Florece entre la maleza

16:37 Fran Ibáñez Gea 0 Comments




¿Qué tendrán en común un pintor como Caravaggio, un músico como Bach y un monumento como la Alhambra? Sin rozarse en la historia, sin mediar inspiración, las tres grandezas ad hoc para las artes y el pensamiento, maestros en pedestal de nuestra cultura, fueron un mal día olvidados y prestados a la custodia del silencio.

Indudablemente, el que los buscara los encontraba. La azarosa virtud de todo ello fue recordar que ahí seguían. La Alhambra llevaba coronando la Granada mora y cristiana desde hacía siglos. Sus torres y murallas engarzadas enjaulaban el oasis de derribos y escombros a los que se estaba reduciendo la ciudad nazarita. Nada quedaba de aquella fijación obsesiva puesta por los católicos en la reconquista. Con el tiempo, fraude de vilipendio, cárcel de delincuentes y orfanato de mendicidad, la que había sido una de las ciudades más esplendorosas cedió su brillo al polvo que le rondaba. Llega Washinton Irving y lo revoluciona todo. Sus cuentos y leyendas abren la puerta al interés de todos, benefactores y expoliadores. La luna árabe, de luz sultana, vuelve en plata las albercas y los carpines. El susurro de sus fuentes borbotea arrullo de quietud. Las rosas y buganvillas tapizan los muros de los jardines. La yesería, las columnas, los techos celestiales cincelados en la divinidad se reconstruyen. Los leones parecen despertar una segunda juventud en su mármol de macael. Hizo falta un milagro para destapar la grandeza oculta de una maravilla esplendorosa. Una marginación inmerecida y celosa con final feliz.

Una casualidad basta para admirar. Meldelssohn estaba en el mercado cuando se dio cuenta de que un comerciante envolvía la carne que vendía en hojas de pentagramas. Era la Pasión según san Mateo de Bach. Volvió y le preguntó al hombre por su procedencia. En una buhardilla recién alquilada había un lote de esos papeles, que Mendelssohn aprisa le compró. Queda decir que Bach no fue olvidado. Tras su muerte una camarilla interpretó permanentemente sus obras, como luto sempiterno le guardaran, y de allí saltó a Viena donde Mozart bebió. Las partitas y el clave bien temperado eran estudios de clase. No se confiaba en la habilidad del contrapuntista. Su relevancia era apuntalada estoicamente por un reducido número de fieles. Ochenta años después de la muerte del Kantor, La Pasion según san Mateo resucitó, siendo dirigida la orquesta por Medelssohn. Una justicia poética que abría las puertas a la admiración al gran maestro. Pau Casals, en una librería de Barcelona, casualmente da con un ejemplar de las seis suites para violonchelo solo, ocultas como estudios. Desde entonces Johann Sebastian Bach es uno de los más celebres músicos y muy recurrente entre las bandas sonoras del cine.

Caravaggio no gozó de la simpatía de sus contemporáneos, y la rivalidad con otros pintores promovió que una losa enterrara con él su grandeza. Influyó, como Miguel Ángel, en generaciones de pintores italianos. Su reducida obra pasó desapercibida, naufragó en desaciertos de la historia y fue camuflada por atribución a otros artistas. No se vio jamás tan brillante la noche oscura. En los albores del siglo XX su nombre despierta y la dignidad de sus lienzos consigue la gloria inherente.

La fusta flagelando el arte. El rencor que esparce la grandeza entre la maleza. Todo termina por florecer y las cosas son más allá del continente de su existencia. Una vez el tiempo haya desquebrajado los límites del cascarón, no hay marcha atrás: se es o no se es, esa es la cuestión. Esa es la razón de pervivir eternamente.



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