El relevo de las prioridades

22:25 Fran Ibáñez Gea 1 Comments

 


Hay tres servicios que el privilegiado primer mundo entiende como esenciales. Empezaría la lista el agua corriente, seguida de la luz y, pero no menos importante, el internet. Bajo esa tríada hemos apuntalado nuestra comodidad y bienestar, dando por hecho que estas facilidades, por necesarias, son básicas. No cabe en la memoria recuerdo alguno de aquel tiempo en el que ninguno de los tres existían o eran sinónimo de ostentoso capricho. El hecho de poder encender una lámpara, abrir el grifo o tener wifi nos es tan simplón que ni segundos de reflexión despierta el tener la fortuna de hacerlo. 

No creo que sea necesario extrapolar nuestra empatía saltando hasta una aldea tribal de África en la que ha de ir la mujer enferma y madre de once hijos a recoger agua del arroyo que pasa a dos kilómetros de su chabola, en el cual mean y beben las cabras del vecino. La luz puede llegarse por un candil y el internet es una broma que alguna vez se ha mencionado pero que no se sabe ni cómo se escribe. No, no hace falta llegar a ese punto para alegrarnos de haber nacido en este lado del mundo. Sería tan sencillo como levantarse una mañana y que hayan cortado el agua por obras en la calle además de que se haya ido la luz, internet en consecuencia, por la misma razón. Añadamos el gas natural en esta carencia diablesca. Lo natural sería irse a regañadientes a trabajar y volver a media tarde con todo arreglado. 

Ahora pongamos por caso que esa obra se prolonga y que vivimos ese tiempo sin luz, agua e internet. Depende del mes, puede sobrellevarse de forma más ventajosa que desafortunada. Si pilla en mayo, cuando las temperaturas son agradables y los días largos, entonces tenemos mucho ganado. Pero si por el contrario arrecia en diciembre, con el frío y la luz del día encorsetada, ahí sí tenemos un problema mayor. Nuestras casas están equipadas con estos servicios, por lo que el ducharse y cocinar ya suscitan un profundo conflicto. Habría que volver al antiguo régimen en el que la casa estaría sembrada de velas estratégicas para la iluminación. Los cohabitantes finalmente decidirían reunirse en una misma habitación , por ahorro de cera. Algo habría de servir de hoguera para calentar, y el agua, al menos, tendría que ser embotellada, dado que la ciudad abandonó las fuentes, surtidores, caños o acequias de las que la población se abastecía. 

El ascensor no funcionaría. Los cargadores de móviles y portátiles tampoco, por lo que dejarían de ser usados, a no ser que pudieras cargarlos en un lugar público o en la propia oficia. Pero ¿y si la luz desapareciera en todos sitios? Entendemos que en los hospitales habría generadores y poco a poco el mundo se adaptaría a crear granjas de energía para conectar y recargar nuestros dispositivos, pero hasta entonces ¿a quién le queda teléfono fijo para poder llamarse? Mandaríamos cartas, dejaríamos notas. Leeríamos, compraríamos prensa diaria otra vez. La compra sería la justa necesaria para gastar en un día pues no habría frigorífico, nevera. Tampoco microondas u horno. Los afortunados serían los que aún conserven las bombonas de butano para abrir el hornillo. El mundo digital sobre el que nos sostenemos entraría en un paréntesis de latencia en el que recuperaríamos ágilmente el analogismo de pilas. 

Lo ideal sería contar con lavadero, lacenas, chimeneas e incluso corrales o huerto, por si las moscas. Naturalmente las casas de nuestros días han dejado de estar sometidas a aquellas prioridades. Quizás más fiables que lo que disfrutamos hoy en día. No estaría demás, de cara a un mundo más sostenible y ecológico, poder tener una capacidad híbrida de reciclar costumbres o tradiciones con los medios y eficacia que ahora manejamos. Tener una ciencia más exhaustiva sobre la gestión de nuestros residuos y reducir al mínimo la huella ecológica: sustituir el mar de plásticos por el vidrio o tela. Que la leche, el aceite o la cerveza puedan dispensarse a granel, como el resto de legumbres, fruta o fiambres. 

Sospecho que podemos imponernos a las industrias y exigir una participación activa en esta lucha por la supervivencia en la que se ha convertido el cambio climático. Adecentar nuestros intereses y así evitar que a nuestras prioridades actuales se sume una bombona de oxígeno. Nos muestran que la contaminación es barata y equilibra la economía ¿Es una cuenta rentable? Hace décadas podríamos poner esta pregunta a largo plazo. Ya vamos por el medio. El tiempo nunca corre a favor del quieto. 

1 comentario:

  1. No hay marcha atrás,la ciencia avanza de manera imparable. Atrás quedarán los suministros de agua y luz que hoy conocemos, también el WiFi quedará obsoleto, el ser humanos se relacionara de forma diferente.
    El progreso nunca decaer para eso está la ciencia. Podemos tener velas,candiles pero solo valdrá para el recuerdo
    Avancemos sin miedo,no hay marcha atrás.

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