Guerrero / Vicente
El arte, sus hijos y hermanos, son todos discípulos del
mismo motivo: la continua búsqueda de expresión que defina por sí solo ese algo
que se halla más allá del lienzo. Que permita sumergirse a golpe de mirada en
las intenciones y emociones del artista. Cada obra es un mar al que admirar y
respetar, y en el que poder comprobar la bravura y calidez de sus aguas. Su
fauna y su espuma. La profundidad que lo baña y la historia que lo regenta.
De esta manera, José Guerrero y Esteban Vicente se reúnen por
vez primera en casa del granadino, un encuentro pos-morten, a pesar de que sus
vidas si en algún momento hicieron amago de cruzarse, sí anduvieron caminos
paralelos. Las trayectorias fueron familiares. Del provincianismo y ruralismo que
los vio crecer (Guerrero en los escolapios. Vicente en los jesuitas) marcharon
a la Real Academia
de Bellas Artes de San Fernando, de allí a París a curiosear las vanguardias
que ya se olfateaban en Madrid. Nueva York, sería el punto de inflexión. De allí
venían sus esposas y allí conseguirían una nueva nacionalidad. En el caso de
Esteban, mayor que Guerrero, la guerra civil le sorprendió en España, fiel a la
república, contribuyó a la causa hasta que se exilió a Estados Unidos donde el embajador,
en aquel entonces Fernando de los Ríos, le hizo vicecónsul de Filadelfia. Un
año fundamental de su carrera es 1950 donde se presenta a la exposición New
Talent (Talent 1950) en la que fue seleccionado. Guerrero llegaría una década
después al país y tomó rápido contacto con la Escuela de Nueva York, en
ebullición, que sirvió de catarsis para el artista. Para ambos, el dedo grácil
de Betty Parsons los catapultó a las esferas artísticas americanas.
La circunferencia la cerraban pintores de la talla de Mark
Rothko, Clifford Still y Barnett Newman. El expresionismo abstracto era uno de
los movimientos imperantes más cotizados. Costó desprenderse de la figuración,
desaprender las formas, sintentizarlas y abreviarlas. Suprimirlas. No se le
pueden poner puertas al campo. Así esta corriente viste en una masa de color el
lienzo, pariendo la experiencia personal que los habían llevado hasta allí.
Vicente, más académico, fue profesor en la universidad de
Puerto Rico. Volvió a España gestada la transición y recibió, entre otras
distinciones, la Medalla
de Oro al Mérito en las Bellas Artes entregada en el Museo del Prado por el rey
Juan Carlos I en 1990. Guerrero también decidió regresar a España. Exponer su última
colección en Granada fue un golpe de realidad. En 1966 conoció a Zóbel y su
cercanía con la generación de El Paso lo llevó a formar parte del Museo de Arte
Abstracto español de la Fundación Juan
March en Cuenca.
Federico García Lorca, su paisano, estuvo presente. Tanto en
Nueva York como a su vuelta, donde fue a Víznar a ver con sus propios ojos la
tumba anónima con la que la indeseable guerra había despedido al poeta
universal. La
Brecha III
(1989) es un retrato al último Federico, al que quitaron la vida y se llevó la
tierra. Un estallido, una voz quebrada. Un campo en verano. Bajo la tutela de
esta exposición, aquellos compañeros desconocidos retoman contactos y se ponen
al día de ese siglo turbulento en el que el pintar fue su única salvación.
Exposición temporal
4 de octubre - 12 de enero
Centro José Guerrero
C/ Oficios 8 - Granada
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