genitivo, al dativo o al vocativo, que ya ni existen? La lengua se hace y se deshace. La lengua se
cuida o se descuida ¿Dónde está el llanto a portavoza, a miembra? ¿Dónde está
la pena, la osadía, la tragedia? La lengua es nuestro retrato
como civilización. Ahí está, testigo de nuestros desmadres y excesos. Habrá que
esperar a que al igual que San Pablo, se caigan del caballo para salir del
error. Por eso y por tanto, no esperen de la RAE más que senectud. Pues a la vista está que
vigilan y conservan lo que les interesa.
Fran Ibáñez Gea
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