La censura de hoy

13:13 Fran Ibáñez Gea 0 Comments






La comunicación es obra fundamental del avance. Compartir ideas, desarrollarlas, aniquilarlas o bendecirlas. En un espectro democrático, la palabra tiene un papel fundamental de expresión. Con ella, se es el peón que trabaja para conseguir adecentar y dignificar la integridad de un hogar común. La comunicación es esencial para el entendimiento. Y su muerte la asesta la censura.

Siempre ha estado la espada de Damocles pendiendo sobre la libertad. Siempre ha sido injuriada, vilipendiada, ultrajada, maniatada. La libertad ha sido enemiga del poder, ha sido la herramienta que avivaba la verdad, que atacaba la injusticia. ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice, nunca se ha de decir lo que se siente? Se preguntaba Quevedo. La inquisición y el franquismo son parte de la carrera de obstáculos, que hoy lidera ‘lo políticamente correcto’. Esa es la mayor farsa y la más despiadada de las mentiras que hoy nos vencen. Es un fuego abierto a todo lo que asalte el buenismo. Embarga la palabra per sé, la camufla, la maquilla y la ensordece. La misma potestad tengo para cagarme en dios como en rezarle un Padre Nuestro. Sin titubeos, sin asombro. El primero retumba por blasfemo, el segundo por beato, y así tintinea el sonajero de la censura. Todo está mal. La herencia del no-señalamiento. De guardar un silencio sucio, que borbotea cotilleos, que tiñe la paz con la discordia del cuchicheo. Eso produce lo políticamente correcto, el órdago de no poder expresarse, de no ser claros. De estar enfermos. Una sociedad que se envalentona a las espaldas, por miedos y prejuicios. Enfrentarlos entre sí, volcando en personales todas las banalidades.

La libertad de expresión se ha empobrecido. La han dilapidado, porque han amortajado a la madre de las libertades, la de pensamiento. La han sepultado con siete candados. La televisión, los medios, las noticias producen y bombardean con inmediatez. No hay momento para pararse a pensar, sólo para ser influenciados por opiniones ajenas. Comenta, comenta y comenta. Opina, opina y opina. Sólo pretenden ver si ya han calado en ti, si ya les estás haciendo caso. Te vigilan. Te persiguen. Ahí quieren tenerte. Malitos de los nervios todos, nos conformamos con llegar a casa, quitarnos los zapatos y tumbarnos al sofá. El resto de las aspiraciones ya llegarán, si crecen. Pagar recibos, lavar el coche, sacar a cagar al perro. La mediocridad es una losa que entierra en vida al que lo permite. Arrastra y ahoga en una rutina vacía de repetir y repetir, lo que opinan los tertulianos comprados, los muertos que resaltan a las tres de la tarde. Para el que coge el mando y pone la misma cadena el mundo tiene más pena que el que sale al parque, se sienta en un banco a comer pipas y mira a las palomas, cómo, inocentes y párvulas, se desentienden de todo, a veces confiadas y atrevidas, con tal de picar cualquier cosa que las sacie. ¡Pan y libertad! Pedían los gitanos, raza noble y sabia donde las haya.

Desaprender y deconstruirse son los primeros pasos para salir de la alienación. Para desmentir la comodidad de un sofá roído al que estamos acostumbrados. Para permitirse probar otros y saber que todas las experiencias condicionan las siguientes. Que pensar libremente exige su expresión para delimitar ideas, para darles forma. El mundo no es gris. No es un nicho, ni una cloaca de ratas corriendo hacia el mismo sitio, aunque en eso lo hayamos convertido. Escapad. Quitaos la aguja sin jeringa de lo ‘políticamente correcto’ que os desangra poco a poco y os adormece. Vulnerables. Pálidos. Esa es la consecuencia. Porque con la voz se podrá hacer ruido, pero sólo sabiendo hablar es como se tiene la palabra.  


Vergüenza es robar y que te pillen

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