Florece entre la maleza
¿Qué tendrán en común un pintor como Caravaggio, un músico
como Bach y un monumento como la
Alhambra ? Sin rozarse en la historia, sin mediar inspiración,
las tres grandezas ad hoc para las artes y el pensamiento, maestros en pedestal
de nuestra cultura, fueron un mal día olvidados y prestados a la custodia del
silencio.
Indudablemente, el que los buscara los encontraba. La
azarosa virtud de todo ello fue recordar que ahí seguían. La Alhambra llevaba
coronando la Granada
mora y cristiana desde hacía siglos. Sus torres y murallas engarzadas
enjaulaban el oasis de derribos y escombros a los que se estaba reduciendo la
ciudad nazarita. Nada quedaba de aquella fijación obsesiva puesta por los católicos
en la reconquista. Con el tiempo, fraude de vilipendio, cárcel de delincuentes
y orfanato de mendicidad, la que había sido una de las ciudades más
esplendorosas cedió su brillo al polvo que le rondaba. Llega Washinton Irving y
lo revoluciona todo. Sus cuentos y leyendas abren la puerta al interés de
todos, benefactores y expoliadores. La luna árabe, de luz sultana, vuelve en
plata las albercas y los carpines. El susurro de sus fuentes borbotea arrullo
de quietud. Las rosas y buganvillas tapizan los muros de los jardines. La yesería,
las columnas, los techos celestiales cincelados en la divinidad se
reconstruyen. Los leones parecen despertar una segunda juventud en su mármol de
macael. Hizo falta un milagro para destapar la grandeza oculta de una maravilla
esplendorosa. Una marginación inmerecida y celosa con final feliz.
Una casualidad basta para admirar. Meldelssohn estaba en el
mercado cuando se dio cuenta de que un comerciante envolvía la carne que vendía
en hojas de pentagramas. Era la
Pasión según san Mateo de Bach. Volvió y le preguntó al
hombre por su procedencia. En una buhardilla recién alquilada había un lote de
esos papeles, que Mendelssohn aprisa le compró. Queda decir que Bach no fue
olvidado. Tras su muerte una camarilla interpretó permanentemente sus obras,
como luto sempiterno le guardaran, y de allí saltó a Viena donde Mozart bebió. Las
partitas y el clave bien temperado eran estudios de clase. No se confiaba en la
habilidad del contrapuntista. Su relevancia era apuntalada estoicamente por un
reducido número de fieles. Ochenta años después de la muerte del Kantor, La Pasion según san Mateo
resucitó, siendo dirigida la orquesta por Medelssohn. Una justicia poética que
abría las puertas a la admiración al gran maestro. Pau Casals, en una librería
de Barcelona, casualmente da con un ejemplar de las seis suites para
violonchelo solo, ocultas como estudios. Desde entonces Johann Sebastian Bach
es uno de los más celebres músicos y muy recurrente entre las bandas sonoras
del cine.
Caravaggio no gozó de la simpatía de sus contemporáneos, y
la rivalidad con otros pintores promovió que una losa enterrara con él su grandeza.
Influyó, como Miguel Ángel, en generaciones de pintores italianos. Su reducida
obra pasó desapercibida, naufragó en desaciertos de la historia y fue camuflada
por atribución a otros artistas. No se vio jamás tan brillante la noche oscura.
En los albores del siglo XX su nombre despierta y la dignidad de sus lienzos
consigue la gloria inherente.
La fusta flagelando el arte. El rencor que esparce la
grandeza entre la maleza. Todo termina por florecer y las cosas son más allá
del continente de su existencia. Una vez el tiempo haya desquebrajado los límites
del cascarón, no hay marcha atrás: se es o no se es, esa es la cuestión. Esa es
la razón de pervivir eternamente.
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