Pongamos por caso: el certamen de cante jondo

21:51 Fran Ibáñez Gea 0 Comments


 La reina Victoria puso en su testamento que el día de su funeral quería que hubiera más blanco que negro. Ese día nevó. Una bonita casualidad que podría quedarse ahí, sin pensar que las probabilidades de que pasara un 22 de enero en Londres eran abundantes. Cuando explico la guerra civil española, empiezo preguntando ¿Qué hacéis vosotros un 18 de julio?: "Pues en la playa; sin clase." Efectivamente, así fue. Acababan de ser los Sanfermines y la sociedad más pudiente se había asentado en el destino de veraneo. Esto no lo digo yo, lo dijo en una entrevista Aline Griffith, condesa viuda de Romanones y espía estadounidense. El inconveniente de tanta cercanía es que cuando les vuelvo a preguntar sobre cómo empezó la guerra civil me contestan: "Pues estaban de vacaciones..." naturalmente. Saber que la salida de Alfonso XIII tras la proclamación de la II República se negoció en el domicilio de Gregorio Marañón o que Evita Perón ridiculizó y ninguneó a Franco durante la agasajada visita pueden ser datos fuera de expediente, que sin embargo dan color y volumen, incluso olor y proximidad, esquivando las columnas de años que nos distancian. 

Cuanto más pasa el tiempo, más se codifica la historia, y como en un destilador maltrecho se condensan unas gotas turbias de un mar repleto de variopintas percepciones. Eso es lo que llega. El sigilo de algunos escuetos hechos, más leales que fiables, o no, enmarcados con alfileres entre anuarios. Continuamente cae el repique de la revisión. Maltratamos el pasado esbozándolo en un simplón renglón bajo la luz de la moral. Y es que para entender hay que aprender a mirar, como el que se sienta en la última grada de un anfiteatro, y pasar revista a la literatura, al arte y a las crónicas del día que queramos. Los detalles son cosa imprescindible. Los detalles son precisamente los grandes ocultos y olvidados. No entrar en detalles es como ponerse una camisa a ciegas sin saber la talla ni la botonadura: un despojo. 

Para entrar en materia dispondremos de uno de los eventos sociales más importantes del siglo pasado en España. Pongamos por caso: Granada en 1922. Hace cien años, casi. Por estas fechas el Centro Literario, Artístico y Científico estaba confeccionando los remiendos para que fuera posible hacer en la ciudad un acopio de los más grandes flamencos. Un derroche sin precedente que viera la luz para las fiestas del Corpus Christi en el patio de los Aljibes de la Alhambra. Manuel de Falla capitaneó la empresa. Federico García Lorca, su mano derecha. Una carta fue mandada al ayuntamiento para cubrir gastos, firmada por lo más granado de la música, pintura y literatura. Cuando al nombre del Primer Concurso de Cante Jondo de Granada tomó cuerpo se echaron las amarras. Manuel Torre y D. Antonio Chacón, veteranos del ámbito, perfilaron la lista de invitados. No hubo quien quisiera perderse semejante nacimiento. 

Los días para el certamen estaban previstos para el 13 y 14 de junio. No cabía un alfiler. Los telones de Ignacio Zuloaga abrazaban los cantes y toques. Presentes Joaquín Turina, Edgar Neville, los duques de Alba, Ramón Pérez de Ayala, Santiago Rusiñol... se le ocurrió a Ramón Gómez de la Serna dar una conferencia interminable, por la guasa de los aplausos de los asistentes que no lo dejaban continuar (comentaría Isabel García Lorca). De allí salió encumbrado Manolito Caracol, con doce años. Se escuchó a Tomás Pavón, Pepe Cepero y a la espectacular Niña de los Peines. Esta es la versión oficial. 

El valenciano Federico García Sanchís que también estuvo allí, comentaba en un artículo en Nuevo Mundo de 23 junio: "la lluvia, descargando de pronto sobre la fiesta, obligó a la multitud a dispersarse, con que la inacabable fila de coches que aguardaban se desgranó, y de ahí  el resonar de las bocinas como trompas de caza. Y de este modo acababa el famosísimo Concurso". Apostillaba que para mayor inri, ese 13 era martes, seguramente para encanto de Lorca, donde además alumbraba la luna llena al son del embrujo prescrito, que a la estampida como autos-locos cuesta abajo de Gomérez, quedó el arrullo de las fuentes y brisa de junio que despierta el bosque de la Alhambra. Para impresión de Sanchís, añade que no quitó aquel espectáculo de ser algo así como una representación de faraones en teatrito cuando vienen turistas al Palace. "Semeja el cante jondo a un asilo de ancianos desvalidos y de huérfanos", por aquello de que titanes del arte y los volantes alternaban con caras frescas como la del propio Caracol o un jovencísimo Miguelito de Molina, que despuntaría años después con coplas a la altura de la Bien Pagá, Triniá u Ojos Verdes. 



"Enorme el éxito de taquilla. Ni una localidad desocupada. Y era un público disciplinado y culto, y en el que dominaban las mujeres, muchas vistiendo trajes de 1830, y otras con pañolones antiguos, y todas con esa gallardía que es el privilegio de las granadinas." Sentenciaba el corresponsal, quien tuvo el privilegio de poder contar en primera persona la apoteosis que sembró la flamencura más exquisita de España. Es de esta forma, incluyendo perspectivas, la forma fiel de imbuirnos en un episodio pasado. Descodificar, sin pretensión ni prejuicio. Abordar contextos y pensar que dos años antes a este hito, Manuel de Falla había estrenado en París Noches en los Jardines de España, tras ver la luz en Londres su Sombrero de Tres Picos; o un Lorca aún en la Residencia de Estudiantes (quedaba por fraguarse la generación del 27) que había compuesto en su haber por entonces El Maleficio de la Mariposa (1920) o los Poemas del Cante Jondo (1921). 

Creemos que la historia es una losa fría y abandonada. Una sepultura donde conversan los muertos y además, un extenso apartado donde yace todo aquello que nos hizo posible. 

0 comentarios: