Jaén

12:45 Fran Ibáñez Gea 1 Comments



Entre castillos y olivos se asienta Jaén. Una tierra que sin costa, se ve envuelta en un mar centenario. Peinado por el aire, sus olas braman dominando colinas y cerros escarpados. Un paisaje único que cosecha el mismo oro de sus olivares. 

Acontecen aquí grandes batallas que marcaron el devenir de los tiempos. Las Navas de Tolosa (1212) abren paso el valle del Guadalquivir a las tropas cristianas. Al poco, San Fernando entraría en la capital y el reino de Jaén, con sus fortalezas y castillos serían una importante frontera con el reino de Granada. La Batalla de Bailén (1808) enfrenta las tropas francesas del general Dupont con las de resistencia del general Castaños. El punto de inflexión que comprometería a Napoleón en su ocupación. Por tanto, y sin duda alguna, esta es una ciudad con abundante historia para consigo y el resto de España. 

Hoy sólo queda sombra de aquel gran esplendor que se custodia con recelo en la catedral de Andrés de Vandelvira. Un penacho que se alza sobre la masa contagiada en el poco aprecio al exquisito gusto que tanto honor hizo el renacimiento. La falta de respeto y protección a sus espacios se extiende al casco histórico, salvándose un puñado de esquinas que tienen por obligación ser lo que fueron. Iglesias y palacios tienden a seguir guardando una imagen fiel de sí mismos. Aunque sus barrios ya emprendieron un camino por actualizarse sin contexto.

En cuatro apuntes se descubre la realidad mágica que se puede ver en la ciudad de Jaén: 

La Catedral. Obra original de Andrés de Vandelvira, sella su estilo en la Sacristía y Sala Capitular. Su fachada barroca presidida por Fernando III, el Santo, sus capillas interiores y el coro son un conjunto artístico de excelente calidad. En este templo dedicado a la Asunción de la Virgen, se encuentra el santo rostro o santa faz, una tablilla-reliquia que plasma el considerado como rostro auténtico de Jesucristo cuando la Verónica le secó en el Calvario sus lágrimas. Este edificio es referencia y símbolo junto con el castillo de Santa Catalina, fortaleza árabe que hermana las dos culturas que durante el pasado milenio han convivido en la ciudad. 

Los Baños Árabes de Jaén son los mejores conservados de toda Europa. Ubicados en la parte baja del Palacio de Villardompardo, este espacio está dedicado a fines museísticos en los que se encuentra este recóndito emplazamiento de la historia, residente de silencio y retiro. De grandes dimensiones, estos baños continúan siendo notarios del esplendor musulmán que gobernó la  taifa de Jaén en la edad media. En el barrio de la Magdalena también se encuentran numerosas iglesias de gran valor arqueológico y artístico, así como leyendas que conjuran la mística de la ciudad. Entre ellas se encuentra la del Lagarto, una exótica leyenda que consolida la bravura, embrujo y antigüedad de sus gentes. 

La Mella. Los alrededores de Jaén gozan de un valor paisajístico muy interesante. Entre este mar de olivos sobresalen montes y colinas. Una de ellas, coronando la ciudad, es la Mella, un paraje en altura desde donde poder apreciar a vista de mirador el castillo y la catedral. Un refugio que, a golpe de halcón, hermana la geografia de las vecinas localidades de Mancha Real, Úbeda o Baeza.

Sus bares y su gente. Jaén es una tierra que de primeras conquista con el pan con aceite. Y prosigue con un reguero de bares que se derraman por toda la ciudad. Desde San Ildefonso al Parador pasando el Postigo o la Peña Flamenca, la gastronomía jienense es de gran calidad. Y qué mejor combinación que disfrutarla con amigos. La gente de Jaén ha cautivado a este trotamundos de las artes, todos los buenos con los que me reuní y coincidí en Madrid se volvieron familia. No hubiera pensado en darme la oportunidad de descubrir esta ciudad si no fuera por ellos.




1 comentario:

  1. Inmejorable resumen de los encantos jiennenses. Muchos dirán que hay poca cosa pero supongo que será porque no son capaces de apreciar su esplendor.
    Pd: te quiero Fran, tienes casa allí cuando quieras❤

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