La costa del arte

18:42 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



Más allá del sol y de sus aguas mediterráneas, Málaga es una ciudad que apuesta y fomenta la cultura, custodiando entre sus calles algunos centros de gran valor artístico y haciéndose partícipe en la vanguardia. En las últimas décadas ha sido exponencial el crecimiento en focos donde se honra el arte con una ambición internacional. Pompidou, Thyssen o el museo ruso de San Petersburgo-Málaga son pruebas del inestimable aprecio que la capital malagueña tiene hacia la cultura y la firmeza de la mano tendida a seguir en ese camino.

Testigos de su abolengo son el teatro romano, entre el Pimpi y el Cervantes, y su vecino de arriba, amurallado, la alcazaba y el castillo de Gibralfaro que vigila la que fuera bahía fenicia malacitana. A escasos metros la catedral luce de mancura sin complejo, siendo faro de estilo desde El Perchel al Palo. La pulcritud y cuidado de sus plazas y calles, de sus jardines y playas convierten el tránsito en un conjuro agradable. El clima es de tal privilegio que permite dos referentes botánicos: el parque del Paseo y el histórico Jardín Botánico de la Concepción. El Puerto, el Muelle Uno y el Palmeral de las Sorpresas se encargan de dar la bienvenida a los miles de cruceristas que pueden ver Málaga como una ciudad comprometida con la renovación. Una imagen limpia de una ciudad antigua. Alicientes dignos para desterrar el monopolio del mar y la fiesta hacia motivos más selectos y culturales.

 Mucho antes de que existiera la Marbella centelleante de Hohenlohe, Jesús Gil y Julián Muñoz. Ni Jaime de Mora y Aragón, Pitita Ridruejo o Gunila von Bismarck podrían haber sido parte de aquella Málaga que asentó su sabor, su quitapenas, su estilo inimitable. Monumentos de la noche y el glamour, todas estas estrellas sucumbidas por los mediáticos excesos son parte de otra generación muy alejada de los fundadores, de la autenticidad malagueña. Más se acercan las composiciones de Albéniz a aquel sol suave, al margen del terral. La primera ciudad industrial, ocupando el segundo lugar cuando despertó Barcelona, dispuso de un urbanismo avanzando que hoy todavía puede contemplarse. Los Loring y Oyarzábal, Cánovas del Castillo, Manuel Agustín Heredia o el marqués de la Paniega y el de Larios son los responsables de aquel esplendor. La fractura y debacle de sus chimeneas la romantizaron. El esplendor no tenía marcha atrás.

Hoy, el Museo Picasso Málaga (Palacio de los Condes de Buenavista, 2003) es el gran receptor debido a la fama internacional del pintor. La vinculación con la ciudad durante los primeros años de su vida, por ser cuna (más motivo de visita luce la Casa natal de Picasso cuya fundación tiene su sede), hacen interesante este museo que recoge piezas prestadas de particulares y de la familia Picasso. Una mirada íntima, alejada de las icónicas piezas como pudieran ser las Señoritas de Avignon, el Guernica o los arlequines. Los contactos mantenidos con el artista en vida a mediados del siglo pasado no prosperaron hasta cincuenta años después cuando se inaugura el museo.  Otro museo con un importante trazo nacional de proyección global es el Museo Carmen Thyssen (Palacio de Villalón, 2011) cuya colección recoge obras andaluzas y españolas de pintores tan insignes como Julio Romero de Torres, Mariano Fortuny, Ramón Casas, Zuloaga, Gómez Gil o la saga de los Villaamil. El preciosismo y el fin de siglo son aportaciones fundamentales que la colección Carmen Thyssen hace y que congracia el espacio, siendo una pinacoteca más concreta en estilos y temáticas que la de Madrid. Otro gran museo que no se puede descartar y cuya veteranía le hace albergar los fondos de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo es el Museo de Málaga (Palacio de la Aduana, 2016) Una joya enmarcada en otro gran tesoro arquitectónico malagueño. En su planta superior puede vislumbrarse un extenso número de piezas dedicadas a la arqueología provincial. En la planta intermedia se encuentra su pinacoteca, apuntando el virtuosismo de Enrique Simonet, Denis Belgrano y Moreno Villa. Testimonio de su primera etapa queda reflejada con algunas obras que pasan desapercibidas de un joven Pablo Picasso.

Lejos de esta tendencia levita sobre el puerto el cubo coloreado del Centre Pompidou (2015). Sumergirse en las últimas corrientes y expresiones artísticas, partiendo de las claves aprendidas de los otros museos citados, cierra un círculo de gran magnitud cultural. Tener acceso dentro de la misma ciudad a tan distintas disciplinas y estilos es un orgullo y un acierto para continuar evolucionando. En el mismo año abrió sus puertas la Colección Museo Ruso de San Petersburgo, Málaga (Real Fábrica de Tabacos, 2015). El Museo Estatal Ruso exhibe en este espacio un centenar de piezas permanentes de alto valor fortaleciendo las relaciones socio-culturales con España en Málaga. Este tipo de museos franquicia, como el Gunggenheim de Bilbao, el Louvre de Abu Dhabi o el futuro Hermitage de Barcelona, donde las grandes pinacotecas posicionan el visionado de sus fondos para otro tipo de público, está siendo cada vez más cotidiano, de la misma manera que sí es cierto no existe una fidelidad autóctona con lo propio. Estos centros de arte están vacíos si el público que quieren atraer (turistas) están enfocados en las vacaciones de playa y chiringuito gourmet. 

La costa del sol bien podría llamarse la costa de arte. Motivos no le faltan. El interés e ímpetu que ha habido durante estos años en desarrollar una agenda cultural a la altura de una gran capital convierte a Málaga en ejemplo de progreso y prosperidad. Estas galerías antes citadas son las más conocidas y concurridas, las que por su naturaleza tienen colecciones con un atractivo muy significativo, mas la ciudad cuenta con más museos, enriqueciendo este sustrato notablemente el empeño por apuntalar el nombre de Málaga como uno de los lugares mundiales de visita obligada en las rutas del arte.


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