Arte urbano sin protección

7:56 Fran Ibáñez Gea 0 Comments

Banksy


¿Por qué necesita el arte ser protegido? Bien, a la salida de una visita al museo del Prado, Jean Cocteau y Salvador Dalí se encontraron con un grupo de periodistas. Éstos le preguntaron que, en caso de incendiarse la pinacoteca, qué salvarían. Cocteau respondió el fuego. Atónitos, tuvieron servidos el surrealismo en bandeja. Dalí respondió que el aire, y más concretamente el aire contenido en las Meninas de Velázquez, que es el aire con mayor calidad de la historia del arte. 

No se equivocaba. Puesto que la pintura no es una simple representación pictórica, sino que si su fin no es evocador, irruptor o reflexivo, resulta únicamente un decorado. Un añadido estético para acompañar la estancia. No hay cuadro en el Museo del Prado que no tenga autoridad para escupir al público una verdad a la cara. Una razón de ser. Las obras maestras no lo son sólo por su destreza. Lo son por el mensaje. El código visual que hilan para expresar conceptos y realidades con los pinceles. 

Hemos consagrado la pintura como una de las grandes damas del arte, pero en cambio existen discrepancias en su tratamiento. Escribí hace un par de años un artículo sobre mi experiencia en el Museo Abstracto Español de la Fundación Mars en Cuenca. En resumidas cuentas, allí un señor exigía ver figuración. En su imaginario no toleraba asumir que un museo de arte no tuviera "cosas bonitas". Las manchas, las masas, las irregularidades eran algo obsceno, indecoroso. Se arrojaban sobre la indecencia. En cambio, allí estábamos los tres: el señor, el cuadro (la Briggite Bardot de Antonio Saura) y yo. Está claro que el prejuicio canónico que traía de casa no lo hizo poder disfrutar de la reflexión que le ofrecieron. Un amigo afirmaba con rotundidad que a quien tenía el ojo educado a Murillo le costaba entender ver a Picasso

Y si eso ocurre sobre lienzo, nos podemos imaginar la marginación que sufren otros formatos. Ya es caduca la idea academicista de la veneración al santo óleo. Acuarela, acrílico, temple o gouache han ido efervesciendo y formando parte de obras muy destacadas. Todas ellas en cambio siguen teniendo como soporte el papel ¿Qué ocurre cuando la pintura se traslada al soporte pared? Pues, yendo los veinte mil años de Altamira por delante, que tenemos frescos tan insuperables como los de la capilla Sixtina de Miguel Ángel, o tan esenciales como las Pinturas Negras de Goya, originalmente pintadas sobre los muros de la Quinta del Sordo. E incluso dentro de este grupo nos encontramos con el miembro rebelde: el graffiti. 

La irrupción de este tipo de arte en el escenario público ya encabeza dos cosas: la accesibilidad de la cultura a un público a gran escala sin diferenciación. Y la recuperación de espacios imperceptibles, junto a la consiguiente invitación a reflexionar sobre la transformación que puede experimentar el paisaje. El lugar crea conciencia de sí mismo. El vandalismo que enmascara este tipo de actuación se desvanece cuando la obra contribuye al espacio al que se dirige. ¿En qué momento se pensó que el arte de galería es el único que puede tener valor y el de la calle no? Los galeristas salen a la calle para atraer a artistas tan renombrados como Keith Haring, Shepard Fairey o Banksy. 

La idea marcada a fuego de que el graffiti es un nombre a spray con una fuente a veces ilegible es parte del concepto clásico de su origen. Su desarrollo, mucho más plural, ha florecido espacios de grandes magnitudes en bloques visuales tan atrayentes como cualquier cuadro de Rubens o Tintoretto. No se puede entender la ciudad misma de Sao Paulo o Berlín sin este tipo de arte. Los movimientos sociales, las conquistas de derechos civiles, las reivindicaciones y manifestaciones están impresas en muros y fachadas. Es la huella de la batalla. La memoria de lo que el pueblo hace. Mientras los graffiteros son perseguidos por la administración y sancionados, se crean rutas turísticas por Madrid, Barcelona o Londres para ver las mejores muestras de su producción. Se peregrina hasta estos sitios buscando esa "ilegalidad", que no es otra cosa peligrosa que aportación de color a una pared. Localidades de la España olvidada han tomado el graffiti como bandera y se han postulado como sus defensores: Vícar (Almería) y Fanzara (Castellón) son buenos ejemplos de esta oleada de frescor y sensatez. 

Por favor, ayuntamientos ¿no creen ustedes que es mayor peligro para la vía pública aquellos que no usan mascarilla en plena pandemia o que dejan las mierdas de su perro sin recoger? Jubilen la catetez y abracen el arte. No juzguen los graffitis y mucho menos los destruyan. No es cuestión de gustar, es cuestión de entender. 

 


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