El revuelo de la lengua

11:15 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



La función lógica de la lengua es la de hacerse entender. Cuando esto no ocurre, aun habiendo muchas palabras de por medio, la lengua es inútil. Puedo decir "versos verdes vieron venir" y no expresar absolutamente nada, simplemente ejercer la aliteración para dotar de belleza y juego al lenguaje, sin más ambición que la estética. Bien es cierto que nuestro cerebro echa cartas posibles de decodificación e intenta descifrar el mensaje. También puedo decir "válidos balidos baleados van por vereda". Puede haber coherencia, puede haber cohesión, pero el mensaje no trasciende si quirúrgicamente carece de contexto. 

EsA es lah gUerRra habIerTaA k TeEneMoOs koOn laA LeNguUah. Nos preocupamos más por la corrección de las formas con precisión purista y olvidamos su utilidad. La frase previa, aun estando en código cani, tiene más validez funcional que las anteriores. Esa es la realidad a la que nos enfrentamos. Si bien es cierto que la gramática de Nebrija (sujeto-predicado) nace el mismo año de la toma de Granada y el descubrimiento de América, no es hasta el siglo xviii cuando la Real Academia de la Lengua recoge en consenso la ortografía. Todo lo escrito hasta entonces, a ojos de los jueces de hoy, estaría básicamente mal, incluyéndose en esta larga lista de analfabetos putativos a Cervantes, Calderón, Quevedo, Góngora o Santa Teresa de Jesús. Una vez dicho esto, continuamos. 

 La lengua es de todos. Y no sólamente de los presentes, también incluidos los venidos y venideros. Existe hoy un código paralelo a la hora de redactar el español. Sobre papel: bajo el rigor canónico castellano de tildes, puntos y comas; y sobre la pantalla: abreviado, ligeramente adulterado y con anglicismos. Y ambos españoles caminan en paralelo sin entorpecerse. Desde que el precio de los sms estaba ligado a los caracteres que pusieras, esto hizo despertar un reductismo audaz que siguió con el avance de los teclados en los móviles (hasta entonces el 1 era a b, c y á, el 2 d, e , f y é, etc) En nuestra experiencia hemos estado sujetos a moldes muy limitantes que desafiaban el florido español a costa de la inmediatez y economía. Un precio que se pagaba y se ceñía a un formato sin tinta. Aceptamos el reto, sin saber dos cosas: que los móviles se iban a convertir en algo tan inseparable del cuerpo como el alma; y que las redes iban a ser parte importante de nuestras vidas. Hoy arrastramos todo ese bagaje inconsciente al que hemos estado sometidos. Hemos relevado el vale por el ok. La videoconferencia por la call. El jajajaja por xdd. Útiles herramientas abreviadas que se adaptan a esta nueva era de impulsos y poca calma. 

No podemos culpar a las pantallas del uso todavía de "asinque" o "haiga" cuando un joven lo escribe en un examen, porque también hay adultos que comentan en facebook con ese léxico maridado siendo parte de una España sencilla y sin complejos. Una de las cosas que Antonio Machado amaba eran las faltas de ortografía de las cartas que Leonor le escribía. Las faltas son naturales, íntimas. Ningún crimen. ¿Un poco torpe? Pudiera ser. Son errores reveladores con mucha personalidad. Leer a alguien es saber cómo opina. En cambio, aspirar a escribir en esa codificación correcta ortográfica castellana es el compromiso social con la escritura que todos hemos firmado en alguna parte para ir de la mano y entendernos. La exigencia reside en la ambición del receptor. Comunicar es adaptarse. 

 Ya nos hemos dejado el "¿" y el "¡" por el camino. Sigamos dándole uso a tanta genialidad: "Albricias, la algarabía en la aldaba sonando y Adela como almenara en el alfeizar". Llegará el momento en el que nos enamoremos de nuestra lengua, entonces sin darnos cuenta trataremos con dulzura a las demás personas. La lengua es nuestro horizonte, en ella empieza y termina nuestro pensar. Lejos de las palabras sólo queda una fina bruma de sospecha. 


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Exigencias de guion: revisionismo vindicado

18:36 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

Estatua ecuestre decapitada de Felipe III en la Plaza Mayor, 1931.



Felipe III cabalga sereno y anunciante en la plaza mayor de Madrid. Preside el lugar que mandó hacer y donde se efectuaban los autos de fe populares de la villa. La plaza ha tenido tanta vida que hasta corridas de toros se han hecho en ella. Era un corazón de la ciudad austero -en un tiempo-, plagado de jardines -en otro- y minado -no hace mucho-. Un lugar de encuentro, de paso y de retrato. Por eso con la propuesta del concejal Mesonero Romanos y el beneplácito de Isabel II, la estatua de 1616 se movió de su emplazamiento original en la Casa de Campo al centro de su Plaza Mayor. Hasta 1868, cuando se hace una revisión de la simbología monárquica y se traslada a unos almacenes de la villa.

La estatua es repuesta, como la monarquía, con Alfonso XII. En 1931 se enfrenta a la estocada. El fervor nacido de un cambio de aires políticos y sociales en España despliega una euforia mal llevada, dejando como objetivo de su ensañamiento la estatua ecuestre. Al caballo le meten pólvora por la boca provocando su caída y el esparcimiento de huesecillos de los cadáveres de pájaros que se habían amontonado dentro del bronce desde tiempos inmemoriales. Un episodio que termina después de la guerra, sellando la boca al caballo -para que no vuelva a ser cementerio de gorriones- y reponiendo la estatua en su lugar. Mientras, en la vecina plaza de Isabel II, la efigie de la reina fue arrancada con cuerdas y arrastrada hasta la Puerta del Sol, incendiada y despedaza. Tuvieron que hacer otra en 1944. La misma procesión y cortejo tuvo que padecer la estatua del Marqués de Larios en Málaga -de Mariano Benlliure- estando al remojo del puerto durante la república hasta que terminan por reponerla nuevamente y restaurarla décadas después. 

Podríamos decir que esa es la vida de una estatua. El daño siempre lo sufren, o bien por vilipendio o bien por abandono. El paso del tiempo es todo un reto para quien no tiene la palabra. Es preciso este contexto para explicar el estatuicidio de la campaña Black Lives Matter. Se está llevando una revisión de todos aquellos que conspiraron contra la raza y apoyaron la esclavitud. Aquí entran desde Churchill, Cristóbal Colón o Charles Darwin. Esto es: la honra y gloria que justificaba su presencia en el bronce es probable que haya pasado a un segundo plano y que la sociedad de hoy valore, sin entrar en anacronismos, otras cuestiones para su emplazamiento. Cierto es que la damnatio memorae declarada a veces puede tener tintes agresivos para el valor monumental o artístico, creando serios destrozos patrimoniales. 


El contenido simbólico de la vía pública es objeto continuo de revisiones. Para una sociedad común hay que presentar un espacio común. Y es una obligación su sometimiento, para seguir avanzando y cuestionando cuáles son los referentes y los valores por los que el pueblo se guía. Las idas y venidas de las estatuas son la respuesta más clara dada a la interpretación de lo que se demanda. Las estatuas tienen una justificación en el espacio. Dotan al lugar de renombre. Le añaden valor, referencia y significado. Si quien representa carece del aval del presente, es muy probable que esa plaza, esa calle o ese barrio necesiten una renovación. 

La cuestión en los museos y centros de interpretación 

Esta oleada está intentando entrar en los museos. Las instituciones museísticas deben ser tajantes. Toda pieza tiene una coherencia y una posición dentro de las instalaciones, ajena a lo que pasa en la calle. El Prado ha hecho grandes exposiciones sobre mujeres apoyando la visibilidad de las artistas ocultas en la historia y eso no ha desplazado a Velázquez, Rubens o Goya de su sitio. El Thyssen-Bornemizsa cada vez que llega el Orgullo LGTB prepara una guía alternativa por medio de sus cuadros más destacados dentro de esa temática sin modelar su colección permanente. Es decir, los museos tienen herramientas para traducir la pluralidad de la calle en sus salas sin alterar el lugar técnico, académico, contextual y estilístico con el que se dota un cuadro. Si el Museo de Historia Natural de Londres considera que para ser políticamente correcto debe revisar parte de la obra de Darwin, es su problema. Los museos están para mostrar, educar y reflexionar. La única bandera nazi que he visto en mi vida ha sido en el Museo Naval de Madrid, en el contexto de la guerra civil española. España es un país cada vez más consciente de la necesidad de desprenderse de elementos de la dictadura aún vigentes pero cuando se entra al Museo Reina Sofía y se ven los retratos de los generales franquistas nadie se sorprende ni ofende, pues un museo es el lugar que la sociedad ha reservado para este tipo de producciones. 

Los museos tienen la función y obligación de cuidar, conservar y preservar los bienes artísticos. La vía pública, por las razones que hemos visto, es imprevisible. Por eso se hizo una copia en 1873 del David de Miguel Ángel y se resguardó el original en la Galería de la Academia, hasta entonces en la Plaza de la Señoría. Una situación que han experimentado la mayor parte de obras de arte escultóricas que estaban en plazas y calles. Es de agradecer que la sociedad haya consensuado tener este tipo de cuarteles donde defender los tesoros y legados artísticos. 

Es muy positivo que se discuta cualquier conato que atente contra los valores del siglo XXI: la libertad, el feminismo, la igualdad, el respeto y el progreso. Una experiencia previa condiciona la siguiente, y es momento de no dar todo por hecho. De no asumir las cosas cómo nos las muestran. Y eso se extiende al lenguaje que hablamos, a las señales de tráfico que vemos o a los colores que vestimos. No hay nada inocente aquí. Estudiarlo es un ejercicio que deberíamos hacerlo todos, y dentro de nosotros mismos valorar su importancia. 


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Arte urbano sin protección

7:56 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

Banksy


¿Por qué necesita el arte ser protegido? Bien, a la salida de una visita al museo del Prado, Jean Cocteau y Salvador Dalí se encontraron con un grupo de periodistas. Éstos le preguntaron que, en caso de incendiarse la pinacoteca, qué salvarían. Cocteau respondió el fuego. Atónitos, tuvieron servidos el surrealismo en bandeja. Dalí respondió que el aire, y más concretamente el aire contenido en las Meninas de Velázquez, que es el aire con mayor calidad de la historia del arte. 

No se equivocaba. Puesto que la pintura no es una simple representación pictórica, sino que si su fin no es evocador, irruptor o reflexivo, resulta únicamente un decorado. Un añadido estético para acompañar la estancia. No hay cuadro en el Museo del Prado que no tenga autoridad para escupir al público una verdad a la cara. Una razón de ser. Las obras maestras no lo son sólo por su destreza. Lo son por el mensaje. El código visual que hilan para expresar conceptos y realidades con los pinceles. 

Hemos consagrado la pintura como una de las grandes damas del arte, pero en cambio existen discrepancias en su tratamiento. Escribí hace un par de años un artículo sobre mi experiencia en el Museo Abstracto Español de la Fundación Mars en Cuenca. En resumidas cuentas, allí un señor exigía ver figuración. En su imaginario no toleraba asumir que un museo de arte no tuviera "cosas bonitas". Las manchas, las masas, las irregularidades eran algo obsceno, indecoroso. Se arrojaban sobre la indecencia. En cambio, allí estábamos los tres: el señor, el cuadro (la Briggite Bardot de Antonio Saura) y yo. Está claro que el prejuicio canónico que traía de casa no lo hizo poder disfrutar de la reflexión que le ofrecieron. Un amigo afirmaba con rotundidad que a quien tenía el ojo educado a Murillo le costaba entender ver a Picasso

Y si eso ocurre sobre lienzo, nos podemos imaginar la marginación que sufren otros formatos. Ya es caduca la idea academicista de la veneración al santo óleo. Acuarela, acrílico, temple o gouache han ido efervesciendo y formando parte de obras muy destacadas. Todas ellas en cambio siguen teniendo como soporte el papel ¿Qué ocurre cuando la pintura se traslada al soporte pared? Pues, yendo los veinte mil años de Altamira por delante, que tenemos frescos tan insuperables como los de la capilla Sixtina de Miguel Ángel, o tan esenciales como las Pinturas Negras de Goya, originalmente pintadas sobre los muros de la Quinta del Sordo. E incluso dentro de este grupo nos encontramos con el miembro rebelde: el graffiti. 

La irrupción de este tipo de arte en el escenario público ya encabeza dos cosas: la accesibilidad de la cultura a un público a gran escala sin diferenciación. Y la recuperación de espacios imperceptibles, junto a la consiguiente invitación a reflexionar sobre la transformación que puede experimentar el paisaje. El lugar crea conciencia de sí mismo. El vandalismo que enmascara este tipo de actuación se desvanece cuando la obra contribuye al espacio al que se dirige. ¿En qué momento se pensó que el arte de galería es el único que puede tener valor y el de la calle no? Los galeristas salen a la calle para atraer a artistas tan renombrados como Keith Haring, Shepard Fairey o Banksy. 

La idea marcada a fuego de que el graffiti es un nombre a spray con una fuente a veces ilegible es parte del concepto clásico de su origen. Su desarrollo, mucho más plural, ha florecido espacios de grandes magnitudes en bloques visuales tan atrayentes como cualquier cuadro de Rubens o Tintoretto. No se puede entender la ciudad misma de Sao Paulo o Berlín sin este tipo de arte. Los movimientos sociales, las conquistas de derechos civiles, las reivindicaciones y manifestaciones están impresas en muros y fachadas. Es la huella de la batalla. La memoria de lo que el pueblo hace. Mientras los graffiteros son perseguidos por la administración y sancionados, se crean rutas turísticas por Madrid, Barcelona o Londres para ver las mejores muestras de su producción. Se peregrina hasta estos sitios buscando esa "ilegalidad", que no es otra cosa peligrosa que aportación de color a una pared. Localidades de la España olvidada han tomado el graffiti como bandera y se han postulado como sus defensores: Vícar (Almería) y Fanzara (Castellón) son buenos ejemplos de esta oleada de frescor y sensatez. 

Por favor, ayuntamientos ¿no creen ustedes que es mayor peligro para la vía pública aquellos que no usan mascarilla en plena pandemia o que dejan las mierdas de su perro sin recoger? Jubilen la catetez y abracen el arte. No juzguen los graffitis y mucho menos los destruyan. No es cuestión de gustar, es cuestión de entender. 

 


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El legado vivo de Julio Visconti

9:01 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

 

Patio de la sede de la fundación pintor Julio Visconti

El artista hace escuela. El poder creativo no se acota a su producción artística, sino que deja el campo sembrado para que su referencia siga guiando, motivando e inspirando a los que le siguen. Cosecha de éxitos y pupilos que han encontrado en su estilo y técnica un camino que abordar. Su hacer no se queda en el papel o en la piedra. Sigue fluyendo como energía indestructible. Es el caso del pintor Julio Visonti. 

Fiñanero de nacimiento y accitano por excelencia, D. Julio (1922) es un acuarelista galardonado, premiado y felicitado por su extensa trayectoria. En esa madeja de victorias podemos resumir  en dos sus principales logros. En primer lugar, su obra, de exposición internacional, que ha sustentado la acuarela en un noble escalafón del arte. Fue en su madurez cuando tuvo este encuentro fortuito con ella. Una amiga desde entonces inseparable convertida en el buque insignia de la destreza y habilidad de D. Julio.  Paisajes de su entorno natal, como Almería o el mar han sido el foco de muchas de sus pinturas, reflejando la auténtica luz que guarda este rincón de España. 

En segundo lugar, su casa-museo. El palacio que hoy ocupa la sede de su fundación es un pulmón cultural que promueve la figura inagotable del pintor y que fomenta actividades literarias o pictóricas, continuando el legado viscontiniano. Este inmueble de cinco siglos es el cuartel general del artista. Las antigüedades que ha ido acomodándole emanan un aire de nostalgia y grandeza perceptible. Un vicio amable, el de repoblar las salas de belleza, que han tomado el tiempo y la dedicación de D. Julio de los últimos años, sin descuidar los pinceles. 

Es precisamente en el patio de la casa palacio donde anualmente se realizan los cursos de verano de acuarela que él mismo empezó a impartir, y cuyo relevo fue tomado por el también pintor accitano y discípulo D. José Antonio G. Amezcua (1964). Una semana en la que los asistentes de todos los lugares, edades y disciplinas apartan sus quehaceres para disfrutar embelesados con el arte de la acuarela en un marco incomparable. Arrojarse a interiorizar la técnica de esta materia es despegarse de una lógica inicial, de colores y enfoques, para aprender a ver la acuarela en el paisaje. Su fragilidad y rapidez comprometen al artista a ser preciso con el juego de manchas que dispone, que el agua hace bailar sobre el papel. Pintar con acuarela es ejercitar la natación sincronizada, coordinando la mente, la vista, el tiempo y el color a una misma vez. El dibujo preparatorio será la piedra angular. Un esbozo sobre el que verter la veladura y tejer un entramado de luces y sombras que doten al papel de volumen y atmósfera. Además de clases teóricas sobre el recorrido de esta técnica, la importancia del urbanismo o las prácticas magistrales de pintores invitados.  

Esta edición, puesta sobre las cuerdas por la tesitura sanitaria, ha podido realizarse debido a la garantía de las instalaciones y a la dinámica de las clases, que no compromete la seguridad de los asistentes. Uno de los pocos cursos que el Centro Mediterráneo ha podido impartir de los establecidos en la agenda. 

La generosidad de Julio Visconti nos compromete a todos. Nos llena de satisfacción poder compartir parte de su trayectoria y tener accesible su huella. Haber puesto en el mapa Guadix como un lugar destacado en el mundo de la acuarela y seguir floreciendo con logros su eterno legado. 

Distintas sesiones del curso de acuarela 2020 (Centro Mediterráneo) en la sede de la fundación


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La fama de los humildes

8:34 Fran Ibáñez Gea 0 Comments


Estatua ecuestre de Felipe III en la Plaza Mayor de Madrid (1616)


No es tiempo de estatuas grandilocuentes. Aun siendo voluminosas -Jaume Plensa- no las hay con esa majestad ecuestre y señorial, de garbo y tronío con el que se honraba en presencia del bronce a destacadas personalidades o hitos. Probablemente Mariano Benlliure fue el último de la saga en recibir encargos en la belleza. La aproximación se encuadra en la abstracción o en derretir un deshilacho corpóreo a lo Giacometti. Como adelantaba, vaya la verdad por delante, no es tiempo de estatuas grandilocuentes. 

Hay ciudades donde abundan estas esculturas, embelleciendo y a su vez dándole prestigio al lugar. Intimando consonancia y complicidad entre la persona honrada en bronce con la plaza o la calle por la que paseó en vida. En Granada, mismamente, hay una avenida -bulevar o constitución-, en la cual cada cien metros te encuentras una. Un paseo de la fama de alta alcurnia donde en un vistazo se encuentran casuales y despistados en sus quehaceres Victoria Eugenia, Manuel de Falla o San Juan de la Cruz. 

En Guadix en cambio, conocí sólamente cuatro estatuas: el Sagrado Corazón de Jesús, como suerte de Corcovado sobre el campanario; a Pedro Antonio de Alarcón en un pedestal a lo zeus, sentado presidiendo el parque que lleva su nombre; el busto de Pedro de Mendoza, natal de aquí y fundador de la ciudad de Buenos Aires en sus aires de conquista y aventura; y el Cascamorras, figura indispensable para entender el paisanaje y fiesta de interés turístico internacional. Luego se sumaron los niños de la Escolanía pastoreados por D. Carlos Ros al margen de la catedral. La última estatua que se hizo rompió filas. No fue dedicada a alguien por inteligencia o investigaciones, aunque un poso de cultura tenía. Tampoco por ser embajador o político, a pesar de gastar bastante diplomacia. Este señor que fue ubicado junto a la plaza de abastos, en el epicentro comercial accitano, era Juan Guijarro. Lo llamaban Muley. Era muy conocido por generaciones de los habitantes de Guadix. Él era parte de la cultura popular. Al único hombre con ese nombre que había leído alguna vez era el  penúltimo sultán del reino de Granada, que mandó ser enterrado en la punta más alta y por eso la cima de Sierra Nevada se llama Mulhacén -Muley Hacén-

Este paisano tenía por costumbre, y por supervivencia, asistir a todos los entierros de la ciudad. La Parca y Muley eran compañeros de oficio. Allí Muley acompañaba a los familiares, y éstos les ofrecían comida del velatorio, incluso ropa del difunto. Aunque lo primero que pedía era tabaco. Esa fue su gesta. Desconozco si haría de plañidera, pero por lo que se puede apreciar en la estatua, tenía un carisma y una templanza cuya presencia entiendo que calmara a los asistentes. Otras personas han recibido mención especial por su trayectoria en su lugar de trabajo -Pepe Poyatos en el Polideportivo o Luis Muriel en la Biblioteca- pero Muley guarda la Gran Vía de Guadix avisando de que la vida es una y él, si todavía la tuviera, iría a tu final. 

En este punto y recordando a este tipo de ilustres humildes, guardo en la recóndita memoria de mi infancia los destellos de un señor que también merece otro monumento. La gente lo llamaba el Chato -o Chato el doce, por el número de la calle donde solía estar-. Es posible que tuviera el rostro como un gato persa.  Bajito y sereno. Este señor era zapatero de la calle más castiza del pueblo. En el madrugar de los años, luchó en la clandestinidad por la democracia. En un recóndito cubículo ejercía. Un poco más grande que una cabina de teléfonos. Se decía que el alquiler y el cargo lo había heredado de su padre, que también era zapatero. Al fondo tenía cuadros al óleo pintados por él de escenas de caza y paisajes monumentales con una calidad impactante. Los ponía sobre caballetes o por el suelo apontocados en un falso mostrador que nunca usaba. Los zapatos estaban amontonados en una pila.Y a sus pies un puñado de gatos enristrados tomando el sol. Mi padre decía que llevaba las cuentas en cartón, y que cuando había hecho el cupo cerraba. No tenía horario. Ponía un cartelito a las once de la mañana de vuelvo en 5 minutos, y ya aparecía por la tarde después de la siesta. Tenía un aire bohemio y noble. No ponía una voz por encima de otra. Había majestad en aquel hombre. Era la humildad la que lo coronaba. Ahora la entrada a aquel rincón de la historia yace emparedado, sin una placa que recuerde y honre, para gloria del trabajo artesano, los buenos tiempos de Antonio Pérez, Chato el Doce. 

En algún momento los modelos dejaron de ser dioses griegos, monarcas o artistas para convertirse en vecinos o paisanos que hicieron mella en la rutina que circundaban. El azar y el consenso consistorial quisieron que siguieran con nosotros. Y ahí siguen, camuflándose entre los vivos, como bien acostumbraban. 

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Isabel II, al velo del arte

20:42 Fran Ibáñez Gea 0 Comments


TORREGGIANI, Camillo. Isabel II, velada (1855) Colección Museo del Prado

Todo el poder se ha visto envuelto en polémica. También en arte. A pesar del reinado de inestabilidad política al que se ciñó la joven reina Isabel II de España, dotó a la cultura con fuerza y variedad en algunos aspectos. Desvelamos el papel que la soberana llevó a cabo con el patrimonio de la nación y la cultura del país, poniendo en auge algunos sectores olvidados o desconocidos en España hasta el momento. 

Museo del Prado

Uno de los más grandes agradecimientos que le debemos hoy día es a la decisión tomada para con el Museo del Prado, tras una grave crisis surgida debido a la muerte de su padre, Fernando VII. Las colecciones reales, vinculadas a la corona, y recién instaladas en la pinacoteca fueron repartidas en herencia a las hijas. Esto podría suponer pérdidas irreparables de la colección, que ya había sido perjudicada anterior y notablemente por las sustracciones durante la ocupación francesa. Para encarecer más aún el riesgo, Isabel, en aquel momento, sólo tenía tres años. Una comisión paralizó la ejecución del texto testamentario hasta que la soberana fuese mayor de edad, ganando tiempo para solucionar la coyuntura. Estudiaron si las obras maestras eran un legado personal del rey con el fin de enajenar parte de él y garantizar su situación en el edificio de Villanueva. En cualquier caso se concluyó que la colección no podía dividirse ya que pertenecían a la Corona española desde hacía siglos. 

Isabel adquirió la parte de su hermana Luisa Fernanda, protegiendo así la unidad de la colección y evitando el riesgo del desmembramiento de tan incalculable tesoro. Tras la revolución de 1868, y previa abolición del patrimonio de la corona, los cuadros formaron parte de los bienes de la nación, perteneciendo desde entonces hasta hoy a todos los españoles. Aún así, una de las salas más importantes del museo que ha albergado las obras maestras de Velázquez tomó su nombre durante décadas. Actualmente las Meninas siguen presidiéndola y se llama sala 12. 

La relación que la reina cultivó con la pintura fue muy estrecha. Teniendo a los Madrazo como pintores de cámara, es una de las monarcas con más retratos y de mejor calidad. Así como desde pequeñas, Isabel y su hermana recibieron clases particulares de dibujo artístico en palacio por parte de Rosario Weiss, hijastra de Francisco de Goya y una de las pocas mujeres pintoras sobresalientes en la época. Cabe mencionar el retrato que Franz X. Winterhalter hizo de la reina y su hija la princesa de Asturias y que se ubica en el Palacio Real de Madrid. 

WINTERHALTER, Franz X. La Reina Isabel II con su hija la Princesa de Asturias (1852) Palacio Real de Madrid - detalle

Arqueología 

Siguiendo esta estela, la reina Isabel fue pionera en apoyar y financiar la restauración de las ruinas de la Alhambra. En su visita a Granada en 1862, los palacios nazaríes, expoliados décadas atrás por franceses e ingleses, estaban cerca del colapso arquitectónico. La difusión de Washinton Irving y los constantes viajeros románticos que llegaban, señalaban la ciudad nazarita como un destino exótico, milenario y místico. A partir de entonces se canalizaron las ayudas y los restauradores comenzaron una intervención orientalista que fomentaba con mayor arraigo ese imaginario inexacto, bucólico y eterno.

La gestión patrimonial del país estaba en crisis. La falta de preocupación e interés por preservarlo pareció desvanecerse poco a poco durante el reinado de Isabel. Es probable que este despertar lo forzaran tres cuestiones coetáneas: la primera, el declive continuo y el serio riesgo en el que se encontraban los monumentos; la segunda, España como el destino de viajeros europeos que consideraban el sur como un Oriente Medio seguro y de cuyo escaparate los locales podían percibir riqueza; y la tercera, el expolio sufrido por la invasión napoleónica. Tres bofetones de realidad por los que los españoles podían empezar a funcionar. Siendo así, en 1844, el general Narváez declara el primer monumento nacional de España: La catedral de León, cuya cúpula iba a precipitarse y comprometer la estabilidad del conjunto. Reconocer y rescatar algunos lugares privilegiados de la historia es una herramienta para salvaguardarlos.  

 La arqueología y el pasado histórico de España estaban teniendo más relevancia y consciencia social, hasta el punto de que la misma reina en 1867 inaugura el Museo Arqueológico Nacional, con el fin de tener un lugar en el que recopilar todos los bienes arqueológicos milenarios y poder visionar en un mismo espacio el legado de las distintas civilizaciones. Este lugar no pertenece al enclave que ocupa actual en el Paseo de Recoletos, cuyas obras empezarían en 1866 y estaría destinado como Palacio de la Biblioteca y Museos Nacionales, incluyendo en este macro-complejo la Biblioteca Nacional, el Museo del Prado (entonces Museo de la Trinidad) y el Museo Arqueológico Nacional. El lugar original en el que fueron acomodadas las colecciones del Real Gabinete de Historia Natural, las medallas y antigüedades de la Biblioteca Nacional y los restos arqueológicos de la Escuela Superior de Diplomática y la Real Academia de la Historia fue el Casino de la Reina, una casa de recreo que el ayuntamiento de Madrid había regalado a la reina Isabel de Braganza sito en la glorieta y portillo de Embajadores. 

Consecuencia del incendio del 15 de septiembre de 1890 en la Torre de Comares de la Alhambra

El Teatro Real. El teatro de la reina

El día de su decimonoveno cumpleaños, la reina había mandado preparar una sala dentro de Palacio destinada a la ópera. Las obras del viejo teatro de la plaza de Oriente estaban retrasándose debido a la falta de consenso en la financiación por parte del gobierno y a la humedad del lugar. La reina era una apasionada de la música. Su madre, la regente María Cristina, era la precursora del Conservatorio de Música. Se preocupó de que sus hijas tuvieran enseñanzas musicales dentro de palacio, especialmente de canto y de piano. Ambas hermanas incubaron este amor a la música e Isabel especialmente a la ópera. De tal forma que una vez incluso despachó a uno de sus ministros cantando. Se puso firme en cuanto a las obras y mandó que se terminaran, siendo el Teatro Real de Madrid su barco insignia. El éxito codició los espectáculos, siendo muy demandados entre el público madrileño. La reina allí vivió episodios de todo tipo. Desde el ministerio relámpago del conde de Cleonard (cuya presidencia en el gobierno duró un día, el del 19 de octubre de 1849) hasta incluso el comunicado de que su hijo el rey Alfonso XII acababa de morir. 

La reina conoció a todas las grandes sopranos, barítonos, directores de orquesta y músicos, sobresaliendo los famosos Niccolo Paganini y Franz Liszt. La pieza con la que estrenó aquellos diecinueve años fue la "Ildegonda" de Arrieta, músico que se convertiría en un gran amigo y a quien le dedicaría varias composiciones para que ella misma pudiera interpretarlas. En el palacio real existe una colección de partituras originales de Beethoven, Bellini, Donizetti, Verdi o Brahms. Su tío y suegro Francisco de Paula de Borbón era un gran barítono y tenía una de las bibliotecas musicales más grandes del país. Así como su hijo y esposo de la reina, D. Francisco de Asís, era un destacado pianista. 

Interior del Teatro Real de Madrid actualmente 

El divino joyero 

Una de las llamativas aportaciones que la reina Isabel II llevó a cabo durante todo su reinado estuvo muy ligado con su devoción. La fe de la católica soberana proveyó de un gran número de obsequios a las imágenes de la virgen y sus advocaciones bajo patronazgo de toda España. Parte de su joyero lo repartió para las coronas de muchas de ellas. Así como los mantos bordados que actualmente usan en festividades y ocasiones solemnes. De esta forma se reforzaba la unión personal entre la soberana y el culto a la virgen María. Una larga lista confecciona el número de piezas a lo ancho y largo del país. La virgen de Atocha atesora un manto cuajado en castillos y leones bordados en oro, así como dos coronas, rastrillo y halo con diamantes y topacios del Brasil; un manto a la granadina virgen de las Angustias, a la histórica y venerada virgen de la Cabeza de Andújar; a la virgen de las Huertas de Lorca; a la virgen del Carmen de Caravaca; a la virgen de las Llanos de Albacete; incluso una joya en forma de lágrima para la virgen de África en Ceuta. Pero sin lugar a dudas dentro de todos estos presentes, los más emblemáticos serían los aportados a la citada virgen de Atocha, la devoción a la virgen de los Reyes de Sevilla a la que obsequió con varios mantos y la corona de la virgen del Pilar a partir de varias joyas de la reina. 

Este discreto tesoro custodiado en altares y camarines es también parte del patrimonio que pone de relieve la labor de bordadores y orfebres para subrayar la relación de la feligresía con la divinidad: el primer museo al que asiste el público con respeto y admiración es la iglesia. Isabel II, cuyo nombre y rango lo había ocupado previamente la defensora de la fe y la unidad, tenía que responder ante una figura histórica y simbólica de fuerte calado que aún cuatrocientos años después de su muerte seguía siendo un referente en España y en la cristiandad. 

Corona de la Virgen del Pilar 


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San Juan y sus otredades

10:15 Fran Ibáñez Gea 0 Comments





In memoriam

En mí, que siempre he sido un humano de secano, nunca se ha cultivado la costumbre de celebrar San Juan a la negrura del mar. En el día previo se pregonaba la noche más mágica, compitiendo con la epifanía, y al siguiente las playas sembradas de plásticos y residuos. Lo más probable es que esa sea una máxima en nosotros: las buenas intenciones concluyen en resultados desperfectos.

En la etapa universitaria, muchos de mis buenos, y todavía buenos, amigos eran de costa. Para cuando llegaba esta fecha ya había un operativo declarado para que todo fuera quirúrgicamente correcto. Con el mismo ímpetu que un almonteño al saltar la reja, una cita ineludible a la que invitaban al resto de los allí deambulantes, pues la razón de ser de esta magia era echar un buen rato en amistad y compañía. Por un examen o por otro, terminé por no ir jamás. En el Ysabel de Granada, bendita siempre sea, los mundanos nos quedábamos desiertos y el colegio mayor cogía durante esa tarde de desbandada hasta el regreso una atmósfera cartuja envolvente. Aquel patio acuartelado por los magnolios era presidido por una fuente. Por muchos esfuerzos castellanos, por las venas de la ciudad siempre correrán las aguas nazaritas. Y en aquella alberca con rubor milenario metíamos los pies con los apuntes en la mano. Gente de paz con la misma serenidad que una tribu de sabios. De esto hace ya bastantes años. Hoy todos médicos, profesores, enfermeros, arquitectos y traductores, de título al menos.

Después me mudé a Madrid y huroneando en alguna que otra ocasión en la revista GQ me llamó la atención cómo se lo montaban. Era la puerta grande con la que la villa recibía el verano. Una calle de famoseo y buenrollismo congregado para disculpar a modo de fiesta el no tener la fortuna de haber nacido en el mediterráneo. Había que hacer algo para atraer la suerte litoral y este grupo de genios bajo patrocinio dispusieron una calle como alfombra roja para congregar el famoseo más chic y emergente. Vamos, que era pasar revista a Instagram en 360 grados. En tanto que los cámaras pillaban desprevenidos felices a los asistentes nosotros ya llegábamos tarde. Mas estaba el punto de cocción ya cogido al escenario y todo seguía latiendo hasta el final. La última vez, el año pasado, precovid, fui con Rebe y Fran, para el vulgo ysabelino, Muchapi y Kissme. Arrasando, como aquel que dice, todas las tiendas se convertían en una experiencia, con sus propios djs y sus mojitos servidos. Quizás el kilómetro cuadrado con más photocalls de toda Europa. Fue una noche inolvidable. Una despedida. Madrid lo dejaría en diez días y ya tenía un futuro incierto cosido a pespuntes. Alguien de mi familia me llamó para decirme que mi gato, 16, había muerto. No sé si fue el alcohol o la emoción de no haberme podido despedir lo que hizo que la sal de aquel agua de San Juan la pusieran mis lágrimas.

Pero Kissme se lanzó a por tres gintonics, con más garbo que Mufasa, y brindamos en medio de desconocidos a la salud del santo felino. Rosalía le hacía de réquiem con su malamente. Seguimos bailando y disfrutando como Cenicienta. Mis mosqueteros tenían horario de oficina así que se disolvieron con obediencia las estrellas. Este covid-año hubiera subido a Madrid sólo por celebrarlo otra vez, lejos de la arena y de las cenizas. No sé si San Juan tendrá magia, pero sí es cierto que no todos los fuegos que se saltan tienen llamas.


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Bandos y martirios

10:28 Fran Ibáñez Gea 0 Comments





La memoria histórica se ha convertido en una justicia poética. Los que tenemos la vista puesta en la historia como maestra a la que consultar nuestro presente, no nos cabe duda de lo reveladora que es cuando asalta la duda y la confusión generada por quienes vierten sus emociones en nostalgias encaladas.  

La guerra civil española parece ser la madre de todas las guerras batidas entre hermanos. Una espada atravesada entre el pecho y la espalda que borbota la sangre ardiente en un reguero de acequia por los campos de España. Y un sol hirviendo los putrefactos cadáveres apilados en cunetas al abrigo de hierbajos desordenados.

Así prendieron en ambos bandos, a cada cual más inocente, pero, en cualquier caso, todos hijos de un mismo padre, esposados a la idea de un país más libre y más decente. De esta manera apresaron a José Antonio en Alicante y lo mataron, más si cabe con la oportunidad brindada de haberse podido salvar a cambio de un puñado de hombres republicanos. En el otro bando arrestaron a Federico, que sin juicio ni trato que lo absolviera, fue fusilado en el albor de la madrugada, sin que diera tiempo a que sus amigos falangistas pudieran salvarlo.

Después llegó la posguerra. Las reglas eran claras como el agua. España era un país de vencedores y vencidos, y su tratamiento sería el que le correspondiera. Aquellos que venían de los cuarteles acuartelaron el país y lo hicieron a su imagen y semejanza. Una libertad contra las armas.  Federico yacía anónimo aún, en alguna fosa junto con otros que custodiarían una bala en sus entrañas para siempre. Quisieron censurarlo, restarle fuerza a un torrente implacable. Sus lectores, sus amigos y familia, todo el mundo supo del guernika del arte que fue su asesinato. Una vela encendida en cada verso pronunciado, pues si murió de noche en la plenitud de un campo desnudo de amapolas fue para que lo bañaran de gloria las estrellas.

De José Antonio, sus amigos y seguidores de camisa azul rescataron su cadáver. Una procesión a pie llevó el sepulcro de su líder por los caminos de Castilla hasta llegar a Madrid. Cincuenta días de travesía y peregrinaje para rendir honor al fundador de Falange. Lo enterraron en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, en la misma cripta donde reposan los restos de los Reyes de España. Allí estuvo José Antonio, hasta que fue construido otro faraónico monumento, la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos a modo de altar titánico, al que fueron trasladados los restos, donde descansan hoy, y donde fue sepultado con honores décadas después el que se negó a salvar a uno y el que mandó asesinar al otro.

Dos hombres que corrieron la desgracia de la guerra. Con la ancha diferencia que mientras para uno, durante cuarenta años se infundó la idea de héroe y mártir patrio a Primo de Rivera, para otro, en paradero desconocido, una corona de flores es colocada en un barranco en agosto, a la suerte de que en alguna parte, bajo aquella tierra árida y seca de retamas, se diera el sueño eterno de García Lorca. La justicia no exige de olvidos, en ella va por delante la memoria. 

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La cultura es matriarcado

12:31 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



En época de flaqueza y debilidad, la salvaguarda de apostar por los elementos que nos protejan y aseguren toda calidad de vida es un gesto de inmediata intuición. Así sea que sorprende cómo algo tan elemental a nuestra esencia, fragua de identidad y polvo benévolo, que al igual que en Pompeya, nos envuelve y manifiesta una carcasa de hábitos y costumbres, se ha marginado lo más fundamental de participar en el arca de Noé que los gobiernos han creado contra el covid-19.

Hablamos de la cultura. Madre y maestra de la civilización. Por ella existe tanto el cielo como su negación. Las bellas artes y el buen comer. Incluso el andar de pie. Es un suspiro arrojado a la calma, de vernos por fuera cómo somos verdaderamente por dentro. No es ninguna insensatez reivindicar que alguien salga a su auxilio, pues junto con la naturaleza, conforma un matrimonio único que nos sostiene. Demostramos ser unos hijos desagradecidos cuando perdemos consciencia de que sin este matriarcado no somos más que un número desplazado en un mundo irrelevante. Un nihilismo angosto e insufrible.

Cuando a Galileo se le atribuyó el espetar aquella genialidad entre vacilaciones 'eppur si muove' o la interjección de Arquímedes 'eureka' la cultura brindó luz al mundo. La misma que sonaba en la caída del muro de berlín en la interpretación que Rostropovich hizo de Bach o el entonado Bella Ciao como aliento fraternal contra el fascismo. Entre ellos, Platón ilustraba entre banquetes y cavernas ensombrecidas, Cervantes se acogía a un hidalgo caballero para retratar, en difícil gesta, el temperamento hispano o Santa Teresa que vivía sin vivir en sí, contestando al ser o no ser hamletiano. Una duda metódica cartesiana, que fuera adelantada por Avicena o Agustín de Hipona, para resumir que sin el pensamiento no existe creación, no existe vida. ¿Entonces para qué luchamos? Se preguntaba Churchill, cuando le comentaban por la importancia de la cultura ¿Acaso valía la pena responder al bombardeo de Londres, a la invasión de París, al holocausto? La daga del nazismo fue asestada para la cultura, inequívocamente. Las vidas cobradas era por cada uno de los representantes que la conforman, todos nosotros, herederos y usuarios, portadores y custodios.

¿Qué diferencia la pérdida de la biblioteca de Alejandría, con el incendio de Notre Dame o la destrucción de Palmira? Nada. A lo largo del tiempo la amenaza siempre ha caído sobre el conocimiento. La sabiduría como enemigo de la necedad. Es nuestro deber ser defensores de una cultura responsable, comprometida y rigurosa. La historia no es una anécdota del pasado, sino una lección consciente con un valor incalculable. El cine, la literatura y las bellas artes la reinventan, la acogen y la exponen desde distintas perspectivas para ofrecer una pluralidad disciplinar de lo que somos. Se someten a crítica, tienen audiencia, son la flor del esfuerzo. La humanidad necesita de humanismo para entenderse, para seguir adelante y sobre todo, para conseguir la confianza de creer que todo lo que haga tiene sentido.


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Lugares con historia: Hospital Real de la Caridad

9:28 Fran Ibáñez Gea 1 Comments




Los museos son las instituciones en las que más confianza deposita la sociedad. Su valor divulgativo, de servicio público, conservación y restauración del patrimonio, los convierten en centros referentes donde se apuesta por la cultura y el impacto que ésta pueda causar para beneficio de la sociedad a la que se acerca. 

Muchos son los lugares llenos de historia con los que convivimos y a los que negamos su interpretación. Los olvidamos y relegamos a un uso meramente decorativo de la vía pública, a pesar de su estado ruinoso. Sus fachadas se desmoronan y el interior, que un día estuvo lleno de vivencias, queda relegado a un vacío por donde danzan las palomas. Quizás por medio de la nostalgia o la curiosidad, alguien vuelve a poner su atención en ellos. Es uno de los peores silencios a los que sometemos nuestra historia. De este padecimiento no se libraba tampoco el Hospital Real de la Caridad de Guadix, un insigne enclave que ha prestado servicio a la ciudad desde la reconquista

Esta institución fue fundada por los Reyes Católicos, sirvió para alimentar a pobres y hambrientos, así como cuidar enfermos y hospedar transeúntes. Servía de paritorio y también de orfanato. Toda vida nacía y moría entre sus paredes. Más tarde, su demanda obligó a trasladar la sede al lugar donde hoy se encuentra el Museo del Hospital Real de la Caridad, el Colegio Jesuita de San Torcuato. El edificio tiene unas peculiaridades que lo hacen único para la ciudad y a la vez es mismamente el ejemplo de lo que la ciudad fue. Se construyó sobre los restos romanos del antiguo pósito. La Guadix romana, la Julia Gemella Acci, nudo de la vía Augusta, es un gran asentamiento a cuyos ciudadanos se le otorgó los mismos privilegios como si de la misma Roma se tratase. Con la rehabilitación del edificio, este espacio arqueológico se integró de una forma muy satisfactoria, pudiendo evidenciar este guiño de la historia. 

Por otra parte, en la iglesia que forma parte del complejo arquitectónico, de cruz griega, se construyó la primera bóveda en este tipo de edificios de la ciudad. Hasta entonces todas habían presentado un aspecto de nave con artesonado mudejar, a excepción de la catedral que aún seguía en construcción por aquel entonces. Así mismo, aun habiendo sido San Torcuato el fundador de la primera diócesis en la península y nombrado patrón de Guadix, no se había hecho un templo en la propia ciudad a su advocación hasta la llegada de los jesuitas. 

En esta nueva sede el hospital continuó en funcionamiento hasta los años ochenta del siglo xx, cuando ante las necesidades de crear un espacio más acondicionado a las últimas tecnologías, se inaugura en la ciudad un centro de salud más actualizado a las demandas de los usuarios. Entonces el edificio cerró y las monjas de la Caridad dejaron de ejercer el encomiable servicio que habían prestado para los accitanos y accitanas. Treinta años después, el Hospital Real de la Caridad abre sus instalaciones con la adaptación musealizada de algunas de sus salas, con el fin de dar testimonio de la función que tuvo y de lo que supuso su presencia durante los siglos que se mantuvo en activo. 

Sus curiosidades, particularidades y demás anécdotas pueden verse en este espacio, que no sólo custodia con orgullo su pasado, sino que su renovada vocación de Centro Cultural Abierto presenta nuevos retos y aportaciones para el futuro. 




Hospital Real de la Caridad

C/ Hospital 8
Guadix, Granada

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Sevilla

16:10 Fran Ibáñez Gea 0 Comments




Sevilla es la ciudad donde palpita el corazón de España. Ella en sí es un piropo. Su galantería corteja a cualquiera que ponga pie en sus adoquines. Es una callejuela con azahar en su vuelo; una tarde taurina sobre el albero. Una calesa que lleva a la flamenca en abril a los Remedios. Tiene un lenguaje y estilo propio. Bendecida por todas las artes habidas, Sevilla es un verso que hila el cielo con la tierra. Un Murillo y un Velázquez. Santa Justa y Santa Rufina. Antonio y Manuel Machado. Los Bécquer y los Álvarez Quintero. Una saga de hijos que esparcen al mundo la semilla de la maravilla que puede ser la lluvia en Sevilla. 

Capitaneando Andalucía, hay cuatro puntales de los que uno no puede prescindir cuando se acerque a verla: 

La Giralda. La catedral gótica hermana las dos grandes culturas de la historia hispana: musulmana y cristiana. La torre, con su giraldillo a la cabeza, llegó a ser la construcción más alta en España. La belleza de su arquitectura sirvió de inspiración para que la Giralda tuviera una prima en Kansas City y otra en el antiguo Madison Square Garden de Nueva York. En Carmona también hay un campanario que se asimila a su peculiar morfología. En tierra, la catedral de Santa María de la Sede custodia los restos de insignes personajes como San Fernando, Alfonso X el Sabio o Cristobal Colón. Es el monumento más emblemático de la ciudad, al igual que sus vecinos Reales Alcázares, que ponen de manifiesto la importancia que este bastión tuvo durante los siglos habitados por los árabes. 

Plaza España. El recinto monumental de la plaza de España en Sevilla fue mandado hacer por Alfonso XIII para la Exposición Iberoamericana de 1929. Medida hasta el último detalle, sus azulejos llenan de esplendor este lugar en el corazón del Parque de María Luisa. Un pulmón de vida donde confluyen las tendencias más actuales con música tradicional. Entre Plaza España y la Catedral hay algunos importantes monumentos como el Palacio de San Telmo (la Moncloa andaluza), el histórico hotel Alfonso XIII o la Real Fábrica de Tabacos. 

La Macarena. La Esperanza Macarena es una de las grandes protagonistas de la tan conocida Madrugá sevillana. Su culto es muy extendido y conocido en todo el mundo. La particularidad de la imaginería que enluce esta leyenda viene dada desde su creación, ya que la talla del siglo xvii es anónima y popularmente se conoce que la propia virgen hizo la Esperanza Macarena. 

Por otra parte, las cinco mariquillas que porta al pecho la virgen son un regalo del torero Joselito El Gallo. Traídas desde París a principios de siglo xx, las supuestas esmeraldas tienen un estilo art-nouveau y fueron una de las tantas donaciones que el matador hizo a la imagen. Cuando Joselito murió en la plaza de Talavera de la Reina, por primera vez vistieron de riguroso luto a la Macarena, en contra de algunas opiniones como las del mismo arzobispo de Sevilla. Cuando se instaura la II República y hay un brote de anticlericalismo, muchos conventos de la ciudad fueron incendiados. El párroco de San Gil, refugió la imagen de la virgen en la tumba del torero, dado que si él se había encomendado tantas veces a la Macarena en la plaza durante su vida, ahora en la muerte fuera él quien pudiera protegerla. El único que sabía esta noticia de la desaparición y paradero de la imagen, por si al párroco le sucedía algo, era su cuñado Ignacio Sánchez Mejías. 

Triana. Es uno de los barrios más famosos y populares de Sevilla. Separado del centro por el Guadalquivir, el puente de Isabel II es uno de los enclaves más afortunados con unas vistas espectaculares de la ciudad. El atardecer es el momento idóneo donde poder apreciar sobre el propio río Gualdaquivir la Torre del Oro, la Maestranza y la Giralda en una orilla, y la personal y entrañable calle Betis que regenta la vereda trianera del río. Pasear por las calles de Triana te conduce a las entrañas de la misma Sevilla. 

Es una ciudad con una fuerte personalidad, llena de leyendas y de monumentalidad. Los vikingos la asolaron en cuatro horas. Para entonces estaban recién instalados los moros, pero la Giralda aún no había tocado el cielo. Siglos después su luz y el color albero dominan el embrujo sevillano. 

Y tiene además Sevilla, y no de mentirijilla, una gracia y un seseo, 
una juerga y un jaleo, y un olé que es de Sevilla. 


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El sueño de la razón

11:02 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



A D. Francisco de Goya y Lucientes se le reconoce su grandeza por la vigencia de su obra. Por la capacidad de sobreponerse al estilo de su época para plasmar la agonía que le rondaba. Tuvo el acierto de retratar con la misma verdad a la familia real como a sus propios miedos. La ilustración en la que creció anteponía la razón al misticismo y devoción que consumía España en analfabetismo. Ante el abuso e insistencia de la lógica, despiertan las sombras que permanecen inherentes a la locura, que emanan de la oscuridad del alma y que visten de crueldad la realidad esquilmada. 

Comprometido como un corresponsal de guerra, empieza a empaparse del día a día de cainísmo y venganza que derrota a la humanidad. No existe misericordia entre los garrotazos. Excesos y violaciones que empobrecen. Esta rutina de desgaste moral decepciona y enferma al pintor, el cual, tres años antes de su muerte escribe una carta a su amigo Joaquín María Ferrer diciendo: "Agradézcame usted mucho estas malas letras, porque ni vista, ni pulso, ni pluma, ni tintero, todo me falta y sólo la voluntad me sobra". Es la voluntad la salvación artística de Goya, que no se pierde cuando no hay orden, sino que él sigue el dictamen de su creación. 

Goya se había envenenado con la preparación durante años del blanco albayalde con el que pintó tanto en su primera etapa. Rico en plomo, este compuesto inhalado en el proceso de majado conllevó a asentarlo en su sordera y delirio. Esto lo hizo adoptar una sensibilidad mayor, yendo más allá de lo físico, de lo carnal. Era el aura y la atmósfera. El temor y la pena. La prisión y la condena. Criticó la indolencia, la vejación con la vejez y la insultante opresión hacia las mujeres. En sus dibujos acompañó frases afiladas que punzaban en la conciencia. Ingenió pintura y literatura para hacer del arte un vehículo que pudiera hacer reflexionar a sus coetáneos. Él era la fábula, en un instante, con todas sus criaturas.

En 1815, aun habiendo pasado la depuración de Fernando VII, el rey lo jubila y lo sustituye por Vicente López. Éste revés sacudió en tormento las esperanzas de Goya por conquistar la corte, como lo había hecho con Carlos IV. Recluido en la nueva Quinta del Sordo, hace un ejercicio íntimo de pintar frescos de la propia finca por expiar o materializar sus miedos y perturbaciones. Justo a la entrada, en el recibidor, pintó a Doña Leocadia Zorrilla con mantilla, una mujer meditando enlutada sobre la muerte. Ausente, sin carácter en el rostro, pareciera un ánima que señala y augura la presencia inexcusable de la parca. Una espera fiel y constante. Un destino consciente para el maestro por su abandono y vejez para el que sólo el tiempo sería árbitro de sus últimos momentos. Cuando todo estaba hecho, las pinturas negras cobran vida. 

La segunda pintura negra es Saturno devorando a su hijo. Nace el expresionismo. Goya va más allá de toda representación. Reina el hecho, la acción. El poder ha consumido sus hijos, un mensaje político. No es algo casual. Hay una intención. Saturno con alevosía y premeditación actúa. Y todo este miedo, esta sensación amedrantada de ser castigados se ve en el resto de frescos como El Aquelarre en los que la población se reúne pavorosa enfrente del mismo mal. En cada sala del palacete existe una presencia retratada por Goya. Vigilado por sus pesadillas hasta que se exiliase a Burdeos. La razón que tanto se invocaba, idolatraba y perseguía dónde está. Dónde quedó la salvación. En la ausencia de la luz, todas las bestias impacientes salen de sus cavernas e imperan. El sueño de la razón produce monstruos. 



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Jaén

12:45 Fran Ibáñez Gea 1 Comments



Entre castillos y olivos se asienta Jaén. Una tierra que sin costa, se ve envuelta en un mar centenario. Peinado por el aire, sus olas braman dominando colinas y cerros escarpados. Un paisaje único que cosecha el mismo oro de sus olivares. 

Acontecen aquí grandes batallas que marcaron el devenir de los tiempos. Las Navas de Tolosa (1212) abren paso el valle del Guadalquivir a las tropas cristianas. Al poco, San Fernando entraría en la capital y el reino de Jaén, con sus fortalezas y castillos serían una importante frontera con el reino de Granada. La Batalla de Bailén (1808) enfrenta las tropas francesas del general Dupont con las de resistencia del general Castaños. El punto de inflexión que comprometería a Napoleón en su ocupación. Por tanto, y sin duda alguna, esta es una ciudad con abundante historia para consigo y el resto de España. 

Hoy sólo queda sombra de aquel gran esplendor que se custodia con recelo en la catedral de Andrés de Vandelvira. Un penacho que se alza sobre la masa contagiada en el poco aprecio al exquisito gusto que tanto honor hizo el renacimiento. La falta de respeto y protección a sus espacios se extiende al casco histórico, salvándose un puñado de esquinas que tienen por obligación ser lo que fueron. Iglesias y palacios tienden a seguir guardando una imagen fiel de sí mismos. Aunque sus barrios ya emprendieron un camino por actualizarse sin contexto.

En cuatro apuntes se descubre la realidad mágica que se puede ver en la ciudad de Jaén: 

La Catedral. Obra original de Andrés de Vandelvira, sella su estilo en la Sacristía y Sala Capitular. Su fachada barroca presidida por Fernando III, el Santo, sus capillas interiores y el coro son un conjunto artístico de excelente calidad. En este templo dedicado a la Asunción de la Virgen, se encuentra el santo rostro o santa faz, una tablilla-reliquia que plasma el considerado como rostro auténtico de Jesucristo cuando la Verónica le secó en el Calvario sus lágrimas. Este edificio es referencia y símbolo junto con el castillo de Santa Catalina, fortaleza árabe que hermana las dos culturas que durante el pasado milenio han convivido en la ciudad. 

Los Baños Árabes de Jaén son los mejores conservados de toda Europa. Ubicados en la parte baja del Palacio de Villardompardo, este espacio está dedicado a fines museísticos en los que se encuentra este recóndito emplazamiento de la historia, residente de silencio y retiro. De grandes dimensiones, estos baños continúan siendo notarios del esplendor musulmán que gobernó la  taifa de Jaén en la edad media. En el barrio de la Magdalena también se encuentran numerosas iglesias de gran valor arqueológico y artístico, así como leyendas que conjuran la mística de la ciudad. Entre ellas se encuentra la del Lagarto, una exótica leyenda que consolida la bravura, embrujo y antigüedad de sus gentes. 

La Mella. Los alrededores de Jaén gozan de un valor paisajístico muy interesante. Entre este mar de olivos sobresalen montes y colinas. Una de ellas, coronando la ciudad, es la Mella, un paraje en altura desde donde poder apreciar a vista de mirador el castillo y la catedral. Un refugio que, a golpe de halcón, hermana la geografia de las vecinas localidades de Mancha Real, Úbeda o Baeza.

Sus bares y su gente. Jaén es una tierra que de primeras conquista con el pan con aceite. Y prosigue con un reguero de bares que se derraman por toda la ciudad. Desde San Ildefonso al Parador pasando el Postigo o la Peña Flamenca, la gastronomía jienense es de gran calidad. Y qué mejor combinación que disfrutarla con amigos. La gente de Jaén ha cautivado a este trotamundos de las artes, todos los buenos con los que me reuní y coincidí en Madrid se volvieron familia. No hubiera pensado en darme la oportunidad de descubrir esta ciudad si no fuera por ellos.




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