Dublín

9:18 Fran Ibáñez Gea 1 Comments






Dublín es en James Joyce lo que la esencia al arte: sin él no se explica su existencia. 
Es una ciudad particular. Un país joven con raíces antiguas que combina perfectamente su cultura ancestral con lo que el turista demanda de sus expectativas. Tiene carácter, es un poco ruda, pero hay que entenderla. Los fuertes vientos que la gobiernan, sus nubes y sus gaviotas, determinan decisivamente el encuentro con el sol. Mientras tanto, la vida real de Dublín se recorre los pubs, con música en directo y una pinta de guiness en mano. Al resguardo de las inclemencias, cuarteles como Temple Bar dan descanso y sosiego, creando una atmósfera impertérrita que pareciera estar allí mucho antes que Oscar Wilde.

Un pulmón narcisista e intelectual se erige en la ciudad. El Trinity College, esplendor y convicción del poder creador del ingenio que Irlanda cosecha, es uno de los lugares más concurridos, por sus estudiantes y por su biblioteca, joya indudable y testigo de otros tiempos donde la belleza tenía peso. Los museos son gratuitos, y el que quizás más sorprenda sea el de Ciencias. Todas las especies embalsamadas recogidas en sus vitrinas son, al mismo tiempo, de angustia y satisfacción. Su National Gallery tiene una inmaculada de Zurbarán, tres Goyas y un San Francisco del Greco muy interesantes, entre otras obras con una representación española donde quedan presentes Velázquez, Murillo, de Ribera o Picasso. Por subrayar un cuadro de ellos, El Estudio del Artista de John Lavery, bajo la inspiración nítida de las Meninas es un lienzo atrayente y sinuoso que no debe pasar desapercibido. Además de todo esto, muy remarcable es la obra del hermano de William Butler Yeats, John (Jack), que además de ser artista fue medallista olímpico. 

Dublín transmite tranquilidad. Es una ciudad segura con una población curtida en una cultura de acogida. Episodios como las constantes migraciones a América, la gran hambruna (que dejó un millón de muertos, 1845-1852), el ser dominados por los británicos hasta su independencia en 1921 y la tradición católica desde la llegada de San Patricio en el siglo V, son claves para entender la Irlanda de hoy. La isla esmeralda de Leprechauns, tréboles y calderos mágicos se respira más allá de Dublín. Quizás y lo más probable es que la capital sea un recibidor europeizado que esconde su ruralidad, su naturaleza y su magia al visitante. Dos empresas, el Trinity College y la fábrica de cerveza Guiness tienen el monopolio del interés del exigente medio que llega a la ciudad. 

Por todo ello, debimos hacer una escapada. La famosa calzada de los gigantes (Irlanda del Norte) está a tres horas en coche y cinco y media en bus desde Dublín, así como los acantilados de Moher entre Limerick y Galway quedan a mínimo tres horas. Por ello, para excursiones breves, Howth, una península próxima a la capital, a la cual se puede acceder en media hora en transporte público, es una de las mejores opciones. Llegados a Howth el asombro suena como un disparo. Enfrentarse al vacío y a la plenitud del mar, acercarse a sus senderos bordeando y desafiando la pendiente, es un paseo donde no existe el riesgo si hay cautela. Las vistas y el lugar tienen una áurea mística que santifica al andariego y lo limpia de pecado. Existe una comunión entre el cielo, el mar y la tierra bañada de viento que el recorrido parece peregrino. 





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