Santos, ínfulas e insolaciones

18:09 Fran Ibáñez Gea 0 Comments



A pesar de la extensa producción de la que se ha escrito sobre la guerra, aún quedan ciertos vacíos y lagunas en las que muy pocos se han sumergido. Particularmente, la guerra civil española, no deja de ser un hito en nuestra historia reciente subrayada por el fratricidio y la condena mutua entre los bandos participantes. Recordarla es volver a hablar de Franco y de la Segunda República. Y en ese fecundo camino trillado por designar una victoria moral seguimos hoy. Para dificultad, una losa de silencio enturbia la analítica y clarividencia del conflicto. Achica la dimensión y empobrece testimonios, hechos y creaciones. A día de hoy, aún, tenemos un reto importante que atender de aquel episodio. 

A los pocos días del alzamiento, se constituye la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico (por decreto del 25 de julio de 1936) con la finalidad de salvar todas aquellas obras de arte cuya integridad corriese peligro y cuyo valor supusieran un coste irreparable para el patrimonio español. De aquí nace la iniciativa de empaquetar el Museo del Prado y catalogar obras de iglesias y monasterios, trasladando las piezas a buen recaudo. María Teresa León, alfil en esta obra titánica, da testimonio en La Historia Tiene la Palabra (1944) de todas estas hazañas que parecen no haber trascendido en esa historia de rojos y fachas. Alentador, su discurso, abarca el proceso y el papel fundamental que tuvieron las juntas orquestadas desde el gobierno republicano para, pasara lo que pasara, España no perdiera ni un ápice de su patrimonio por este suceso. A la cabeza de la junta en Granada se encontraba el reconocido historiador Manuel Gómez-Moreno, cuya función no era otra que preservar y acometer la misma finalidad que sus compañeros en Madrid. Desvistiendo la leyenda del terror republicano, habría que añadir antes de continuar que Pablo Neruda en sus memorias Confieso que he vivido (1974) advierte en una visita al Palacio de Liria durante la guerra, que el edificio había sido abandonado por los Duques de Alba por motivo justificado y que los soldados habían entrado a hacer uso de las cocinas, no permitiendo el paso a nadie a ninguna sala para protección de la integridad de los bienes. Si el palacio sufrió algún desperfecto a posteriori fue a razón de las órdenes de Franco de bombardearlo. 

Decíamos, se encontraba Gómez-Moreno catalogando y registrando los bienes a salvar, que con anterioridad y por su extensa labor en el mundo del arte ya conocía. En una visita previa, en compañía del crítico e historiador Ricardo Orueta, antes de 1936 ya había documentado algunas obras de arte de imaginería religiosa de la catedral de Guadix o del convento de San Francisco donde se encontraban obras del escultor Torcuato Ruíz del Peral. La presencia de Orueta es fundamental, pues no sólo fue Director General de Bellas Artes, sino que al ser especializado en la escultura del XVI y XVII también hizo varios monográficos sobre Pedro de Mena y Gregorio Fernández, lo cual no podría estar exento del gran valor que en Guadix había sobre el barroco tardío granadino con la presencia de Ruíz del Peral y su apoteósica sillería del coro catedralicio en el templo accitano.  Una imagen de tres piezas hagiográficas atribuidas a Ruíz del Peral del archivo Gómez-Moreno dada a conocer por Antonio Cuerva recientemente, evidencian una falta de rigurosidad en la clasificación atribuida que podrían haber contribuido a este esperpento que todavía nos llega. En cualquier caso el dato más importante que aparece en la información que acompaña a esta imagen es: Destruida. Esto es, las tres obras de arte se daban por destruidas en la guerra. Insalvables. Irrecuperables. 

La iglesia de San Francisco de Guadix, fundada por la propia reina Isabel la Católica, había gozado de privilegios y atesorado patrimonio sinigual. Siendo sepulcro del ínclito Lope de Figueroa, héroe de Lepanto, las órdenes religiosas vinieron a menos con las desamortizaciones y los concordatos, llegando el convento de San Francisco anexo a la iglesia durante la guerra a ser un asilo para ancianos desamparados asistido por las hermanas religiosas de Sta Teresa Jornet. Las monjas, precavidas, escondieron las imágenes de los santos y las vírgenes en el entretecho de la iglesia, que a pesar de alguna infortuna gotera, no caerían en malas manos, ultraje o sacrilegio. Posiblemente para cuando Gómez-Moreno organizó la expedición de salvaguarda las monjas, temiendo lo peor, ya se habrían adelantado negando toda existencia de éstas a cualquier desconocido, por muy erudito que fuera. 

Por otra parte vale mencionar la falta de jerarquía eclesiástica en la diócesis de Guadix durante la guerra. El obispo -beato- Manuel Medina Olmos fue fusilado junto con el de Almería (30 de agosto 1936). Para la administración apostólica es designado el arzobispo de Granada, el Cardenal Parrado, quien ocupa el cargo vacante y en diferido hasta 1943. Ante ese panorama, añadiendo los canónigos, sacristanes y párrocos mártires, el patrimonio de la Iglesia accitana queda expuesto a cualquier interés. El que no fuera destruido por cuatro anarquistas exaltados, seguramente fue mercadeado o trasladado a otros lugares sin retorno. En cualquier caso se debería disolver la errónea opinión de asumir la destrucción de las piezas e indagar sobre si verdaderamente sucumbieron en cenizas o formaron parte de la corrupción política que imperaba entonces. Hay obras que fueron, naturalmente, destruidas como la copia de La Piedad de Miguel Ángel (restaurada por la escultora Mari Ángeles Guil Lázaro), Nuestra Señora de las Angustias, de Torcuato Ruíz del Peral (aunque reemplazada por Castillo Lastrucci, el rostro y las manos de la virgen se recuperaron, siendo una imagen de candelero bajo la advocación de los Dolores) o los santos y profetas de los púlpitos de la catedral a los que guillotinaron, a excepción de Moisés. Entonces bien, habría que preguntarse si es posible discernir entre obras destruidas (y recuperadas o restauradas, como la experiencia nos ha mostrado) o desaparecidas, robadas y distribuidas en el mercado negro. 

Afortunadamente, las tres obras que Gómez-Moreno fotografió antes de la guerra y que incluyo aún siguen siendo admiradas en nuestros días. Una suerte de la que no goza buena parte del patrimonio eclesiástico accitano, pero que todavía aguarda esperanza por resolver algún travieso traspiés de la historia. A continuación, adjunto fotografías que hice sobre los santos "destruidos" San Francisco Solano y San Buenaventura del imaginero Torcuato Ruíz del Peral y San Bernabé de Alonso de Mena, que actualmente se encuentran en la exposición permanente del Museo de la SARI Catedral de Guadix. 







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