Pink, pank, punk!







El rosa es uno de los colores más controvertidos en nuestros días. La reivindicación feminista ha supuesto la elevación de esta tonalidad desde la sumisión al empoderamiento. Un deterioro de valores lo fue arrastrando hacia una marginación de debilidad ¿Cómo tratarían a este color el día que nació? 

Desde siempre existió, mas fue en la época Rococó cuando vio la luz con mayor intensidad. Un color genuino, diferente y valeroso heredero del mismísimo rojo. Era una seña de identidad para las clases más pudientes y apadrinado por las élites coronadas como Maria Antonieta. En Francia suponía un color de nobleza que, una vez llevado a cabo el desembarco de la dinastía Borbón en España, éste tuvo que convivir con el negro regio, color de corte y de elegancia absoluta que habían vestido los Austrias hasta el final de sus días. La Iglesia, que había cedido el azabache a las majestades, se había quedado con el grana, y no perdió oportunidad en tintar sus casullas con este nuevo color aristócrata que parecía estar de moda. Así, aportó una idea de masculinidad espiritual, de sosiego y de calma. El hombre sin armas más en conexión con el cielo que con la guerra. Del mismo modo que los toreros acogieron esta idea y lo convirtieron en el color de la suerte: en su capote siempre hay una cara rosa y otra de un color distinto permitiendo el juego de la cara y la cruz, de la suerte y la muerte, de la gracia y la desdicha. 

El romanticismo por su parte, lo convirtió en un color de fragilidad, destinado a embellecer a las mujeres dominadas por el patriarcado. Hasta que la Revolución Francesa lo rescató, lo arrancó de la nobleza y se lo quedó en tonos más llamativos como el púrpura. Perkins (1856) abre la puerta a los distintos tonos violáceos cuando descubre el tinte químico para el violeta, hasta entonces consiguiéndose desde la cochinilla de las indias. 

El rojo es un color que se abandona por sus connotaciones políticas sobre todo después de la Revolución Rusa y el período comunista, por lo que el rosa se ve como un aliado descafeinado, más suave y débil. Esa idea no deja que siga considerándose dentro de esferas sociales como un color que rebobina la historia de la actividad aristocrática, envainando Fitzgerald a su Gran Gatsby con un traje rosa desde los pies a la cabeza. La belle epoque, los años treinta no olvidan tampoco esta tonalidad bajo la idea de vanguardia, de lucha y de impulso. Al principio de siglo, Mariano Fortuny (hijo), el gran modista español, usó el rosa como cauce del orientalismo y lo exótico muy predominante y requerido por las tendencias del momento. 

Es el siglo XX el que echa a perder los valores que fundaron y extendieron este color. Los nazis colocan insignias rosas a los homosexuales que llevan a los campos de concentración. En la era Eisenhower, el rosa llega a su clímax con figuras como Marilyn Monroe que lo llenan de sensualidad y el erotismo hacia la mujer. Y el punk, consciente de esta transformación intenta salvarlo y lo lleva como rey de una cultura underground. Sin más, hoy día era traducido como el color de la mujer, acompañado de todas las connotaciones seguidas del machismo. El rosa para las niñas y el azul para los niños es una dictadura que empieza en los primeros meses de vida y se extiende como una epidemia durante toda la existencia. El siglo XXI da un golpe en la mesa y trata de democratizar el color devolviéndoselo al hombre sin tener que ser juzgado o sufrido de un escarnio público.



Lejos quedaba la idea de vestir al hombre en púrpura, y a la mujer de azul, el color más valioso y más difícil de conseguir en los tiempos de Velázquez. Pocas vírgenes se han vestido de rosa a lo largo de la historia del arte. El azul en cambio es el tono que siempre ha llevado consigo, hasta que empezó la majadería de privar un color a la otra mitad de la humanidad. 












 LA VIE EN ROSE

Museo del Traje de Madrid

16 de noviembre (2018)
3 de marzo (2019)






Donde estaban las feministas


Una oleada feminista ha sacudido fuertemente el nacer de este siglo, que se negaba en rotundo a consentir el desprecio sufrido, la humillación recibida y la dignidad empobrecida hacia las mujeres. Es, desde la lucha sufragista, la segunda revolución más fuerte que se ha visto en la historia de sus oleadas. Más allá que de la posguerra a los ochenta cuando filosofías como la de Simone de Beauvoir calaron y transformaron la intelectualidad. Testimonios expuestos por insignes mártires del terrorismo machista, como Ana Orantes hicieron retumbar finalmente el drama silenciado que la gran mayoría de mujeres vivían en nuestro país y estaban sometidas a la vileza de sus esposos. Cuando se empezó a contabilizar en la lista negra a todas estas víctimas, cuando se visibilizó en los medios y se acotó con el respeto debido, el mundo comprendió a lo que se enfrentaba. Recuerdo el 8 de marzo de 2018 con entusiasmo, con emoción. No cabía un alfiler en la capital. Desde Atocha y Recoletos hacia Plaza España por toda Gran Vía. Sus calles se abarrotaron de familias con pequeños, de mujeres, de hombres. Todas las edades, todos los géneros y todos los colores hilvanaban una marcha que pedía paz y libertad. 'Madrid será la tumba del machismo' se oía cantar. Allí estaba la España más humana que cuidaba y creía en sus hermanas.


Juan Carlos Quer, padre de la asesinada Diana, se preguntaba en twitter dónde estaban las feministas el día que encontraron el cuerpo de su hija. Caía en esta cuestión por su contrariedad a las manifestaciones organizadas en toda España ante la entrada de Vox en el parlamento andaluz y su insistencia por derogar la ley y políticas contra la violencia de género. Juan Carlos Quer no se acuerda de las concentraciones que se hicieron, a las que acudió la hermana de Diana. No se acuerda que la lucha feminista es precisamente lo que busca evitar: ni una menos. Defender la infamia del heteropatriarcado, aplaudiendo la familia tradicional y censurando todas las demás; ocultando la desventajosa realidad de las mujeres y cubriendo un tupido velo descafeinando su lucha o buscar las escasas excepciones para desprestigiar, es un tónico de ignorancia y malicia rancia propios de los comodones que se han aprovechado de sentirse superiores cada vez que pronunciaban un 'mujer tenías que ser'.

No es la primera vez que la derecha política reclama el feminismo, por el apoyo y bandera que recibe de la izquierda. No es la primera vez tampoco que la derecha juzga y pone en entredicho el feminismo. En declaraciones, cuando Mariano Rajoy aún era presidente del gobierno y le preguntaban por la equidad salarial, él respondía que ese no era asunto importante. Pero un señor como Rajoy sabe, por fuerza de la costumbre y de la moral social, que matar a las mujeres está mal, a pesar de que le guste verlas vivas a su manera: sin derecho al aborto y cobrando menos. Calladitas y sin rechistar. Si no se entiende el drama del terrorismo contra la mujer en todos sus aspectos, y sólo hay repulsa cuando les llega la muerte, el trabajo está a medio hacer. La violencia de género es sólo, aunque el más cruel y despiadado sin lugar a dudas, uno de los males que azotan y perviven en nuestro entorno, como en el resto de planeta.

Que puedan votar, que tengan acceso a la universidad y a trabajos de reconocimiento, que sean fiscalmente independientes y puedan divorciarse de sus maridos no es algo que la sociedad les haya regalado. Nada de eso hubiera ocurrido si no se hubiera luchado por medio de movilizaciones, huelgas y encarcelaciones. Tener que recurrir a sufrir el escarnio con tal de que sus hijas tengan más derechos y libertades que sus madres es lo que las convierte en heroínas. Ojalá llegue el día en el que salir de casa no las vista de miedo, y que el hombre entienda que un piropo cuando van solas no es ninguna necesidad vital para sentirse realizado. Ojalá que todos aprendamos en esta lección e incluyamos el feminismo en nuestra genética cultural ¿Dónde estaban las feministas? Nunca han dejado, afortunadamente, de estar.








Aranjuez





Aranjuez es una villa donde España se siente con la mirada. 
En lo más profundo de la aridez castellana, se erige un capricho como es el Palacio Real de Aranjuez. Un oasis que escapa al tiempo y presume de belleza sin igual. Una perla de la historia ocultada entre la arboleda que rehuye del presente para quedar inmarcesible en la fragancia que gastaban sus jardines y sus doncellas. Bailes y festines daban voz a sus salas, contemplándose este lugar como un retiro allende la moral es celosa de vicios. 

El palacio acomodado a Isabel II y Francisco de Asís son la prueba de la satisfacción con la que este lugar deleitaba. Dentro y fuera de los muros, a la vera del Tajo y al sol manchego el descanso quedaba asegurado. El alma pacía en sosiego. El concierto del maestro Rodrigo desvela en el cifrado musical la alegoría de lo que este palacio y sus jardines transmiten. Lo que el lugar despierta. 






Bodegón con cacharros



El Museo Nacional del Prado custodia el tesoro más valioso que España tiene. La amplia colección de arte expuesta en sus salas encierra ni más ni menos que la majestuosidad que dioses y monarcas inspiraron al lienzo. Los grandes maestros de la pintura se congregan en él siendo su legado la más digna sepultura que le dieran los tiempos. Millones de personas recorren sus entrañas admirando la belleza que los siglos han congregado en este penacho del mundo sobre el que se alza España.  Una sala tímida sirve de paso a turistas y visitantes que oscilan entre Velázquez y Murillo con el pinganillo puesto, al trote del bullicio de hacer de la perfección un delicado garrafón. Allí queda quieto enconado el bodegón con cacharros de Francisco Zurbarán, a la servidumbre de su Santa Isabel de Portugal. Este lienzo es probablemente el vivo retrato de la esencia de este país. Una voz a la vista que narra desde el Lazarillo de Tormes al Don Juan de Zorrilla la firma inequívoca de nuestra costumbre.




Austero, sobrio y sereno. Estático, quieto, místico quizás. Zurbarán fue embajador del óleo sacro, y aunque estos fuesen elementos ajenos a la liturgia, sí los dotó de solemnidad, bañándolos en una luz dura, intensa y directa. No hay titubeos. No hay fallo. No nace la primavera de los jarrones, ni abundan alimentos. Es un bodegón seco, pálido. España parece pobre, yerma y oscura. Ante un telón azabache, a la sazón elegancia de los Austrias, los cacharros visten el cuadro con orden. No parecen perturbados. No se desbocan en agonía. Guardan la distancia. No yacen erguidos de sepultura, ni conservan ceniza. Tienen latido. Hay altivez. Esta es la España castellana de caminos de polvo y sombreros de ala ancha. Árida y fría. Quien creyera que los cacharros eran cotidianos se equivocaba. Ahí queda en secreto el guiño que el pasado risueño hace al presente: un bernegal de plata sobredorada en una salvilla de peltre. La alcazarra trianera de exquisita finura, anfitriona en esta presidencia de magistrales siluetas. A la derecha el búcaro de indias, de la América regalo a Sevilla llegara para exponer como trofeo en vitrina. Y otra alcazarra sobre salvilla de peltre cierra el juego de figuras que asientan el barroco español en un solo estante. Esta imagen de arte menor, guarda en sí el rostro de las Españas, de la que fuera y de esta misma. Pues en su aparente mesura, en el sosiego de sus formas, sin demostraciones grandilocuentes, sin atisbo de pesadumbre, cabe una exquisita dignidad, gloria y nobleza, que en su imperturbable discreción no parece tener que demostrar, solamente ser. Ser sin pretender, sin obedecer. Ahí queda la España que es.

Cuando Andy Warhol viajó a Madrid en enero de 1983, Luis Antonio de Villena le hizo una visita guiada a este museo. Al menos lo intentó. Subiendo la escalinata del edificio de Villanueva, le comentaba emocionado la ruta que iban a hacer para que el artista pudiera contemplar obras de Rubens, Tiziano o Goya. El americano hizo un alto antes de empezar y pidió entrar en la tienda de recuerdos. Extrañado, de Villena accedió. Caminó inspeccionando el espacio. Después de un largo rato compró una postal del bodegón de los cacharros. Cuando de Villena iba a empezar con la visita Warhol lo paró: ‘Ya he visto todo lo que quería ver’ contestó. Y por la puerta salieron sin haber cruzado mirada con las majas o las gracias. Si Estados Unidos se había convertido en un icono pop con cuerpo de una lata de sopa Campbell, al otro lado del charco, por donde surcan el Ebro y el Guadalquivir, es el bodegón español el que sin nadie a quien pintar ni historia inventada, pone rostro a todo un país, que si para el desconocido es mendicidad, para el que bien conoce todo es grandeza.

La señora Dubose


Matar a un ruiseñor es una de las mejores novelas escritas en el siglo en el que nací. Abarca un ejercicio moral además de esbozar un retrato exquisito de la sociedad americana de 1930. Ante semejante bodegón podemos apreciar que dicha obra confina sus páginas hacia la atemporalidad. Todo lo que hay allí escrito juega un papel importante en el funcionamiento de la vileza y bondad humana. 


La señora Dubose es uno de los personajes que más desapercibido pasa y que, en cambio, más atracción puede producir. Es la vecina tipificada como mayor, de mal carácter, agria y quejicosa. Es fuerte el contraste que se forma si se empareja con la protagonista, la pequeña Scout Finch: valiente, comprometida, observadora y lo más importante, gracias a la mentalidad de su tierna infancia y a su padre, tiene una visión de oro cuya luz ilumina al lector, llevándolo en este desgarrador camino de una forma cándida cogido de la mano. Scout no tolera a la señora Dubose. Siente miedo e incomodidad cuando la ve. Pero la señora Dubose se entiende por sus silencios. Se manifiesta contraria a la realidad de la niña: la insulta cuando la ve vestida con pantalones, se enfada cuando ve desde su porche a Scout juntándose con negros, se irrita verla hacer cosas de niños y no de niñas. No existen palabras amables.

La señora Dubose es una mártir presa de sí misma. Ella vivió la época de la esclavitud, la guerra de secesión incluso. Desde Lincoln hasta el segundo Roosevelt, era los miedos, el misticismo y las manías que un ciudadano mujer del sur estadounidense podía manifestar. Era una enferma que paliaba su dolor con opio, y que por convencimiento cristiano antes de que llegara su hora prefiere rabiar en el inaguantable daño que la enfermedad le causaba sin tomar drogas. En la quietud de su casa, sin amigos ni visitas, la soledad la arropa. Nació en un país donde los negros eran esclavos. Donde las mujeres no tenían ni voz ni voto y el hombre blanco era dueño del mundo. Aprendió a que aquella era la única realidad que los tiempos le harían comprender. Pero los años la llevaron a otro siglo donde existía un panorama distinto. La segregación fue el precio a pagar por abolir la esclavitud, pero la marginalidad fue un hecho hasta que a mediados del XX hubo movimientos civiles a favor del colectivo afroamericano. Rosa Park, Malcom X y Martin Luther King fueron algunos de los artífices que personificaron esta lucha. Hasta entonces hubo una clara brecha entre opresores y oprimidos, bien reflejada en Matar a un ruiseñor.

Muchas personas obedecen, como la señora Dubose lo hizo, a una estructura social repleta de complejos y carencias morales que se van haciendo el relevo durante generaciones. La falta de compromiso y consciencia con la realidad que los envuelve hace que no sean competentes con su entorno. La falta de cultura en muchos ámbitos necesarios y presumir de ignorancia hacen a esta sociedad muy peligrosa. Existe una motivación intrínseca de pseudohonra que discrepa de la propia evolución humana, esto es, las personas se comprometen con unas ideas en un momento de su vida y desisten de ser críticos con ellas. Matrimonios políticos o deportivos son tan viscerales como insensatos, pero la diferencia es que el deporte es un juego y la política no. Una persona ha de ser dueña de su progreso, de cambiar, de transformarse. Es inconcebible manifestar las mismas ideas en distintas circunstancias vitales. Es preciso el cambio. Si la señora Dubose hubiera ido aprendiendo a lo largo de su vida, si se hubiera ido desprendiendo de viejos prejuicios, si hubiera querido asistir sus miedos y temores infundidos por supersticiones, es muy probable que hubiera sido feliz.


El Guernica de Sánchez Mejías



Existe una versión alternativa a la visión popular que se tiene del cuadro-mural de Picasso, El Guernica. Se expone así que bautizarlo con este nombre se debió a un giro en los acontecimientos para presentarlo en el pabellón que la República española dispuso en la Exposición Internacional de París de 1937. El bombardeo de la sagrada e inocente villa vasca conmocionó al mundo occidental, marcando un antes y un después en las conciencias internacionales de la brutalidad y agresividad de la guerra llevada a cabo en la península, así como la frialdad y fiereza del ejército nazi. Ésto elevó aún más la leyenda romántica de una democracia que luchaba contra los males despóticos del fascismo.



La otra versión encapsula este cuadro-mural en la generación del 27. Pintaba Picasso en recuerdo de su amigo Ignacio Sánchez Mejías, quien caído en la plaza de Manzanares, fue en digno luto y silencio recibida su muerte entre los más grandes artistas. El derechista Enrique Domínguez Martínez Campos sostiene la idea (por desmitificar a la izquierda) de que el cuadro originalmente iba dirigido a esta causa, y que después de la visita de una delegación española a la residencia parisina del pintor y el ofrecimiento de un millón de pesetas, Picasso adaptó lo que ya tenía y rebautizó su obra. Es interesante el ofrecimiento de esta nueva visión por la flexibilidad que acoge el simbolismo de El Guernica, en un fondo de desolación y tragedia.

En cuanto leí dicho artículo fui inmediatamente al Museo Reina Sofía, hogar de El Guernica, para verlo frente a frente y descubrir bajo esta nueva perspectiva la verdad que en él se esconde. Hay tres elementos fundamentales que cambian durante la elaboración del mural: el caído, los animales y la luz superior, principalmente. La sala expone las fotografías del desarrollo de la obra por lo que se puede ver el progreso y continua corrección que el pintor hacía sobre el lienzo.

En primer lugar el cuerpo tendido yace en posición horizontal a lo largo de toda la parte inferior central. El hombre (pues Picasso es transparente en cuanto a sexualidad refiere) en una mano tiene una espada rota y en la otra su fuerza sigue sujetando un ramo de espigas, símbolo de la fuerza de los pueblos y de los trabajadores. Este cuerpo está acompañado por otro que duerme en la muerte muy próximo a él pero que desaparece en las siguientes pinceladas dándole protagonismo al primer cuerpo. Cuerpo que va desapareciendo y que queda como resultante los brazos y la cabeza decapitada. Esto puede deberse a razones de estética. El Guernica es un cuadro cuya gravedad levita. No existe un peso firme sino un dolor profundo que nace en la oscuridad del fondo y se impregna en las figuras envueltas.


En segundo lugar la disposición del toro es muy cambiante, éste se pasea por todo el cuadro a lo largo de la creación. Nace primeramente en la esquina superior izquierda con una mirada inquebrantable y ruda, como si fuese a entrar en el ruedo a dar batalla; gana posteriormente cuerpo contoneándose por el centro con una vista más huidiza hasta terminar con el rostro típico cubista en la parte izquierda sin hacer aspavientos ni consternarse por lo que a su alrededor ve. El caballo por su parte estaba caído en el suelo y después se alza apoyado en una rodilla, y grita al toro llenando sus pulmones en un último suspiro. Tiene clavada una espada que cruza su lomo de arriba a abajo. Una punta de lanza doblada a los pies de caballo apunta al toro como el posible hacedor de la tragedia, como al que se le dirigía la muerte.

He de decir, como apéndice, que la práctica de rejoneo se reguló durante la dictadura de Primo de Rivera para que los caballos fueran protegidos en una malla, evitando así que a la primera cornada no echaran las tripas del caballo al suelo y eliminar esa imagen dantesca. 

Por último la bombilla, que originalmente era un sol que como un halo rodeaba la alegoría de la fuerza del pueblo y del trabajo, queda como una luz que estalla. Este elemento ha sido considerado como las bombas que caían. Aún así es tan ambiguo que se puede sujetar a múltiples interpretaciones. Sí me gustaría añadir que había un elemento que fue cambiando y que pasa desapercibido en el cuadro. Originalmente, en la parte derecha, en el extremo, cruzando el edificio en llamas, se encontraba una paloma blanca que volaba fuera del cuadro, eso indica que la luz que nace del cielo no tiene un significado esperanzador. La paloma se terminó sustituyendo por una puerta abierta que da salida a El Guernica. Esta situación dota de un espacio increíble a la obra, que no sólo queda recogida en el lienzo sino que sale de ella. Artistas como Velázquez en Las Meninas o El Greco en El Entierro del Conde Orgaz son capaces de abstraerte de tu localización y transportarte dentro de la escena. Denota un compromiso del público con lo que hay representado. No deja a nadie ajeno. No puede.

El cuadro a su vez es abrasador. Gotas de pintura caen derretidas por el brazo de esa mano que sujeta el candil. Tanto el bombardeo como la cornada tuvieron lugar a la misma hora. En torno a las cinco-seis de la tarde. Las llamas de los edificios tendrían más sentido con la versión del bombardeo, aunque aquella corrida fuera en el tórrido verano madrileño. No acudieron los bomberos a sofocar los incendios hasta dos horas más tarde. Sólo una flor nace de la mano del caído, como el árbol de Guernica que es lo único que sobrevive al feroz ataque.

Ignacio Sánchez Mejías era un personaje artístico muy importante en el primer tercio del siglo XX. Como torero, fue cuñado de Joselito 'El Gallo', custodio de la Esperanza Macarena, y mítica figura de la España de principios de siglo. Él dio la alternativa a Sánchez Mejías en 1919, estando presente Belmonte, insigne matador. La muerte de Ignacio conmocionó, como ya hemos referido anteriormente, a toda la opinión pública, pero más en concreto a su círculo de amigos artistas, dedicándole Federico García Lorca la elegía más bella escrita en español desde las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Ignacio era indiscutiblemente alguien con alto magnetismo y trascendencia en la vida pública (fue incluso presidente del Real Betis Balcompié). Por ello, pongo en duda de que si la intención original fuera en su recuerdo, Picasso, temperamental y decidido donde los hubiera, no hubiera maquillado la finalidad de su obra, dejando sin ese tributo a su amigo.

La única verdad objetiva del cuadro son las crines del caballo. El resto, alegórico de las artes destruidas por la contienda, fantasmas o plañideras, bomba o bombilla, es innegable la genialidad del artista y el poder que se eleva del lienzo al ser capaz de discutir el significado de sus miembros en un marco claro de agonía. Goya tiene mucho que ver: sus fusilamientos el 3 de mayo en la montaña del Príncipe Pío y sus pinturas negras dan herencia a esta sobresaliente e icónica obra del siglo XX.


Los muertos son siempre los mismos


Londres



Londres es una ciudad llena de vida y contrastes. Su arquitectura de estilo georgiano, victoriano, eduardino o neogótico se amalgama con construcciones tan señaladas como el London Eye, el puente del Milenio de Norman Foster o The Shard de Renzo Piano. Una ciudad adaptada a los nuevos tiempos, su cosmopolitanismo genético la convierten en una capital mundial de referencia. En ella se puede apreciar la más clásica tradición londinense junto con las modernas corrientes urbanas. Es una ciudad con un gran compromiso que retrata el día a día bajo su lupa de metrópolis: el centro financiero y cultural que tanto ha engordado el ego a aquellos votantes del Brexit. 

Es una ciudad para descubrir rincones, para saborear todo tipo de gastronomías y para desenvolverse en mil idiomas. Llena de color y movimiento, Londres es una feliz locura. Tiene lugares para todos los gustos: relajarse en Hyde Park o estar rodeado de bullicio en Trafalgar Square. El viejo Támesis, roñoso y bravío, es engarzado en una hilera de puentes las dos orillas de la ciudad. La elegancia de Kensignton o Mayfair. Lo alternativo de Nottin Hill o Camden. Y la mejor forma de descubrirlos todos es en bicicleta. Es una ciudad preparada para este tipo de transporte. De esta manera se pueden recorrer todas sus calles muy cómodamente y es un recurso muy económico. Pero cuidado con el tráfico, todo va al revés.  

Londres ¡qué gran ciudad!