El precio de la pena
Años antes de que el covid fuera sustantivo común, mientras paseaba con un amigo por la Castellana, íbamos conversando sobre algo cuando de repente se paró en seco y dijo: "por caridad entró la peste". Seguidamente deslizó una ligera sonrisa de su asumido ingenio y echó a andar. Sin embargo, yo me quedé pegado al suelo, procesando el eco que me reverberaba seriamente por las sienes. Quién iba a decir, que desde la frivolidad que nos gobierna así es: algunas veces las calamidades se cuelan cuando la compasión aflora.
Lejos de los derroteros por donde ya la lectura parece precipitarse, viraré esta barca hacia otro horizonte, que era, para buena verdad, mi puerto de destino. Romantizar el pasado al baño maría, con sus cucharadas de abierta nostalgia, con el devaneo de la infusa gracia que abraza todo tiempo añejo, es un refugio o celda, según se mire. Porque quedar preso en algo ya habitado no deja de ser una carcelita más de nuestras limitaciones. Si tuviéramos que debatirnos en un punto de inflexión entre el pasado o el futuro, aquellos que no le guardan ningún rencor a su infancia tirarían derechos a volver a nacer. Yo también lo haría. ¿Qué tiene el pasado para querer conquistarlo nuevamente? La respuesta se resume en los seres celestiales que hicieron cambio de guardia en la tierra. Lo irrecuperable. ¿Y qué nos queda de aquello? La costumbre, una receta, unas palabras en el recuerdo, la energía imantada a las estancias y objetos que pertenecieron otrora a otros dueños. Porque hemos vivido el pasado, no cabe incertidumbre de que si volviéramos a él nos sería una segunda oportunidad donde hacer bien las cosas.
Y es que al futuro no se nos educa. ¿La escuela? Eso es presente. Los niños hablan de sí mismos cuando eran pequeños, porque escuchan de los padres que ellos incluso vivieron un tiempo en el que eran aún más pequeños. "Cuando sea mayor" es una utopía descarnada y díscola que se va disipando conforme crecen hasta llegar a no definirse por nada. Van apagando su color. "Cuando seáis mayores" se dice impunemente, empaquetando el futuro en un tiempo que nadie se imagina, porque sus consecuencias serán devastadoras. ¿Aniñamos a los niños? ¿Los encapsulamos en formol para que no envejezca a la siguiente generación? ¿Es adrede? El único futuro que se programa es el de las vacaciones. ¿Por qué no asistimos a los años venideros con la misma fortuna con la que buscamos pasar unos días fuera? ¿Por qué no construimos allí? ¿O aquí? Por esa caridad hacia el pasado, por la añoranza, es posible que estemos desviviendo lo que por derecho nos queda pendiente.
Y así, año por año, vamos aglutinando recuerdos sin saber que todo es pasado. Hace media hora. Hace un minuto. Mientras estabas leyendo esto mismamente. Ya forma parte de tu recuerdo. Está todo asegurado. ¿Cuándo ha sido la última vez que hiciste algo nuevo por primera vez? Hasta un limonero, si se lo propone, puede echar naranjas. Y luego viene el Quijote, asestando una lanzada de verdad: "El pasado es historia, el futuro un misterio. Pero el hoy, Sancho, amigo mío, es un regalo y por eso lo llaman presente". ¿Seremos capaces de no afear la luz del sol que cada día, desinteresadamente, nos alumbra?. Remata Machado en la retaguardia: "Estos días azules, y este sol de la infancia".
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